El don de Sabiduría

Publicado el 05/28/2023

El don de Sabiduría nos da una capacidad especial para juzgar las cosas humanas según la medida de Dios, a la luz de Dios. Iluminado por este don, el cristiano sabe ver interiormente las realidades del mundo: nadie mejor que él es capaz de apreciar los valores auténticos de la creación, mirándolos con los mismos ojos de Dios

Padre Ambroise Gardeil, OP

Con la sabiduría termina nuestra ascensión: hemos llegado al término, a la cumbre del orden sobrenatural alcanzada con las sucesivas ayudas del Espíritu Santo. Gracias a la sabiduría poseemos al que es la explicación de todo y podremos extender los beneficios de esta unión mediante el orden que establecemos en nuestro interior y en nuestro entorno.

El Espíritu Santo mora en el interior de las almas santas, y esta caridad -que es algo de Él mismo y que lo representa en el corazón del hombre- es su campo de acción: la cuida, la rodea de atenciones, la mueve sin cesar. Y encuentra el modo de proporcionarle en la tierra una luz que, en cierto modo, supera a la de la fe.

El Espíritu Santo ve a Dios cara a cara, íntimamente. Para Él, Dios no tiene esa altura y esa profundidad inaccesibles que extasiaban a San Pablo y que, por ser Dios, también le son propias. Y, por medio de una inspiración, de un impulso, transmite al alma en la que mora algo de esa visión cara a cara, que es la razón de su felicidad. Nosotros disponemos de un don que nos permite recibir esas mociones: el don de sabiduría.

OBJETO Y OBRA DE LA SABIDURÍA

La inspiración de la sabiduría no es otra cosa que una moción del Espíritu Santo que, a través del corazón, nos comunica una especie de experiencia de la visión celestial.

Este es el acto más sublime, el más cercano a la visión de los elegidos. Llegamos a él renunciando a los recursos propios de la mente humana y a los perfeccionamientos que la enriquecen, en un abandono total, para convertirnos en seres que se sumen en adoración delante del Ser divino.

¡Qué dolor nos produce obtener semejante luz del Espíritu Santo! En efecto, es necesario que nuestro espíritu se disloque interiormente, que se dilate hasta el desgarramiento para entrar en contacto con el Infinito de Aquel que es. Hay un momento terrible al que los místicos llaman «la noche oscura»; todo lo que fue luz para nuestros ojos ya no está. Debemos renunciar a los procesos naturales de la mente, a la evidencia, aniquilar ese acto de nuestro espíritu que se complace en lo que ve. Es doloroso, pero ese dolor engendra alegría; esa docilidad plena, que llega hasta el límite de la renuncia y de las fuerzas del alma, rinde a Dios el único homenaje adecuado a su majestad.

SALUDABLES EFECTOS DEL DON DE SABIDURÍA

Cuando el alma se abisma así en Dios, goza en la caridad. Es un movimiento casi infinito: no sabemos hasta dónde puede llegar el alma en esta adoración; el abismo no tiene fondo. La caridad se eleva a grados cada vez más altos, inconmensurables , el alma se siente feliz por haber encontrado la luz acorde con la intensidad de su deseo. El alma se dilata hasta alcanzar el infinito de Dios, puede decirse que lo toca, y da testimonio hundiéndose en él; aunque no esté consumado, es el amor en su grado más alto: entonces somos adoradores «en espíritu y en verdad».

Si nuestra vida discurre el la práctica de las virtudes morales infusas con los dones que las acompañan, será una vida llena de paz. Si llegamos al conocimiento de las cosas divinas por el don de entendimiento, estamos en el umbral de la oración de unión y sólo hemos de franquearlo.

Y, puesto que el don de sabiduría nos capacita para responder a esta maravillosa inspiración, no es una temeridad esperar que se produzca de nuevo.

El error estaría en buscar en ello la glotonería espiritual de «apegarse a los juegos de la fisonomía de Dios» en lugar de a Dios mismo, y convertirlo en un placer; o pretender acceder a terrenos elevados mientras no cumplimos los Mandamientos.

Pero, si el Espíritu Santo nos ha purificado, elevado, hecho subir hasta sus cumbres, ¿por qué -si el Espíritu Santo nos da la fuerza- no ofrecer a Dios el homenaje supremo de anonadarnos ante Él con todo el corazón y toda el alma? No temamos pretender esos favores. No se trata de ambición ni de imaginación: la misericordia de Dios nos concede los medios, unos medios que forman parte de una vida cristiana santa, normal.

EL DON DE SABIDURÍA ORDENA TODOS LOS ASPECTOS DE NUESTRA VIDA

En consecuencia, para esta alma todo está en orden, tanto dentro como fuera de ella. Ve las cosas, sus propios sentimientos, sus acciones y todo lo que le rodea como a seres capaces del «todo» de Dios, sin otro valor que el de la medida en que reflejan la infinitud divina. Y, por lo tanto, reina en ella la absoluta serenidad del orden

El orden no puede reinar donde las cosas no están en su sitio. Si los seres están mal colocados, se rebelan hasta encontrar su centro y su equilibrio.

Pero, si reina el orden –como en una vivienda donde cada cosa responde al proyecto de un arquitecto competente-, todo es solidez y serenidad. Así es el edificio de nuestra vida cuando está regulada por la exigencia del «todo» de Dios. El orden es estabilidad; no hay chirridos ni reclamaciones y, si algo gime en nosotros, no tenemos más que contemplar el «todo» de Dios para calmar nuestra tristeza.

GARDEIL, OP, Ambroise.
El Espíritu Santo en la vida cristiana .
Madrid: Ediciones Rialp, S. A., pp. 168-169; 154; 157-158; 161; 165

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