El mayor milagro de la Historia

Publicado el 03/31/2021

Entre las manifestaciones divinas de misericordia y justicia, ¿en cuál de ellas Dios se muestra más poderoso? ¿Cuál de las dos atrae milagros más sublimes?

Misericordia y justicia son una constante en toda acción de Dios en la Historia, ya desde cuando Él mismo guiaba al pueblo elegido, heredero de la promesa de la Redención, así como a lo largo de to‐ da la era cristiana.

Una inquietud, no obstante, siempre se presenta en la mente humana en todos los tiempos: a fin de cuentas, ¿qué es lo que tiene más valor o importancia: la divina justicia o su misericordia? ¿En cuál de ellas Dios manifiesta más su poder? ¿Cuál de las dos atrae milagros más sublimes?

Santo Tomás es el que nos responde cuando afirma: “La omnipotencia de Dios se manifiesta en grado sumo perdonando y apiadándose, porque la manera de demostrar que Dios tiene el poder supremo es perdonando libremente los pecados”.1

Así pues, discurramos un poco con algunos hechos que no sólo ilustran, sino hacen patente el aspecto más alto del poder del Altísimo ejercido en la misericordia.

Una deuda infinita pagada con amor

Después del pecado original la humanidad había contraído una deuda con el Creador. Sin embargo, ¿como iba el hombre, finito como es, a poder satisfacer al Infinito? Únicamente alguien infinito podría ofrecer una reparación a su altura. He ahí el motivo, dice Santo Tomás, de la Encarnación de Cristo: “fue preciso que, para lograr una satisfacción perfecta, la obra del reparador tuviese una eficacia infinita, por ejemplo, la de un Dios y hombre a la vez”.2

Dicha satisfacción desvela el gran amor de Dios para con nosotros y revela un reflejo tan alto del poder divino, que escapa completamente tanto al pensamiento humano como al angélico. Consideremos aquí sólo un aspecto, señalado por Monseñor João Clá Dias, EP: “al encarnarse en el seno purísimo de María, el Señor hizo el milagro negativo de asumir un cuerpo padeciente”.3

He aquí el misterio que sorprende a toda criatura: Él vino a nuestra humanidad sin dejar la divinidad, para ser inmolado en el sagrado madero y, así, comprar y reatar nuestra amistad con Dios.

Milagro “negativo”: Dios se hace hombre

¡Qué milagro! De hecho, el Doctor Angélico define el milagro como: “aquellas cosas que son hechas por Dios fuera del orden de las causas conocidas para nosotros”.4

Muchas veces, consiste en la transformación de algo pequeño, o incluso insignificante, en una obra de gran valor. O en la elevación de algo defectuoso a su estado de perfección.

Pensemos, por ejemplo, en el cojo de nacimiento que “solían colocarlo todos los días en la puerta del Templo llamada ‘Hermosa’, para que pidiera limosna” (Hch 3, 2). Suponemos que los transeúntes debían compadecerse y darle, de vez en cuando, algún óbolo. Pero unos años más tarde, ¿quién se acordaría de él? Sin duda, los anales históricos no habrían registrado jamás su existencia si un día no hubiera sido blanco del retumbante milagro de volver a andar, a la voz de San Pedro: “en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda” (Hch 3, 6). Digamos que eso fue un milagro “positivo”.

¿Qué sería, pues, hacer un milagro “negativo”? Sería como si, en lugar de cojo, ese hombre fuera atlético, activo y de muy buen porte físico, y uno de los apóstoles, cierto día, fijando bien la mirada en él le ordenara el milagro “negativo” de instantáneamente quedarse deficiente. A eso lo llamaríamos una desgracia, nunca un prodigio.

Ahora bien, Jesús quiso asumir sobre sí, por su misericordia infinita, las deficiencias corporales de la naturaleza humana y así lavarnos de la infelicidad del pecado. Pues”en caso de que el Hijo de Dios hubiese asumido un cuerpo celeste, no hubiera tenido hambre ni sed, ni hubiera padecido pasión y muerte”.5

Paradoja mayor no existe, ¡al ser Él el Inocente! Es lo que Dios quiso hacer por nosotros: se encarnó por nuestra salvación, “realizando un milagro contra sí mismo, porque prefirió asumir un cuerpo padeciente”,6 ¡el que por su vida en la gloria no podía padecer!

El poder de la misericordia

¡Qué no es capaz de hacer la misericordia del Todopoderoso! ¡Cuánto poder!

Muchos milagros “positivos” hubo en el transcurso de los siglos, beneficiando a innumerables personas. En la vida pública del Salvador no hubo enfermo que presentándose ante Él con fe no fuera curado. Pero para consigo mismo Jesús quiso hacer un milagro “negativo”, con el fin de rescatar a los que ama. San León Magno lo describe con estas palabras:

“La majestad asume la humildad, el poder la debilidad, la eternidad la mortalidad; y, para saldar la deuda contraída por nuestra con‐ dición pecadora, la naturaleza invulnerable se une a la naturaleza pasible. […]

“Tomó la condición de esclavo, pero libre de la sordidez del pecado, ennobleciendo nuestra humanidad sin mermar su divinidad, porque aquel anonadamiento suyo —por el cual, Él, que era invisible, se hizo visible, y Él, que es el Creador y Señor de todas las cosas, quiso ser uno más entre los mortales— fue una dignación de su misericordia, no una falta de poder. […]

“Y, así, el Hijo de Dios hace su entrada en la bajeza de este mundo, bajando desde el trono celestial, sin dejar la gloria que tiene junto al Padre, siendo engendrado en un nuevo orden de cosas.

“En un nuevo orden de cosas, porque el que era invisible por su naturaleza se hace visible en la nuestra, el que era inaccesible a nuestra mente quiso hacerse accesible, el que existía antes del tiempo empezó a existir en el tiempo, el Señor de todo el universo, velando la inmensidad de su majestad, asume la condición de esclavo, el Dios impasible e inmortal se digna hacerse hom‐ bre pasible y sujeto a las leyes de la muerte.

“Él mismo que es Dios verdadero es también hombre verdadero, en Él, con toda verdad, se unen la pequeñez del hombre y la grandeza de Dios.

“Ni Dios sufre cambio alguno con esta dignación de su piedad, ni el hombre queda destruido al ser elevado a esta dignidad”.7

He ahí el poder misericordioso del Altísimo, que dio origen al mayor y más sublime milagro de toda la Historia.

Tomado de la Revista Heraldos del Evangelio nº153, abril de 2016; pp. 24-25

Notas

1 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I, q. 25, a. 3, ad 3.

2 Ídem, III, q. 1, a. 2, ad 2.

3 CLÁ DIAS, EP, João. La fe de Pedro, fundamento del Papado. In: Lo inédito sobre los Evangelios. Città del Vaticano‐São Paulo: LEV; Lumen Sapientiæ, 2014, v. II, p. 292.

4 SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., I, q. 105, a. 7.

5 Ídem, III, q. 5, a. 2.

6 CLÁ DIAS, EP, João. El triunfo, la cruz y la gloria. In: Lo inédito sobre los Evangelios. Città del Vaticano‐São Paulo: LEV; Lumen Sapientiæ, 2014, v. I, p. 258.

7 SAN LEÓN MAGNO. Epist. XXVIII, ad Flavianum, 3‐4: ML 54, 763‐767.

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