El divino Corazón de Jesús, hoguera de amor de la Iglesia triunfante, militante y purgante

Publicado el 03/15/2024

Este adorable Corazón es hoguera ardiente de amor divino que esparce sus fuegos y llamas por doquier, en la Iglesia triunfante en el cielo, en la militante en la tierra, en la purgante en el purgatorio y hasta en cierta manera en los infiernos.

San Juan Eudes

Este adorable Corazón es hoguera ardiente de amor divino que esparce sus fuegos y llamas por doquier, en la Iglesia triunfante en el cielo, en la militante en la tierra, en la purgante en el purgatorio y hasta en cierta manera en los infiernos.

Si elevamos los ojos y el corazón al cielo a la Iglesia triunfante, ¿qué vemos? Un ejército innumerable de santos: patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, confesores, vírgenes y bienaventurados. ¿Qué son todos estos santos? Llamas de la inmensa hoguera del Corazón divino del Santo de los santos.

La bondad y el amor de este Corazón amabilísimo les hizo nacer en la tierra, los iluminó con la luz de la fe, los hizo cristianos, vencedores del diablo, del mundo y de la carne, los adornó de todas las virtudes, los santificó en el mundo y los glorificó en el cielo, encendió en sus corazones el amor a Dios, puso en sus labios las divinas alabanzas y es fuente de cuanto grande, santo y admirable hay en ellos. De aquí que, si durante el año se celebran tantas fiestas en honor de los santos, ¿qué solemnidad no merecerá el divino Corazón, principio de lo noble y glorioso de los santos?

Vengamos a la tierra y veamos lo más digno y grande de la Iglesia militante. El sacramento del bautismo nos hace hijos de Dios; la confirmación nos da el Espíritu Santo; la penitencia: borra los pecados y nos pone en gracia con Dios; la eucaristía alimenta el alma con la carne y sangre del Hijo de Dios para hacernos vivir su vida; el matrimonio da hijos a Dios para servirle y honrarlo en la tierra y amarlo y glorificarlo por siempre en los cielos; el orden da sacerdotes a la Iglesia para perpetuar las funciones sacerdotales del divino sacerdote y así cooperar con él en la salvación del mundo, la gran obra.

De ahí que lleven el nombre y la condición de salvadores: suben los salvadores al monte Sión (Ab 21).

El sacramento de la extremaunción, finalmente, nos fortifica a la salida de este mundo contra los enemigos de nuestra salvación que luchan con gran esfuerzo en aquel último momento.

Todos estos sacramentos son fuentes inexhaustas de gracia y santidad originadas en el océano inmenso del sagrado Corazón de nuestro Salvador; todas sus gracias son llamas de la hoguera divina de su Corazón.

La más ardiente de estas llamas es la santísima eucaristía. En efecto, este gran sacramento es compendio del poder, maravillas, sabiduría y bondad de Dios; ciertamente es fruto del Corazón incomparable de Jesús y llama de esta divina hoguera.

Por tanto, si con tanta solemnidad celebra la Iglesia este divino sacramento, ¿con qué solemnidad deberá celebrar la fiesta del sacratísimo Corazón, origen de todo lo grande, extraordinario y precioso que hay en el augusto sacramento?

Hablemos del purgatorio, de la Iglesia purgante. ¿Qué es el purgatorio? El temible trono de la divina justicia que despliega aquí castigos tales que santo Tomás dice que la menor pena que en él se sufre, supera todos los sufrimientos de este mundo1.

San Agustín exclama más grave es ese fuego que cuanto puede un hombre padecer en esta vida2. Sin embargo, esta terrible justicia no excluye la misericordia, al contrario, ella junto con la justicia hizo el purgatorio para abrirnos el paraíso, de otra manera estaría cerrado a la mayoría de los hombres, pues es verdad de fe que nada manchado entra en el cielo (Ap. 21, 27).

Aunque un alma, al dejar su cuerpo, sólo tuviera un pecado venial, jamás entraría en el paraíso, si la misericordia del Salvador no hubiera establecido el purgatorio para purificarla. Por tanto, el purgatorio es efecto de la bondad y caridad del Corazón benignísimo de nuestro redentor.

Descendamos más, vayamos, de espíritu y pensamiento, al infierno. San Crisóstomo nos declara que ni uno solo de los que así bajaron durante la vida a ese lugar, para animarse a obrar su salvación con temor y temblor, bajará a él después de su muerte.

¿Qué es el infierno? Según el santo Evangelio es un lugar de tormentos (Lc. 16, 28); tortura de fuego, suplicio eterno, en una palabra es el lugar de las venganzas y de la cólera de Dios nuestro Señor. Sin embargo, ¿cabe aquí la infinita bondad del misericordioso Corazón de nuestro amable redentor? ¿Qué hace aquí tal bondad?

En primer lugar, hace que los miserables condenados no sean castigados tanto como lo merecen, pues el pecado es ofensa contra Dios, que merece infinitamente ser servido y obedecido y con quien estamos infinitamente obligados.

Ese pecador merece por tanto castigos infinitos no sólo extensivamente, en cuanto a la cantidad, sino también intensivamente, en cuanto al grado y calidad de lapena. Ahora bien, aunque las penas de los réprobos sean infinitas, extensas en su duración, son limitadas intensivamente en su grado, pues nuestro Señor podría muy justamente aumentarlas más y más, lo que no hace por la bondad inefable de su benignísimo Corazón.

En segundo lugar, aunque la justicia hizo el infierno para castigar a los malvados que mueren en pecado, lo hizo también la misericordia, dice san Crisóstomo, para infundir el temor de Dios en los corazones de los buenos e inducirlos a obrar su salvación con temor y temblor (Ef. 6, 5).

En tercer lugar, la bondad sin par de Nuestro Señor se sirve del fuego del infierno para encender en nuestros corazones el divino amor. ¿Cómo?

Siendo merecedores del fuego del infierno, ¿cómo no amar al que nos libra de tal suplicio? Cuán pocas son las personas en el mundo que no hayan cometido algún pecado mortal.

¿Cuántas ofendieron a Dios mortalmente una sola vez en la vida y merecieron el infierno? Mas sólo irán a él los que no se libraron del pecado, pero los que lograron el perdón ¿a qué no estarán obligados para con la inmensa caridad del Corazón benignísimo de nuestro redentor? Estarán infinitamente obligados a servirle y amarlo. Reconoce pues que las bondades del amable Corazón del divino Salvador son tan admirables que echa mano hasta del fuego del infierno para obligarnos a amarlo y por lo tanto a ser del número de los que le poseerán eternamente.

Notas

1Suma Teológica, 3a, q. 46, a. 6, ad-3

2Sermón IV, de difuntos

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