El Glorioso – La historia de un barco que hizo historia

Publicado el 03/27/2023

Victoriosa, la nao española pudo continuar su rumbo tras haber destrozado a tres navíos ingleses. El dañado barco pareciera ostentar sus estropeadas velas cual invicto estandarte de guerra. Mal sabía la tripulación que aquel enfrentamiento sólo era el comienzo…

Diácono Francisco Javier de Oyarzábal, EP

El mar… libro abierto donde se esconden tantas grandes y pequeñas historias. Algunas totalmente sumergidas, abandonadas a su suerte en la oscura y rara belleza de las aguas profundas. ¿Quién no querría descubrirlas? Otras, en cambio, indemnes frente a las olas del tiempo, parecen desafiar los siglos, al igual que antaño sus protagonistas desafiaban tempestades. Así llegó hasta nosotros una de ellas, la famosa gesta del Glorioso, un barco… que hizo historia.

Una arriesgada misión

Puerto de Veracruz en el entonces Virreinato de Nueva España, actual México

Era la madrugada del domingo 28 de mayo de 1747. En el puerto de la ciudad mexicana de Veracruz, todos dormían. Todos… menos los hombres del intrépido Pedro Mesía de la Cerda. Guardiamarina de la Armada española desde los 17 años, era ahora, tras una larga y exitosa carrera militar, un experimentado capitán de 47 años al mando del navío de 70 cañones San Ignacio de Loyolaalias, el Glorioso.

La tripulación había pasado en vela toda la noche yendo y viniendo del puerto a las bodegas del mencionado navío, transportando un valioso tesoro y ultimando los preparativos para la rápida, pero sigilosa, muy sigilosa partidaespías ingleses merodeaban por la zona y era necesaria la máxima discreción1.

Una vez todo a bordo, zarparon sin demora hacia La Habana, para dirigirse después rumbo a Españallevando en las bodegas de su buque la sorprendente carga de más de 4 millones de monedas de plata y 4.400 onzas de oro. A lo que se le sumaba una rica y variada mercancía,2 que también debería llegar a su destino lo antes posible.

Era ésta la difícil misión que pesaba sobre los hombros del capitán Mesía. Conocía mejor que nadie los innumerables incidentes que podrían suceder durante la ruta, y cómo éstos podían suponer la pérdida de una verdadera fortuna. Por si fuera poco, tenían que hacer la travesía en solitario, sin ninguna otra embarcación de apoyo. Absolutamente solo ante los peligros de la mar y la piratería inglesa.

Por esa razón, informado con antecedencia de la arriesgada misión que debería llevar a cabo, se le permitió al capitán elegir a cada uno de sus hombres, y seleccionó a dedo a los más experimentados que pudo encontrar.

Tras semanas de calma, el primer combate

En las primeras semanas de navegación todo transcurrió con normalidad, pero en la mañana del 25 de julio las cosas cambiaron. A lo lejos, cerca del archipiélago de las Azorespudieron divisar una gran cantidad de velas. ¿Serían británicas? Horas más tarde, el mal presagio se confirmó: se trataba de un gran convoy inglés escoltado por cuatro buques de guerra al mando del capitán John Crookshanks.

Al descubrir al solitario navío español, los ingleses intuyeron que sería una presa fácil y que ciertamente estaría bien cargada de tesoros. Por eso el capitán ordenó que uno de los barcos de su pequeña flota siguiera protegiendo a los demás, mientras se lanzaba a la caza del botín español con los otros tres: el navío de línea Warwick, la fragata Lark y el bergantín Montagu.

El Montagu, más veloz que los otros, consiguió acercarse primero y disparó al San Ignacio de Loyola, con el objetivo de retrasar su marcha, pero el capitán Mesía, previendo sus movimientos, mandó trasladar varios cañones a popa y lo mantuvo a raya, a cañonazo limpio, toda la noche.

Durante el día siguiente, 26 de julio, los otros dos navíos consiguen acortar distancias y, al caer la noche, ya están pisándole los talones al barco español, que no puede evitar el enfrentamiento. No obstante, esta vez, quien tomará la iniciativa del ataque será el capitán Mesía.

A la luz de la luna, y como si no hubiera un mañana, el San Ignacio de Loyola se abalanzó sobre el Montagu, disparándole a bocajarro algunos cañonazos que lo harán batirse en retirada para no volver más. Pero lo mejor de la maniobra fue que ésta dejó al buque español al lado del Lark, lo que le permitió disparar todas las baterías de la banda de estribor con tanto acierto que la fragata inglesa, quedando completamente desarbolada, no pudo volver más al combate.

Por fin, giró en redondo para dirigirse al Warwick, y cuando lo tenía a tiro, le descargó toda la batería de babor, cruzando sus balas con las del desesperado inglés, que no podía dar crédito al inusitado movimiento. En esto, viró una vez más, y alcanzándolo de nuevo, cañoneó con la banda de estribor. La batalla duró más de seis horas, tras las cuales, Erskine, capitán del Warwick, aprovechó un viento favorable para huir del fuego enemigo y pedir socorro. Su barco estaba destrozado.

Victoriosos, los españoles pudieron continuar su camino. Las averías sufridas eran bastante serias, sin embargo, el dañado buque pareciera ostentar sus estropeadas velas cual invicto estandarte de guerra. A su vez, la tripulación estaba feliz; mal sabían que esto era sólo el comienzo…

¡Zafarrancho!

Tras algunas semanas sin novedades, el domingo 13 de agosto, cuando faltaban nada más que diez leguas para alcanzar el cabo de Finisterre, el vigía del palo mayor divisó varias velas. Al día siguiente, constataron que eran tres barcos de la Royal Navy: el navío Oxford, la fragata Shoreham y el bergantín Falcon. Los tres avanzaban bastante ligeros hacia el maltrecho San Ignacio de Loyola, como si ha tiempo estuvieran esperándole. Tal vez sólo querían ajustar cuentas.

A la vista del trágico escenario, el preocupado semblante de los españoles hacía entrever las innumerables dudas que impactaban en sus espíritus cual balas de cañón: ¿saldrían de ésta o perecerían en el intento? Faltaba tan poco para llegar a casa que aquello parecía una verdadera pesadilla. De pronto, el mortal silencio que hacía surgir tantas preguntas fue cortado de golpe por el grito del capitán Mesía: «¡Zafarrancho!». No era el momento para especulaciones, sino para orar y luchar.

Poco a poco la escuadra británica se fue aproximando. Finalmente, sobre las cuatro de la tarde, tanto la Shoreham como el Falcon se cruzaban por un lado del San Ignacio de Loyola, a una distancia prudencial, mientras que el Oxford lo hacía por el otro, pero nadie abrió fuego.

Sin embargo, una vez que tenían la presa a su alcance, viraron en redondo los ingleses para iniciar la captura. Al instante, mandó girar también el capitán Mesía, volviéndose a topar los barcos para darse, ahora sí, unas cuantas calurosas y mutuas salvas de plomo y fuego.

El desigual duelo duraba ya casi tres horas, cuando el capitán Callis, comandante de la escuadra inglesa, no pudo soportar por más tiempo el castigo que le infligía el San Ignacio de Loyola, y tuvo que batirse en retirada. Aquello era increíble. ¡Un verdadero milagro! Gran muestra de la protección divina que no los desamparaba.

Surgen en el horizonte los últimos enemigos

Puerto de Corcubión

Por fin, llegaron al puerto de Concurbión, en Galicia, el 16 de agosto. Allí descargaron el preciado tesoro para ponerlo a salvo. ¡La misión estaba cumplida! Pero la odisea continuaba. Una vez terminados los arreglos más urgentes, zarparon el 11 de octubre hacia el puerto de El Ferrol, donde dispondrían de lo necesario para el resto de las reparaciones.

Infelizmente, nunca pudieron llegar debido a un fuerte vendaval. Además, estaban ya cerca de la Costa de la Muerte, terrible región donde muchos barcos naufragaban. No era prudente seguir por allí, y menos en sus penosas condiciones. Por eso, el capitán Mesía mandó poner rumbo a Cádiz.

En el camino, al amanecer del 17 de octubre, el infortunio volvió a llamar a la puerta. Apareció en el horizonte la Royal Family, escuadra corsaria comandada por el comodoro inglés George Walker, que venía a bordo de la nao capitana King George. Al verlos, Walker comenzó la persecución del maltrecho buque, seguido por la fragata Prince Frederick. De noche, el pirata ya había alcanzado a su presa, y una vez más, a la luz de la luna dio inicio el combate.

Tras importantes bajas, entre muertos y heridos, la King George soportaba ya la tercera hora de fuego, aun con su mástil principal abatido.3

Bien adentrada la noche, apareció en escena la Prince Frederick. Su comandanteEdwar Dottin, intentó distraer el fuego que no cejaba de caer sobre su jefe, cañoneando al San Ignacio de Loyola y recibiendo también su merecida partida. Al final, en palabras del propio Walker: «A las once en punto, ante nuestra sorpresa, el enemigo se hizo a la vela, […] pero nosotros no pudimos seguirle».4

Hasta la última bala de cañón

Detalle de «La captura del Glorioso», de Charles Brooking

Al día siguiente, 18 de octubre, el San Ignacio de Loyola era perseguido por el King George, el Duke y el Prince Frederick, ¡la familia real al completo! Pero, por si fuera poco, apareció por delante del español otro más, el navío de su majestadel Darmouth, al mando de John Hamilton.

Cuando éste llegó a tiro, ambos se batieron largo rato hasta que de improviso, uno de los cañonazos del San Ignacio de Loyola entró en la santabárbara del buque inglés, haciéndolo saltar por los aires. La trágica explosión fue de tal calibre que de los 370 hombres que iban a bordo sólo 18 pudieron salvar la vida.

Pese a ello, la tregua no duró mucho. En torno a la medianoche, un nuevo barco abría fuego contra el San Ignacio de Loyola. Era el Russel, poderoso navío de línea de su majestad con tres puentes y 92 cañones, que se había unido a las fragatas de la Royal Family. ¿Qué debieron pensar los españoles viendo que la situación iba de mal en peor? Tal vez para muchos, a estas alturas, ya daba lo mismo enfrentar dos barcos que cuatro.

Bajo el fuego de las fragatas y del Russel, se defendieron el capitán Mesía y sus hombres hasta la última bala de cañón. Y cuando faltaron las balas, cargaron los cañones con cualquier cosa metálica que pudieron encontrar. Al final, ya nada tenían con qué cargarlos…

Gloriosos vivos, listos para luchar y resistir

«El último combate del Glorioso», de Augusto Ferrer-Dalmau

La resistencia parecía inverosímil, y a tal punto llegó que el propio comodoro inglés George Walker escribió«Nunca los españoles, y nadie en realidad, han luchado mejor con un barco como lo hicieron ellos».5Alrededor de las seis de la mañana, cuando los primeros rayos del sol iluminaban lo que aún quedaba del San Ignacio de Loyola, los ingleses entraron en el navío y hallaron 130 heridos y 33 muertos. El resto de la tripulación fue conducida hacia los barcos británicos, desde donde cada español pudo contemplar mejor su destartalado barco.

En aquel trágico momento, bajo la mirada triste de aquellos que tanta sangre en él habían derramado, el buque mismo pareció tomar vida para decirles sus últimas palabras: «¿Qué miráis hermanos? No os preocupéis más por estos restos que en breve serán destruidos. La materia se va, pero la gloria baja sobre aquellos que conmigo sufrieron y lucharon hasta el final».

Difícil concebir fin más glorioso, pensaban los marineros. ¿Habrá quedado desde entonces consignado para siempre su apodo de Glorioso? Probablemente. Pero lo cierto es que, a partir de aquel momento, cada uno de ellos pasó a ser otro verdadero Glorioso vivo, listo para luchar y resistir con la esperanza de la que nos habla el Apóstol: «Nos gloriamos incluso en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza» (Rom 5, 3-4). 

Extraído de la Revista Heraldos del Evangelio n°236, marzo de 2023; pp. 32-35.

Notas

1 De hecho, desde principios del siglo XVIII los puertos españoles eran un auténtico «hervidero de agentes británicos prestos a informar al contralmirante sir Chaloner Ogle, comandante en jefe de la flota británica de las Indias Occidentales, sobre cualquier mínimo movimiento de los barcos españoles» (PACHECO FERNÁNDEZ, Agustín. El «Glorioso». 5.ª ed. Valladolid: Galland Books, 2021, p. 93).

2 «6.412 arrobas de grana fina, 2.354 de tinta, 64 de grana silvestre, 281.092 baynillas, 68 quintales de purga de Jalapa, 350 arrobas de azúcar, 24 de bálsamo, 55 de cacao y 300 cueros al pelo» (Ídem, p. 135).

3 Cf. ROJO PINILLA, Jesús Ángel. Cuando éramos invencibles. 7.ª ed. Madrid: El Gran Capitán, 2017, p. 147.

4WALKER, George. The Voyages and Cruises of Commodore Walker. London: A. Millar, 1760, t. II, p. 216.

5Ídem, p. 231.

 

Deje sus comentarios

Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

version mobile ->