El don de Fortaleza

Publicado el 05/22/2023

El don de la fortaleza es un impulso sobrenatural, que da vigor al alma no solo en momentos dramáticos como el del martirio, sino también en las habituales condiciones de dificultad: en la lucha por permanecer coherentes con los propios principios; en el soportar ofensas y ataques injustos; en la perseverancia valiente, incluso entre incomprensiones y hostilidades, en el camino de la verdad y de la honradez”.

Padre Ambroise Gardeil, OP

Gracias al don de temor nos vemos, pues, en las manos de Dios. El Padre Todopoderoso nos ha conceclido este refugio para que seamos buenos instrumentos suyos y ahora nos hará ascender por la vía de la vida interior hasta la vida eterna.

Si contamos con la herramienta apropiada, podemos iniciar una tarea cuya eficacia depende de nuestro vigor. Y, naturalmente, para llevarla a cabo debemos emplear el don de fortaleza – después del de temor – para, con la ayuda del Espíritu Santo, ser capaces de emprenderla vigorosamente, salvar cualquier obstáculo y despejar el camino hasta la vida definitiva.

NECESIDAD DEL DON DE FORTALEZA

Precisamente, lo excelso de nuestro fin y ese algo de mansedumbre que debe impregnar nuestra fortaleza para alcanzarlo suponen una fuente de dificultades y un motivo de flaqueza para el alma. Sabemos que la gracia es omnipotente y que no nos faltará jamás, pero no la poseemos con la certeza que tendrá en el cielo, pues está expuesta a nuestras debilidades y podemos perderla. Son tan grandes los peligros, y la tarea tan excelsa que hay razón para el temor. No somos capaces de mantener solos la orientación de nuestra vida, aunque contemos con la energía divina que nos proporciona la virtud de la fortaleza. Nuestra flaqueza supera a nuestros buenos deseos. Lo hemos experimentado todos cuando, tras recibir una luz nueva –después de una buena confesión o un retiro-, hicimos un propósito concreto que exigía valor. Después de pedir la ayuda divina, pusimos manos a la obra; pero fracasamos. Necesitábamos algo más, es decir, una mayor ayuda divina.

El Espíritu Santo se compadece de nuestra debilidad y, como no desea dejamos únicamente con las fuerzas que nos otorga, las completa con un don. El don de fortaleza acude en ayuda de la virtud. El don no está basado en las energías que poseemos de un modo permanente -todavía somos dueños de desplegar nuestras velas-, sino que procede del Espíritu Santo. Y, cuando el Espíritu Santo se apodera de nosotros, nos vemos irresistiblemente impulsados y no sometidos ya a los avatares y titubeos de nuestro gobierno personal.

EFECTOS DEL DON DE FORTALEZA

El primer efecto lo vemos en el contraste de la actitud de los Apóstoles antes y después de recibir el Espíritu Santo. Si pretendiéramos describir a los seres más miedosos, más cobardes y más tímidos del mundo, no tendríamos más que mirar a los Apóstoles. Tienen miedo de todo. Pedro da la impresión de fuerte, pero todo en él es puro impulso.

Echa mano a la espada y corta la oreja del soldado, y un momento después escapa de una criada. Se ausenta en el momento de la crucifixión: «Pedro le seguía de lejos» (Me 14, 54), dice el Evangelio. Todos los apóstoles huyeron y, sin embargo, hemos de pensar que poseían la gracia divina, la fortaleza y el amor. Nuestro Señor les llamaba amigos, pero aún no habían recibido el Espíritu Santo. Una vez que lo reciben, los vemos llenos de valor. Aquellos pescadores que no sabían hablar ni comportarse se enfrentan ahora sin temor a los poderosos extranjeros: hablan con firmeza a una multitud hasta darle la vuelta como a un guante. Pedro, que tembló delante de una criada, no teme ni al Sumo Sacerdote. «No podemos dejar de anunciar, dice, lo que hemos visto y oído» (Hch 4, 20). Y también: «Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hcb 5, 29). ¡Qué diferencia entre la virtud, con sus fracasos y sus dificultades, y el don que les comunicó esa fuerza!

El Espíritu Santo se apoderó de aquellos hombres y los convirtió en leones. Y los condujo durante toda la vida. Al venir sobre ellos, y sobre San Pablo, nos otorgó la gran merced de la expansión del cristianismo y por eso hemos sido salvados. Ellos perdieron la vida, pero su sangre fue semilla de cristianos.

En vista de esa transformación nosotros podemos esperarlo todo. El principio de la fortaleza del Espíritu Santo es la omnipotencia de Dios. Decimos Padre Todopoderoso, pero el Hijo también es Todopoderoso, así como el Espíritu Santo que, con el don de fortaleza, comunica al alma toda su omnipotencia.

CARACTERÍSTICAS DEL DON DE FORTALEZA

Nuestro Señor llegó a ser un cadáver y resucitó por el poder de Dios. Este hecho dio lugar a un gran devoción en San Pablo que, cuando se sentía flaquear, recobraba valor ante el pensamiento de un Dios muerto, ahora vivo, que es Cristo resucitado, gracias a cuya fortaleza se sabía capaz de todo.

1. Eficacia. El mismo poder que resucitó a nuestro Señor está a disposición del Espíritu Santo para resucitamos de entre los muertos. Un muerto es menos que nada: ¿hay algo más inerte y más impotente que un cadáver?

Nuestro Señor llegó a ser un cadáver y resucitó por el poder de Dios. Este hecho dio lugar a un gran devoción en San Pablo que, cuando se sentía flaquear, recobraba valor ante el pensamiento de un Dios muerto, ahora vivo, que es Cristo resucitado, gracias a cuya fortaleza se sabía capaz de todo. El Espíritu Santo pone a nuestro alcance ese poder: la fuerza que resucitó a nuestro Señor de entre los muertos.

El Apóstol [San Pablo] llegaba a la conclusión de la resurreción de los cuerpos, pero también de las almas , que abandonarían todos sus pecados y debilidades, llegando a suprimirse así toda impotencia en la vida cristiana. El Espíritu vive siempre para hacernos pasar de la muerte a la vida y para hacemos avanzar a pesar de nuestros fallos.

2. Seguridad en la victoria. ¿Cuales son los frutos del don de fortaleza que, por omnipotencia de Dios , nos comunica el Espíritu Santo? Cuando las almas obtienen de Dios la fortaleza que le piden, adquieren una confianza absoluta que supera cualquier situación u obstáculo. Una confianza que las hace capaces de escapar a cualquier peligro y de llevar a cabo toda acción que consideren necesaria para su santidad. Si la fortaleza del Espíritu Santo está con nosotros, lo podemos todo. San Pablo decía: «Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro , ni las potestades, ni la altura ni la profundidad, ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rom 8, 38-39). Confiaba plenamente en que, con la fortaleza de Dios, era capaz de superar todos los obstáculos y estar a la altura de su misión.

En su humildad se reconocía miserable, pero añadía: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Fil 4, 13).

Gracias al don de fortaleza, ya no obramos como únicos dueños de nuestra vida, sino como instrumentos de la omnipotencia del Espíritu Santo.

Santa Juana de Arco fue la personificación del don de fortaleza que la acompañó hasta la muerte y, en el último momento, empuñó el crucifijo y murmuró: «Jesús».

Lo vemos en el caso de Santa Juana de Arco, que es la encarnación de este don. Jamás vaciló en atacar o en soportar, arrostrando y dominando. Su carrera se desarrolló entre los combates y los procesos, pero nada la perturbaba; confiaba en escapar del peligro y se lanzaba a la pelea. El don de fortaleza la acompañó hasta la muerte y, en el último momento, empuñó el crucifijo y murmuró: «Jesús».

3. Actitud victoriosa. Como consecuencia de nuestra docilidad a la acción del Espíritu Santo, nuestra actitud ante el deber y el sufrimiento se convierte en una actitud victoriosa. El alma sometida a la influencia del Espíritu de fortaleza camina por la vida dominándolo todo. Sólo con la virtud aún se dejaba vencer; ahora con el don cumple su tarea victoriosamente, persevera, supera los obstáculos y soporta el sufrimiento. Ese vigor crea en ella la seguridad de la victoria. Aún pueden existir ciertos flancos, debilidades y lagunas. Como todavía está en carne mortal, no ha alcanzado la santidad, pero vive serena, decidida, segura; y su vida es una serie de victorias. Eso no es fruto de la fortaleza humana, sino de su docilidad al Espíritu Santo al que se la pide, pues no confía en sí misma y sabe que determinadas veleidades le impedirán alcanzar sus objetivos.

Piensa con San Pablo que «la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres» (1 Cor 1, 25) y está dispuesta a cumplir su destino.

Conclusión: necesitamos del espíritu de fortaleza para edificar en nosotros el hombre interior y llevar una vida sobrenatural intensa y profunda. Pidamos al Espíritu Santo que realice en nosotros esa obra, que no es otra que la preparación del hombre eterno y la de hacemos vivir en la presencia de Dios.

Esto se hará realidad siempre que seamos instrumentos, pinceles que el divino Artista usará para retocar los rasgos de nuestro hombre interior.

¡Pidámoslo! ¡Oh, Espíritu Santo, don del Padre y del Hijo!: concédenos ser fortalecidos con esa fortaleza que procede de Ti, a fin de que nos convirtamos en personas de vida interior y que con nuestros limitados medios consigamos la obra de arte que es un alma dedicada a Ti en la tierra y que mañana, en el cielo, será el alma de un santo.

GARDEIL, OP, Ambroise.
El Espíritu Santo en la vida cristiana .
Madrid: Ediciones Rialp, S. A., pp. 36; 42-47

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