¡El inicio de una epopeya!

Publicado el 05/05/2022

Reunidos alrededor de Nuestra Señora en el Cenáculo, los apóstoles y discípulos son tomados de ardor, cuando de repente, el Espíritu Santo desciende y los ilumina. A partir de entonces, todo cambiaría en sus vidas

Plinio Corrêa de Oliveira

Después de la muerte de Jesús los apóstoles pasaron algunos días medio desnorteados. Sin embargo, permanecieron en el Cenáculo a los pies de Nuestra Señora y con esto fueron recobrando las gracias que incluso las almas más infieles recobran al ponerse junto a la Virgen María.

Cuando Nuestro Señor se les apareció después de la Resurrección, hubo una especie de proceso de conversión a lo largo del cual Nuestro Señor se les apareció varias veces, tornando evidente su triunfo patente y su carácter divino.

Junto a María Santísima se encontraban San Pedro, jefe y cabeza de la Iglesia, y San Juan a quien fuera confiada por su Hijo en lo alto de la Cruz

El ápice glorioso y definitivo de este período de ascensión — durante el que fueron quebrándose las costras que habían en el alma de los apóstoles y discípulos — fue el día de Pentecostés, cuando estaban reunidos en el Cenáculo en recogimiento y elevada oración. Nuestra Señora presidía la reunión; junto a Ella estaba San Pedro, el príncipe de los apóstoles, así como los demás apóstoles, quienes son por excelencia la sal de la tierra y la luz del mundo.

Bajo la forma de llamas, baja el Espíritu Santo

Cada vez más el Espíritu Santo actuaba sobre ellos de un modo profundo, y la oración era cada vez más elevada; en cierto momento, se produjo un enorme estruendo y el Paráclito entró en esa sala bajo la forma de llama. Una gran llama se posó sobre María Santísima dividiéndose en varias otras sobre los apóstoles.

Ellos salen del Cenáculo y comienzan a predicar, produciendo un verdadero acontecimiento en la ciudad. Se encuentran de tal manera entusiasmados, alegres y contentos con el fuego del Espíritu Santo, que muchos piensan que están embriagados.

Es lo que el lenguaje de la Liturgia llama de “la casta embriaguez del Espíritu Santo”: un entusiasmo que no viene de la falta de moderación, sino de una plenitud de la templanza, que hace con que el alma —enteramente señora y dueña de sí—, diga palabras tan sublimes y cosas tan extraordinarias y con tanto fuego, que muchas de ellas no son adecuadamente captadas por los otros.

Pero son cosas que arrebatan a todo el mundo. Comienza entonces la expansión de la Iglesia con una plenitud del Espíritu Santo que nunca la abandonará.

La plenitud del Espíritu Santo penetra en la Iglesia Católica

Aspecto de una Misa de Consagración a la Santísima Virgen en la Iglesia de Nuestra Señora de Fátima en Tocancipá, Colombia

Desde ese momento, donde hayan auténticos católicos habrá una presencia del Divino Espíritu Santo que se hace sentir por la infalibilidad de la doctrina, por la continuidad de la santidad, por el vigor apostólico y por un cierto ambiente indefinible que es la alegría del alma del católico, por donde se sabe que la Iglesia Católica es la única verdadera, eternamente la Iglesia verdadera, independiente de pruebas o de apologéticas.

Cuántas veces, entrando en alguna iglesia, de repente tenemos una sensación sobrenatural de recogimiento y encanto que nos lleva a decir: “¡esta es la verdadera Iglesia. Lo que no sea esto es error y mentira. A ella quiero entregarme enteramente!”.

Esa sensación es una centella del fuego de Pentecostés de esa permanencia definida y definitiva del Espíritu Santo entre los verdaderos fieles.

En Pentecostés, el inicio de una epopeya

Durante su vida, Nuestro Señor fundó la Iglesia. Pero cuando murió, ella era aún un como un edificio inacabado.

Muriendo en la Cruz, Jesús regó la Iglesia con su Sangre Divina. Hasta entonces, ella era como una planta que apenas comenzaba a germinar, a desarrollarse, pero que aún no había dado ni frutos ni flores. Con la venida del Espíritu Santo, los frutos y las flores aparecen y la Iglesia comienza a mostrarse con su fuerza y su belleza definitivas. A partir de ese momento, con algunos apóstoles que se dispersan, se inicia la gran epopeya de la Iglesia Católica.

Algunos permanecen en el Medio Oriente, otros van predicando en las más variadas regiones de la tierra; unos fracasan, otros tienen éxito. Los que tienen éxito fundan la cristiandad, la cual se eleva encima de todas las naciones de la tierra y la domina.

La obra de Nuestro Señor Jesucristo adquirió su plenitud en Pentecostés, pues hasta entonces los apóstoles no veían, no actuaban, no entendían; de repente, todo cambió con Pentecostés.

Esa gracia les vino por medio de Nuestra Señora. El fuego se posó sobre su cabeza para después dispersarse sobre los demás, a fin de dar a entender que la Virgen María es la Medianera de todas las gracias y que todo nos viene por su intermedio.

Deseo de un nuevo Pentecostés

Solo hubo uno y no existirá otro Pentecostés hasta el fin del mundo. Pero podrán suceder hechos similares a Pentecostés. Es decir, quienes se juntan a Nuestra Señora para rezar, en determinado momento pueden ser visitados por una gracia súbita extraordinaria. Y aún los más opacos, los más tibios, los más perdidos, de repente pueden quedar llenos de la embriaguez del Divino Espíritu Santo.

Nosotros estamos en una época en que cada vez más el espíritu de las tinieblas progresa, avanza y parece dominarlo todo.

¿No sería lógico, simétrico, razonable y proporcional que en el momento donde el Espíritu Santo parezca totalmente expulsado de la tierra, de repente Él volviese? ¿Y volviese con un gran estruendo y todas las cosas comenzaran a modificarse? Sería una cosa concebible.

¿Quien sabe si tendrá esa forma el Grand Retour 1 que nosotros esperamos ? ¿Quién sabe si un acontecimiento, un hecho, una gracia nos transformará a todos en un instante y a fin de cuentas, seremos aquello que debemos ser?

A los pies de Nuestra Señora se recibe el Espíritu Santo

Es bueno que tengamos en mente la noción de que a los pies de Nuestra Señora se recibe el Divino Espíritu Santo; y quien obtiene el Espíritu Santo posee la propia fuente de todas las gracias y así, se convierte completamente. Por tanto, pidiendo en unión con María obtendremos repentinamente la gracia que tanto penamos para conseguir, pero por nuestra maldad no correspondemos suficientemente y nos mantenemos en nuestra ceguera.

Exactamente como los apóstoles que lucharon algún tanto para tener esa gracia, pero correspondieron de un modo incompleto y se quedaron en el estado que sabemos.

Debemos presentar por medio de Nuestra Señora esta oración a Nuestro Señor Jesucristo: “envía para este mundo revolucionario, corrompido, perdido, ciego, abobado, el Divino Espíritu Santo y todas las cosas serán como que nuevamente creadas; todo reflorecerá. Y tú, Dios mío, habrás renovado la faz de la tierra”.

Pidamos a Nuestra Señora que Ella obtenga para nosotros el Espíritu Santo y así tomaremos una nueva vida. Es esto lo que con confianza y espíritu fiel debemos pedir el día de Pentecostés. Tengo certeza que esta oración será atendida. Porque, si es verdad que a quien toca se le abre, a quien pide se le da, esto es sobre todo aplicable a la oración en la cual rogamos al Divino Espíritu Santo.

Lo que encima de todo, Nuestra Señora desea concedernos es el buen espíritu, del cual el Espíritu Santo es la fuente. Todas las otras gracias son colaterales.

Tomado de conferencia de 20/5/1972

Notas

1) “Gran Retorno”. Al inicio de la década de 1940, hubo en Francia un extraordinario incremento del espíritu religioso, cuando se realizaron las peregrinaciones de cuatro imágenes de Nuestra Señora de Boulogne. Tal movimiento espiritual fue denominado de “grand-retour” en el sentido no solamente de un “gran retorno”, sino de un torrente avasallador de gracias que a través de la Virgen Santísima, Dios concederá al mundo para la implantación de Reino de María.

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