
Transcribimos enseguida algunos tópicos del mensaje pronunciado por el Papa San Juan Pablo II en junio de 1999, en el centenario de la Consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús. Así habló el Sumo Pontífice:
Queridos hermanos y hermanas.
Por ocasión de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, exhorté a los fieles a que perseveren en la práctica de ese culto, que en nuestros días se reviste de una actualidad extraordinaria, porque justamente del Corazón del Hijo de Dios muerto en la Cruz, brotó la fuente perenne de la vida que da esperanza a todo hombre. Del Corazón de Cristo crucificado nace la nueva humanidad redimida del pecado. El hombre del año 2000 tiene necesidad del Corazón de Cristo para conocer a Dios y para conocerse a si mismo. Tiene necesidad de Él para construir la civilización del amor.
Delante de la tarea de la nueva evangelización, el cristiano que contemplando el Corazón de Cristo -Señor del tiempo y de la historia- se consagra a Él, se redescubre portador de la luz divina… y contribuye para abrir a todos los entes humanos la perspectiva de ser elevados a la plenitud personal y comunitaria. Junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una existencia auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial a Dios con el amor al prójimo. (…)
Deseo expresar mi aprobación y mi incentivo a cuantos, de cualquier forma, continúan cultivando, profundizando y promoviendo en la Iglesia el culto al Corazón de Jesús, con lenguaje y formas adecuadas a nuestro tiempo, para poder transmitirlo a las generaciones futuras con el espíritu que siempre lo animó. Aún hoy, se trata de guiar a los fieles para que contemplen con sentido de adoración el misterio de Cristo, Hombre-Dios, a fin de que sean hombres y mujeres de vida interior, personas que sientan y vivan el llamado a la vida nueva, a la santidad y a la reparación, que es cooperación apostólica para la salvación del mundo. Personas que se preparen para la nueva evangelización, reconociendo que el Corazón de Cristo es el Corazón de la Iglesia: urge que el mundo comprenda que el cristianismo es la religión del amor.
La contemplación del Corazón de Jesús en la Eucaristía llevará a los fieles a degustar, en comunión con sus hermanos, la suavidad espiritual de la caridad en su propia fuente. Ayudando a cada uno a redescubrir su bautismo, los hará más conscientes de su dimensión apostólica, que deben vivir difundiendo la caridad y cumpliendo la misión evangelizadora. Que todos se empeñen más en pedir al Señor de la mies que envíe a la Iglesia ‘pastores según su Corazón’ (Jer. 3, 15), los cuales, enamorados de Cristo, Buen Pastor, modelen su propio corazón a la imagen del de Él y estén dispuestos a ir por las sendas del mundo para proclamar a todos que Jesús es camino, verdad y vida. A esto se agregará la acción concreta, para que también muchos jóvenes de hoy, dóciles a la voz del Espíritu Santo, aprendan a permitir que resuenen en lo íntimo de sus corazones, las grandes expectativas de la Iglesia y de la humanidad y respondan a la invitación de Cristo para consagrarse juntamente con Él, entusiastas y alegres, por la vida del mundo’ (Ju 6, 51).
Demos gracias a Dios nuestro Padre, que nos reveló su amor en el Corazón de Jesús y nos bendijo con la unción del Espíritu Santo, de modo que, unidos a Cristo, adorándolo en todo lugar y actuando santa- mente, le consagremos el mundo y el nuevo milenio.
Conscientes del gran desafío que tenemos delante de nosotros, invoquemos la ayuda de la Santísima Virgen, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. Que Ella guíe al pueblo de Dios para más allá de los umbrales del nuevo milenio que está a punto de comenzar, lo ilumine por los caminos de la fe, de la esperanza y de la caridad. Y, especialmente, ayude a todos los cristianos a vivir con generosa coherencia su consagración a Cristo, que tiene su fundamento en el Sacramento del Bautismo y que se confirma oportunamente en la consagración personal al Sacratísimo Corazón de Jesús, el único en quien la humanidad puede encontrar perdón y salvación.
Varsovia, 11 de junio de 1999