![](https://caballerosdelavirgen.org/wp-content/uploads/2023/06/perda-e-encontro.jpg)
Dando cumplimiento a la devoción del Primer Sábado, hoy meditaremos el 5º Misterio Gozoso: La pérdida y hallazgo del Niño Jesús en el templo, entre los doctores de la Ley. Teniendo en vista la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, celebrada el 16 de julio, contemplemos este Misterio considerando el papel de la Madre de Dios en nuestra vida, especialmente en su amparo y auxilio para encontrar siempre a Jesús en nuestro camino rumbo al Cielo.
Composición de lugar:
Hagamos nuestra composición de lugar imaginando la escena muy representada en la iconografía cristiana: en un salón amplio del Templo de Jerusalén, el Niño Jesús se encuentra rodeado por los doctores de la ley, con sus vistosas ropas de rabinos de aquella época. Jesús, con la fisonomía iluminada por el fulgor divino, discurre con desenvoltura sobre las escrituras sagradas, dejando admirados a los doctores que lo escuchan atentamente. En determinado momento, Nuestra Señora y San José aparecen en la entrada del salón y contemplan, también admirados, a su Hijo enseñando a los sabios de Israel.
Oración preparatoria:
Oh Santísima Virgen de Fátima, interceded por nosotros ante vuestro Divino Hijo y alcanzadnos de Él las gracias necesarias para contemplar bien este Misterio del Rosario. Haced que, al considerarlo, tengamos presente la importancia de ocuparnos de las cosas celestes más que de las terrenas, la necesidad de siempre procurar a Jesús cuando tengamos la infelicidad de perderlo y la certeza plena de que Vos siempre nos ayudareis a encontrarlo en nuestro peregrinar al Cielo. Así sea.
Evangelio de San Lucas (2,46-49)
“Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?”
I – Ocuparse con las cosas de Dios
María y José, escribe San Lucas, en la solemnidad de Pascua, iban todos los años a Jerusalén y llevaban consigo al Niño Jesús. Entre los israelitas, era costumbre que durante el viaje –al menos en el regreso– los hombres andasen separados de las mujeres, mientras que los niños acompañaban, según su deseo, al padre o la madre. El Redentor, que entonces tenía doce años, después de la solemnidad, se quedó tres días en Jerusalén. La Virgen Madre pensaba que Jesús estaba con José y este juzgaba que estaba en la compañía de María.
1- En el Templo, entre los doctores
San Alfonso observa que el santo Niño necesitó tres días en promover la gloria de su Padre Eterno con ayunos, vigilias y oraciones, y en asistir a los sacrificios que eran otras tantas figuras de su propio sacrificio de la Cruz. Para conseguir algún alimento, comenta San Bernardo, necesitó pedir limosna, y para descansar no tenía otra cama sino la tierra enjuta. Cuando María y José no lo encontraron en la caravana, con suma aflicción se pusieron a buscarlo. Volvieron a Jerusalén, lo encontraron finalmente al tercer día en el templo, entre los doctores, que se admiraban con las preguntas y respuestas de aquel niño extraordinario.
2- Ocupado con las cosas del Padre
En esta tierra no hay pena que se pueda comparar a aquella de un alma que, deseosa de amar a Jesús, experimenta el temor que, por cualquier culpa suya, lo aleje de Él.
Fue exactamente este el dolor de María y José en aquellos días, pues su humildad les hacía creer que se habían vuelto indignos de tener bajo su guarda un tan gran tesoro. Es por esto que María, encontrando a su Hijo, a fin de expresarle su dolor, dijo: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados”. “Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?”.
3- Prioridades espirituales
De la contemplación de este Misterio, podemos recoger algunas preciosas enseñanzas que nos deben llevar a buenos propósitos. Según San Alfonso, uno de ellos es que debemos renunciar a todo aquello que nos separa del amor a Dios sobre todas las cosas, inclusive de las criaturas humanas que nos impiden promover la gloria de Él.
Otra valiosa enseñanza es que Dios se deja encontrar por quien le busca, y siempre concede las gracias necesarias para encontrarlo en nuestro peregrinar espiritual, especialmente las gracias de conversión y de cambio de vida, cuando abrazamos las vías de la santidad.
Debo entonces, preguntar: ¿Estoy dispuesto a renunciar a las cosas terrenas que me aparta del amor y del servicio divino? ¿He intentado “encontrar” a Dios en mi vida, sobre todo cuando cedo a mis malas inclinaciones, a mis vicios y defectos y por eso me aparto de Él?
II- El dolor por perder a Jesús
Nuestra Señora y San José, llenos de aflicción, se pusieron a buscar a Jesús por tres días entre los integrantes de la caravana en que estaban. Tres días de sufrimiento agudo, especialmente para la divina Madre, que no podía conformarse en haber perdido a su Jesús.
1- Uno los dolores más intensos
El dolor de María por la pérdida de Jesús, dice San Alfonso, fue sin duda uno de los más intensos. Dolor que se hace todavía más cruel por el hecho que Ella no estaba sufriendo al lado de Jesús, como en otros sufrimientos, y porque su humildad le hacía creer que Jesús se había apartado de Ella por alguna negligencia en su servicio. Por esta razón, aquellos tres días fueron excesivamente largos, pareciéndole siglos, llenos de amargura y de lágrimas. En una palabra, por el amor que esta Santa Madre tenía a su Hijo, padeció más en esta pérdida de Jesús que cualquier otro mártir en el tormento que le quitó la vida.
2- Dolor que consuela a las almas afligidas
Para los santos autores, este dolor de María debe servir de tranquilidad a aquellas almas que están desoladas y no sienten alegría en la presencia de su Señor, como la sentían antes. Lloren, sí, pero lloren con paz, como lloró María la ausencia de su Hijo. Si el Señor se ausenta de los ojos del alma que le ama, no es por eso que se ausenta del corazón. Se esconde, muchas veces, para ser buscado con más deseo y más amor. Pero, quien quiera encontrar a Jesús, es preciso que lo busque, no entre las delicias y los placeres del mundo, sino entre las cruces y mortificaciones, como lo buscó María: “Tu padre y yo te buscábamos angustiados”.
3- Fuente de confianza, sobre todo para los pecadores
Aparte de esto, en este mundo no debemos buscar otro bien sino a Jesús. Verdaderamente infelices y miserables son aquellas almas que perdieron a Dios.
Si pues, María lloró la ausencia del Hijo, cuánto más deberían llorar los pecadores que perdieron la gracia divina. Pero la mayor desgracia para esas pobres almas, dice San Agustín, es que, si pierden una vaca, no dejan de buscarla; si pierden una oveja, no ahorran trabajo hasta encontrarla; si pierden un burro, no tienen más descanso; pero si pierden el sumo Bien, que es Dios, comen, beben y se quedan parados. Por eso, si tenemos la infelicidad de perder a Jesús por causa de un pecado, digamos llenos de confianza a Nuestra Señora:
“María, mi Madre amabilísima, si por mi desgracia también yo perdí a Jesús por mis pecados, os ruego, por los méritos de vuestros dolores, haced que deprisa vaya a buscarlo y lo encuentre, para nunca más volver a perderlo y con Él estar toda la eternidad”
III – Sagrado Corazón de Jesús y María
Hay otra enseñanza que debemos recoger entre las enseñanzas de este Misterio, de suma importancia: Debemos buscar siempre a Jesús y lo debemos hacer por medio de Nuestra Señora. Así tendremos la plena certeza que lo encontraremos.
1- El medio a través del cual llegamos a Jesús
La Virgen Santa, como afirma San Luis María Grignion de Montfort, es el medio del que Nuestro Señor se sirvió para venir a nosotros, y es también el medio del cual nos debemos servir nosotros para ir hasta Él. Pues la Virgen no es cómo las otras creaturas que, si nos prendiésemos a ellas, podrían apartarnos de Dios en vez de acercarnos a Él. Pues la más fuerte inclinación de María es unirnos a Jesucristo, su hijo, y la más fuerte inclinación del Hijo es que se va a Él por su Santa Madre. Así lo honramos y agradamos.
2- Nuestra Señora nunca desampara a sus devotos
Siendo Nuestra Señora el medio más seguro y la vía recta e inmaculada para ir a Jesucristo y encontrarlo perfectamente, es a través de María que las almas llamadas a trillar las vías de la santidad deben encontrar a Jesús. Si por causa de la grandeza infinita de Jesucristo tememos buscarlo directamente, o todavía, debido a nuestros pecados, imploremos el auxilio de María, nuestra Madre. Ella es buena y delicada, tan caritativa que no rechaza a ninguno de los que le piden su intercesión, por más pecador que sea. Pues, como dicen los santos, nunca se oyó decir, desde que el mundo es mundo, que alguien haya recurrido a la Virgen Santa con confianza y perseverancia, y haya sido desamparado por Ella.
3- Camino más corto y perfecto para encontrar a Jesús
El camino más corto para encontrar a Jesucristo es recurrir a la protección de Nuestra Señora, ya sea porque en él no hay peligro de extraviarse, ya sea porque en él se anda con más alegría y facilidad, y, por lo tanto, con mayor prontitud. La Santísima Virgen es un camino perfecto para ir y unirse a Jesucristo, porque Ella es la más perfecta y la más santa de las puras creaturas, y Jesucristo, que vino perfectamente hasta nosotros, no escogió otro camino en su gran y admirable viaje.
Nuestra Señora es también el medio seguro para ir a Jesucristo porque lo proprio de la Virgen Santa es conducirnos con seguridad a Jesucristo, como lo propio de Jesucristo es conducirnos con seguridad al Padre Eterno.
Toda esta enseñanza es del gran San Luis María Grignion de Montfort, que aún nos recomienda: Estemos persuadidos de que cuanto más tengamos presente a María en nuestras oraciones, contemplaciones, acciones y sufrimientos, más perfectamente encontraremos a Jesucristo, que está siempre con María, grande, poderoso y operante, más que en el cielo o que en cualquier creatura del universo.
Entremos, pues, en ese celestial camino que es María Santísima, y andemos por él día y noche, hasta alcanzarnos la plena unión con Jesucristo en el cielo.
Súplica final
Al término de esta meditación, volvamos nuestros corazones para Nuestra Señora del Carmen –que entregó personalmente a San Simón Stock el escapulario de la orden carmelitana, con la promesa de salvación eterna para todos los que lo usaren devotamente– y elevemos a Ella nuestras súplicas para que interceda por nosotros junto a su Divino Hijo.
Alcanzadnos, oh Madre, la gracia de nunca perder a Jesús en nuestro camino de santificación y, caso tengamos la infelicidad de separarnos de Él, que seamos humildes y nos apresuremos en buscarlo nuevamente por vuestro intermedio, nuestro seguro, rápido y perfecto para encontrarlo para siempre.
Dios te salve, Reina y Madre…
Referencias bibliográficas
Santo Afonso Maria de Ligorio, Meditações para todos os dias do ano, Herder & Cia, Friburgo, Alemanha, 1921.
São Luís Maria Grignion de Montfort, Tratado da Verdadeira Devoção à Santíssima Virgem, Vozes, Petrópolis, 2012.
Mons. João Clá Dias, O inédito sobre os Evangelhos, vol. V, Roma-São Paulo: Libraria Editrice Vaticana, Instituto Lumen Sapientiae, 2012.