El león, símbolo de la santidad, majestad y fuerza

Publicado el 02/27/2021

Analizando un león heráldico, el Dr. Plinio demuestra cómo, a través de un ente creado, nos elevamos a consideraciones de carácter metafísico y sobrenatural, reconociendo en seres materiales los símbolos de realidades espirituales.

Una de las formas de hacer apostolado, hoy en día, es hacer que las almas consideren la cuarta vía de acceso al conocimiento de Dios que Santo Tomas de Aquino describe como la vía de la perfección.

Cómo abordar el tema

Hay, sin embargo, una dificultad que consiste en lo siguiente: algunos espíritus son muy sensibles a ello; otros, por el contrario, son poco sensibles. Sin duda, esta insensibilidad es producida, en parte, por la Revolución, pero también por determinadas características legítimas del espíritu humano, que debemos tener en cuenta.

Existen personas que saben muy bien ver los reflejos de Dios en un determinado arte, pero no en otro. Por ejemplo, son muy sensibles a lo que un fenómeno sonoro refleja de Dios, pero menos sensibles a los fenómenos cromáticos. Otros tienen gran sensibilidad al elemento olfativo, para los cuales el perfume dice extraordinariamente. Otros serán aún más sensibles a una producción literaria. Y así sucesivamente.

Es decir, hay legítimas diferencias de espíritu en la consideración de la cuarta vía, lo que ya establece una primera dificultad para abordar el tema. Además, hay demostraciones erróneas que han acostumbrado a los espíritus a considerar las cosas de una manera equivocada.

No disponiendo en el momento de canciones ni de perfumes, me pareció adecuado hacer una exposición de la cuarta vía basada en la heráldica, disciplina nacida en la Edad Media que, a través de signos y símbolos, expresa determinadas realidades referentes a la vida de un individuo, de una familia, provincia, nación, institución, en fin, de cualquier entidad que se pueda concebir.

Analicemos el estandarte que tenemos ante nosotros. Comienzo por decir cómo el símbolo que lo compone no debe ser considerado: el león es el más fuerte de los animales; por lo tanto, es legítimo que haya sido elegido un símbolo de la fortaleza. La sangre derramada por el hombre es una manifestación del martirio y de la dedicación. De manera que es legítimo que, cuando se quiera simbolizar la valentía llevada hasta el límite del heroísmo del mártir o del guerrero, se use ese color. Entonces, por estas razones, nuestro estandarte habla de combatividad y de heroísmo: la combatividad del león y el heroísmo de quien vierte su sangre por la cau- sa que defiende.

El asunto no debe ser examinado de esta manera. No es que sea un error decir esto, pero no es en este aspecto que el tema necesita ser abordado.

El león heráldico, quintaesencia de todos los leones

El león es un animal cuya figura ha sido acogida y manipulada por los dibujantes de la heráldica, que han intentado hacer un león evidentemente parecido a lo que se ve en las selvas, pero en el que se han acentuado los rasgos característicos, de modo que, por decirlo así, han sido estilizados. La estilización es tomar lo que es característico y representarlo de una manera notable.

En nuestro estandarte, por ejemplo, vemos que los rasgos característicos del león fueron acentuados por los heraldistas. Por lo tanto, algo que no todos los leones tienen e incluso muy pocos lo tendrán, tal vez ninguno en su conjunto; el heraldista supo, artísticamente, modelar un león que es, al mismo tiempo, la quintaesencia de todos los leones. 

Un león exactamente así no existe en ninguna parte. En otras palabras, es un león ultra real, por un lado, porque lo más real en el león está expresado allí, pero, por otro lado, es irreal porque ningún león es realmente así.

Un león, así modelado, puede ser considerado como símbolo de un determinado tipo de fuerza, no porque se parezca a un animal salvaje, sino porque es otra idea. Hay varios animales en la naturaleza que pueden simbolizar la fuerza: el águila, la anaconda que estrangula un cordero y se lo come, el toro, el elefante, el rinoceronte. Pero ningún animal simboliza el tipo de fuerza simbolizada por el león.

Tomemos, por ejemplo, el rinoceronte. Un animal feo sin arquitectura. Su figura es una masa de carne llevada por garras furiosas que patean estúpidamente. Tiene una agresividad grosera, de taberna. Es la fuerza bruta en su estupidez.

El león representa ante todo una fuerza suprema en la órbita en la que se mueve. Sin embargo, él es el primero no sólo por ser el más fuerte, sino porque es el más glorioso. Tiene su cabeza rodeada de un halo de gloria, porque aquella melena no se compone de pelos desordenados como los del rinoceronte, del búfalo, no son pelos llenos de bichos, de espacios vacíos, ni nada de eso, sino limpios. El león es un animal de corte, bien arreglado; sus pelos caen como deben caer y forman una especie de aureola medio áurea a su alrededor. Se mueve y los movimientos de su cabeza están rodeados por los movimientos prestigiosos de su melena.

Su mirada es frontal y ya tritura antes de que las mandíbulas hayan triturado, dando la impresión de que su fuerza está en el alma más que en el cuerpo, que es exactamente la fuerza bien ordenada. Es la fuerza de espíritu la que mueve el cuerpo. Y no una fuerza del cuerpo imbécil, gobernada por un espíritu insuficiente para regularla; esto es una degradación, una supremacía de la materia sobre el espíritu.

El león se cierne sobre los espacios vacíos de criaturas, pero lleno de victoria

Me dijeron que el león no ve las cosas pequeñas, sólo las grandes. Eso que podría parecer una insuficiencia tiene también su aspecto simbólico. Hay un proverbio latino que dice: Aquila non capit muscas, El águila no atrapa moscas. El león no mira cositas. Hay otros animales que se ocupan de ellas; está hecho para las cosas grandes, es superior en todo.

El hocico del león no es torpemente plano, ni siquiera es puntiagudo. Tiene una noble elevación que va bien con la conformidad de la cara, cubre completamente la mandíbula que aprieta sin nerviosismo, pero que rompe y come con la naturalidad con la que uno de nosotros comería, por ejemplo, una sardina. Así la mandíbula del león hará con el hueso de un animal considerable. Él tritura y aún pasa majestuosamente su lengua roja, hermosa, por aquellos labios tremendos. La lengua hace un giro elegante, moviéndose con belleza, mientras traga. Después el león cierra la boca y entra en una especie de quietud: “Ahora digeriré.” Está terminada la masticación, la lucha; la deglución ya tiene algo del reposo, enseguida viene la digestión majestuosa, con la serenidad de la victoria conquistada. El león se cierne sobre los espacios vacíos de criaturas, pero lleno de victoria; y su reposo está lleno de reflejos áureos.

Delicadeza y fuerza

El paso del león es dominante, pero no el estúpido dominio con el que el elefante aplasta a la hormiga. Una catástrofe para la hormiga. Aquella montaña de carnes aplanando vilmente un pequeño bichito lleno de complejidades y de organicidad. Es la derrota de la sutileza ante el hecho consumado, estúpido y brutal.

El león no. Sus patas no fueron hechas para aplastar, sino para caminar, correr y saltar. De tal manera que salta con cierta delicadeza. No es, sin embargo, la delicadeza de lo frágil. Una de las bellezas del león es la manera en que combina la delicadeza con la fuerza.

La forma en que la pata del león pisa el suelo es todo un movimiento muscular hermoso. Adelanta una pata y toma posesión del suelo, sin aplastarlo; crea una soberanía de unos centímetros alrededor de la pata, simplemente por el hecho de posarse sobre ella. Y luego aquella pata se encoge y le da apoyo. Se ve el servicio que la pata presta: llevar aquella masa imponente. Pero cuando ya se equilibró completamente, la pata ya está distendida y lista para caminar. Y va así, en una conquista progresiva de los espacios desocupados, que es una verdadera belleza. Es metódica, serena, no admite discusión, y cuando llega la hora del león correr es diferente. 

Porque allí aparece cualquier cosa de zorro dentro del león. Se vuelve perspicaz, se ensaña en todo, comienza a trotar preocupado y ansioso. Cada vez que él se acerca más, la mirada va fijando y ya tragando lo que las patas todavía no alcanzan. El ataque es real porque en ese momento se convierte en bípedo. Y entra con toda su estatura.

Vemos en esta figura heráldica al león que levanta las patas para agarrar, cada pata se transforma en una espada, en un arma. Con las garras así levantadas está hecho el asalto, en una especie de indignación tan majestuosa y correcta que se diría que el león está indignado contra quien se atrevió a no someterse a él. Esa actitud tiene algo de regio. De esta forma Luis XVI debería haber recibido a las multitudes revoltosas que atacaron el Palacio de Versalles.

La cola, un poco por encima de la cabeza, da una idea del triunfo

El cuerpo del león tiene de muy bonito lo que nuestros estandartes reproducen bastante bien. El león es tan arquitectónico que posee como que dos zonas distintas del cuerpo: la zona felpuda, la de la cabeza, es la fachada del león. Así como un edificio además de la fachada, posee otras alas, el cuerpo del león tiene una parte enteramente rapada y lisa, de una forma que, a medida que va llegando hacia atrás, adelgaza. En él el pecho es más saliente. La otra parte del cuerpo se va tornando más esbelta hasta las patas traseras, que ya participan del ímpetu del combate. Casi no se percibe que las funciones digestivas ocupan una parte en el cuerpo del león. Todo en él es una máquina de guerra, en que la fisiología pasa por algo más o menos irreal. Ni se piensa en fisiología, cuando se ve un león andando. Es tan espléndido, que pareciera que se cierne encima de las contingencias fisiológicas.

La cola del león fue aprovechada en nuestro estandarte para ser un ornato más. El rabo es frecuentemente feo en los animales.

Sólo hay dos tipos de animales en que el rabo es bonito: el caballo y cierto género de pájaros, comenzando por el pavo real, naturalmente.

Esta ave me encanta. La mentalidad moderna rechaza los pavos reales, pues para ella ellos son un símbolo del fausto inútil que no trabaja, de la cosa preciosa que vale poco dinero.

Si la cola del pavo real fuese hecha de cheques, ese género de personas la comprendería mejor, pero siendo de plumas tan vistosas y bonitas ¿qué puede valer aquello?

El artista que representó ese león según la tradición heráldica aprovechó la cola del animal como una manifestación de gallardía más. Yo hice hincapié en que esa gallardía fuese tal que la cola quedase un poquito encima de la cabeza, dando la idea de un triunfo. Es decir, inclusive aquello que se arrastra normalmente por el suelo, el león tiene la vitalidad para levantarlo de un modo noble, representando casi una flámula o una bandera, que carga para dar la idea de la levedad de sus recursos, después de haber dado la idea de toda la majestad de su “personalidad”. 

Extraído de conferencia de 5/1/1973

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