El clérigo que le vendió su alma al demonio

Publicado el 11/29/2021

Suave y caritativo en apariencia, orgulloso y desprovisto de fe en su interior, el clérigo Teófilo no soportó perder el cargo. Y optó por la peor solución…

Hubo una vez cierto clérigo llamado Teófilo, muy conocido en la región donde vivía. No hacía más que ayudar a los necesitados y a todos los que lo buscaban, practicando una de las más bellas virtudes, la caridad.

Su fama crecía con cada día, en la ciudad era tenido por un gran santo y el obispo de la región lo nombró administrador de los bienes de la diócesis.

Aunque muchos se habían enriquecido en ese cargo, Teófilo, en cambio, sólo se ocupaba de ayudar a los demás con sus propios recursos.

Habiendo fallecido el obispo, todo el clero y hasta los simples fieles aclamaron como sucesor a Teófilo. Pero éste, declarándose indigno del puesto, se negó, lo que llevó a la nominación de otro.

El nuevo prelado, que no era hombre de vida interior, se llenó de vanidad y prepotencia al verse en una situación tan honorífica.

Como todos sabían que había llegado a ser obispo porque Teófilo se había rehusado, el obispo se sentía incómodo con el clérigo a su lado. Así que buscó un pretexto y lo despidió del cargo de administrador.

El pobre clérigo, que siempre quiso ser el último en todo, no necesitó más esfuerzos porque sufrió el abandono general. Fue entonces cuando se rebeló.

Crecía en deseos de venganza a cada momento, y ante semejante prueba, descubrió que no era el hombre virtuoso que pretendía ser. Por fin, llegó a arrepentirse de rechazar el episcopado.

Nadie más le mostraba gratitud y eso lo amargaba. Se volvió un resentido, inundado por el rencor y con el corazón desbordante de odio.

En sus tiempos de administrador había oído reclamos sobre un brujo que habitaba lo profundo del bosque. Decían que era un ser ligado al espíritu de las tinieblas. Teófilo no estaba seguro de su existencia, pues todo podría ser una simple leyenda, pero se puso a buscarlo.

Y cuando finalmente lo encontró, no fue necesario explicar sobre sus reales motivaciones, pues aquel hombre misterioso tenía lista la solución de su caso aunque no lo conociera.

El antiguo administrador quería poder y riqueza, lo que no era difícil para esa diabólica criatura. Al clérigo le bastaría vender su alma al demonio para recibirlo todo a cambio: carrera, éxito, fama y poder.

Teófilo firmaba con su propia sangre su entrega al demonio

Teófilo firmó con su misma sangre un documento donde
dejaba constancia que su alma pertenecía al demonio. Y en ese momento, el siniestro “dueño” hizo su horrenda aparición.

Al día siguiente el obispo lo mandó llamar, admitió su error y lo repuso en el cargo. La ciudad se alegró con la noticia y todos corrieron a felicitarlo.

Ebrio de fama y poder, a Teófilo ya no le importaba ser obispo, porque en sus manos tenía incluso al prelado.

Daba órdenes a todos y decidía el destino de muchos. Pasaba por santo, ya que eso aparentaba.

Los años siguieron su lento curso, y de vez en cuando Teófilo recordaba el pacto realizado. Pero la memoria de aquella terrible escena lo asustaba, hasta que con el tiempo llegó a parecerle irreal.

Muchas veces recibía elogios de quienes lo tenían por hombre bueno y virtuoso. Pero entre esos tantos, hubo uno que caló hondamente en él: cierto religioso al que había prestado un
gran servicio vino un día a agradecerle, diciendo que practicaba la verdadera caridad, y que su nombre Teófilo –“el que ama a Dios”– era perfectamente apropiado.

Estas palabras quedaron girando en su cabeza. Sabía muy bien que más allá de las apariencias de virtud, no amaba a Dios de verdad.

Hasta se preguntaba si acaso lo había amado sinceramente alguna vez en su vida, porque incluso antes de firmar el pacto sólo pensaba en los derechos que sus buenas obras le daban para alcanzar el Paraíso, y no hacía más que calcular su recompensa con toda precisión.

Sacudido en lo profundo de su alma por estas reflexiones, quiso cambiar y amar a Dios por entero. Pero algo se lo impedía: el pacto. No podía hacer nada pues su alma ya no le pertenecía, había sido vendida al diablo.

¿A quién acudir en semejante situación? No tenía escapatoria, ni siquiera lograba rezar, le faltaban fuerzas para dirigirse a Dios dado que pertenecía al demonio. Recurrió entonces a la Santísima Virgen para implorar su ayuda, pues, por el pacto firmado, había renegado de su divino Hijo. Les había mentido a todos haciendo el papel de persona virtuosa.

Compadecida de tanta miseria, la Virgen dirigió su mirada de misericordia hacia el indigente que se hallaba a sus pies y se le apareció.

La Santísima Virgen obliga al demonio a entregar el documento del pacto que el monje Te{ofilo había hecho con él

Oyó todo cuanto él debía confesar, y desempeñó luego su papel de Madre: obligó al demonio a devolver el maldito documento en ese mismo instante.

A la mañana siguiente Teófilo, con gran contrición y dolor, buscó al obispo y confesó su crimen, mostrándole el contrato infernal.

Quiso que todo el pueblo conociera lo sucedido, pidiendo al obispo que leyera el documento en la catedral. Cuando la estremecedora lectura concluyó, el pergamino se pulverizó a la vista de todos.

Finalmente, Teófilo era libre para amar, libre para servir, libre para reparar, y así santificarse para mayor gloria de Dios.
* * *
La historia de Teófilo es relatada en el libro “Les Miracles de Notre-Dame” de Gautier de Coincy. Muy popular en el siglo XII, quedó inmortalizada en el pórtico norte de la Catedral de Notre Dame, en París.

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