Ejercicios de piedad para reparar los Sagrados Corazones de Jesús y María

Publicado el 02/16/2024

Oh Jesús, Unigénito de Dios, Hijo único de María, luz de mi alma, te suplico, por el infinito amor que me tienes que ilumines mi mente con tus santas verdades, que arrojes de mi corazón el deseo de los consuelos de esta vida y que pongas en él deseos de sufrir por tu amor.

San Juan Eudes

Jesús, bueno e inocentísimo Cordero, que sufriste tantos tormentos en la cruz, que viste el Corazón virginal de tu querida Madre abismado en un océano de dolores, dígnate enseñarme a acompañarte en tus sufrimientos y a sentir tus aflicciones.

¡Oh, qué doloroso espectáculo ver estos Corazones de Jesús y María, tan santos e inocentes, tan llenos de gracias y perfecciones, tan colmados del divino amor, tan estrechamente unidos y afligidos el uno por el otro! El Corazón sagrado de la Madre de Jesús sentía vivamente los inmensos tormentos de su Hijo y el Hijo único de María estaba plenamente penetrado de los dolores incomparables de su Madre.

La hermosa oveja y el inocentísimo Cordero se llaman uno a otro. El uno llora por el otro, sufre y siente las angustias del otro sin alivio alguno, y cuanto más puro y ardiente es el amor mutuo más sensibles y agudos son los dolores.

¡Oh corazón endurecido, cómo no te derrites en dolores y lágrimas al ver que eres la causa de los inenarrables dolores de esta santa oveja y del dulcísimo Cordero! ¿Qué han hecho para sufrir tantas aflicciones? Tú, desdichado pecador, tus abominables pecados son los 1616 verdugos de estos inocentísimos y santísimos Corazones. Perdónenme, Corazones benignísimos, tómense la venganza que merezco, ordenen a las criaturas que obedientes descarguen sobre mí los castigos de que soy digno.

Envíenme sus dolores y sufrimientos, a fin de que, como he sido su causa, les ayude a llorar y sentir lo que les he hecho sufrir. Oh Jesús, amor de mi corazón, oh María, consuelo de mi alma, tan semejante a tu Hijo, impriman en mi corazón gran desprecio y aversión a los placeres de esta vida que pasaron ustedes entre tormentos. Puesto que pertenezco a su casa y soy su indignísimo siervo, no permitan que acepte placer alguno en este mundo, sino en lo que ustedes lo tomaron y hagan que lleve siempre sus dolores en mi alma que ponga mi gloria y mis delicias en estar crucificado con Jesús y María.

Virgen santísima, ¿cómo tus goces se han cambiado en dolores? Si hubieran sido semejantes a los del mundo, justo hubiera sido este cambio, pero, oh Reina de los ángeles, jamás te complaciste en algo distinto de lo divino. Sólo Dios poseía tu Corazón y nada te contentaba fuera de lo que procedía de él y a él te llevaba.

Tuviste el gozo de verte Madre de Dios, de llevarlo en tus benditas entrañas, de verlo nacido y adorado por ángeles, pastores y reyes, de verlo descansar en tu sagrado pecho y de alimentarlo con tu leche virginal; de servirle con tus purísimas manos, de ofrecerlo en el templo a su eterno Padre, de verlo conocido y adorado por el justo Simeón y por la profetisa Ana. Todos tus gozos durante los treinta años que con él moraste eran divinos, interiores y espirituales. De él mismo los recibías.

Eran júbilos, elevaciones, de espíritu y arrobamientos del alma, que inflamada en el amor de este amabilísimo Jesús se elevaba y transportaba en su divina Majestad. Y así unida y transformada siempre en él recibía mayores favores que todas las jerarquías del cielo, puesto que tu amor sobrepasaba el de los serafines.

Oh, Señora y reina de los ángeles, ¿qué puede pasar que goces tan puros y santos, tan espirituales y celestiales satisfacciones se conviertan en dolores? ¿Tuvo que llegar hasta ti la miseria y tributo de los pobres hijos de Eva, desterrados del paraíso, en cuyo pecado no tuviste la menor parte? ¿No fue posible que este destierro dejara de ser para ti tierra de aflicciones y valle de lágrimas?

Oh, pobre pecador, que crees encontrar placer en esta vida, que no los tiene sino engañosos y falsos, mira los sufrimientos del rey y de la reina del cielo. Muere de vergüenza a la vista de los desórdenes de tu vida y de la aversión que tienes a la cruz. Toda la vida de Jesús, la inocencia misma, es continuo sufrimiento. Toda la vida de María, santa e inmaculada es perpetua cruz. Y tú, miserable pecador, que has merecido mil veces el infierno, tú ambicionas placeres y consuelos.

Oh, Reina de los ángeles, durante todo el tiempo que viviste con tu Hijo Jesús, te viste oprimida por los dolores que de seguro te vendrían, puesto que habían sido profetizados por el anciano Simeón, dolores sin igual porque la medida de ellos era la grandeza de tu amor.

Llegado el momento de la pasión el divino salvador se despidió de ti para ir a sufrir, te hizo saber que era la voluntad de su Padre que lo acompañases al pie de la cruz y que tu Corazón fuera traspasado por la espada del dolor. Avisada por san Juan en el momento en que iba a ser inmolado el divino Cordero regaste las calles de Jerusalén con tus lágrimas. Encontraste a tu Hijo en medio de una muchedumbre de lobos y leones que aullaban y rugían contra él: Quítalo, quítalo; crucifícalo, crucifícalo (Jn. 19,15). Le viste, no adorado por ángeles ni reyes, sino mostrado al pueblo como falso rey, blasfemado, deshonrado, condenado a muerte, cargado con su cruz, conducido al calvario, a donde lo seguiste bañada en lágrimas en medio de inmensos dolores.

Cuando fue crucificado escuchaste los martillazos que partían tu Corazón, sufriste indecibles tormentos aguardando la hora dolorosa en la que lo habías de ver crucificado. Le contemplaste levantado en alto, entre gritos y blasfemias que vomitaban contra él las bocas infernales de los judíos y que helaban tu sangre.

Estuviste aquellas doloridas horas junto a la cruz oyendo las atroces injurias que aquellos pérfidos proferían contra tu Cordero; contemplaste los terribles tormentos que le hicieron sufrir hasta que expiró entre tantos oprobios y suplicios.

Después lo pusieron muerto en tus brazos para que envolvieses su cuerpo en un lienzo y le dieses sepultura, de manera que como en su nacimiento le prestaste los primeros servicios, le ofrendases también los últimos obsequios en tan apremiantes dolores y crueles angustias. Tan penetrante era la desolación de tu corazón maternal, que, para comprenderla en algo, sería preciso entender el exceso de tu casi infinito amor a tu Hijo. Todo te afligía. En todo no veías sino motivos de desolación y lágrimas; tu maternal Corazón tan lleno estaba de sangrantes llagas, como tu querido Jesús padecía en su cuerpo y en su Corazón. Aunque en nada disminuía tu fe y la obediencia mantenía tu Corazón perfectamente resignado a la voluntad divina, no por eso dejabas de sufrir inconcebibles dolores, como los que experimentaba tu Hijo a pesar de su perfectísima sumisión a todas las órdenes de su divino Padre. No hay, en fin, corazón capaz de comprender lo que entonces sufriste.

Tus fieles devotos y verdaderos amigos se deshacen en lágrimas y se llenan de dolor al ver tus divinos goces cambiados en tan crueles tormentos y al considerar que tu santísima inocencia sufre dolores tan inhumanos. Gustosos se consumirían y harían pedazos para darte consuelo, si lo pudieran. ¡Oh, qué sangriento martirio para el corazón de tu divino Hijo, unigénito de Dios y tuyo, ver tan claro todos los dolores que traspasaban tu Corazón, el abandono en que quedabas, las angustias que su ausencia había de ocasionarte! ¡Saber que no le hablabas, ni él te hablaba, pues no hay palabras capaces de mitigar tan atroces dolores!

Oh, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, ¿qué Corazones son los que así tienes crucificados? ¿Cómo no prestas tu asistencia a tu único Hijo y a tu amada Hija y humildísima sierva? ¿Cómo quebrantas con ellos la ley que estableciste de que en tu altar no se sacrifique el mismo día al cordero y a su madre? Porque en el mismo día, a la misma hora, en la misma cruz y con los mismos clavos tienes clavado al único Hijo de la desolada María y su Corazón virginal de inocentísima Madre.

¿Te preocupas más de las ovejas, bestias irracionales, al no querer que sean sacrificadas cuando se encuentran dolidas por la pérdida de sus corderos, que de esta purísima Virgen afligida por los dolores y muerte de su divino Cordero?

¿Quieres que tenga por verdugo de su martirio el amor que tiene a tu Unigénito; que, en tan crueles tormentos, no falte a este bondadosísimo Hijo la vista de los sufrimientos de esta dignísima Madre para más afligirle y atormentarle? Alabanzas y bendiciones inmortales sean dadas, oh, Dios mío, al amor incomprensible que tienes a los pecadores. ¡Gracias infinitas y eternas por todas las obras de este divino amor!

Oh Jesús, Unigénito de Dios, Hijo único de María, luz de mi alma, te suplico, por el infinito amor que me tienes que ilumines mi mente con tus santas verdades, que arrojes de mi corazón el deseo de los consuelos de esta vida y que pongas en él deseos de sufrir por tu amor, causa de tus tormentos fuente de las tribulaciones de tu santa Madre. Qué ciego soy cuando creo poder agradarte por camino distinto del señalado. ¿Hasta cuándo, oh amor, seré tan ciego y viviré tan engañado? ¿Hasta cuándo huiré de ti?

¿Hasta cuándo este hombre de tierra se negará a tener tus divinos sentimientos? ¿Para qué quiero la vida si no la empleo en dártela como tú y tu santísima Madre la diste por mí en la cruz? ¿Qué mayor esclarecimiento de mis faltas quiero yo que este? ¡Oh divina sabiduría, tu luz celestial me guíe por doquier, que la fuerza de tu amor me posea totalmente y que obre en mi alma los cambios que produce en los corazones dóciles! Me ofrezco y me doy del todo a ti, haz Señor, que lo haga con puro y total corazón. Quítame el placer de todas las cosas que únicamente lo tenga en amarte y en sufrir contigo.

Oh Dios de mi corazón, te adoro y te doy infinitas gracias porque haces que redunden en mi provecho los dolores que sufres al ver los de tu santa Madre. Me la diste por Señora y Madre. Gracias por amarme hasta desear que ella me ame en tu lugar como a su Hijo y como tal tenga compasión de mí y de mis necesidades que me asista, favorezca, proteja, guarde y gobierne como a hijo suyo. Quizá, redentor mío, no has encontrado mayor consuelo para tu santísima Madre, que

darle hijos perversos y pecadores para que emplee su poder y caridad en procurar su conversión y salvación. Bendito y alabado seas eternamente porque has querido que nada se pierda, sino que todo se emplee en remedio de mis males y para colmarme de verdaderos bienes. No permitas, pues, oh mi caritativo médico que muera entre tantos remedios. Recíbeme y hazme digno siervo y verdadero hijo de esta gran reina y buenísima Madre.

Santísima Madre de Dios recuerda que los dolores que no sufriste en el alumbramiento virginal de tu único Hijo se multiplicaron al pie de la cruz, en el alumbramiento espiritual de los pecadores cuando los recibiste a todos por hijos tuyos. Ya que tanto te he costado, recíbeme, aunque indignísimo, en calidad de tal. Haz conmigo, oh santísima Virgen el oficio de Madre protégeme, asísteme, guíame en todo y alcánzame de tu Hijo la gracia de mi salvación.

Oh moradores del cielo, benditos y sagrados frutos de las entrañas espirituales del maternal Corazón de esta purísima Virgen, pídanle que sea siempre para mí Madre benignísima y que me alcance de su querido Hijo Jesús servirlos y amarlos fielmente en este mundo para ser del número de los que lo bendecirán y amarán eternamente en el otro. Amén.

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Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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