¡Quiten de mi frente ese Cristo, yo no lo necesito! Y se volteó para el otro lado; así expiró con un horrible suspiro esta alma impenitente y sacrílega.
Padre Luis Chiavarino
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Discípulo — ¿Pero, la misericordia de Dios no viene en su auxilio?
Maestro — ¿Puedes suponer acaso que Dios siempre quiera en la hora de la muerte usar de misericordia con quien durante toda la vida lo injurió con sacrilegios, abusando de esa misericordia? Y, además de esto, en la mayoría de los casos ni invocan esa misericordia; al contrario, muchas veces la desprecian. Aquí también, quiero persuadirte con hechos.
El Padre Dal Río cuenta que una joven empleada doméstica se confesaba frecuentemente, ya que su patrona así lo exigía, pero por vergüenza y terquedad callaba los pecados deshonestos.
En una ocasión, ella cayó gravemente enferma; y siempre, por causa de la insistencia de la patrona, se confesó una vez más, pero sacrílegamente. Después de que la curaran con muchos cuidados, llegó a burlarse con las amigas, poniendo en ridículo el celo de la patrona para inducirla a hacer una buena confesión.
Habiendo enfermando por segunda vez, más gravemente que antes, la patrona volvió a llamar al sacerdote, quien fue rápidamente. Con toda la piedad y paciencia que Dios concede en casos similares, el Padre intentó inducir a la infeliz a una sincera y dolorosa confesión. ¡Pero todo resultó en vano! Siempre obstinada , perseveró durante su larga agonía, en el propósito de esquivarse y callarse, rehusándose incluso a repetir las jaculatorias e invocaciones sugeridas por el confesor; mostrándose molesta con todo esto y con la presencia del Padre.
Finalmente, viendo que llegaba el momento de la muerte, el sacerdote le pidió que besara el crucifijo. Ella, con un esfuerzo supremo, lo apartó de sí con malas maneras y mirándolo con desprecio dijo:
—¡Quiten de mi frente ese Cristo, yo no lo necesito! Y se volteó para el otro lado; así expiró con un horrible suspiro esta alma impenitente y sacrílega.
Tomado del Libro Confesaos bien