
¿Por qué se festeja el natalicio de alguien? La razón es muy sencilla: el cumpleaños de una persona representa el momento en que ésta entra en el escenario de la vida.
Cada nacimiento constituye un favor, una gracia de Dios, porque todo hombre —por más que haya sido concebido en pecado original y traiga alguna deficiencia familiar— es una criatura de gran valor y significa un enriquecimiento altamente ponderable para la humanidad en su conjunto.
Así pues, cuando se festeja el aniversario de una persona, se conmemora su entrada en el mundo con todo lo que le es característico en materia de «luz primordial»,1 de virtudes que debe practicar, de riquezas de alma que posee, e incluso de pecado original, con los defectos que lleva consigo como algo que ha de ser combatido y vencido, lo cual redunda en un aumento de gloria.
Concebida sin pecado y colmada de dones
En estas condiciones, la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen nos lleva a preguntarnos cuál fue el enriquecimiento que Ella ha aportado a la humanidad y a qué título especial debe el género humano festejar su cumpleaños.
Poniéndonos en esa perspectiva, nos quedamos sin saber qué decir…
En efecto, Nuestra Señora fue concebida sin pecado original. Siendo un lirio de incomparable hermosura, libre de toda mancha, su nacimiento debería alegrar no solo al género humano, sino también a todos los coros angélicos, pues significa la aparición en este exilio, en medio de la humanidad caída, de una criatura inmaculada.
Además, María Santísima poseía todos los dones naturales que una mujer puede tener. El Señor le dio, según el orden de la naturaleza, una personalidad riquísima, preciosísima, valiosísima y, en ese sentido, su presencia entre los hombres representaba un tesoro de valor verdaderamente incalculable.
Por último, con Ella ganamos los tesoros de las gracias que la acompañaban y que son las mayores gracias concedidas por Dios a alguien, gracias inconmensurables.
«Bendito el día que la vio nacer»
El más fulgurante nacimiento del sol, los fenómenos naturales más grandiosos no son nada comparados con la belleza del ingreso de María en el mundo
Comprendemos, entonces, que el más fulgurante nacimiento del sol es pálido en comparación con la belleza del ingreso de Nuestra Señora en el mundo. Todos los fenómenos más grandiosos de la naturaleza que representan algo precioso, inestimable, nada son en comparación con eso; la entrada más solemne que se pueda imaginar de un rey o de una reina en sus dominios no es nada en comparación con eso.

El júbilo de todos los ángeles del Cielo, también el de muchos justos que tuvieron conocimiento del hecho y los sentimientos de alegría difundidos aquí y allá en las almas buenas, todo esto debe haber aclamado el momento bendito en que la Santísima Virgen entró en el mundo.
Hay una frase de Job que me gusta mucho parafrasear y que me parece adecuada para expresar esta realidad: «Bendito el día que me vio nacer, benditas las estrellas que me vieron pequeñito, bendito el momento en que mi madre dijo: ha nacido un varón» (cf. Job 3, 3).
También se podría decir: «¡Bendito el día que vio nacer a María, benditas las estrellas que brillaron sobre Ella cuando era pequeñita, bendito el momento en que sus padres verificaron que había nacido la criatura virginal llamada a ser la Madre del Salvador!».
Irrupciones de Nuestra Señora en las almas…
La Natividad de la Virgen nos inspira también otro pensamiento.
El mundo estaba postrado en el paganismo. La situación en aquellos tiempos era parecida a la de hoy: todos los vicios imperaban, la idolatría dominaba la tierra, la abominación había penetrado en la propia religión judía, que era la precursora de la religión católica; el mal y el demonio vencían por completo.
Pero, en el momento decretado por Dios en su misericordia, ¡todo cambió! Él derribó la muralla, comenzó la ruina del «orden» del demonio cuando menos se lo podía imaginar. Nació María, la raíz bendita de la cual brotaría el Salvador de la humanidad.
¡Cuántas veces no ocurre algo similar en nuestra vida espiritual! Hay ocasiones en las que nuestra alma está en lucha, cargada de problemas, retorciendo y revolviendo dificultades. Ni siquiera tenemos idea de cuándo llegará el bendito día en que una gracia extraordinaria, un gran favor, pondrá fin a nuestros tormentos, proporcionándonos un amplio progreso.
De repente, hay un nacimiento en un sentido especial de la palabra: irrupciones de Nuestra Señora en nuestra alma. En la noche de las mayores tinieblas, aparece y comienza a disipar las dificultades a las que nos enfrentábamos y, cual aurora en nuestra vida espiritual, hace surgir algo nuevo, que ni sospechábamos.
… y en el mundo
Hay otro aspecto también. Nuestra Señora parece ausente del mundo actual. Pero si consideramos que, de un momento a otro, puede empezar a actuar, hacer su actividad más constante, más continua, más intensa de lo que ha sido hasta ahora, con vistas a la instauración de su Reino, es probable que ocurran prodigios extraordinarios que nos hagan sentir su presencia. Se producirá, entonces, una irrupción más de Nuestra Señora en el mundo.
Al igual que en los tiempos de su nacimiento, la Virgen irrumpirá en la historia una segunda vez e implantará su Reino en la tierra
Y esta irrupción puede hacerse a través de nuestro movimiento, con todo cuanto humanamente tiene de pobre y débil, pero que —como David frente a Goliat— por la fe, por la dedicación y por el uso de las tácticas de la RCR2 debe derribar y aplastar al gigante de la Revolución. Una acción así sería una irrupción de Nuestra Señora en la historia, una manifestación de su deseo de vencer. Las murallas que hemos derribado, las gracias de las cuales, aunque indignos, hemos sido canales, ¿no representan también la manifestación de la voluntad del Inmaculado Corazón de María de implantar su Reino a través de nuestra actuación?

Esto debe darnos mucha alegría y mucha esperanza, con la certeza de que la Santísima Virgen nunca nos abandona. En las ocasiones más difíciles, Ella nos visita, su presencia como que irrumpe entre nosotros, resuelve todos nuestros problemas, cura nuestros dolores, nos da la combatividad y el coraje necesarios para cumplir con nuestro deber hasta el final, por arduo que sea, y arma nuestro brazo en la lucha contra el adversario.
«Sus hijos la proclamaron bienaventurada»
Hay elementos históricos para decir que todas las grandes almas que lucharon contra los herejes, los grandes martillos de las herejías que surgieron a lo largo de los siglos, han sido elegidos personalmente por Ella.
La suscitación de esas almas recuerda algo muy hermoso consignado en el escudo de los padres del Inmaculado Corazón de María. En la parte superior está San Miguel Arcángel y justo debajo, el Corazón de Nuestra Señora, rodeado por estas palabras: «Sus hijos se levantaron y la proclamaron bienaventurada».
Esta presencia de guerreros que, como soldados de San Miguel Arcángel, se levantan armados para combatir al adversario, proclamando bienaventurado al Corazón de María, ¿no es también una irrupción de Nuestra Señora en la historia?
Debemos pedirle a Ella la gracia de ser una irrupción suya en el mundo de hoy, armados con espíritu de lucha para la gloria de la Iglesia
Debemos pedir que seamos estos guerreros de hierro, indomables, de un odio implacable al demonio y sus secuaces, a la Revolución y sus obras, destinados a las mayores gestas, deseosos de consumar los golpes más audaces. De ese odio a la Revolución deben estar llenos los corazones de quienes aman realmente a la Virgen.
Pidamos a María esta gracia especial: que seamos una irrupción de Ella en el mundo de hoy, armados de pies a cabeza con espíritu de lucha, con implacable hostilidad a la Revolución, para restablecer definitivamente la gloria de la Iglesia, tan conspurcada en este momento.

De tal manera que, cuando muramos, se pueda colocar en la tumba de cada uno de nosotros: «Éste fue un hijo de María, que se levantó y la proclamó bienaventurada en una época de apostasía, de humillación y de decadencia de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana».
Desde su nacimiento, influyendo en el destino de la humanidad
Alguien dirá: «Pero, un bebé, que no tiene uso de la palabra ni de razón, ¿qué puede aportar a la sociedad?».
Esta objeción no se aplica a Nuestra Señora. Concebida sin pecado original y dotada del uso de razón desde el primer instante de su ser, ya en el vientre materno tenía pensamientos elevadísimos y muy sublimes, viviendo en el seno de Santa Ana como en un verdadero tabernáculo.
De esto tenemos una confirmación indirecta por lo que se narra en el Evangelio sobre San Juan Bautista. Si el Precursor —que no estuvo exento de la culpa original, pero liberado de ella antes de nacer—, al oír la voz de María saludando a Santa Isabel saltó de gozo en el seno materno (cf. Lc 1, 41), ¿no podría la Madre del Redentor, ya en su infancia, haber tenido conocimiento de lo que estaba sucediendo?
Debido a la altísima ciencia que le fue concedida por la gracia de Dios, desde el claustro materno, Nuestra Señora pedía la venida del Mesías y la derrota del pecado. Desde ahí se formó en su espíritu el elevadísimo propósito de convertirse en sierva de la Madre del Salvador. De esta manera, María Santísima influía en el destino de la humanidad. Su presencia en la tierra ya era una fuente de gracia para todos los que se acercaban a Ella en su infancia e incluso antes de nacer.
El Evangelio nos dice que de la túnica del Señor salía una virtud capaz de curar (cf. Lc 8, 43-48). Si era así, también su Madre, el Vaso de elección, debería ser fuente de gracias que brotaba para todos.
Aunque fuera sólo una niña pequeña, ya en su natividad gracias enormes comenzaron a rayar para la humanidad. Su nacimiento supuso el aplastamiento del demonio, que percibió que algo en su cetro se había roto y que jamás sería reparado. La victoria de la Contra-Revolución empezaba a afirmarse.
Cual «aurora» de la luna
Para concluir, recordemos la víspera de Navidad. Desde hace siglos, esta fiesta se repite, y siempre tenemos la sensación de que una bendición desciende del Cielo sobre la tierra y que, de alguna manera, las energías espirituales de todos se renuevan. Hay una verdadera aurora, y por eso, la Nochebuena es única en el año.
Ahora bien, como todo lo que se refiere a la Santísima Virgen tiene una íntima conexión con lo que concierne a Nuestro Señor, debemos imaginar que algo parecido ocurre en la Natividad de María.
¿Qué similitud hay entre estas dos navidades?
Cuando hablamos de la Navidad de Jesús, nos acordamos del nacimiento del sol. ¡Y qué hermoso es ver la luz que nace!
El «nacer» de la luna es en algo análogo al del sol: ¡Qué alegre, qué beneficioso, qué consolador! Nos da idea de lo que fue el natalicio de la Virgen
Si el Señor es simbolizado por el sol, a Nuestra Señora se la suele comparar con la luna. El «nacimiento» de la luna no tiene la gloria del nacimiento del sol, pero ¡cuánta analogía encierra! ¡Qué beneficioso es, qué alegre, qué estimulante, qué reconfortante! Esto podría darnos una idea de lo que fue el bendito nacimiento de la Santísima Virgen.
Siendo hijos de María —no por nuestros méritos, sino por su voluntad—, al celebrar su nacimiento podemos pedirle una gracia especial.
En revelaciones privadas hechas a muchos santos, se dice que Nuestra Señora desciende con frecuencia al Purgatorio, consuela a las almas que allí se encuentran y lleva a un gran número de ellas al Cielo.

Este hecho nos da una idea de lo que Ella hace en la Iglesia militante. Su gracia baja sobre nosotros y nos obtiene una serie de favores. Y su natividad es un momento propicio para pedirle que nos conceda uno de esos favores. ¿Qué debemos pedir?
Que cada uno se recoja un poco, se concentre y pida lo que necesita. Pero sugiero que esté presente, de un modo especial, esta gracia: que la Santísima Virgen establezca con cada uno de nosotros una alianza singular, un vínculo de filiación propio en nuestra relación con Ella, de manera que nos tome bajo su amparo de una forma muy particular. Y que, por tal motivo, nos cure de la llaga de alma que Ella considere que nos debe sanar.
A veces no es exactamente lo que imaginamos, sino otra cosa. Lo que sea más necesario para curar nuestra alma, que nos lo conceda esta noche de su natividad. ◊
Extraído, con adaptaciones al
lenguaje escrito de: Conferencia.
São Paulo, 8/9/1963.
Notas
1 Expresión acuñada por el Dr. Plinio para designar el aspecto específico de Dios que cada alma está especialmente llamada a reflejar y contemplar.
2 Referencia al libro Revolución y Contra-Revolución, en el que el Dr. Plinio consignó las líneas maestras de su pensamiento y acción.