En el borrón del plan “A” de la Creación se posó la mano del divino Artista y lo transformó en el más magnífico grabado
que ningún copista ha podido excogitar.
Diac. Sebastián Correa Velásquez, EP
“Errare humanum est”, dice la
antigua y conocida máxima.
Y, de hecho, ¿quién de nosotros podría decir: “nunca me equivocaré”? Pero si errar es propio del ser humano, también lo es en-
mendarse, pues quién, en su sano jui-
cio, no hace lo posible por ponerse en
pie enseguida tras una caída.
A respecto de este tema, un detalle
encontrado en el arte de los copistas
medievales —la mayoría monjes—
nos lleva a meditar sobre la belleza
del arrepentimiento, tan característi-
co del verdadero hijo de Dios.
No era nada fácil en aquellos
tiempos desempeñar el laborioso
oficio de transcribir a mano libros
enteros valiéndose de medios tan
precarios comparados con las fa-
cilidades contemporáneas.
En las grandes salas de los monasterios
destinadas para tal fin, llamadas scriptorium, era corriente encontrarse con copistas que se equivocaban al escribir una letra: bastaba, por ejemplo, que la pluma llevase más tinta de lo normal para que apareciera un borrón.
Una de las soluciones para tan frecuente problema era cubrir la parte manchada con un dibujo o un arreglo artístico que, además de corregir la grafía de la letra, la dejaba más bonita y adornada que antes,
si no hubiera existido el error. Hay quien afirma que ése es el origen de las letras iniciales de los textos que, con el paso del tiempo, florecieron en las magníficas capitulares historiadas, los espléndidos grabados y las cuidadas decoraciones marginales características de los Libros de Horas.
Sirviéndonos de la expresión del padre Joseph Tissot, aquel habría sido un verdadero “arte de aprovechar nuestras faltas”.1
Los deslices de los copistas se transformaban en obras de arte que realzaban el sentido del texto e invitaban a la meditación.
Algo análogo pasó en la Historia. Se podría decir que el gran libro de la trayectoria humana fue escrito en zigzag: Dios traza un camino y el hombre yerra; el hombre se arrepiente y el divino Artista repara el error humano, dibujando por encima trazos mucho más maravillosos que los anteriores.
Analizando este proceso desde una perspectiva más alta, se puede afirmar que hubo un gran borrón en el plan “A” de la Creación, sobre el cual se posó la mano divina y lo transformó…, pero no en un plan “B”, secundario, sino en un sublime plan “A+A”.
“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Al hacerse uno de nosotros y entregar su vida por las faltas de los hombres, nos redimió del pecado y nos abrió las puertas del Cielo. He aquí el magnífico grabado que ningún copista ha podido excogitar.