El amor es la ciencia de los santos

Publicado el 10/03/2021

También nosotros, con Santa Teresita del Niño Jesús, deberíamos poder repetir cada día al Señor, que queremos vivir de amor a Él y a los demás, aprender en la escuela de los santos a amar de una forma auténtica y total.

Hoy quiero hablaros de Santa Teresa de Lisieux, Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, que sólo vivió en este mundo 24 años, a finales del siglo XIX, llevando una vida muy sencilla y oculta, pero que, después de su muerte y de la publicación de sus escritos, se ha convertido en una de las santas más conocidas y amadas. […]

La “pequeña Teresa” no ha dejado de ayudar a las almas más sencillas, a los pequeños, a los pobres, a los que sufren, que la invocan, y también ha iluminado a toda la Iglesia con su profunda doctrina espiritual, hasta el punto de que el venerable Juan Pablo II, en 1997, quiso darle el título de doctora de la Iglesia, añadiéndolo al de patrona de las misiones, que ya le había otorgado Pío XI en 1927. […]

Ser el Amor en el corazón de la Iglesia

Su nombre de religiosa —sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz— expresa el programa de toda su vida, en la comunión con los misterios centrales de la Encar nación y la Redención. Su profesión religiosa, en la fiesta de la Natividad de María, el 8 de septiembre de 1890, es para ella un verdadero matrimonio espiritual en la “pequeñez” del Evangelio, caracterizada por el símbolo de la flor:

“¡Qué fiesta tan hermosa la de la Natividad de María para convertirme en esposa de Jesús! —escribe—. Era la pequeña Virgen Santa recién nacida quien presentaba su Pequeña flor al pequeño Jesús”.

Para Teresa ser religiosa significa ser esposa de Jesús y madre de las almas. Ese mismo día, la santa escribe una oración que indica toda la orientación de su vida: pide a Jesús el don de su Amor infinito, el don de ser la más pequeña, y sobre todo pide la salvación de todos los hombres: “Que hoy no se condene ni una sola alma”.

Es de gran importancia su Ofrenda al Amor misericordioso, que hizo en la fiesta de la Santísima Trinidad de 1895: una ofrenda que Teresa comparte enseguida con sus hermanas, siendo ya vicemaestra de novicias.

Diez años después de la “Gracia de Navidad”, en 1896, llega la “Gracia de Pascua”, que abre el último período de la vida de Teresa, con el inicio de su pasión en profunda unión a la Pasión de Jesús; se trata de la pasión del cuerpo, con la enfermedad que la llevaría a la muerte en medio de grandes sufrimientos, pero sobre todo se trata de la pasión del alma, con una dolorosísima prueba de la fe.

Con María al pie de la cruz de Jesús, Teresa vive entonces la fe más heroica, como luz en las tinieblas que le invaden el alma. La carmelita es consciente de vivir esta gran prueba por la salvación de todos los ateos del mundo moderno, a los que llama “hermanos”. Vive, entonces, más intensamente el amor fraterno: hacia las hermanas de su comunidad, hacia sus dos hermanos espirituales misioneros, hacia los sacerdotes y hacia todos los hombres, especialmente los más alejados. Se convierte realmente en una “hermana universal”.

Su caridad amable y sonriente es la expresión de la alegría profunda cuyo secreto nos revela: “Jesús, mi alegría es amarte a ti”. En este contexto de sufrimiento, viviendo el amor más grande en las cosas más pequeñas de la vida diaria, la santa realiza en plenitud su vocación de ser el Amor en el corazón de la Iglesia.

Aprender a amar en la escuela de los santos

Teresa muere la noche del 30 de septiembre de 1897, pronunciando las sencillas palabras: “¡Dios mío, os amo!”, mirando el crucifijo que apretaba entre sus manos. Estas últimas palabras de la santa son la clave de toda su doctrina, de su interpretación del Evangelio. El acto de amor, expresado en su último aliento, era como la respiración continua de su alma, como el latido de su corazón. Las sencillas palabras “Jesús, te amo” están en el centro de todos sus escritos. El acto de amor a Jesús la sumerge en la Santísima Trinidad. Ella escribe: “Lo sabes, Jesús mío. Yo te amo. Me abrasa con su fuego tu Espíritu de Amor. Amándote yo a ti, atraigo al Padre”.

Queridos amigos, también nosotros, con Santa Teresa del Niño Jesús, deberíamos poder repetir cada día al Señor, que queremos vivir de amor a Él y a los demás, aprender en la escuela de los santos a amar de una forma auténtica y total. Teresa es uno de los “pequeños” del Evangelio que se dejan llevar por Dios a las profundidades de su misterio. Una guía para todos, sobre todo para quienes, en el pueblo de Dios, desempeñan el ministerio de teólogos. Con la humildad y la caridad, la fe y la esperanza, Teresa entra continuamente en el corazón de la Sagrada Escritura que contiene el misterio de Cristo.

Y esta lectura de la Biblia, alimentada con la ciencia del amor, no se opone a la ciencia académica. De hecho, la ciencia de los santos, de la que habla ella misma en la última página de la Historia de un alma, es la ciencia más alta: “Así lo entendieron todos los santos, y más especialmente los que han llenado el universo con la luz de la doctrina evangélica. ¿No fue en la oración donde los santos Pablo, Agustín, Juan de la Cruz, Tomás de Aquino, Francisco, Domingo y tantos otros amigos ilustres de Dios bebieron aquella ciencia divina que cautivaba a los más grandes genios?”.

La Eucaristía, inseparable del Evangelio, es para Teresa el sacramento del Amor divino que se rebaja hasta el extremo para elevarnos hasta Él. […]

En el Evangelio Teresa descubre sobre todo la misericordia de Jesús, hasta el punto de afirmar: “A mí me ha dado su misericordia infinita, y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas (…). Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás más aún que todas las demás), me parece revestida de amor”.

Así se expresa también en las últimas líneas de la Historia de un alma:

“Sólo tengo que poner los ojos en el Santo Evangelio para respirar los perfumes de la vida de Jesús y saber hacia dónde correr… No me abalanzo al primer puesto, sino al último…

Sí, estoy segura de que, aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que pueden cometerse, iría, con el corazón roto de arrepentimiento, a echarme en brazos de Jesús, pues sé cómo ama al hijo pródigo que vuelve a Él”.

“Confianza y amor” son, por tanto, el punto final del relato de su vida, dos palabras que, como faros, iluminaron todo su camino de santidad para poder guiar a los demás por su misma “pequeña vía de confianza y de amor”, de la infancia espiritual. Confianza como la del niño que se abandona en las manos de Dios, inseparable del compromiso fuerte, radical, del verdadero amor, que es don total de sí mismo, para siempre, como dice la santa contemplando a María: “Amar es darlo todo, darse
incluso a sí mismo”.

Así Teresa nos indica a todos que la vida cristiana consiste en vivir plenamente la gracia del Bautismo en el don total de sí al amor del Padre, para vivir como Cristo, en el fuego del Espíritu Santo, su mismo amor por todos los demás.

Benedicto XVI. Fragmentos de la Audiencia general, 6 de abril de 2011

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