El amor del Sagrado Corazón por los hombres

Publicado el 06/14/2024

Si el Hijo de Dios no hubiera derramado su sangre por nosotros, ¿en qué abismo de males hubiéramos sido precipitados sin esperanza alguna de poder salir de él?, pues todas las fuerzas humanas y todos los poderes de tierra y cielo no hubieran sido capaces de sacarnos de allí.

San Juan Eudes

Para entender esta verdad, consideremos los admirables efectos de la bondad incomprensible y del amor indecible de este amabilísimo Corazón para nosotros. Dos principales entre otros muchos.

El primero es habernos librado del abismo de males en que el pecado nos había sumergido. Por el pecado fuimos hechos enemigos de Dios, objeto de su ira y su maldición, excomulgados de la santísima Trinidad, anatematizados del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, separados de la compañía de los ángeles, desterrados de la casa de nuestro Padre celestial, arrojados del paraíso, precipitados al infierno, sumergidos en las llamas devoradoras del fuego eterno, esclavizados bajo la horrible tiranía de Satanás, hechos esclavos de los demonios, abandonados a su rabia y su furor; en una palabra, condenados a los espantosos suplicios del infierno.

Y todo eso para siempre y sin esperanza alguna de socorro ni alivio.

Enumero males infinitamente espantosos, mas hay uno que los supera a todos, mal de males, causa única de todos los males de la tierra y del infierno, el pecado

¡Oh, qué mal es el pecado! Para entender algo acerca de él, imaginémonos que están en la tierra todos los hombres que ha habido, hay y habrá y que cada uno de ellos es tan santo como san Juan Bautista que unidos a ellos están todos los ángeles del cielo en carne humana, hechos pasibles y mortales.

Si todos estos hombres y ángeles derramasen hasta la última gota de su sangre, si muriesen mil veces, si posible fuera, si sufriesen por toda la eternidad todos los tormentos del infierno, no podrían sin embargo librarnos del menor pecado venial, ni satisfacer digna y perfectamente a Dios por la ofensa que recibe por dicho pecado venial, ni por lo tanto librarnos del menor mal que por este pecado hubiéramos merecido ni darnos la gota de agua que hace tanto tiempo pide el mal rico, si el Hijo de Dios no hubiera derramado su sangre por nosotros.

Si un pecado venial es un mal tan grande, ¿qué será el pecado mortal, que es constituirse uno en esclavo de monstruo infernal, más abominable y espantoso que todos los monstruos y dragones de la tierra y del infierno?

En ese abismo de males hubiéramos sido precipitados sin esperanza alguna de poder salir de él, pues todas las fuerzas humanas y todos los poderes de tierra y cielo no hubieran sido capaces de sacarnos de allí. Con todo, para dicha nuestra, hemos sido librados de él ¿A quién se lo debemos?

Al Corazón amabilísimo de nuestro adorable redentor. La inmensa bondad, la infinita misericordia y el amor incomprensible de este divino Corazón nos libró de tantos males.

¿Qué servicio le hemos prestado, qué le hemos hecho que a cosa tal le obligue? Nada, nada, absolutamente nada. Su amor purísimo fue el que nos honró con semejante favor.

¿Qué ha hecho él para procurarnos un bien tan grande? Ha hecho y sufrido cuanto se puede hacer y sufrir. Bien caro le hemos costado: su sangre, su vida, mil tormentos y una muerte cruelísima y muy ignominiosa.

¡Por tanto, cuán obligados estamos a honrar, alabar y amar este benignísimo Corazón!

Imagínate a un hombre que asalta y roba a un mercader en un bosque. Es apresado y llevado a la cárcel, se le sigue proceso y se le condena a muerte. Contémplalo en manos de los verdugos que están a punto de aplicarle el vil garrote. En esto llega el mercader y a fuerza de dinero, súplicas y amigos y hasta ofreciéndose a morir por él, logra librarlo y ponerlo en libertad. ¡Cuán obligado está ese tal con el mercader!

Apliquemos. Por nuestros crímenes estábamos condenados a los suplicios del infierno, el unigénito de Dios, en exceso inconcebible de bondad de su divino Corazón, para librarnos, sufre muerte muy atroz e ignominiosa.

¡Juzga cuán obligados estaremos con este admirable Corazón!

Un elefante se da enteramente toda su vida al servicio de un hombre que le ha sacado de una fosa en donde había caído. Salvador mío, ¿qué te daré yo, qué haré por ti que me has sacado del abismo espantoso del infierno donde caí tantas veces?

Deje sus comentarios

Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

version mobile ->