El orden puesto por Dios es tal que hay en el primer brillo de la aurora una belleza propia, tan pequeña con relación al mediodía y, sin embargo, no se confunde con esta. Cada etapa del camino del Sol tiene un encanto peculiar, pero el paso inicial, a la manera de una primera sonrisa, posee una pulcritud que parece que contiene a todas las otras.
Nosotros estamos en ese paso, en el inicio del amanecer, donde se siente solo un poco de luz contrarrevolucionaria, pero notamos que esa luminosidad se va esparciendo por todo el firmamento como un corusco. Se diría que ese Sol relampaguea en vez de nacer, iluminando este mundo transformado en charco, de manera a mostrar como todo cuanto los hombres piensan que es bello es hediondo, y las verdaderas bellezas, consideradas muertas, comienzan a revivir y a sonreír con los adornos de la juventud.