El dogma de la Inmaculada Concepción: punto de partida del reinado de María

Publicado el 12/08/2025

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Inmaculada Concepción, Iglesia de San Francisco, Arcos de la Frontera, España

Contra una tempestad de pasiones indescriptibles, de odios amenazantes, de furiosa desesperación, algunos les dolía aceptar que Dios hubiera exaltado tanto una criatura. Solamente la voz intrépida y majestuosa del Vicario de Cristo, contando sólo con la ayuda del Cielo, podía proclamar como dogma la Inmaculada Concepción de María Santísima. Sólo ella, como en Lourdes, puede transformar el momento de terribles castigos en el que vivimos en una hora de admirable misericordia.

Plinio Corrêa de Oliveira

En 1854, mediante la Bula Ineffabilis Deus, el gran Papa Pío IX definió la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora como dogma. En 1858, del 11 de febrero al 16 de julio, Nuestra Señora se apareció dieciocho veces en Lourdes a una hija del pueblo, Bernadette Soubirous, presentándose como la Inmaculada Concepción. A partir de ese momento, comenzaron los milagros. Y la gran maravilla de Lourdes comenzó a brillar ante los ojos del mundo entero, hasta nuestros días. Un milagro que, confirmando el dogma, es el resumen de la relación entre el evento de 1854 y el de 1858.

Siglo XIX: problemas análogos a los de nuestros días

Lo que, sin embargo, es menos conocido por el gran público es la relación de estos dos grandes hechos con los problemas de mediados del siglo XIX, tan diferentes de los actuales, pero al mismo tiempo tan y tan similares a ellos.

Al definir el dogma de la Inmaculada Concepción, el Papa Pío IX suscitó en todo el mundo civilizado repercusiones que fueron a la vez dispares y profundas.

Por un lado, en una gran parte de los fieles, la definición del dogma despertó un inmenso entusiasmo. Ver a un Vicario de Jesucristo levantarse en la plenitud y majestad de su poder para proclamar un dogma, a mediados del siglo XIX, fue presenciar un desafío admirablemente altivo y audaz al escepticismo triunfante, que ya estaba corroyendo la civilización occidental hasta la médula.

Además, este dogma era Marial. Ahora bien, el liberalismo, otra plaga del siglo XIX, tiende por su propia naturaleza al interconfesionalismo, a la afirmación de todo lo que las diversas religiones tienen en común (lo que en última instancia equivale a un vago deísmo), y a una subestimación, si no a un rechazo formal de todo lo que las separa. Así, la proclamación de un nuevo dogma mariano –precisamente como ocurrió en algunos campos con la reciente definición de la Asunción– pareció a los interconfesionalistas ocultos o declarados de 1854 una grave e inesperada barrera para la realización de sus designios.

Gruta de las Apariciones de Nuestra Señora en Lourdes

El dogma sacudió profundamente el espíritu igualitario de la Revolución

Además, el nuevo dogma, considerado en sí mismo, conmocionó profundamente el espíritu esencialmente igualitario de la Revolución que, a partir de 1789, reinaba despóticamente en Occidente. Ver a una simple criatura de tal manera elevada por encima de todas las demás, por un privilegio inestimable, concedido en el primer instante de su ser, es algo que no podía ni puede dejar de herir a los hijos de la Revolución que proclama la igualdad absoluta entre los hombres como principio de todo orden, de toda justicia y de todo bien. A los no católicos, así como los católicos más o menos infectados con el espíritu de 1789, les dolía aceptar que Dios hubiera colocado con tanto realce en la Creación un elemento de tan característica desigualdad.

Finalmente, la naturaleza misma del privilegio es antipática para los espíritus liberales. Si alguien admite el pecado original con todas las secuelas de desarreglos del alma y miserias del cuerpo que ocasionó, debe aceptar que el hombre necesita una autoridad, a cuyo imperio debe vivir sujeto. Ahora bien, la definición de la Inmaculada Concepción implicaba una reafirmación implícita de la enseñanza de la Iglesia a este respecto.

La Virgen Inmaculada aplastó la cabeza de la serpiente

Además, por mucho que todo esto sea, no era lo único que nos atreveríamos a llamar la sal, en el glorioso acontecimiento de la definición del dogma. Es imposible pensar en la Virgen Inmaculada sin recordar al mismo tiempo a la serpiente, cuya cabeza aplastó triunfante y definitivamente con su talón.

El espíritu revolucionario es el espíritu mismo del diablo, y sería imposible para una persona de fe no reconocer el papel que juega el diablo en la aparición y propagación de los errores de la Revolución, desde la catástrofe religiosa del siglo XVI hasta la catástrofe política del siglo XVIII y todas las que siguieron.

Ahora bien, ver así afirmado el triunfo de su máxima, de su invariable, de su inflexible enemiga, era, para el poder de las tinieblas, la más horrible de las humillaciones.

Beato Pío IX – Museo de San Juan de Letrán, Roma

De donde un concierto de voces humanas y rugidos satánicos en todo el mundo, como una inmensa y rugiente tormenta. Ver que contra esta tormenta de pasiones indecibles, de odios amenazadores, de furiosas desesperaciones, se levantaba sola e intrépida la majestuosa figura del Vicario de Cristo, desarmada de todos los recursos de la tierra y confiada únicamente en la ayuda del Cielo, era fuente, para los verdaderos católicos, de una alegría igual a la que sintieron los Apóstoles viendo levantarse, en la tempestad desatada sobre el lago de Genesaret, la figura divinamente varonil del Salvador, dominando soberanamente los vientos y el mar: “Venti et mare obediunt ei” (Mt 8, 27).

Inicio del colapso de la Revolución

Así como todos los generales y gobernadores del Imperio Romano huyeron o se dejaron derrotar frente a los hunos, así también, ante a la Revolución, estaban en deplorable derrota o huida, aquellos que en la sociedad temporal debían defender a la Iglesia y a la Civilización Cristiana.

En esta situación de una noble y solemne dramaticidad, Pío IX, como San León Magno, fue el único que se enfrentó al adversario y lo obligó a retirarse. ¿Retroceder? La propuesta parece audaz. Sin embargo, nada podría ser más cierto. A partir de 1854, la Revolución comenzó a sufrir sus grandes derrotas.

Es cierto que, en la apariencia como en la realidad, la Revolución continuó desarrollando su imperio en la Tierra. El igualitarismo, la sensualidad y el escepticismo han ido logrando victorias cada vez más radicales y extensas. Pero surgió algo nuevo. Y este algo, que es modesto, soso, insignificante en su aspecto, a su vez está creciendo incoerciblemente y acabará matando la Revolución.

San León Magno impide la entrada de Atila a Roma – Museos Vaticanos

La Iglesia es el centro de la historia

Para comprender bien este punto fundamental, es necesario tener en cuenta el papel de la Iglesia en la Historia y de la devoción a Nuestra Señora en la Iglesia.

La Iglesia es, en el plan de Dios, el centro de la Historia. Ella es la Esposa Mística de Cristo, a quien Él ama con un amor único y perfecto y a la que quiso someter todas las criaturas. Claro está que el Esposo nunca abandona la Esposa, y que está supremamente celoso de su gloria.

Por lo tanto, en la medida en que su elemento humano permanece fiel a Nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia no debe temer nada. Hasta las mayores persecuciones servirán para su gloria. Y los honores y prosperidades más notables no disminuirán en el pueblo fiel el sentido del deber y el amor a la cruz. Esto es en el plano espiritual.

Por otro lado, en el plano temporal, si los hombres abrieran su alma a la influencia de la Iglesia, el camino de todas las prosperidades y grandezas estará abierto para ellos. Por el contrario, si la abandonan, estarán en la senda de todas las catástrofes y abominaciones. Para un pueblo que ha llegado a pertenecer al cuerpo de la Iglesia, solo hay un orden normal de cosas, y ese es la Civilización Cristiana. Y esta civilización, superior a todas las demás, tiene como principio vital la Religión Católica.

Condiciones para el florecimiento de la Iglesia

Para la Iglesia, a su vez, hay tres condiciones para florecer que son tan esenciales que aventajan a todas las demás. Ya he hablado mucho de ellas. Sin embargo, nunca será suficiente insistir.

Antes de todo, está la piedad eucarística. Nuestro Señor presente en el Santísimo Sacramento es el Sol de la Iglesia. De Él vienen todas las gracias. Pero estas gracias tienen que pasar por María. Porque Ella es la Medianera universal, a través de la cual vamos a Jesús y a través de la cual Jesús viene a nosotros. La devoción mariana intensa, inspirada y filial es, por tanto, la segunda condición para el florecimiento de la virtud. Si Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento está presente pero no nos habla, su voz se hace oír por nosotros a través del Sumo Pontífice. Por lo tanto, la docilidad al Sucesor de San Pedro es el fruto propio y lógico de la devoción a la Sagrada Eucaristía y a Nuestra Señora.

Por lo tanto, cuando estas tres devociones florecen, tarde o temprano la Iglesia triunfa. Y, a contrario sensu, cuando están en deterioro, tarde o temprano la Civilización Cristiana decae.

Comunión – Catedral del Salvador, Aix-en-Provence, Francia

Lourdes, rotunda confirmación del dogma

Desde hacía mucho tiempo, los círculos católicos de Europa y América venían sido trabajados por una verdadera lepra, que era el jansenismo. Esta herejía tenía como objetivo precisamente debilitar a la Iglesia, socavando la devoción al Santísimo Sacramento bajo la apariencia de un falso respeto. Exigía tales disposiciones para que alguien se acercara a la Sagrada Mesa, que la gente, desafortunadamente muy numerosa, influenciada por ella, dejó casi por completo de recibir la Comunión. Por otro lado, el jansenismo emprendió una campaña insistente contra la devoción a Nuestra Señora, que acusaba de desviar de Jesucristo en lugar de conducir a Él. Y finalmente, esta herejía libró una lucha incesante contra el Papado, y especialmente contra la infalibilidad del Sumo Pontífice.

La definición del dogma de la Inmaculada Concepción fue el primero de los grandes reveses sufridos por el enemigo interno. En efecto, nació de ahí un inmenso caudal de piedad mariana, que viene creciendo cada vez más.

Para demostrar que todo nos llega por María, la Providencia quiso que el primer gran triunfo fuera Marial.

Pero para glorificar aún mejor a su Madre, Nuestro Señor hizo más. En Lourdes, como confirmación rotunda del dogma, hizo lo que nunca antes se había visto: instaló en el mundo el milagro, por así decirlo, en serie y permanentemente. Hasta entonces, el milagro había aparecido en la Iglesia esporádicamente. Pero en Lourdes, las curaciones más científicamente probadas y de origen más auténticamente sobrenatural han tenido lugar, durante cien años, a bien decir en un chorro continuo, frente a un siglo confuso y desconcertado.

De este brasero de fe, encendido con la definición de la Inmaculada Concepción, se liberó, como una llama, un inmenso anhelo. Los mejores, los más eruditos, los elementos más calificados de la Iglesia deseaban la proclamación del dogma de la infalibilidad papal. Más que nadie, lo quería el gran Pío IX. Y de la definición de este dogma vino al mundo un brote de devoción al Papa, que constituyó una nueva derrota para la impiedad.

El enemigo, más fuerte que nunca

Por fin, vino el pontificado de San Pío X y con él la invitación a los fieles para la comunión frecuente e incluso diaria, así como para la comunión de los niños. Y la era de los grandes triunfos eucarísticos comenzó a brillar radiantemente para toda la Iglesia.

San Pío X – Catedral de Sant’Ana, Mogi das Cruzes, São Paulo

Con todo esto, la atmósfera jansenista fue barrida de los círculos católicos. La oleada modernista y, más tarde, la oleada neomodernista no lograron anular las grandes victorias que la Iglesia había logrado contra sus adversarios internos.

Pero, se podría preguntar, ¿qué ha resultado de esto para la lucha de la Iglesia contra sus adversarios externos? No se diría que el enemigo es más fuerte que nunca y que nos acercamos a esa época soñada por los iluministas hace tantos siglos, de naturalismo científico crudo e integral, dominado por la técnica materialista; ¿de la república universal ferozmente igualitaria, de inspiración más o menos filantrópica y humanitaria, de cuyo entorno se barren todos los restos de una religión sobrenatural? ¿No está ahí el comunismo, no está ahí el peligroso resbalar de la propia sociedad occidental, supuestamente anticomunista, pero que al final también avanza hacia la realización de este “ideal”?

Gimiendo en las tinieblas y en el dolor

Sí. Y la proximidad de este peligro es aún mayor de lo que generalmente se piensa. Pero nadie presta atención a un hecho de importancia primordial. Es que mientras el mundo se está moldeando para la realización de este siniestro designio, un profundo, inmenso e indescriptible malestar se apodera de él. Es un malestar muchas veces inconsciente, que parece vago e indefinido, incluso cuando es consciente, pero que nadie se atrevería a objetar. Se diría que la humanidad entera sufre violencia, que está siendo puesta en un molde que no le conviene a su naturaleza, y que todas sus fibras sanas se retuercen y resisten. Hay un inmenso anhelo por otra cosa, que aún no se conoce. Pero, en fin, un hecho quizás nuevo desde que comenzó la decadencia de la Civilización Cristiana en el siglo XV, el mundo entero gime en las tinieblas y en el dolor, justamente como el hijo pródigo cuando llegó a lo último de la vergüenza y la miseria, lejos del hogar paterno. En el mismo momento en que la iniquidad parece triunfar, hay algo frustrado en su aparente victoria.

La experiencia nos muestra que es de descontentos así que nacen las grandes sorpresas de la Historia. A medida que se acentúa la contorsión, se acentuará el malestar. ¿Quién podrá decir qué magníficas sorpresas pueden surgir de ahí?

En el extremo del pecado y del dolor, a menudo está, para el pecador, la hora de la misericordia divina…

Ahora bien, este malestar sano y prometedor es, en mi opinión, fruto de la resurrección de la fibra católica con los grandes acontecimientos que arriba enumeré, una resurrección que tuvo un impacto favorable en lo que quedaba de vida y sanidad en todos los ámbitos de la cultura del mundo.

Una gran conversión

Fue por cierto un gran momento, en la vida del hijo pródigo, aquel en el que su espíritu embotado por el vicio adquirió nueva lucidez y su voluntad, nuevo vigor, en la meditación sobre la miserable situación en la que había caído y la torpeza de todos los errores que lo habían sacado de la casa paterna. Conmovido por la gracia, se encontró, más claramente que nunca, frente a la gran alternativa.

El regreso del hijo pródigo – Catedral de San Lorenzo, San Feliú de Llobregat, España

O arrepentirse y volver o perseverar en el error y aceptar sus consecuencias hasta el final más trágico. Todo lo que una recta educación había implantado de bueno, por así decirlo, renacía maravillosamente en ese momento providencial. Mientras, por otro lado, la tiranía de los malos hábitos se afirmaba en él terriblemente, quizás más que nunca. Hubo un choque interno. Él escogió el bien. Y el resto de la historia, lo sabemos a través del Evangelio. ¿No nos estaremos acercando a ese momento? ¿No producirán todas las gracias acumuladas para la humanidad pecadora por este nuevo brote de devoción a la Sagrada Eucaristía, a la Virgen y al Papa, precisamente en los momentos trágicos de una crisis apocalíptica que parece inevitable, la gran conversión? El futuro, solo Dios lo sabe. Sin embargo, a nosotros hombres nos es permitido conjeturarlo de acuerdo con las reglas de la verosimilitud. Estamos viviendo en una terrible hora de castigos. Pero esta hora también puede ser una admirable hora de misericordia. La condición para esto es que miremos a María, la Estrella del Mar, que nos guía en medio de las tormentas. Durante cien años, movida por la compasión hacia la humanidad pecadora, Nuestra Señora ha alcanzado para nosotros los milagros más estupendos. ¿Se ha extinguido esta piedad? ¿Tienen fin las misericordias de una Madre, y de la mejor de las madres? ¿Quién se atrevería a decirlo? Si alguien lo dudara, Lourdes le serviría de una admirable lección de confianza. Nuestra Señora nos socorrerá.

Lourdes y Fátima

Nos socorrerá. Expresión en parte verdadera y en parte falsa. Porque en realidad Ella ya ha comenzado a socorrernos. La definición de los dogmas de la Inmaculada Concepción y de la infalibilidad papal, la renovación de la piedad eucarística, tienen su continuación en los sucesos marianos de los pontificados posteriores a San Pío X. Nuestra Señora se apareció en Fátima bajo Benedicto XV. Precisamente el día en que Pío XII fue consagrado obispo, el 13 de mayo de 1917, tuvo lugar la primera aparición. Bajo Pío XI, el mensaje de Fátima se fue difundiendo suave y seguramente por toda la tierra. En esa misma ocasión, el Sumo Pontífice celebró con gran júbilo el 75º aniversario de las apariciones de Lourdes, habiendo delegado en el entonces cardenal Pacelli para que lo representara en las festividades. El pontificado de Pío XII fue inmortalizado por la definición del dogma de la Asunción y la Coronación de Nuestra Señora como Reina del Mundo. En este pontificado el Emmo. cardenal Masella, tan querido por los brasileños, coronó en nombre del Papa Pío XII la imagen de la Santísima Virgen en Fátima.

Son tantas las luces que, desde la gruta de Massabielle hasta Cova da Iria, constituyen un hilo brillante.

Coronación de María Santísima – Basílica de San Simpliciano, Milán

El Reinado del Inmaculado Corazón de María

Y este artículo se detiene en Fátima. Nuestra Señora esbozó perfectamente, en sus apariciones, la alternativa. O nos convertimos o vendrá un tremendo castigo. Pero al final, el Reino del Inmaculado Corazón se establecerá en el mundo.

En otras palabras, en cualquier caso, con más o con menos sufrimientos para los hombres, el Corazón de María triunfará.

Lo que significa, después de todo, que, según el Mensaje de Fátima, los días del dominio de la impiedad están contados. La definición del dogma de la Inmaculada Concepción marcó el inicio de una sucesión de acontecimientos que conducirán al Reino de María.  

(Extraído de Catolicismo n. 86, febrero de 1958)

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