El poder de intercesión de una madre

Publicado el 10/21/2021

Entre  aquellos  que  ayudan,  amparan  y  consuelan  a  los  habitantes  de  este  valle  de  lágrimas, destaca  Lucilia  Corrêa  de  Oliveira.  Madre  de  admirable  bondad,  ha  demostrado  ser  maestra  en  “dar  um jeitinho”  para  resolver  las  situaciones  más  complicadas.

Exclamaciones y comentarios de estupefacción llenan las calles de Cafarnaún. Algunos transeúntes, curiosos, tratan de acercarse a la muchedumbre que se agolpa a la entrada de una casa, en busca de una mirada, de una palabra de consuelo, de una ayuda, quizá de un milagro…De repente, se arma una algarabía:

—¡Paso! ¡Dejad pasar!

Todos intentan de alguna manera aprovecharse de la confusión para adentrarse o al menos garantizarse un sitio en aquel denso conglomerado de personas, pero los cuatro hombres que llevaban a un paralítico en una camilla no logran aproximarse al divino Maestro… Tras infructuosos esfuerzos optan por un camino inusitado:¡abren la techumbre encima del lugar donde estaba Jesús y descuelgan la parihuela en la que yace el tullido! Gracias a la fe de esos cuatro amigos, el pobre hombre puede oír de los labios del Señor: “Hijo, tus pecados te son perdonados. […] Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa” (Mc 2, 5.11).Esta escena del Evangelio tan conocida ilustra bastante bien el papel de la intercesión de los santos e incluso de algún alma de gran virtud más cercana a nosotros… Pues, como enseña la clásica doctrina de la mediación, todos los que, en cierto modo, se encuentran más unidos a Dios pueden ser tomados como nuestros mediadores, estén ya en la eternidad o todavía se hallen batallando en esta tierra.1

Maestra en darle la vuelta a las situaciones difíciles

¿Cuántas veces, sintiéndonos “paralíticos” en medio del caos contemporáneo, no recurrimos a la intercesión de algún santo canonizado, o incluso de algún familiar o conocido en quien confiamos, a fin de alcanzar gracias del Cielo?

Entre las muchas almas justas, aún no beatificadas o canonizadas, que ayudan, amparan y consuelan a los habitantes de este valle de lágrimas, destaca doña Lucilia, madre del Dr. Plinio Corrêa de Oliveira, a quien Mons. João Clá Dias, EP, tuvo la alegría de conocer en vida y por quien alimenta una afectuosísima devoción.

Como buena dama brasileña, ha demostrado ser una maestra en “dar um jeitinho” es decir, darle la vuelta a las situaciones más difíciles, como lo revelan numerosos testimonios de favores obtenidos por su intercesión.

Algunos de ellos, como veremos a continuación, están relacionados con edificantes episodios relatados en la biografía de doña Lucilia escrita por Mons. João, publicada en portugués, español, italiano e inglés por la Libreria Editrice Vaticana.2

Especial cariño por las madres

Dicha obra cuenta que cuando estaba a punto de dar a luz a su segundo hijo, Plinio, fue alertada por los médicos de las complicaciones y peligros de ese parto y compelida a elegir entre su vida o la del niño. Ante tal alternativa, su decisión fue categórica: “¡Si alguien tiene que morir, moriré yo, pero es evidente que la criatura tiene que nacer! ¡Mi hijo por encima de mí!”. Episodio que muestra de un modo especial su rectitud materna y explica su particular desvelo por las madres que pasan por dificultades similares.

El caso de Karine Camargo Silverio Gaffuri ilustra bien dicha actitud: “El 3 de septiembre de 2017 sufrí la pérdida de un hijo de nueve semanas de gestación. Como madre, fue un momento de profundo dolor, pero de mucha resignación y gratitud. 

Una semana después tuve un sueño, que más se pareció a un encuentro real, con doña Lucilia: estaba en un lugar donde había un pequeño altar y encima de éste una capillita con una imagen suya. Empecé a rezar delante de esa imagen y le puse una rosa blanca en sus manos. Inmediatamente cobró vida y me llamó para que me sentara a su lado entorno a una gran mesa. He de decir que su piel es la más bonita que ya he visto en mi vida, y su voz algo tan angelical y divino que nunca encontraré palabras para expresar tamaña belleza.

“Durante nuestra conversación yo sólo oía con atención todo lo que decía; habló de muchas cosas, y narro aquí lo que recuerdo cuando me desperté: ‘No tengas dudas, estáis en la asociación cierta, en el lugar cierto, en el momento cierto. Leed el Evangelio diario que envían los Heraldos. Si quieres quedarte embarazada otra vez, reza diariamente el salmo 26 o 27, según la edición de la Biblia.’

“Enseguida me desperté y fui inmediatamente a buscar el salmo en la Biblia, por miedo a olvidarme. Salmo 26 (27): ‘El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?’.
“Recé ese salmo diariamente, siguiendo sus orientaciones y el 23 de diciembre de 2017 supe que estaba embarazada de nuevo.

“En enero de 2018 le mandamos un resumido relato a un heraldo, quien se ofreció presto a hacérselo llegar a Mons. João. Para entonces ya había averiguado el sexo del bebé y aproveché para pedirle que le pusiera un nombre.

“El 12 de febrero de 2018 recibimos un correo electrónico con la respuesta de Mons. João, que en resumen es lo siguiente: ‘Sugiero que el nombre de la niña sea María Lucilia, y así la pequeña estará asistida por dos insignes patronas’.

“En este momento, en la 38.ª semana de gestación, estamos ansiosos, felices y radiantes por esa gracia y, más que eso, por poder sentir cada día la protección de doña Lucilia sobre todos nosotros”.

María Lucilia ya ha nacido y se encuentra muy bien, para alegría de toda su familia.

Gracias que la ciencia no puede explicar

Afectada por una preocupante enfermedad, Arlete dos Reis Moraes recurrió a la intercesión de doña Lucilia y fue atendida de inmediato. Deseando dejar registrada la gracia alcanzada nos envía este bello testimonio:
“Fui curada milagrosamente de una enfermedad crónica intestinal por haberle rezado a la señora Lucilia Corrêa de Oliveira, fallecida en São Paulo en 1968.

“Los primeros síntomas aparecieron cuando tenía 17 años, sentía muchos dolores. No conseguía dormir, porque el dolor era muy fuerte.

Después me vinieron molestias en la pierna derecha, pero no fui al médico porque no tenía una noción clara de qué se trataba.

“En el 2003 me sometí al primer examen para identificar qué era lo que realmente me pasaba. Y llegó el diagnóstico médico: megacolon. Cuando el doctor me comentó en qué consistía esta enfermedad, me quedé asustada y lloré mucho. Al llegar a casa, junto con mi novio, Julio César, rezamos.

“Como ya había recibido muchas gracias a través de doña Lucilia, recurrí una vez más a ella y le prometí que si me curaba le daría el nombre de Plinio o de Lucilia al primer hijo que me naciera.

“Después de haberme casado me hice nuevos exámenes. El diagnóstico fue el mismo: un megacolon que sólo podría ser tratado quirúrgicamente. Aún así continué muy serena, y esto ya era una gracia que recibí de doña Lucilia; confiaba en que ella lo resolvería todo.

“A finales de 2005 me quedé embarazada, tuve una gestación muy tranquila y ya no sentía aquellos dolores laterales. Mi hija nació en un parto normal, en perfecto estado y saludable, y le di el nombre de Lucilia.

“Cuatro años más tarde, por recomendación médica, me realizaron nuevos exámenes. Para sorpresa mía, me dice el doctor: ‘Lo que le ha ocurrido a usted la ciencia no lo explica.

Tiene el intestino de una persona que nunca ha tenido nada anómalo. ¿Ha pedido usted un milagro?’. Le dije que sí. Y añadió: ‘Entonces ese milagro le ha sido concedido. Considérese curada. Ya no tiene que hacerse más exámenes’.

“Me preguntó a qué santo había recurrido y le dije que le recé mucho a una mujer llamada Lucilia Corrêa de Oliveira, madre del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira. Le aclaré que aún no había sido beatificada por la Iglesia, pero que a mí me gustaría mucho que lo fuera. Le dije al médico que escribiría todo lo que me sucedió con mi enfermedad y le pedí los resultados de los exámenes. Se puso a disposición para dar su testimonio como médico”.

Auxilio en todas las dificultades

Muy distintas fueron las contrariedades por las que pasó Lenice Barreto Nunes, que así nos narra, con simplicidad, como empezó su devoción a doña Lucilia: “Me regalaron una foto suya, y cuando necesitaba resolver cualquier cosa le rezaba y le pedía su ayuda”.

Una de las ocasiones en que ese socorro se hizo sentir fue cuando estaba pasando por serios problemas económicos, con cinco hijos pequeños que criar. Le hizo una novena a doña Lucilia, y sin dudarlo no dejó pasar la oportunidad que le surgió de trabajar en un pequeño comercio.

En poco tiempo ya tenía los medios para montar su propia tienda, cuyas ganancias le garantizaron el sustento de su familia.

Cierto día, sin embargo, una persistente y fuerte baja en las ventas la puso nuevamente en una complicada situación. Se dirigió con confianza hasta la tumba de doña Lucilia y rezó:

“Doña Lucilia y Dr. Plinio, no tengo a nadie en la tierra que me ayude, así pues, les voy a pedir a los dos que me presten dinero, si no mis cheques me los van a devolver y pasaré mucha vergüenza”. Y no tuvo que esperar mucho tiempo para ser atendida: durante tres días consecutivos en su tienda hubo un inusual movimiento de clientes, hasta el punto de obtener lo necesario para pagar las deudas y cubrir los gastos habituales de su familia.

Otro favor singular obtenido de doña Lucilia vino a fortalecer la devoción de Lenice, como ella misma cuenta: “En esa época difícil, cierto día una de mis hijas amaneció con muchas llagas en la cabeza. Como no tenía dinero para comprar medicamentos, dije: ‘Doña Lucilia, usted sabe que no tengo cómo comprarlos, no tengo todo ese dinero’. Recé tres avemarías, preparé una infusión con pétalos de las rosas que adornan su tumba y se la fui aplicando con un algodón por sus heridas. Al día siguiente por la mañana cuando comprobé cómo estaba la cabeza de mi hija, ya no tenía nada. Habían desaparecido todas las llagas. Estaba curada”.

Ese no fue un hecho aislado. El caso de Azenir Duarte, que relata su sobrina María Aparecida da Silva Bett José, es un ejemplo más entre muchos otros de curaciones verificadas tras el uso de los “pétalos de doña Lucilia”.

“A finales de febrero de 2013 recibí la noticia de que mi tía Azenir Duarte había sido hospitalizada por un cáncer en la lengua en estado avanzado. Los médicos decían que la única solución era extirparla, sin embargo, ella no lo permitía porque no quería dejar de hablar, y le replicó al doctor: ‘Si Dios me dio la lengua, sólo Él tiene el derecho de quitármela. Si tengo que morir, moriré rezando’.

“Le hablé de doña Lucilia, de cómo ayuda a todos los que le rezan, le comenté lo de las rosas que son cogidas de la tumba de esa santa alma, que tanto bien ha hecho a otros, bendiciendo y curando. Entonces mi tía me pidió que le llevara esas rosas, porque sentía que eso le iba a traer la curación del cáncer.

Acudí a la hermana que en aquella época era la superiora de la casa de la rama femenina de los Heraldos en Joinville para que me consiguiera una rosa. Tan pronto como la recibí, se la mandé a mi tía; le dije que debía hacer una infusión con los pétalos o masticarlos, y rezarle a esa santa, con la certeza de que le obtendría la curación.

“Cuando su esposo llegó con la rosa, ella le contó que esa noche había soñado que él le traería la curación y exclamó: ‘Es mi curación, soñé que me traerías mi curación’.

Su hija hizo una infusión con los pétalos y le humedeció los labios a su madre, pues ya no podía tragar.

“Al no haber logrado ningún resultado el tratamiento médico y viéndose cercana a la muerte, mi tía llamó a un sacerdote, no obstante, ninguno estaba disponible. Entonces me telefoneó para pedirme que le buscara uno con urgencia. Yo sabía que no iba a conseguir eso en Joinville, por mucho que lo intentara, pero estaba segura de que lo obtendría con los Heraldos.

“Llamé por teléfono al sacerdote heraldo que por entonces era el superior de los hermanos en Joinville y le pedí que fuera a llevarle la extremaunción a mi tía. Mi marido y yo tuvimos la oportunidad de acompañarlo hasta Florianópolis, y puedo dar mi testimonio de que suspendió varios compromisos urgentes y atrasó otros para atender a mi tía, con una disposición admirable que no encontraría en otros sacerdotes de la ciudad.

Al llegar, le administró los sacramentos, le dijo que rezaría por ella y la confortó.

“Los médicos decían que ya no tenía otra solución que la de confiar en Dios, pues la enfermedad era tan grave que ni siquiera una operación quirúrgica le garantizaría la salud. No obstante, ella sentía en el fondo de su alma que no iba a morirse y que doña Lucilia le ayudaría.

“En efecto, con el paso del tiempo volvió a tragar y empezó a tomar la infusión, sintiéndose cada vez mejor. Haciendo un acompañamiento con exámenes, los médicos percibieron que ya no había secuelas del cáncer de lengua. El oncólogo, sorprendido con el milagro, le preguntó a la paciente quién era el santo que le había concedido esa gracia, porque también quería rezarle a él. Se comprometió, si fuera el caso, a emitir un certificado médico que corroborara la curación de la enfermedad. Tras cinco años de este hecho, el cáncer no reapareció, y no fue la ciencia la que obtuvo la curación”.

La devoción se extiende y más gracias y favores son obtenidos

Como es natural, lo sucedido tuvo amplia repercusión, según describe la misma testigo: “La noticia de esa curación corrió por toda la familia y todos empezaron a tenerle una enorme devoción a esa gran santa. Años más tarde, mi hermana María fue acometida por un cáncer de intestino, y lo descubrió en una fase avanzada en la que no ya no tenía solución médica.

“Al enterarme, le llevé los pétalos para que hiciera la infusión y la tomara, con la certeza de que doña Lucilia le obtendría su curación. En el hospital, mientras le hacían los exámenes, iba tomando la infusión, y sentía que esa nueva santa le daría la curación tan deseada. En una resonancia, el médico vio que en el intestino había una cicatriz de una cirugía, y le preguntó si ya se había operado antes, lo cual fue negado por ella y por la familia. Entonces nos dijo que el cuadro de la enfermedad había revertido y que existía la posibilidad de hacer una operación con éxito.

“Al salir hacia el quirófano, mi hermana iba muy tranquila y con la plena certeza de que volvería viva y curada del cáncer. El médico que le extirpó el tumor nos dijo después que nunca había hecho una operación tan tranquila y perfecta. Parecía que doña Lucilia estuviera al lado de mi hermana, guiando las manos de los médicos. Gracias a esa santa, no le quedó ninguna secuela y hasta hoy no volvió a aparecer el cáncer en los exámenes rutinarios”.

* * *

¡Cuántos relatos tendríamos aún en relación con mejorías y curaciones de problemas insolubles de salud llegados de todas partes! Sin embargo, no son esas las mayores gracias, pues favores sorprendentes fueron alcanzados para la curación de las almas y para el progreso en la vida espiritual de personas desesperadas de su salvación. 

De modo invariable, los testimonios tienen un denominador común: la dulce sensación y consolación espiritual de ser comprendido, de ser amado gratuita e incondicionalmente. En suma, de ser hijo, de haber sido cubierto por el misericordioso chal lila de doña Lucilia. ²

Notas
1 “Si es lícito encomendarse a los vivos, ¿cómo no va a ser lícito entonces invocar a los santos que, en el Cielo, más cerca gozan de Dios?” (SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO. A oração: o grande meio para alcançarmos de Deus a salvação e todas as graças que desejamos. 4.ª ed. Aparecida: Santuário, 1992, p. 28). Véase también: SANTO TOMÁS DE AQUINO.Suma Teológica. II-II, q. 83, a. 11.
2 Cf. CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Dona Lucilia. Città del Vaticano São Paulo: LEV; Lumen Sapientiæ, 2013;
Doña Lucilia. Città del Vaticano-Lima: LEV; Heraldos del Evangelio, 2013; Donna Lucilia. Città del Vaticano-Roma: LEV; Araldi del Vangelo, 2013; Dona Lucilia. Città del Vaticano-Houston: LEV; Heralds of the Gospel, 2013.

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