
La primera tentación de liberalismo que la Historia registra se dio en el Cielo, cuando Lucifer y sus secuaces osaron prescindir de Dios para divinizar su propia naturaleza creada. La rebeldía de la naturaleza contra el orden sobrenatural corresponde al racionalismo que hoy lanza sobre el mundo el flagelo de los totalitarismos paganos.
Plinio Corrêa de Oliveira
Uno de los temas más oportunos en este tiempo de Adviento en que estamos, es el dogma de la Encarnación del Verbo en su estrecha relación con el dogma de la caída de nuestros primeros padres.
Mostraremos los orígenes del naturalismo y el panteísmo, y que este no pasa de un auténtico comunismo entre lo finito y lo infinito, debiendo terminar, forzosamente, en el comunismo de lo que es finito o creado. Lucifer, primer liberal, también es el primer comunista en la Historia de la Creación.
Punto de partida del cristianismo

Anunciación – Museo Metropolitano de Arte, Nueva York
No nos mueve el deseo de propagar novedades. Nos detendremos en la meditación de verdades bien conocidas, pero sobre las cuales nunca es demasiado insistir. Si el mundo anda mal, no es ciertamente por falta de rumbos, sino por insistir en el camino del error, también viejo y conocido. O por el deseo comodista de no querer pensar en escoger bien sus caminos. Y en la contemplación de esas verdades conocidas y abandonadas no nos guiaremos por el prejuicio fetichista de tratar únicamente de la parte positiva de las afirmaciones, sino que entraremos también en la parte negativa, además con el propósito positivo de afirmar una vez más los derechos de la verdad por los desvíos y desatinos a los que el error conduce.
Los amigos incondicionales de las afirmaciones y de los puntos de vista exclusivamente constructivos, que nos perdonen. Dentro del tema que tenemos que abordar, ya de comienzo se encuentra una negación. Pero la culpa no es nuestra. La Encarnación del Verbo, en su aspecto de Redención, tuvo origen en la negación de Lucifer de servir a Dios. No podemos dejar de, inicialmente, ocuparnos de la caída de los ángeles, de la caída del hombre y del dogma del pecado original.
Este dogma es el punto de partida del cristianismo, cuyo término es la Redención. “La caída en Adán y la reparación en Jesucristo —conforme afirma Augusto Nicolas1—, son, por así decir, los dos polos de la esfera espiritual que se corresponden por las más justas, por las más fecundas y por las más sublimes relaciones. Son como los dos movimientos que miden y determinan el juego tan delicado, la relación tan importante de la libertad y de la gracia, con una precisión admirable que solamente Dios podría operar, solamente la autoridad infalible de su Iglesia puede explicar y mantener, y que todas las herejías han falseado y destruido casi enteramente.”
Lucha que continuará hasta la consumación de los siglos

Caída de los ángeles rebeldes. Museo del Louvre, París
En efecto, estos dos dogmas se encuentran de modo tal en la verdad de las cosas, en las necesidades de nuestra naturaleza, tan íntimamente ligados entre sí, que no se puede disminuirlos o exagerarlos sin romper el equilibrio y la ponderación de toda la doctrina religiosa, de toda la Filosofía humana e incluso de toda la sociedad, como bien observa el autor de los “Estudios filosóficos sobre el cristianismo”.
Relata la Sagrada Escritura que Dios, habiendo creado a los Ángeles, antes de admitirlos a la gloria eterna, los sometió a una prueba meritoria. Ignoramos cuál haya sido esa prueba, pero de acuerdo con un gran número de teólogos Dios les había revelado el misterio futuro de la Encarnación y les había anunciado que ellos deberían adorar al Hijo de Dios hecho hombre. Lo que es muy plausible y puede haber sido exactamente el premio prometido a Adán por su obediencia. Pero el más bello de los ángeles resistió. “¿Cómo caíste del Cielo, oh Lucifer, que al nacer del día tanto brillabas? ¿Qué decías en tu corazón: ‘subiré al Cielo, estableceré mi trono sobre los astros de Dios, me sentaré sobre el monte de la alianza de los lados del aquilón. Sobrepujaré la altura de las nubes, seré semejante al Altísimo.’ Y, con todo, fuiste precipitado al Infierno, hasta lo más profundo de los abismos.”
Vemos, así, que la caída de los ángeles fue motivada por sentimiento de orgullo, por querer ser iguales a Dios y gozar la felicidad independientemente de las divinas disposiciones.
La diferencia entre los ángeles buenos y los malos no nació de la diferencia entre sus naturalezas, sino de la variedad de sus voluntades y deseos.
Se deleitaron los ángeles malos en sí mismos como si fuesen su propio bien y se apartaron voluntariamente del Bien superior, beatífico. Así, la causa de la bienaventuranza de unos fue la de unirse con Dios, y la causa de la miseria y desgracia de los otros, por el contrario, fue el desunirse de Dios.
Notemos que Lucifer y sus ángeles, como espíritus inteligentes que eran, no osaron sobreponerse a Dios, sino prescindir de Él, ser “semejantes al Altísimo”. Fue, por lo tanto, la primera tentativa de liberalismo que la Historia registra. Y en esa tentativa de divinizar su propia naturaleza creada, de identificarse con la naturaleza divina, tenemos en Lucifer al primer panteísta.
Y vemos, como fruto de esta rebeldía de Lucifer, la primera lucha que se trabó en la Historia de la Creación, esa misma lucha entre el bien y el mal que habría de desarrollarse a través de los tiempos y que ha de continuar hasta la consumación de los siglos.
Obediencia, madre y custodia de todas las virtudes

Expulsión de Adán y Eva del Paraíso – Iglesia de San Miguel de los Navarros, Zaragoza, España
Después de la caída de los ángeles viene la caída del hombre.
Nada pudiendo contra Dios, Lucifer procura vengarse en su imagen. Enemigo de la naturaleza, el príncipe del mal y padre de todos los males, homicida desde el principio, llevó al Paraíso Terrestre la seducción y el pecado. Dios creó al hombre perfecto, dotado de ciencia clarísima y universal, justicia original unida a la práctica de todas las virtudes, imperio absoluto del alma sobre el cuerpo y dominio sobre todas las criaturas, exento del sufrimiento y de la muerte. No era esta, sin embargo, la última y suprema felicidad a la que el hombre podía aspirar. Era solo temporal esta primera felicidad, durante la cual el hombre contraería méritos para alcanzar, a título de recompensa, el estado de felicidad último y completo. En el jardín de delicias, en el Edén terreno, el hombre contraería méritos para gozar de la gloria en compañía de los Ángeles, hacia donde sería arrebatado por Dios, después de algún tiempo de prueba y de méritos en su primitivo estado.
Recomendó Dios a nuestros primeros padres la obediencia, virtud que en la criatura racional es, en cierto modo, según San Agustín, madre y custodia de todas las virtudes, porque creó Dios la criatura racional de modo tal que le es útil e importante el estar sujeta, y muy pernicioso hacer su propia voluntad y no la de Aquel que la creó.
En efecto, dice el mismo Santo Doctor que cuando el hombre vive según el hombre y no según Dios, se vuelve semejante al demonio, porque ni los Ángeles deben vivir según los Ángeles sino según Dios, para que perseveren en la verdad que es fruto propio de Dios.
Observa Santo Tomás que el hombre en estado de inocencia estaba al abrigo de toda rebelión de la carne contra el espíritu, y que por consiguiente su primer pecado no podía venir de la búsqueda desordenada de un bien sensible, sino de la procura desordenada de un bien espiritual. Pecó inicialmente el hombre por orgullo al pretender, contra la voluntad de su Creador e instigado por la serpiente, hacerse semejante a Dios por el conocimiento del bien y del mal. “Seréis como dioses”, dice el tentador a Eva.
Enemistades entre los hijos del demonio y los hijos de la Iglesia

Dios se refiere al decir a la serpiente que sedujera a Eva: “Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya: ella te aplastará la cabeza y en vano le armarás celadas al calcañar” (cf. Gn 3, 15).
He aquí de nuevo la tentación del liberalismo, la tentación del naturalismo, la tentación del panteísmo.
El pecado de Lucifer, según Santo Tomás, fue el racionalismo, esto es, la revuelta de la naturaleza contra el orden sobrenatural. Este mismo pecado vemos en la caída de nuestros primeros padres.
Y henos así, frente a la larga y porfiada guerra iniciada en el Cielo y que, en la Tierra, desde el origen de los tiempos, la ciudad de los impíos mueve contra la ciudad de los Santos, la revuelta contra Dios y su Verbo, que desde los primeros días del mundo hizo abrirse los abismos infernales; esta misma revuelta que hoy lanza sobre el mundo el flagelo de los totalitarismos paganos y que hará, al fin de los tiempos, que sobre él se eleven los torrentes del fuego vengador.
Y ésta es la lucha sin treguas a la que Dios se refiere al decir a la serpiente que sedujera a Eva: “Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya: ella te aplastará la cabeza y en vano le armarás celadas al calcañar” (cf. Gn 3, 15). Dios anunció que pondría en el futuro enemistades, establecidas sobrenaturalmente por Él, entre una Mujer por encima de todas las otras y el demonio. Esa Mujer que así surge en los designios de la Providencia es la Santísima Virgen, preservada de la mancha original en virtud de los méritos de su Hijo. Entre el demonio y María, Dios establece, así, enemistades perpetuas, análogas a la enemistad esencial que existe entre el demonio y el Esperado de las Naciones, el Hijo de Dios hecho Hombre, concebido en las entrañas virginales de María por operación del Espíritu Santo.
Puso Dios también enemistades entre la descendencia de la Virgen Santísima y la descendencia del demonio, es decir, entre la masa de los impíos, hijos del demonio y que se guían por los deseos de ese padre execrando, en el decir de San Juan, y los hijos de la Iglesia, miembros del Cuerpo Místico de Jesucristo. Y en que, pese a la opinión de los falsos pacifistas, de los acomodaticios, habrá siempre esa lucha; porque el demonio y los suyos se esforzarán por perseguir a la Mujer y su descendencia, a armarles celadas al calcañar.
“Los hijos de Belial, dice el Bienaventurado Luis María Grignion de Montfort2, los esclavos de Satanás, los amigos del mundo han perseguido siempre hasta hoy y han de perseguir más que nunca a aquellos que pertenecen a la Santísima Virgen, como Caín persiguió otrora a su hermano Abel, y Esaú a su hermano Jacob, los cuales son figuras de los réprobos y de los predestinados.”
Extraído de O Legionario, n. 698, 23/12/1945
Notas
1) Jean-Jacques-Auguste Nicolas (*1807 – +1888) Escritor católico y magistrado francés.
2) Canonizado en 20 de julio de 1947.