El mejor vino de la Historia

Publicado el 01/16/2022

Cuando la Santísima Virgen sea efectivamente la Reina de los Corazones, “cosas maravillosas sucederán en este mundo”. En la Historia, a semejanza de las Bodas de Caná, el mejor vino se está guardando para el final…

Monseñor Juan Clá Dias

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: “No les queda vino”. 4 Jesús le contestó: “Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora”. 5

 Su madre dijo a los sirvientes: “Haced lo que él diga”. Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: “Llenad las tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: “Sacad ahora y llevádselo al mayordomo”. Ellos se lo llevaron.

El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), 10 y entonces llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora”.

11 Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él (Jn 2, 1-11).

I – El poder de intercesión de María

Las páginas del Antiguo Testamento están perfumadas por las hazañas de las santas mujeres que edificaron a las sucesivas generaciones del pueblo elegido. Todas ellas son, bajo algún aspecto, prefiguras de la Santísima Virgen, y anticipan su insuperable ejemplo en la práctica de las virtudes.

Así fueron Rut, la moabita, la casta Susana y Judit, que venció al terrible Holofernes cuando los gobernantes de Israel ya preparaban la entrega de la ciudad. Lo mismo ocurrió con Ester: aunque frágil, se mostró sensible a las súplicas de su tío Mardoqueo para interceder ante el rey a fin de salvar del exterminio a los israelitas. Rezó, pidió fuerzas y, arriesgando su vida, obtuvo la complacencia del rey, dejando patente cuánto amaba a su pueblo.

Estas figuras, como todo símbolo, son inferiores a aquello que representan, pero revelan aspectos del alma inigualable de la Virgen María.

A partir del momento en que “Dios Padre reunió todas las aguas y las llamó mar, reunió todas las gracias y las llamó María”,1 cualquier perfección existente en el universo creado —a excepción de Jesucristo, el Hombre Dios— es insuficiente al compararla debidamente con la Madre de Dios.2

Con este enfoque debemos analizar el Evangelio de las Bodas de Caná, en donde la falta de vino dio ocasión al primer milagro de Cristo, por mediación de María.

II – El milagro de las Bodas de Caná

No es extraño que el primer milagro del Señor haya sucedido durante una fiesta de bodas, porque en aquellos tiempos se otorgaba a las ceremonias nupciales una solemnidad extraordinaria, motivada por la espera del Mesías que llegaría a salvar al pueblo judío. Los nuevos esposos se unían esperando figurar en el linaje del Salvador, y la esterilidad era considerada un verdadero castigo.

Según la costumbre vigente, los preparativos de un casamiento empezaban con un año de antelación, reuniéndose los padres de los prometidos para definir el contrato matrimonial y todo lo relacionado al patrimonio, a fin de garantizar la estabilidad del nuevo hogar.

Normalmente el banquete de bodas se realizaba después del atardecer y la novia se dirigía en procesión hasta su nueva morada, precedida por amigas llevando lamparitas, con canciones y demostraciones de alegría. Los festejos tenían características sui generis en aquel entonces y muchas veces se prolongaban una semana entera, siendo frecuente la presencia de gran número de invitados.3

Jesús y María son invitados a una boda

En aquel tiempo, 1 había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. 2 Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.

Caná distaba diez kilómetros de Nazaret y era una ciudad más importante que ésta. La Madre de Jesús seguramente tenía relaciones de amistad con la familia de alguno de los novios, o como opina el Abate Jourdain, “se puede pensar que María estaba unida por lazos de parentesco cercano a las familias del joven matrimonio y, habiendo sido invitada por esta razón, creyó su deber acudir”.4

Nuestro Señor la acompañó, llevando consigo a sus primeros discípulos: Juan, Santiago, Pedro, Andrés, Felipe y Bartolomé. El objetivo de la presencia de Jesús y de su Madre lo explica el citado Abate Jourdain: “Jesucristo se dignó ir a las bodas de Caná, ya para honrar el matrimonio, como los Santos Padres son unánimes en enseñar, ya para elevarlo a la dignidad de sacramento y mostrar ante la Iglesia y el mundo que sin la presencia del Hijo de Dios y de su Madre Santísima, no hay nupcias santas ni agradables a Dios”.5 Pero ya tuvimos oportunidad de discurrir sobre este asunto en un artículo anterior; por ello, ahora analizaremos especialmente el papel de la Santísima Virgen.6

En el comentario a este versículo cabe destacar una característica del espíritu católico: la consideración de que la existencia humana, vivida en la observancia de la Ley de Dios, ha de ser agradable, tener sus gozos y consuelos. Acudiendo a la fiesta, Nuestro Señor y la Virgen demuestran que “las legítimas expansiones de la vida doméstica son santas” y que “el espíritu cristiano no es huraño ni antisocial”.7 La temperante alegría de la buena comida y la buena bebida, el casto placer de la mesa y otros deleites lícitos como, por ejemplo, la música o un ambiente decorado con buen gusto y refinamiento están muy de acuerdo con el espíritu de la Iglesia, puesto que propician el progreso en el amor a Dios.

En aquella celebración matrimonial, santificada por su presencia, es inconcebible que Nuestro Señor y la Virgen María hayan pasado desapercibidos. Su rostro, su porte, sus maneras y sobre todo su mirada debían traslucir la inconmensurable superioridad de ambos. Una inevitable aureola sobrenatural debía rodearlos, atrayendo la discreta curiosidad de los comensales. Nuestro Señor, como afirma el P. Ambroise Gardeil, OP, “por la paz que difundía, más que por sus milagros o afirmaciones, probaba que era el Hijo de Dios”.8

Siempre deseosa de hacer el bien a los demás

3 Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: “No les queda vino”.

De acuerdo a la costumbre judía, las mujeres no se sentaban a la mesa en los banquetes, sino que permanecían separadas de los hombres preparando los alimentos. A las damas mayores incumbía supervisar el trabajo de las más jóvenes, tomar los cuidados necesarios y coordinar el servicio de la mesa.9 Entre aquellas debía encontrarse la Madre de Dios, ya que el tenor de este versículo sugiere que estaba ayudando a los anfitriones para el buen éxito de la fiesta.

Despreocupada de sí misma, como siempre, María Santísima prestaba atención a todo, deseosa de hacer el bien a los demás. Fue entonces cuando percibió, tal vez sin que nadie se lo dijera, una situación embarazosa: no había más vino. ¡Qué vergüenza para los anfitriones! ¡Qué decepción tan grande cuando se diera a conocer la noticia! Pero eso no llegó a ocurrir porque, como dice San Bernardino de Siena, “el Corazón de María no podía ver una necesidad, una angustia” e, incluso sin que se lo pidieran, “interviene rogando un milagro para librar de dificultades a esos humildes esposos”.10

La Santísima Virgen lo interpretaba todo con sabiduría y consideró que la Providencia había permitido la falta de vino para brindar a Jesús la ocasión de manifestar su divinidad. “Él no había hecho todavía ningún prodigio, pero Ella no duda de su poder sobrenatural, y su comunicación conlleva una súplica para que haga lo posible, incluso un milagro”.11

Los profesores jesuitas acentúan que “en su intuición de Madre y de Virgen iluminada, percibió que había llegado la hora de que Jesús revelara el secreto mesiánico, oculto tantos años. La despedida anterior, el bautismo, la predicación de Juan y los discípulos que seguían a Jesús, todos estos episodios le dicen que ha comenzado una nueva etapa: la vida pública”.12

Por otra parte, Nuestro Señor ya habría revelado a su Madre el gran misterio de la Eucaristía, quizá para consolarla por toda la Pasión por la que debía pasar y por el abandono de casi quince años que Ella habría de soportar en la Tierra.13 Por tanto, María, que estaría anhelando el momento de comulgar, pudo pensar, al acabarse el vino, que era una buena ocasión para adelantar la institución de la Eucaristía.14

Prefigura del milagro eucarístico

4 Jesús le contestó: “Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora”.

La palabra “mujer”, que Jesús emplea en su respuesta, puede sonar un poco dura a nuestros oídos. En cambio, en el lenguaje de aquel tiempo, denotaba respeto y solemnidad, incluso gran estima y hasta un cierto matiz de ternura. Además no era raro usarla para dirigirse a princesas y reinas.15

Nuestro Señor había comprendido perfectamente la insinuación de su Madre y al usar la palabra “mujer” para dirigirse a Ella quiso indicar el deseo de “alejar de sí toda sospecha de amor humano al hacer el milagro”, como afirma Maldonado.16 Los profesores de la Compañía de Jesús comparten esta opinión: “Jesús no niega el milagro que se le pide, niega que lo vaya a realizar por un motivo meramente humano. Él se mueve en todo por la voluntad de su Padre celestial”.17

Como no podía dejar de ser, Jesús también debía sentir pena por la situación de esas familias, pero quería instruir a sus discípulos y asociar a la Virgen a su obra, mostrando el papel decisivo de la mediación de su Madre. Por eso, no cabe duda que se alegró al oír la petición de María y, según la exégesis del renombrado P. Lagrange, respondió como diciendo: “Yo me encargo, todo irá bien […] con más dignidad en el tono, pero, sin duda, con más afecto también en la modulación de la voz”.18

Al decir que su hora no ha llegado aún, Cristo declara que todavía es pronto para instituir la Eucaristía.19 Además —argumenta San Juan Crisóstomo— no siendo conocido aún como el Mesías, no era el momento de manifestarse haciendo un milagro.20

La confianza en la Santísima Virgen debe ser total

5 Su madre dijo a los sirvientes: “Haced lo que él diga”.

María conocía muy bien el Sagrado Corazón de Jesús, hoguera ardiente de caridad, engendrado en el templo sublime de su claustro materno. “Por conocer privilegiadamente, como Madre, el Corazón de su Hijo, sabe que será atendida y recomienda a los sirvientes hacer todo lo que Él les mande. Y así, a petición de María, se anticipa excepcionalmente la hora de los milagros de Cristo”.21 Es la eficacia de la Omnipotencia suplicante.

Esto nos muestra que debemos confiar sin restricciones en la Virgen, incluso cuando nos parezca que merecemos el rechazo de Nuestro Señor. Ella vendrá en nuestro socorro cuando también a nosotros “nos falte el vino”, porque el poder de impetración de la Medianera de todas las gracias, por designio divino, es absoluto. El Redentor prometió, llevado de su bondad insondable, que “todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, eso haré” (Jn 14, 13). Ahora bien, si esto es válido para nosotros, concebidos en pecado original y manchados con tantas miserias personales, ¿cómo no lo será en altísimo grado para su incomparable Madre?

Si Jesús no le negó nada en la Tierra, ¿cambiará de actitud en el Cielo? Si realizó ese estupendo milagro aunque todavía no era la hora, podemos tener certeza de que, ahora sí, esa hora ha llegado, porque está en el Cielo como Sacerdote Eterno junto al Padre para interceder por nosotros (cf. Heb 4, 14). Allí está para atender nuestras solicitudes, permanece allí a merced de las peticiones de María. Concluye muy bien el piadoso Cardenal de La Luzerne: “¿Habrá perdido Ella su poder en la cúspide de la gloria? ¿El premio de sus virtudes incomparables será tener menos crédito ante Dios? […] Aquel que se sometía a sus órdenes en la Tierra, ¿rechazará sus súplicas en el Cielo?”.22

Así pues, tengamos la seguridad de que, si recurrimos a María, seremos atendidos en cualquier circunstancia.

Dios quiere nuestra cooperación en los milagros

6 Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. 7a Jesús les dijo: “Llenad las tinajas de agua”.

La Virgen Santa, recomendando a los servidores hacer todo lo que mandara Jesús, los instruyó para no poner el menor obstáculo a la voluntad de Él. Es lo mismo que repite continuamente en nuestras almas: “Haced todo lo que Él os diga”, es decir, “seguid la voz interior de la gracia sin oponer ningún obstáculo”.

Infelizmente, a menudo no sabemos interpretar bien la voz de Dios, y resistimos a la gracia, al contrario de la conducta ejemplar de esos servidores. Sin duda que debió parecerles extraña la idea de servir agua en un banquete, pero obedecieron con prontitud y sin el menor reparo.

El P. d’Hauterive saca una importante lección de este pasaje: “En este episodio debemos considerar la importancia de obedecer fielmente a Dios y a quien ocupa su lugar ante nosotros, sin indagar con demasiada curiosidad el motivo por el cual nos manda una cosa u otra”.23 Dios quiere nuestra cooperación en los milagros a través de la fe y de la obediencia a la voz de la gracia en nuestro interior. Es como si nos dijera, en la acertada expresión del Abate Jourdain: “Si hacéis lo que podéis, Él hará lo que no podéis”.24

El modo de hacer el milagro

8 Entonces les mandó: “Sacad ahora y llevádselo al mayordomo”. Ellos se lo llevaron. 9 El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua)…

Con sus milagros, Jesús pretendía saciar el hambre de la multitud —como en la multiplicación de los panes y los peces— o atender otras necesidades apremiantes. En este caso, sin embargo, no era indispensable que convirtiera el agua en vino, porque la falta de éste no acarrearía daño grave a nadie.

Pero Jesús atiende la petición con superabundancia, proporcionando seis tinajas llenas, es decir, unos 600 litros del mejor vino, cantidad muy superior a la necesidad del momento. ¿Cuál es la razón para este “exceso”?

Nuestro Señor actuó así para mostrar que lo superfluo no solamente no es pecado en sí mismo, sino que puede ser hasta legítimo y aconsejable. Esa abundancia de vino, afirma el Cardenal Gomá, “no servirá para abusos de los convidados, porque la simple presencia de Jesús los contendrá, sino para librar a algunos amigos o parientes de un grave apuro y aliviar su pobreza, dándoles tal cantidad de vino”.25 No le falta razón, pues, al gran exégeta P. Fillion cuando nos anima a admirar “la munificencia regia del regalo de bodas de Jesús”.26

Por otro lado, cabe prestar atención a un pormenor importante: el milagro fue realizado sin ninguna fórmula ni gesto exterior, excepto la orden dada por Jesús a los servidores; cuando éstos obedecen ya no hay agua en las tinajas, sino vino. El P. d’Hauterive resume en términos precisos lo ocurrido: “Por un acto de su soberana voluntad —esa voluntad con la cual da órdenes a los elementos como Señor de todos ellos— Jesús cambió en un instante la sustancia del agua en sustancia del vino”.27 No obstante, cuando realice la transubstanciación del pan y del vino en la Última Cena, usará una fórmula fija, que la Iglesia sigue empleando hasta el día de hoy en la Liturgia.

En Caná, Cristo no procedió de igual manera porque aquel acto no debía ser repetido para la posteridad. Además el milagro de Caná, aunque espectacular, fue mucho menor al que se produce en cada Misa con la transubstanciación del vino y del pan en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor. Pero, en la Eucaristía el milagro no es visible: el sacerdote pronuncia las palabras de la Consagración y tanto la Hostia como el Vino consagrados continúan con apariencia de pan y de vino, pese a que su sustancia ha cambiado. Esto sucede para probar nuestra fe.

El mejor vino fue servido al final

10 y entonces llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora”.

El vino fruto de este milagro fue, sin duda, el más delicioso jamás producido en la Historia —el vino de los vinos—, hecho por el propio Dios.

De la circunstancia de haber sido servido al final, podemos sacar una aplicación para nuestra vida espiritual. Cuando cedemos ante la seducción del pecado, sorbemos en primer lugar el “vino bueno”: el goce de los placeres y la ilusión de una felicidad perfecta; pero, enseguida, bajo la embriaguez del vicio, aquello es remplazado por la tristeza y la frustración.28

En cambio, cuando emprendemos el camino de la santificación, tal vez encontremos dificultades y pruebas al principio, pero enseguida vendrá el delicioso “vino” de los consuelos espirituales. “Inicialmente el mundo promete bienes, alegría, placeres, pero al final sólo da amarguras, angustias y desesperación. Dios, al contrario, hace sentir a quien se le entrega la amargura del cáliz de Jesucristo, penas y trabajos, mas al final los sufrimientos y las lágrimas dan lugar a una alegría inefable, a torrentes de delicias”.29

He aquí una palabra de esperanza y consuelo para quienes sufren: se está preparando para ellos el vino bueno convertido por Nuestro Señor.

Los milagros de Nuestro Señor demuestran su Divinidad

11 Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.

El tenor de este versículo permite deducir que hasta ese momento los discípulos no habían creído completamente en el Maestro. “Ya habían empezado a creer en Él —afirma el Cardenal de La Luzerne— dado que se vincularon a su persona. Pero su fe era aún débil, quizá hasta incierta, y ese milagro la consolidó, la hizo más viva y firme”.30Fue necesario, por tanto, ese milagro para que ellos vieran en Jesús al Mesías.

Esto nos invita a dar nuestra adhesión a Dios ya en el comienzo de nuestra vida espiritual, sin exigir milagros ni consolaciones, pues Él mismo dice a Tomás: “Bienaventurados los que crean sin haber visto” (Jn 20, 29).

III – El mejor “vino” de la Historia: el Reino de María

Frente al desconcierto y las preocupaciones que pueda causarnos el mundo de hoy, el Evangelio de este domingo nos llama a la esperanza. Pues sabemos que cuando la humanidad llegue a un nivel de decadencia moral donde todo parezca perdido, la intercesión omnipotente de María conseguirá de su Divino Hijo la conversión del agua —en este caso agua contaminada por el pecado— en el mejor vino.

La miseria espiritual del mundo se convertirá, por intercesión de la Madre de Dios, en algo tan extraordinario que no podemos ni siquiera imaginar: el Reino de María, esto es, el triunfo de su Sapiencial e Inmaculado Corazón, anunciado por Ella en Fátima.

La frase del Evangelio de hoy “tú has guardado el vino bueno para el final” puede significar también: “Tú has guardado, oh Dios, tus mejores gracias para los tiempos venideros”. Las gracias más excelentes, los beneficios más insignes, los santos más grandes, las culturas más refinadas, en fin, todo lo mejor ha sido reservado para esa era mariana.

De un modo suave, pero rápido y directo —tal como el agua convertida en vino en las Bodas de Caná—, la Santísima Virgen logrará de su Divino Hijo la santificación de nuestras almas. Para obtener esa feliz renovación basta atender el sabio consejo del P. Jourdain: “Presentadle vuestra necesidad, vuestra miseria, vuestra tibieza y suplicadle: ‘Virgen Santísima, me falta el vino del amor y de la devoción, sólo tengo un poco de agua fría e insípida; pide a tu Hijo que la convierta en vino”.31

En esa era dichosa, María será erigida como Reina de los Corazones y “cosas maravillosas sucederán en este lugar de miserias, en que el Espíritu Santo, viendo a su querida Esposa como reproducida en las almas, vendrá a ellas con abundancia y las llenará con sus dones, particularmente el don de su sabiduría, para obrar maravillas de gracias. ¿Cuándo vendrá ese tiempo feliz y ese siglo de María, en que muchas almas escogidas, sumergiéndose ellas mismas en el abismo de su interior, se transformarán en copias vivas de María para amar y glorificar a Jesucristo?”.32

Por amoroso designio de su Divino Hijo, el mejor vino de la Historia llegará al final, y será ¡el “vino de María!”.


1) SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. Traité de la vraie dévotion à la Sainte Vierge, n.٢٣. In: Œuvres Complètes. Paris: Du Seuil, 1966, p.498.

2) Santo Tomás enseña al respecto: “La humanidad de Cristo por estar unida a Dios; la bienaventuranza creada por ser goce de Dios; la bienaventurada Virgen por ser Madre de Dios, tienen una cierta dignidad infinita que les proviene del bien infinito que es Dios. Y en este sentido, nada se puede hacer mejor, pues nada puede ser mejor que Dios” (SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. I, q.25, a.6, ad 4).

3) Cf. FERNÁNDEZ TRUYOLS, SJ, Andrés. Vida de Nuestro Señor Jesucristo. 2.ed. Madrid: BAC, 1954, p.150-152.

4) JOURDAIN, Zéphyr-Clément. Somme des grandeurs de Marie. Paris: Hippolyte Walzer, 1900, t.II, p.461.

5) Idem, ibidem.

6) Cf. CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Antes e depois de Maria. In: Arautos do Evangelho. São Paulo. N.22 (Oct., 2003); p.6-10; Comentario al Evangelio de la Solemnidad de Nuestra Señora Aparecida, en el Volumen VII de esta colección.

7) GOMÁ Y TOMÁS, Isidro. El Evangelio explicado. Introducción, Infancia y vida oculta de Jesús. Preparación de su ministerio público. Barcelona: Rafael Casulleras, 1930, v.I, p.454.

8) GARDEIL, OP, Ambroise. El Espíritu Santo en la vida cristiana. Madrid: Rialp, 1998, p.167.

9) Cf. TUYA, OP, Manuel de. Biblia Comentada. Evangelios. Madrid: BAC, 1964, v.V, p.999-1000.

10) SAN BERNARDINO DE SENA, apud THIRIET, Julien. Explication des Évangiles. Hong-Kong: Société des Missions Étrangères, 1920, t.I, p.272.

11) BULLETIN PAROISSIAL ET LITURGIQUE, apud BERINGER, R. (Org.). Repertorio universal del predicador. Barcelona: Litúrgica Española, 1933, v.I, p.198.

12) Cf. LEAL, SJ, Juan; DEL PÁRAMO, SJ, Severiano; ALONSO, SJ, José. La Sagrada Escritura. Texto y comentario por los Profesores de la Compañía de Jesús. Nuevo Testamento. Evangelios. Madrid: BAC, 1961, v.I, p.846.

13) “No cabe duda que María conoció el propósito de Cristo de instituir la Eucaristía mucho antes de que fuera instituido tan augusto sacramento” (ALASTRUEY, Gregorio. Tratado de la Virgen Santísima. Madrid: BAC, 1956, p.678-679).

14) Cf. ALASTRUEY, op. cit., p.680-681.

15) Cf. JOURDAIN, op. cit., p.59; TUYA, op. cit., p.1006; GRUENTHANER, SJ, Michael J. María en el Nuevo Testamento. In: CAROL, OFM, J. B. (Coord.). Mariología. Madrid: BAC, 1964, p.103-104; DEHAUT. L’Evangile expliqué, défendu, médité. Paris: Lethielleux, 1867, v.II, p.39-40.

16) MALDONADO, SJ, Juan de. Comentarios a los Cuatro Evangelios. Evangelio de San Juan. Madrid: BAC, 1954, v.III, p.155.

17) LEAL; DEL PÁRAMO; ALONSO, op. cit., p.847.

18) LAGRANGE, OP, Marie-Joseph. Évangile selon Saint Jean. Paris: Lecoffre, 1936, p.56.

19) “Que Cristo haya pensado en instituir la Eucaristía en aquella ocasión está insinuado por San Agustín […] Y San Máximo de Turín afirma: ‘Al decir mi hora no ha llegado aún, prometía la hora de su preciosísima Pasión y el vino de nuestra Redención’” (ALASTRUEY, op. cit., p.680).

20) Cf. SAN JUAN CRISÓSTOMO. Homilía XXII, n.1. In: Homilías sobre el Evangelio de San Juan (1-29). 2.ed. Madrid: Ciudad Nueva, 2001, p.268.

21) TUYA, op. cit., p.1003.

22) LA LUZERNE, César-Guillaume de. Explication des Évangiles. Paris: Mequignon Junior, 1847, t.I, p.194.

23) D’HAUTERIVE, P. La suma del predicador. Paris: Luis Vivès, 1888, t.II, p.284.

24) JOURDAIN, op. cit., t.VII, p.368.

25) GOMÁ Y TOMÁS, op. cit., p.451.

26) FILLION, Louis-Claude. Vida de Nuestro Señor Jesucristo. Infancia y Bautismo. Madrid: Rialp, 2000, v.I, p.335.

27) D’HAUTERIVE, op. cit., p.302.

28) Es importante notar, como subrayan los profesores de la Compañía de Jesús, que la palabra bebidos no debe tomarse en este versículo con el sentido peyorativo de borrachos, sino como parte de “una especie de proverbio” (LEAL; DEL PÁRAMO; ALONSO, op.cit., p. 852). A su vez, el Cardenal Gomá interpreta las palabras del encargado del banquete como una “amable humorada” (GOMÁ Y TOMÁS, op. cit., p.451). En el mismo sentido se pronuncian el Abate Dehaut (DEHAUT, op. cit., p.26) y los profesores de Salamanca (TUYA, op. cit., p.1002).

29) PERDOUX, Eugène; PACCORI, Ambroise (Ed.). Épîtres s et Évangiles avec des explications. Paris: Jean Mariette, 1727, t.I, p.199.

30) LA LUZERNE, op. cit., p.200.

31) JOURDAIN, op. cit., t.VII, p.369.

32) SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT, op. cit., n.217, p.634-635.

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