Para que venga del Reino de María no basta apenas con el exterminio de los malos a través de un castigo divino, igualmente se hace necesaria una efusión de gracias del Espíritu Santo que lleve a la conversión gran parte de la humanidad. Incluso los contrarrevolucionarios deben someterse a una transformación al estilo del gusano que se convierte en una hermosa mariposa.
Plinio Corrêa de Oliveira
A respecto del Divino Espíritu Santo y la Fiesta de Pentecostés, me gustaría decir algo acerca de un punto del que hemos estado hablando: el Grand Retour[1].
Necesidad de gracias excepcionales de conversión para la instauración del Reino de María
Si consideramos que los castigos previstos por la Virgen en Fátima determinarán el exterminio de un gran número de personas, especialmente las que no son buenas, y que entonces, salvándose los buenos, con ellos nace una nueva humanidad, me parece que desde el punto de vista demográfico quedamos en el punto de partida. Porque ¿cuántos son los verdaderos contrarrevolucionarios en los días de hoy? ¿Y cómo asegurar la perpetuación del género hum no partiendo de un puñado de buenos que quede? Es evidente que el exterminio no es suficiente, esos castigos tienen que ir acompañados de una gran conversión.
Sabemos que el Diluvio Universal, además de un castigo, fue una ocasión de conversión para muchas personas que, ante la inminencia de la muerte, se convirtieron y se salvaron. Por lo tan- to, podemos imaginar que las tragedias que castigarán a la humanidad, caso no se enmiende, también serán una oportunidad para que muchos se conviertan.
Pero ¿cómo podemos considerar esta gracia para tantas personas, incluso para los contrarrevolucionarios tan deficientes y llenos de fallas, teniendo en cuenta que se trata de instaurar la época más brillante de la Historia de la Iglesia, que es el Reino de María? ¿Cómo resolver este problema?
Sólo podemos imaginar esto de la siguiente manera: en algún momento, de un modo inesperado, la Virgen realizaría sobre un gran número de personas una acción sobrenatural, con gracias obtenidas por Ella, que actuarían sobre las almas para que se conviertan, se transformen por completo y se vuelvan contrarrevolucionarias.
Puedo decir que, tímidamente, a algo de esto asistí en mi vida. Porque cuando comparo lo que hoy es mi obra, con las posibilidades existentes para constituir un movimiento católico como éste, cuando empezamos, y lo que era Brasil antes de que comenzara el movimiento católico, veo enormes transformaciones que no podrían tener lugar sin gracias muy especiales, evidentemente distribuidas por el Espíritu Santo a las almas y obtenidas por su Santísima Esposa.
En cualquier etapa de la vida espiritual, pedir una transformación completa
Es evidente, que necesitaremos operaciones excepcionalísimas de gracia. Estas son las que debemos pedir: gracias muy especiales del Espíritu Santo. Es muy conveniente que hagamos este pedido al Divino Espíritu Santo Divino con ocasión de la Fiesta de Pentecostés.
Supongamos a alguien que, en su vida espiritual, se va manejando de una manera perfectamente satisfactoria; otro, de una manera mediocre; otro, sin embargo, insatisfactoriamente. ¿Cómo queda este pedido de gracias para cada uno?
Para el primero, se debe pedir a la Virgen que le dé una gracia para que su fervor sea tal que equivalga a una verdadera conversión, por la que adquiera una forma completamente nueva de ver la vocación, una renovación de todas las energías internas, para que la apetencia de santidad, de sacrificio, de amor por todo lo que es grande y sublime y que verdaderamente nos habla de Dios, crezca enormemente; y que él sea, con relación a lo que era antes, como la mariposa es para crisálida.
Tengo la impresión de que la representación zoológica de la transformación operada por la gracia en el hombre es un gusano que se arrastra por el suelo – un ser vil, feo, enterrado en el polvo –, que de repente se convierte en una hermosa mariposa. Esta es la transformación espiritual del hombre.
Esto lo deben pedir sobre todo los mediocres, que no se sienten progresar, y cuya vida de piedad se convierte en lero-lero, las Avemarías se automatizan, los pensamientos de piedad pierden el jugo, se conserva para todo esto una especie de cariño convencional, pero el fondo del alma no va por ese camino.
Sin embargo, me gustaría hablar especialmente para aquellos que tienen la desgracia de no estar espiritualmente bien. Hay situaciones en la vida espiritual que son tan difíciles que la persona como que pierde el coraje: “No puedo, no aguanto. Está muy bien, es muy hermoso, pero está demostrado que perdí el aliento, y ya no avanzo más…” Ahora, la Fiesta de Pentecostés nos recuerda admirablemente que esta forma de razonar es falsa.
Por más grandes que sean las dificultades, el Divino Espíritu Santo puede, en cualquier momento, por la intercesión de la Virgen, atender nuestros pedidos y fulminar un alma con su gracia, como San Pablo camino de Damasco.
Una intervención como esa, cualquiera puede y debe pedir. En estas condiciones, por lo tanto, yo sugeriría que todos nos acerquemos a la Fiesta de Pentecostés con gran confianza, plenamente convencidos de que, si pedimos, la Santísima Virgen nos atenderá, obteniendo para nosotros una gracia especial del Espíritu Santo.
No puedo asegurar que tal regalo va a llegarnos el día de Pentecostés, cuando las campanas estén anunciando el mediodía. Las cosas en la vida espiritual no ocurren tan cinematográficamente. Pero uno debe pedir para recibir en el momento apropiado y oportuno.
Extraído de conferencia de 2/1/1966