El don de Ciencia

Publicado el 05/26/2023

El don de ciencia nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador. Gracias a ella -como escribe Santo Tomás-, el hombre no estima las criaturas más de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida.

Padre Ambroise Gardeil, OP

Por medio de una primera moción del don de ciencia, el Espíritu Santo nos hará comprender interiormente el vacío, la insignificancia y la vacuidad de las criaturas, así como el gozo de rechazarlas.

No es, por supuesto, la cumbre de la contemplación, pero es la primera etapa y, bajo su luz, las cosas que nos retenían aparecen sin valor alguno. Las grandes conversiones se operan gracias a ese sentimiento de la vanidad de los bienes de este mundo .

Después de entregarse a los amores de esta tierra, San Agustín volvió a la fe a través de los deseos de felicidad que Dios había infundido en su alma; comprobó la escasa satisfacción que encontramos en este valle de lágrimas. ¡Es todo tan corto y son tan amargas las alegrías del pecador!

Este es, pues , el primer fruto del don de ciencia: hacernos conocer el vacío de las criaturas. Y nos va instruyendo a través de los acontecimientos de la vida, las desgracias y los duelos: un amigo que nos traiciona, una fortuna que desaparece, la muerte de una persona amada … nos enseñan lo que es el hombre. San Agustín perdió a Alipio, su amigo más querido, y las decepciones le acercaron a Dios hasta el punto de agradecerlas , como lo demuestran patentemente las Confesiones. ¡A aquellas decepciones debía su felicidad!

El alma que sabe que no ha de esperar nada de las criaturas adquiere la gran ciencia del Espíritu Santo. Nuestro Señor preparaba la santidad de Santa Catalina de Siena diciéndole: «Tú eres la que no eres».

El primer fruto de la ciencia que nos inspira el Espíritu Santo es, pues, el de conocer la brevedad, la pequeñez y la inutilidad de las cosas terrenas y su incapacidad para saciar nuestro corazón, ávido de felicidad. Cuando hayamos adquirido esa ciencia, estaremos libres de las ataduras de los bienes perecederos y podremos refugiarnos en Dios.

Las criaturas son nada, al menos por sí mismas. Sin embargo, son dueñas de lo que han recibido: existen, son hermosas, poseen belleza, bondad y valor. El mundo es reflejo de algo que le viene de fuera, y ese sentido de la belleza, el auténtico significado de dicho reflejo, es lo que nos enseña el don de ciencia: ese es el fruto de su inspiración.

Hemos de profundizar en lo que nos dicen las criaturas: «Los cielos pregonan la gloria de Dios» (Sal 19, 2). Contemplando los astros en el esplendor de una noche estrellada y ante ese maravilloso mundo, pensamos en que uno de ellos se levantará temprano, como a diario, para damos luz y calor. Y pensamos también que todo ello es obra de una inteligencia infalible y que sus designios ocultan una bondad sin igual. El mundo se hace así transparente y nos descubre la inteligencia y bondad divinas.

En las acciones generosas de las almas vemos el reflejo de una belleza moral superior. Y, si son almas piadosas, nos ofrecen una forma de transparencia de Dios.

Lo mismo ocurre con la historia de la humanidad.

La Providencia conduce todo a su fin, mantiene a flote al justo, castiga al malo y sostiene al débil.

Esta conducta admirable, ignorada por muchos, transportaba de admiración a San Agustín: el consejo de Dios le manifestaba su sabiduría a través de los acontecimientos de la historia. Contemplando su propia vida y en lo que había desembocado, exclamaba: «Señor, Tu mano derecha me guió».

Ese es un fruto más del don de ciencia: hacemos ver la huella de Dios, su omnipotencia y su divinidad a través de las cosas creadas: la naturaleza, los acontecimientos, las almas y las cosas invisibles que nos desvelan.

Don de lágrimas, fruto del don de Ciencia

El Espíritu Santo nos inspira la ciencia de la vanidad de los falsos bienes, y debemos permanecer bajo su influencia: no evitar nuestras lágrimas, sino cultivarlas, porque son saludables y nos apartan del mal. Lloremos -no con lágrimas materiales, sino con las del corazón- nuestras infidelidades, el tiempo perdido … Son lágrimas puras que pueden formar parte de la oración; representan el primer paso, el comienzo de la oración sobrenatural de «recogimiento».

Las «lágrimas» pertenecen a esta etapa.

Hay, además, otra clase de lágrimas: lloramos cuando vemos con absoluta claridad la brevedad de la vida. Esto suele ocurrir con motivo de una desgracia, que nos derriba y nos muestra la vacuidad de la brillante fachada que ocultaba la realidad divina. Quizá con ocasión de un fallecimiento consideramos la brevedad de la vida y pensamos en la muerte. Entonces captamos la realidad de nuestra nada y, al comprender que todo acaba, nos invade un profundo sentimiento de melancolía.

¡Así que esto es la vida!, exclamamos. Esa magnífica persona gozaba de todo el encanto de la juventud, la fortuna y la belleza: todo ha desaparecido .. ., y mañana nos llegará el tumo. ¿Qué soy yo? ¿Qué es el hombre? Y brotan las lágrimas, lágrimas que los conversos y las almas piadosas saben muy bien que proceden de Dios; en la tristeza que produce la insignificancia de las cosas creadas encuentran un motivo para apartarse de ellas y volcarse en Dios.

Las lágrimas de los enlutados y de los desdichados son un fruto más de la ciencia que el Espíritu Santo nos inspira.

El don de lágrimas se relaciona , pues, con esta doble ciencia: la de la existencia efímera, la vanidad y la corrupción de las criaturas, y la capacidad de esas mismas criaturas para conducimos a Dios.

En el alma de San Agustín florecen ambas ciencias. Ya convertido, pero aún catecúmeno, se sienta en un oscuro rincón de la catedral de Milán para escuchar las graves melodías de San Ambrosio; repasa su vida; piensa en la miseria que lo envolvía, en el pueblo persiguiendo a dioses falsos y también en las criaturas que le llevan a Dios: en su santa madre, en la que percibe cierto reflejo de la divinidad, y en San Ambrosio, que representa para él la santidad. Y rompe a llorar amargamente: «Aquellas lágrimas fueron buenas para mi», nos dice. Conducido por el Espíritu Santo empezaba una nueva vida, recogiéndose entre las lágrimas vertidas sobre la pequeñez de las cosas de la tierra y sobre su propia desgracia al entregarse a ellas; lágrimas de agradecimiento por los favores que Dios le concede y que le acercan a Él. Ahí captarnos el poder de las gracias que el Espíritu Santo nos concede al inspiramos la auténtica ciencia de las criaturas, mostrándonos su profunda vacuidad y la relatividad de su sentido. Y, con su luz, nos aparta de ellas para llevamos al Creador.

GARDEIL, OP, Ambroise.
El Espíritu Santo en la vida cristiana .
Madrid: Ediciones Rialp, S. A., pp. 112-114; 119- 120; 123-125

Deje sus comentarios

Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

version mobile ->