El estado de sacrificio de San Alfonso de Ligorio, con un final de vida que era aflicción y miseria, en el que él no podía hacer otra cosa sino sufrir, fue probablemente la fase más preciosa de su existencia. Él, que había sido Fundador, Doctor, gran escritor, sublimaba su vida muriendo clavado en la cruz para enseñarnos que la oración y el sufrimiento valen incomparablemente más que todas las obras; y cuando un hombre no vive para otra cosa a no ser para rezar y sufrir, tiene una vida fecundísima, enteramente justificada.
Nuestra Señora quiso que ese gran Santo continuase vivo para que su alma llegase a los auges de sublimidad, alcanzados en la inacción, en la oración y en el dolor, no apenas físico, sino en aquel que debemos pedir tanto: el dolor por las aflicciones y tristezas de la Santa Iglesia Católica.
Plinio Corrêa de Oliveira, extraído de conferencia del 2/08/1967