
Consideren la más santa de las Comuniones habidas sobre la faz de la Tierra: la Comunión de Nuestra Señora. Ella estaba consumida por el deseo de comulgar. Sin embargo, el deseo que Ella tenía de recibir a Nuestra Señor era infinitamente menor que el de Él de ser recibido por Ella, de tal manera el amor divino es superior al de la criatura.
Por tanto, no debemos ir a la Comunión como quien va a someter a Nuestro Señor a un tormento, pensando: “¡Oh, Él va a entrar en mi alma indigna!”
De hecho es indigna, y eso nos causa confusión. Pero, de otro lado, me maravillo pensando que, dentro del sagrario, el Divino Redentor está esperándome con una sonrisa; y que en esta alma mía Él entra con verdadera delicia, porque, a pesar de indigna, ella se encuentra en estado de gracia. “Mis delicias consisten en estar con los hijos de los hombres” (Pr 8, 31).
Plinio Corrêa de Oliveira. Extraído de conferencia del 5/1/1974