El Papa que libró una batalla decisiva

Publicado el 05/25/2022

San Gregorio VII libró una batalla decisiva después de la cual no volvió a haber lucha importante entre el papado y el imperio, o cualquier monarquía, a respecto del principio contra el cual Enrique IV se levantó. Posteriormente hubo escaramuzas, pero fundamentalmente la batalla fue ganada por este Santo

Plinio Corrêa de Oliveira

San Gregorio VII tuvo un importante papel contrarrevolucionario al reivindicar la prioridad de las cosas espirituales sobre las temporales, del papado sobre el imperio, al imponer con palabras magníficas el castigo necesario al Emperador rebelde que, así contenido, vio reprimida en su persona, durante siglos, la marcha de la Revolución que como una serpiente que salía de su guarida, intentaba comenzar a caminar en la historia, cuando el cayado firme de ese pastor le rompió la cerviz.

Hizo vibrar contra Enrique IV la punición más alta, profunda e intransigente

Emperador Enrique IV del Sacro Imperio

Todo eso constituyó la gloria de ese Santo que pudo decir que moría en el destierro porque había amado la justicia y odiado la iniquidad, cumpliendo de esta manera enteramente su deber de pastor, y dando el magnífico testimonio de sí mismo.

Pero hay un aspecto de la vida de San Gregorio VII que aunque luce con todo su esplendor y se hace notar por todo el mundo, no vi a nadie que lo comentase. ¿Qué aspecto es éste?

Libró una batalla definitiva después de la cual no volvió a haber conflicto decisivo entre papado e imperio, o cualquier monarquía, a respecto del principio contra el cual Enrique IV se levantó. Posteriormente hubo escaramuzas, pero fundamentalmente la batalla fue ganada por este Santo.

Por tanto, el golpe asestado por él fue certero, alcanzando el punto que debería conseguir.

En segundo lugar, San Gregorio VII tuvo que enfrentarse al potentado más grande de la Tierra y no trató de dejar de lado la dificultad. No procuró mandar emisarios incumbidos de deformar el problema, atenuándolo con medias palabras y por medio de inadecuadas contemporizaciones.

¿El Emperador se levantó y defendió tal cosa? Yo, Gregorio, sucesor de San Pedro, declaro que esto es falso, y te digo ¡oh emperador! eres el mayor potentado civil de la Tierra, te interpones en mi camino como el hombre más poderoso que podría oponerse a mí. ¡Pues, yo libro esta batalla contigo! Coloco mi poder contra el tuyo, y vamos a ver cuál es el poder que vale más. Yo te despojo de tu poder y te excomulgo, te expulso de la Iglesia Católica.

Más aún: Yo te maldigo y declaro que tienes parte con satanás y perteneces al rebaño maldito que Dios echa fuera de su presencia. ¡Vete, sal!”.

Es decir, contra ese potentado pronuncia la punición más alta, más profunda y más intransigente que se podría imaginar. No tiene miedo de nada. Y si hubiere de darse cualquier adversidad, que se dé. “Yo estoy aquí para la gloria de Dios, para la vida o para la muerte de esta mi pobre existencia terrena. Pero lucharé hasta el final”.

Un hecho sin precedentes en la historia

Ruinas del Castillo de Canosa, Italia

El emperador va a Canossa. Desde entonces, “ir a Canossa” se transformó en una expresión consagrada en la literatura. Se dice que va a Canossa la persona que en el lenguaje común, vulgar, banal de hoy en día, tira la toalla, no tiene más resistencia y se declara derrotada.

Canossa es una comuna italiana, cerca de Toscana – Norte de Italia –, donde la condesa Matilde, fervorosa devota del papado, poseía un castillo en el que había albergado al Santo Pontífice contra quien la furia del emperador Enrique IV estaba por desatarse. Ese Emperador en pleno invierno coge el trineo y atraviesa los desiertos helados de Suiza, particularmente inhóspitos, va a Canossa a pedir perdón, porque no tenía otra salida.

Después de haber sido excomulgado, hasta los criados huían del palacio, de tal manera que no tenía quién le prestase los servicios domésticos mínimos. No es sólo no tener apoyo político ¡no tenía a nadie que le preparase el baño! ¿Por qué?

Porque era el hombre maldito sobre quien había caído la excomunión del representante de Cristo en la Tierra, el sucesor de San Pedro. Por esta razón, nadie quería tener relación alguna con él.

Enrique IV atraviesa los peligrosos páramos de Suiza durante el invierno, y en esa época en cualquier momento podría suceder que cayese abismo abajo, quedando enterrado en la nieve. Con la excomunión, en la nieve quedaría su cuerpo y su alma en llamas por los siglos de los siglos, si no hubiese un arrepentimiento perfecto.

Finalmente, se presenta y pide perdón. Hecho sin precedentes en la Historia: un emperador humillado hasta ese punto, por una mera palabra de un Papa.

Es el más alto potentado de la tierra contra el cual el Sumo Pontífice pronuncia una fórmula, y cae por tierra. Es el caso de decir: “Sed tantum dic verbum – decid una sola palabra, y la Iglesia será salvada de este enemigo”. San Gregorio VII dijo la palabra, y la Iglesia fue liberada.

Excomulgado, aquí ¡No entra!”

Emperador Enrique IV en Canosa

El Papa es informado en el castillo de la condesa Matilde de que el Emperador estaba allí. Alguien más débil – no sólo un hombre que no fuese santo, sino incluso un santo no asistido por una gracia muy especial – tal vez hubiese pensado en acoger al penitente inmediatamente. Pero allí estaba el hombre cuya vocación era dar el ejemplo de lo que es la espada de la Iglesia, y hacer amar de una manera muy especial esa integridad del alma por la cual la Iglesia no cede. San Gregorio VII ordena que se cierren las puertas del castillo:

¡Excomulgado, aquí no entra!

Pero ¿qué puede hacer él? Está fuera de las murallas, arrodillado en la nieve y pidiendo perdón.

¡Que se quede allí!

En ese gesto tan duro y admirable se nota la mano maternal de la Iglesia. Él podría haber dicho: “¡Que se vaya!” Sin embargo, dijo: “¡Que se quede!” En la punta del gesto florece una vaga esperanza de perdón.

Pero antes, la penitencia y la humillación. La historia nos cuenta que fue sólo después de esto que San Gregorio VII admitió a Enrique IV y, habiendo éste pedido perdón con toda humildad, el Papa lo perdonó, lo reconcilió y lo dejó partir. Se rompió el cetro que satanás había levantado contra el Papado. San Gregorio VII había conseguido una gran victoria.

¡Que la maldita revolución gnóstica e igualitaria sea castigada!

¿Cuál es la lección que sacamos? Es la de ser íntegros y firmes; del hombre que va hasta el fondo, hasta el fin de los principios, hasta las últimas consecuencias. Y que se enfrenta a cualquier adversario con rostro altivo y espada en mano, no contentándose con medios términos, con palabras vacías, ni con vanas esperanzas, sino al pie de la letra para exigir que se rompa el poder que se levantó, y se anule el riesgo que se constituyó; solo entonces se tiene misericordia.

Porque la misericordia es admirable en la medida que llama al pecador al arrepentimiento y lo perdona. No sería admirable y no sería verdadera misericordia si fuese la paz con el pecador impenitente.

Es necesario que el pecador se arrepienta sinceramente y pida perdón. Después de que deje de ser empedernido, será el turno de la misericordia, no antes.

Incluso después de pedir perdón, aún es necesario cumplir la penitencia. Es lo que nos enseña ese maravilloso entrecruzamiento de justicia y misericordia que es el Purgatorio.

La Virgen Santísima alivia a las almas del purgatorio

Almas de personas que fallecieron piadosamente en Jesucristo, murieron rezando, pidieron perdón por sus pecados y comparecieron delante de Dios. Sin embargo, innumerables almas son mandadas al purgatorio, ¿por qué? Porque es necesario expiar, pagar de alguna manera el mal hecho y el alma que se arrepiente quiere reparar ese mal practicado.

Así, en nuestra lucha debemos considerar los designios de la Providencia: desear con toda el alma que el adversario de la verdadera Iglesia Católica, Apostólica y Romana en nuestros días sea castigado: la maldita Revolución gnóstica e igualitaria. Pero que sea castigada incluso más de lo que fue el emperador Enrique IV, porque se atrevió a algo peor: trató de penetrar en el propio Santuario y transformarlo en baluarte de la Revolución. Devastó la tierra entera, y es necesario que el castigo sea proporcionado. ¡La Revolución en cuanto tal tiene que desaparecer!

Aquí está la lección del gran San Gregorio VII: en última instancia, llevar el bien, la verdad, la belleza y la fidelidad a la Iglesia hasta sus últimas consecuencias.

Debemos prepararnos para la gran lucha que nos espera

San Gregorio VII

Este Pontífice no vivió en la época de Carlomagno, en cuya espada estaban inscritas las palabras: “Defensor de los Diez Mandamientos”.

¡Qué cosa tan maravillosa! Sin embargo, San Gregorio VII fue el Carlomagno de la Iglesia Católica. La gloria carolingia de proporciones más angélicas que humanas, la Iglesia la vivió en tiempos de San Gregorio VII magníficamente.

Nosotros queremos la gloria de la Santa Iglesia porque deseamos la gloria de Dios, debemos pedirle a San Gregorio VII que haga volver a la tierra esos días de gloria. Por intercesión suya, miremos a Nuestra Señora cuya mediación es omnipotente, pidiéndole que abrevie los tremendos días en que estamos; que haga que atravesemos valientemente todos los obstáculos que tenemos por delante y seamos capaces de la gran lucha que nos espera. San Gregorio VII dijo: “Porque amé el bien y odié la iniquidad, por eso muero en el destierro”. Nosotros debemos afirmar: “Porque amamos el bien y odiamos la iniquidad, por eso vivimos en el destierro”. Nuestra vida es un largo exilio. Tuvimos que exiliarnos de tantas cosas, de tantos ambientes, de tantas circunstancias; ¡nosotros somos los exiliados! Pero qué hermoso exilio ése que nos reúne en el que tan puro sentimiento fraterno, tan hermosa conformidad de todos los espíritus y de todos los designios, nos congrega en el mismo amor y por la misma causa.

Que el glorioso San Gregorio VII, muerto en el destierro, dé fuerza y valor a quien debe vivir y luego morir en el exilio. Así como también a aquellos destinados a que sus vidas sean cortadas durante los castigos profetizados en Fátima, para que mueran valientemente. Y los llamados a vivir en el Reino de María, vivan igualmente con coraje en esta idea: el exilio ha terminado, pero si aún hoy tuviera que exiliarme, repetiría el paso dado y me exiliaría de nuevo. No tengo apego ni al premio de mi victoria. He aquí nuestra petición a ese gran Santo, en el día que se conmemora su fiesta.

Tomado de conferencia del 25/5/1985

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