
Por medio de sus santos, Dios hace brillar de mil formas la fortaleza católica. En San Ezequiel Moreno y Díaz esa virtud brilla de modo maravilloso, por su voluntad resuelta de hacer la voluntad divina, dispuesto a los mayores sacrificios.
Plinio Corrêa de Oliveira
Me mandaron un cuadro de un santo español y obispo de Pasto, Colombia, famoso por su anti-liberalismo, Fray Ezequiel Moreno Díaz. Su fisonomía me agrada mucho.
Batallador audaz contra el liberalismo
Su expresión fisonómica es digna, fuerte, noble, dentro de una gran serenidad. Se nota una determinación y firme resolución que no necesita de aspavientos para afirmarse. Él es calmado y tranquilo; pero lo que ha resuelto, resuelto está.
Me parece una fisonomía que, a su modo, puede emular y ser colocada a la altura del semblante de Don Vital María Gonçalves de Oliveira, obispo de Olinda y Recife en el tiempo del Brasil Imperio. Con la diferencia de que San Ezequiel es español, lo que se percibe considerando algo en su rostro que nos da esa idea. Don Vital es típicamente brasileño, incluso la vivacidad en su mirada es enteramente del estilo de la vivacidad brasileña.
Me hicieron un pequeño relato sobre este santo, que voy a leerles.

Santuario de Nuestra Señora de las Lajas. Ipiales, Colombia
San Ezequiel Moreno Díaz fue obispo de la ciudad de Pasto, bien cerca de la frontera con Ecuador, donde está el Santuario de Nuestra Señora de Las Lajas, gran devoto de Ella e importante promotor de la construcción del actual santuario.
Un dato que llama especialmente la atención es su combate al liberalismo que, en esa época –finales del siglo XIX– tanto en Colombia como en Ecuador, atacaba fuertemente a la Iglesia, expropiando los bienes eclesiásticos y persiguiendo al clero.
San Ezequiel llevó la lucha contra el liberalismo hasta el punto de escribir pastorales, en las cuales llamaba a los católicos a levantarse incluso en armas contra él, citándoles el ejemplo de los Macabeos: “Más vale morir que vivir en una tierra devastada y sin honra” (I Mac. 3. 59).
La predicación de ese prelado encendió a los católicos, especialmente durante una guerra que hubo entre ejércitos católicos y liberales, desarrollada a lo largo de tres años y conocida como la “Guerra de los Mil días”.
Otro trazo de la firmeza de este bienaventurado, fue el hecho de él haber lanzado una excomunión contra todos los padres de familia que enviasen sus hijos a un colegio, cuyo director era una persona de doctrinas liberales. El tal director se trasladó para el otro lado de la frontera, y con la anuencia de un obispo ecuatoriano de ideología liberal, comenzó allí a hacer funcionar otra escuela.
Como algunos padres de familia colombianos enviasen a sus hijos a ese colegio de Ecuador, San Ezequiel renovó la excomunión, lo que movió al obispo ecuatoriano a quejarse junto a la Santa Sede, teniendo como consecuencia que la Sagrada Congregación de los Obispos desautorizó al bienaventurado. Éste, entonces, fue a Roma –viaje que en aquella época duraba varios meses– e hizo revisar en el Vaticano todos los documentos, obteniendo de León XIII que levantase la condenación de la cual había sido objeto.
La correa del apóstol Santo Tomás, característica de los agustinos
¡Esto es propiamente saber luchar bien! Notemos la analogía con Don Vital, quien desautorizado por una carta de Pío IX, inspirado por el cardenal Antonelli, fue a Roma, obtuvo el juicio de su caso y la afirmación de Pío IX de que él había actuado bien.
Por lo tanto, la intriga había subido hasta dentro del Vaticano.
Paso a comentar el cuadro. Estamos en la presencia de un religioso de la Orden de San Agustín. Se notan las insignias episcopales: el solideo morado, la cruz pectoral y el anillo pastoral. En su hábito, trae la correa característica de lo agustinos, la cual según se sabe es una reminiscencia del cinturón que Nuestra Señora llevaba consigo, y que tiró al apóstol Santo Tomás mientras Ella subía al cielo.
Como sabemos, Santo Tomás fue el único de los apóstoles que no asistió a la dormición de la Santísima Virgen, en lo que se podría ver una severidad por causa de aquella duda suya a respecto de la Resurrección de Nuestro Señor, y lo que Nuestro Señor le dijo: “Porque me has visto Tomás, creíste; bienaventurados los que sin ver creyeron” (Jn, 20, 29); es una censura. San Agustín dice sobre esta censura una cosa extraordinaria: que en el futuro la fe de millones de hombres dependió del dedo de Santo Tomás, pues como hay mucha gente con la mentalidad que Santo Tomás tenía antes de tocar en las Llagas de Jesús, esas personas se sienten tranquilizadas con tal narración.
Una vez más, entran los designios ocultos, misteriosos y superiores de la Providencia. En último análisis, Santo Tomás tuvo un momento de duda, pero de esta duda la Providencia sacó una ventaja tan grande, que nos preguntamos cómo Ella se las habría arreglado para producir ese efecto, si Santo Tomás no hubiese dudado. Tal es la complejidad de los hechos considerados desde el punto de vista de la Providencia.
Santo Tomás llegó atrasado, cuando Nuestra Señora ya iba subiendo al cielo y se quedó lleno de encanto al verla.
Ella le sonrió, se desprendió el cinturón que la ceñía y se lo lanzó a él… ¡Una vez más entran los tales designios de la Providencia! El único Apóstol que no estuvo presente fue él; entre tanto, según consta, el único en recibir un recuerdo de Ella cuando ya se despedía de la vida terrena e iba subiendo al cielo, fue también él. Se queda con deseos de decir: “¡Bienaventurado Tomás!”
Distensión de las grandes resoluciones tomadas
Pero volviendo al cuadro, la mirada de San Ezequiel Moreno está fija en lo alto del horizonte. Esta actitud de la mirada no la tiene una persona romántica, pues él está mirando a un punto fijo, y el romántico no gusta mirar nada fijamente, es una mirada “melosa” que no se clava en nada pues mira para sueños interiores.
Su rostro está enteramente distendido; no se nota en él la menor contracción. Sin embargo, no es la distensión común del hombre que duerme, sino aquella forma de distensión que no tienen los irresolutos. Éstos poseen la distensión de la flojera; parecen carnudos, aunque sean delgados. En esta foto, él tiene la distensión de las grandes resoluciones que han sido tomadas, del hombre que resolvió todo, entró duro en el camino por donde tenía que entrar y se dijo: “¡Vi, decidí y entré! Haya lo que hubiere, venga lo que viniere, cueste lo que costare, he resuelto… ¡Yo hago aquello!”
Alguien podría preguntar: ¿Cómo ud. se da cuenta de eso?
¡Como notaría en una fisonomía viva! Cuando el hombre tomó una gran resolución, algo queda marcado en su rostro, por el cual la musculatura es definida y dura, pero al mismo tiempo distendida; pues las dudas quedaron para atrás, y todos los sacrificios que ese camino traiga consigo, se ve que de algún modo fueron por él medidos… aceptó y pide a Nuestra Señora que lo ayude a no retroceder.
Resolución absoluta del Redentor y de su Madre Santísima durante la pasión
Creo que el modelo trascendental e infinito de esa resolución debería estamparse en la Sagrada Faz de Nuestro Señor, después de que el ángel lo consoló considerando el término etimológicamente–, o sea, le dio fuerza. En el Huerto de los Olivos Él pidió: “Padre mío, si fuese posible apártese de Mí este cáliz, pero no se haga según mi Voluntad sino según la Tuya” (Mt. 26, 39). Vino el ángel y lo fortaleció (cfr. Lc. 22, 43). Él, que nunca fuera irresoluto, sin embargo estaba con toda su naturalezA humana colocada delante de la terrible previsión de la Pasión, pero con esa determinación: “Dios me ayuda, Yo aguanto, vamos para delante”.
Podemos notar esa resolución de un modo divino en el Santo Sudario. Una de las notas que la Sagrada Faz nos muestra es precisamente la de una resolución absoluta: Ella está magullada, escupida, se nota que la nariz sufrió un fuerte golpe.
Nuestro Señor murió en el auge de todos los dolores, pero Él deliberó rescatar al género humano y lo hizo.
Algo de eso se debería notar también en Nuestra Señora, en el momento y después del Consummatum est: “Yo lo he resuelto, Él es mi Hijo, y lo he ofrecido al Padre eterno para esto. Mi ofrecimiento fue aceptado y Él murió. Era lo que yo deseaba ardientemente. ¡Vamos adelante!”
Esto es indecible, pero es así. Y es una de las razones por las cuales, sin tener ni de lejos el atrevimiento de negar el valor artístico de la Pietà de Miguel Ángel, le niego el valor religioso. La Pietà es un conjunto lindo; sin embargo, la forma como Nuestra Señora mira hacia Él no es aquella compasión de quien contempla el fruto doloroso de su propia resolución. Hay algo de flojo y muelle, que no corresponde a quien acaba de beber la última gota de hiel y de ver la última consecuencia de la resolución tomada: “Es terrible, es trágico, sin embargo, ¡es lo que yo quería!” Compasión es tener dolor, sin duda; pero es sobre todo participar de la intención en el sacrificio de Él.
Diversidades en el brillo de la gracia en el alma de los santos
En la fisonomía de San Ezequiel Moreno y Díaz notamos algo que yo podría decir que está a la altura de alguien que adoró y se embebió profundamente del Consummatum est. Se ve que él está mucho más allá de los sacrificios, de las resoluciones y de las dudas. Su actitud es como de quien dice: “Ya sufrí mucho y tal vez me quede mucho aún por padecer, pero he resuelto sufrir eso atendiendo a la voluntad de Dios. Nuestra Señora obtuvo de Él esta fuerza, y yo sigo hasta el fin.”
Se percibe eso en la postura de su cuerpo. La cabeza no está ni un poco en una actitud de gallo de pelea; es una posición normal, pero alta… no tiene nada de “herejía blanca”2, de ningún modo. El cuerpo no está arqueado ni es perezoso, pero hay algo en él como quien dice: “No estoy ni siquiera haciendo fuerza, pues ya todas las fuerzas fueron puestas. Está todo consumado, llegaré hasta el fin.” Él podría llamarse el “santo de la gran resolución”.
Es lindo que podamos comparar a un santo con otro, no para saber cuál es el mayor, sino para ver las diversidades de brillo de la gracia conforme al alma. Consideremos a este santo frente a sus adversarios. Su actitud es: “Yo os combato, pero voy mucho más allá que vosotros. Mis ojos están puestos en otros horizontes y mi alma ama otras grandezas.” San Ezequiel polemiza, pero fluctúa por encima de las polémicas.
La Iglesia se expresa así y de muchos otros modos más. Por ejemplo, la faz triste, inquebrantable, resuelta y angelical de San Pío X; la fisonomía batalladora, desconfiada, férrea y dulcísima de Santa Bernardita Soubirous… y así podríamos ir comparando las mil maneras de brillar la fortaleza católica. La de San Ezequiel Moreno Díaz es una manera altamente encantadora y maravillosa.
Extraído de conferencia del 14/11/1980)
Notas
1. Expresión metafórica creada por elb Dr. Plinio para designar la mentalidad sentimental que se manifiesta en la piedad, en la cultura, en el arte, etc. Las personas por ella afectadas se vuelven flojas, mediocres, poco propensas a la fortaleza, así como a todo lo que signifique esplendor.