
Padre Luis Chiavarino
Discípulo — Padre, hace poco usted hablo del demônio mudo; ¿Cuál es este demonio?
Maesntro — Es el demonio de impureza o deshonestidad. Así lo llama el propio Jesús en el Santo Evangelio.
Discípulo — ¿Pero, qué es esa impureza o deshonestidad?
Maestro — Son todos los pecados prohibidos por el sexto y el noveno mandamiento, esto es, las malas acciones, las malas miradas, los malos deseos y las infidelidades y malicias en el matrimonio.
Discípulo — ¿Entonces la impureza es un pecado muy grave?
Maestro — Es un pecado gravísimo y abominable ante Dios y ante los hombres. A quienes los cometen los rebaja a la condición de las bestias y también es causa de muchos pecados, provocando los mayores y más terribles castigos en esta y en la otra vida.
Las Sagradas Escrituras llama a los pecados de impureza por los nombres más bajos: ―crimen pésimo, cosa detestable, horrible infamia sin nombre. San Pablo, entonces dice claramente: “Neque molles, neque fornicarii, neque adulteri… regnum Dei possidebunt”.
Esto quiere decir que, ni los moles, ni los que pecan a solas, ni los adúlteros que son infieles en el matrimonio poseerán el Reino de Dios.
Discípulo — Pobres de nosotros! Debemos estar siempre alerta.
Maestro— ¡Ciertamente! Los santos Padres son todos de la misma opinión cuando dicen que la impureza es el pecado que atrae mayor número de almas para el infierno.
Discípulo — ¿De verdad?
Maestro — ¡Sí señor! San Agustín afirma que, así como la soberbia pobló el infierno de ángeles, la deshonestidad lo llena de hombres; y San Alfonso añade que todos los cristianos que son condenados, lo son por causa de la deshonestidad, o por lo menos nunca sin ella.
Discípulo — ¿Cuál será el motivo de esto?
Maestro — Los motivos son especialmente dos:
1.° Las deshonestidades son pecados fáciles de cometer.
2.° Una vez cometidos tales pecados es difícil enmendarse.
Discípulo — ¿Por qué son pecados bastante fáciles de cometer?
Maestro — Porque no debemos creer que los pecados de deshonestidad consisten unicamente en las fornicaciones, en los adulterios y en otros tantos pecados nefandos; esos son excesos Para pecar mortalmente contra a pureza bastan las miradas lascivas, las lecturas obscenas, las canciones impúdicas, los gestos e las conversaciones maliciosas, los noviazgos licenciosos, y hasta los pensamientos y complacencias interiores y los deseos impuros cuando consentimos libremente en ellos
Discípulo — ¿Y por qué son más difíciles de corregir?
Maestro — Porque, lamentablemente, un pecado llama a otro, hasta que poco a poco se forma una cadena que no conseguimos romper más. En este caso también podemos decir, ¡ay de quién comienza!.
Discípulo— ¿¡Será esto posible! Pero la confesión no sirve de nada. No consigue romper la cadena?
Maestro — Cuando es bien hecha, la confesión es siempre un medio muy poderoso; entretanto, es aquí donde está el engaño y toda la fuerza del demonio mudo; él cierra la boca y no permite que se confiesen bien estos pecados.
Discípulo —¡Oh! Pero si se confesaran bien todas las veces no seguirían en el camino de la deshonestidad, cierto Padre? La confesión sería más fuerte que ellos.
Maestro — Justamente. Al demonio mudo le gustan las tinieblas, la confesión trae la luz y la luz ahuyenta los pecados.
Discípulo — ¿Entonces, la misericordia de Dios abandona al pecador deshonesto?
Maestro — No es Dios quien abandona al deshonesto, sino el deshonesto quien abandona a Dios, no interesándole más Él, o peor aún, despreciándolo como lo vimos en el capítulo anterior. Por lo tanto, la deshonestidad es llamada la madre de la impenitencia final y los santos dicen “vida deshonesta, muerte impenitente”.
Discípulo — ¿Y por que es la madre de la impenitencia final?
Maestro — Porque generalmente en la hora de la muerte este pecado no se confiesa. Los pecadores no están dispuestos a confesar y a apagar el pecado con el debido arrepentimiento.
Discípulo — ¿Incluso en peligro de muerte?
Maestro — Sí incluso estando a punto de morir! Y se resignan a perder el Paraíso e ir para el infierno “Vida deshonesta, muerte impenitente”.
***
Martín Lutero era un fraile agustino: por un amor impuro dejó el convento, se rebeló contra la Iglesia, fundó el protestantismo y se entregó a una vida escandalosa. Una noche, se encontraba en la terraza de un hotel, al lado de su compañera de pecado Catalina de Bora (una antigua monja cisterciense) La temperatura era agradable, el cielo estaba muy lindo y millares de estrellas brillaban en el firmamento,
Catalina, cansada tal vez de aquella vida de remordimientos, se volvió de repente para Lutero y le dijo:
— ¡Mira Martín, cómo es lindo el cielo!
Ante aquellas palabras, Martín exclamó con un profundo suspiro:
— ¡Sí, Catalina,el cielo es lindo pero ya no es para nosotros!
El infeliz sentía que iba a perder el Paraíso, pero se confesaba incapaz de resurgir y poco después moría en ese mismo hotel, dando muestras de la más terrible desesperación .―¡Vida deshonesta, muerte impenitente!
Tomado del Libro Confesaos bien