El don de Piedad

Publicado el 05/23/2023

El don de piedad significa ser verdaderamente capaces de gozar con quien experimenta alegría, llorar con quien llora, estar cerca de quien está solo o angustiado, corregir a quien está en el error, consolar a quien está afligido, acoger y socorrer a quien pasa necesidad.

Padre Ambroise Gardeil, OP

Gracias al soplo del Espíritu Santo, el terreno está preparado. El don de temor ha liberado nuestra vida de las tres concupiscencias, y el de fortaleza –que hace nacer en nosotros el hambre y la sed de santidad- nos arma poderosamente para afrontar nuestras obligaciones cotidianas y los obstáculos que encontremos en su cumplimiento.

El Espíritu nos hace una nueva llamada con objeto de instaurar la paz, no ya interiormente –en lo que se refiere a las concupiscencias o a las obligaciones personales-, sino en un aspecto nuevo. Nos va a edificar en la paz y, así, nuestra única preocupación será la de elevarnos a la cumbre de nuestra vida interior con Dios.

DEFINICIÓN DE LA PIEDAD

Esta nueva moción del Espíritu es el don de piedad, que producirá su efecto en el ámbito de las relaciones con los demás.

La virtud de la justicia da origen a la paz interior, pues armoniza nuestros actos con los derechos de los otros; gracias a ella, damos a cada uno lo suyo.

Sin embargo, la justicia no lo es todo: existe también la caridad. Por otra parte, la justicia es el fundamento de la vida social y, en el orden sobrenatural, la base de la vida de la Iglesia y del mundo. Esta es una de las razones por las que decimos que un santo es justo: no debe nada a nadie, ha pagado todo y hace justicia a los derechos de los demás, incluidos los de Dios. Entre todos los derechos hay uno que es, efectivamente, el derecho supremo: el derecho de Dios. Dios es nuestro Creador y no existiríamos sin Él; nos conserva, es el Dueño de nuestra vida, nuestro Soberano Bienhechor y tiene unos derechos prioritarios. Por eso, en la virtud de la justicia existe una parte esencial que es la virtud de la religión , por Ja que rendimos justicia -en la medida de lo posible- al mismo Dios. En nuestra época se habla de ser justo sin tener en cuenta a Dios. ¡Qué gran error! La virtud de la religión es la justicia primordial.

Entre los distintos matices de la virtud de la religión destaca uno que tiene algo peculiarmente grato: la piedad. La piedad es una parte de la virtud de la religión por la que rendimos honor a Dios ofreciéndole nuestra devoción, nuestra oración, los sacrificios, los ayunos, la abstinencia, el respeto, el culto, es decir, todo el conjunto de deberes por los que le reconocemos como nuestro Soberano Señor.

La piedad pone un matiz de ternura en la religión, pues en Dios se dirige al Padre. Va más lejos que la religión natural ordinaria; no ve los derechos de su Dueño, de su Señor, sino los de su Padre; es una religión con corazón.

A un padre no se le paga como a una persona cualquiera; frente a un padre no se emplea la justicia con todo lo que tiene de rigidez e indiferencia; aunque cumplamos nuestros deberes con Dios –deberes de cristianos como la asistencia a misa, la recepción de los sacramentos o la observancia de los mandamientos- , eso no es todo. Un hijo siempre está en deuda con su padre; en su fuero interno sabe que debe honrarle y venerarle: la piedad es el corazón de la virtud de la religión.

EL DON DE PIEDAD

El Espíritu divino se apodera de ese corazón de la religión y, con una nueva llamada a nuestro interior, nos infunde el don de piedad.

EFECTOS DEL DON DE PIEDAD

El espíritu de piedad y la fraternidad humana. La piedad no sólo facilita el esfuerzo por vivir la virtud de la religión: facilita también nuestras relaciones con los demás. Si adquirimos el sentido de nuestra filiación divina, consideraremos hermanos nuestros a los demás (los demás, ¡qué término más duro!), hijos amados del mismo Padre.

En la piedad se encuentra el amor fraterno, dice San Pedro (11 Pe 1, 7), y en ese concepto de la paternidad universal de Dios encontramos el sentido de la fraternidad. La justicia, por sí sola, es rígida; nos dice: toma lo tuyo y vete.

Eso es justo, pero esduro. Sin embargo, cuando se dirige a los que considera hijos de Dios, se enternece y demuestra que tiene corazón. La piedad suaviza las relaciones sociales y extiende la paz de un extremo a otro, una paz generosa con Dios y con todos los hombres.

El alcance de la paternidad divina

La acción especial del Espíritu de piedad se extiende a todos los que participan de la filiación divina. «Yo doblo mis rodillas ante el Padre de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra» (Ef 3, 14-15). San Pablo ve que la paternidad divina alcanza al cielo, a la tierra y a cualquier lugar donde se pueda pronunciar la palabra Padre.

En el cielo: No llamamos Padre a nuestro Señor Jesucristo ni al Espíritu Santo. Y, sin embargo, son Padre en el sentido de que son un solo Dios con el Padre, un solo Creador y un solo Bienhechor. Esto es ya una extensión de la paternidad en el cielo.

El influjo de esta paternidad se extiende, además, a algunos santos, en primer lugar, a la Santísima Virgen. No hablamos de «paternidad» de la Santísima Virgen, sino de su «maternidad», que es universal.

Ella participa en lugar preferente de la paternidad divina y tiene derecho a nuestra piedad filial; por eso la llamamos Madre de la Misericordia, Madre de la gracia djvina, etc. La paternidad del Patriarca San José, patrón de la Iglesia universal, así como de gran número de santos fundadores , es reflejo de la paternidad divina.

El don de piedad nos inspirará una actitud filial ante estos depositarios celestiales, y ese sentimjento debe traducirse en el culto que les ofrecemos.

En la tierra. Esta influencia de la paternidad divina se extiende también a la Iglesia y, especialmente, a aquel al que llamamos Santo Padre, en latín Papa: el padre grande, tierno y amado. El espíritu de piedad nos inspirará un culto filial hacia la Iglesia.

La paternidad divina se extiende, además, no a una persona, sino a la Sagrada Escritura, que se nos presenta, especialmente en el Nuevo Testamento, como la autoridad de nuestra fe y nos alimenta realmente como lo haría un Padre. En las palabras sagradas se manifiesta la bondad paternal de Dios.

Debemos, pues, mostrar gran respeto y amor hacia ella, obedeciéndola con docilidad filial. Cometen un pecado grave quienes la interpretan desde u punto de vista humano, tratando de borrar el respeto que nos merece.

Debemos aceptar sus palabras como si escucháramos la voz de Dios e incorporarlas a nuestra vida para hacer de ellas un foco de conocimiento, amor y conducta recta al servicio de Dios.

JUSTICIA, PIEDAD Y MANSEDUMBRE

¿Cómo se regulan las relaciones con el prójimo?

En primer lugar, por la virtud de la justicia, que se establece entre el debe y el haber, entre las deudas y los derechos , y de este modo impone la paz. El hombre, ser sociable, necesita de una justicia que le permita entablar relaciones con los demás, y esta virtud es muy útil para ese fin. Sin embargo, hay en la justicia algo de rígido que no toma en cuenta a ]as personas y únicamente busca la equidad entre las partes. Los que cobran no sienten gratitud, pues se trata de un acuerdo, y en estos casos las relaciones sociales no van muy lejos, pues detrás de la justicia no existen lazos personales.

El hecho de que en otra época nos encontráramos con ancianos servidores integrados en las familias se debía a razones de caridad y, por lo tanto, de una mayor atención a las personas.

El don de piedad viene en ayuda de la pobre justicia que, desde el punto de vista de la paz, es limitada e impotente. La piedad nos hace ver y nos remite a Dios como Padre. No es dificil darse cuenta de que ese Padre es un Padre común: no nuestro Padre a titulo individual, sino el Padre de todos. Nuestro Señor quiso que, al orar, no dijéramos Padre mío -como hacía Él, Hijo único-, sino Padre nuestro, Padre de todos nosotros. El Padrenuestro es una oración esencialmente colectiva. La persona que tiene ese sentimiento de la paternidad considera a la humanidad como una gran familia cuyos miembros se unen entre sí por el lazo más estrecho, el de primer grado, el que une a hijos del mismo padre, es decir, el de hermanos. Por eso, la Iglesia emplea la palabra prójimo, pues expresa la mayor proximidad. Por lo tanto, nuestro trato con los demás se suavizará si vemos hermanos en los que nos rodean, en los que se relacionan con nosotros. En todos los comportamientos humanos reinarán la cordialidad y el ambiente de una familia unida bajo la autoridad de un padre y una madre. La piedad que manifestamos hacia nuestro Padre se extenderá a los hijos y de este modo, Ja mansedumbre animará las relaciones humanas. No hay otro camino para resolver la cuestión social: cuando hayamos comprendido, captado, experimentado y gustado la paternidad divina y nuestra común filiación, desaparecerán los conflictos, tanto entre las naciones como entre las distintas clases sociales.

Este espíritu fraternal se manifestaba en los primeros cristianos, que no formaban más que un solo corazón y una sola alma. Los paganos de entonces comentaban: «Mirad cómo se aman». Esta actitud, que ya no existe en el mundo, se conserva en las instituciones religiosas que, en cierta medida, representan lo que fue la comunidad primitiva.

La humanidad forma una familia sobre la que descansa la mirada del Padre celestial, cuyo amor se extiende a todos los hombres: «hace lucir el sol sobre buenos y sobre malos» (Mt 5, 45)

La humanidad forma una familia sobre la que descansa la mirada del Padre celestial, cuyo amor se extiende a todos los hombres: «hace lucir el sol sobre buenos y sobre malos» (Mt 5, 45); tiene el deseo de que todos se salven, aunque haya quienes le rechacen; nos da los medios; quiere hacemos sus hijos predilectos dejándonos participar en su naturaleza y comunicándonos su vida. La humanidad entera forma una sola familia hecha de la misma materia. La mansedumbre ha de reinar entre sus miembros, en primer lugar en los corazones cuando controlen sus hábitos -la cólera, la indignación o la violencia-, y después en las manifestaciones de bondad entre unos y otros.

De este modo, la piedad nos inspira el sentido de la filiación divina y la mansedumbre aparece como fruto del espíritu de piedad: la relación es patente.

GARDEIL, OP, Ambroise.
El Espíritu Santo en la vida cristiana .
Madrid: Ediciones Rialp, S. A., pp. 60-74

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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