
Si damos fe a los resultados de una investigación científica como ésta ¿Cuánto más hemos de dar fe a la palabra que nos viene del mismo Dios, aunque no la veamos?
Guillermo Torres Bauer, EP
En su búsqueda exhaustiva por alcanzar la Verdad, el hombre nunca se va a satisfacer con doctrinas que no sean rigurosamente pensadas, analizadas y comprobadas. Pero hay ciertas verdades que hacen temblar ese edificio doctrinario por no poderse comprobar por los sentidos, para estas verdades basta la fe.
Querido lector ¿Se ha puesto a pensar alguna vez cuál es el objeto espacial más lejano a la tierra?
Se lo presento, es el 2018AG37, más conocido como “FarFarOut” (en inglés “muy muy lejos”) es el objeto hasta ahora conocido que se encuentra más alejado del sol. Se encuentra a 132 unidades astronómicas, es decir 132 veces más lejano que la tierra del sol, algo así como a 19 billones de kilómetros del sol. Tarda cerca de 1000 años en darle una vuelta al sol y tiene más o menos 400km de ancho.

Observatorio astronómico internacional de Mauna Kea en Hawái
Fue descubierto en el 2018 por los científicos Scott Sheppard, David Tholen, y Chad Trujillo con el Telescopio Subaru desde el Observatorio Mauna Kea en Hawái. El descubrimiento fue confirmado por el Minor Planet Center (MPC) perteneciente al observatorio Astrofísico Smithsoniano ligado a la universidad de Harvard. Para poderlo ver sólo se pueden utilizar los telescopios más potentes del mundo y su brillo es tan tenue que en los dos primeros años después de su descubrimiento sólo se le pudo ver 9 veces.
Al tomar contacto con este tipo de información, uno que otro espíritu escéptico podrá decir “hasta no ver no creer”; el gran problema es que para poder ver con nuestros propios ojos el famoso Farfarout, debemos primero viajar hasta donde se encuentran los mejores telescopios del mundo: California, Antofagasta, Hawái, Tenerife…; estando allá, “hacer fila” codeándonos con los mayores astrónomos, físicos y científicos del planeta para poder usarlo; después hacer el cálculo de más o menos qué día podremos verlo; obviamente aprender a utilizar el telescopio; esperar a que todos los otros elementos siderales regados por el espacio no nos obstaculicen la visión y finalmente, rezar para que no esté nublado…
¿Qué hace entonces, que una persona crea en la existencia del Farfarout, así no más, sin necesidad de verlo a través de un telescopio? Sencillamente, la fe.
“Fe” en el sentido lato de la palabra, es la aceptación de un testimonio por la autoridad del que lo da. En este caso, al darnos cuenta que los científicos que lo descubrieron no son cualquier persona y que los institutos que avalan sus investigaciones son de renombre, podemos afirmar, aunque no lo veamos con nuestros propios ojos, que son verídicas sus investigaciones y que el Farfarout existe.
Y si damos fe a los resultados de una investigación científica como ésta ¿Cuánto más hemos de dar fe a la palabra que nos viene del mismo Dios, aunque no la veamos?
Es imposible abordar el tema de la fe sin acordarnos de la falta de fe de los Apóstoles después de la resurrección de Nuestro Señor. Las pruebas no podían ser más claras para alimentar su fe: el mismo Jesús en vida les había anunciado que iba a resucitar; estando reunidos en el Cenáculo el Sábado Santo primero llega Santa María Magdalena diciendo que se le apareció Jesús junto al sepulcro; luego las Santas Mujeres afirman que vieron a dos Ángeles que les explicaron que Jesús había resucitado; además llegan los dos discípulos de Emaús contando que se les apareció en el camino, les explicó las escrituras y se les mostró al partir el pan y aun así, después de todo esto no creen. Tuvo que aparecerse el propio Nuestro Señor Jesucristo resucitado esa misma tarde, mostrarles sus llagas y dejarse tocar por ellos, para que comenzaran a creer.

Santo Tomás Apóstol
Sin embargo, el Apóstol Santo Tomás no estaba presente en ese momento, y al llegar, los otros Apóstoles comenzaron a contarle las maravillas que habían visto, pero no creyó: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré” (Jn 20, 25).
¿Existirán hoy en día personas así, que teniendo a su frente todas las pruebas de la presencia de Dios en sus vidas, no creen?
Ocho días después de esta aparición, Nuestro Señor se aparece de nuevo en el Cenáculo. Estando Santo Tomás presente, Jesús se dirige directamente a él y para comprobarle que en realidad había resucitado lo invita a palpar las llagas de sus manos y de su costado. Y para sorpresa de todos, la profesión de fe de aquel “Apóstol incrédulo” supera a la de todos los otros Apóstoles, pues al instante lo reconoció como su Rey y su Dios: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28).
Y todo esto sucedió para beneficio nuestro, pues como dice San Gregorio Magno “aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su Maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad”.
Y así como en el Sermón de la Montaña, Jesús profiere en este momento la última bienaventuranza antes de subir al Cielo, una bienaventuranza que nos abarca a todos y cada uno de nosotros: “Porque me has visto Tomás has creído, Bienaventurados los que creen sin haber visto” (Jn 20, 29). ¡Cuántas veces damos más fe a los hallazgos científicos que a las verdades de nuestra religión! ¡Cuántas veces en nuestra vida creemos más en un Farfarout que en los propios dogmas de fe dictados por la Santa Iglesia!
La fe es el fundamento de todas las demás virtudes, sin ella las otras virtudes no pueden subsistir. La fe es el cimiento de nuestro relacionamiento personal con Dios, sin ella es imposible agradarle a Él. La fe unida a la virtud de la caridad, nos aleja del pecado y purifica nuestro corazón.
Nosotros, los católicos (si es que lo somos de verdad o por lo menos lo deseamos ser) tenemos la obligación de creer con fe entrañada, ardiente y creciente, TODO aquello que se contiene en la palabra de Dios, escrita o transmitida por la tradición y que la Iglesia como autoridad infalible, nos propone como divinamente revelado.

Basílica de San Pedro en la Ciudad del Vaticano
No tenemos que ir más allá del Farfarout para encontrar la Verdad, ella se encuentra junto a nosotros, revelada por Dios y otorgada a la Santa Iglesia como verdadera “Guardiana del tesoro de la fe”.
Con información de:
ROYO MARÍN, OP, Antonio. Teología de la Perfección Cristiana. 12.ª ed. Madrid: BAC, 2007
ROYO MARÍN, OP, Antonio. Teología Moral para Seglares. Madrid: BAC, 1996