«Hijo mío –le dijo– no te sorprendas de no lograr éxito con tus predicaciones. Porque trabajas en una tierra que no ha sido regada por la lluvia. Recuerda que cuando Dios quiso renovar el mundo, envió primero la lluvia de la salutación angélica. Así se renovó el mundo. S
San Luis María Grignion de Montfort
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TERCERA ROSA
El Santo Rosario y Santo Domingo.
El establecimiento del Santo Rosario, en forma tan milagrosa, guarda cierta semejanza con la manera de que se sirvió Dios para promulgar su ley al mundo en el Monte Sinaí. Y manifiesta claramente la excelencia de esta maravillosa práctica. Santo Domingo, iluminado por el Espíritu Santo e instruido por la Santísima Virgen y por su propia experiencia, dedicó el resto de su vida a predicar el Santo Rosario con su ejemplo y su palabra, en las ciudades y los campos, ante grandes y pequeños, sabios, e ignorantes, católicos y herejes. El Santo Rosario -que rezaba todos los días- constituía su preparación antes de predicar y su acción de gracias después de la predicación.
Preparábase el Santo, detrás del altar mayor de Notre Dame de París con el rezo del Santo Rosario, para predicar en la fiesta de San Juan Evangelista, cuando se le apareció la Santísima Virgen y le dijo: «¡Aunque lo que tienes preparado para predicar sea bueno, aquí te traigo un sermón mejor!»
El Santo recibe de manos de María el escrito que contiene el Sermón, lo lee, lo saborea, lo comprende y da gracias por él a la Santísima Virgen. Llegada la hora del sermón, sube al púlpito y, después de haber dicho en alabanza de San Juan, sólo que había sido el guardián de la Reina del cielo, dijo a la asamblea de nobles y doctores que habían venido a escucharlo y estaban acostumbrados a oír sólo discursos artificiosos y floridos, que no les hablaría con las palabras elocuentes de la sabiduría humana, sino con la sencillez y fuerza del Espíritu Santo.
Les predicó el Santo Rosario, explicándoles palabra por palabra, como a niños, la salutación angélica, sirviéndose de comparaciones muy sencillas, leídas en el escrito que le diera la Santísima Virgen.
Aquí están las palabras del sabio Cartagena que él tomó, en parte del libro del Beato Alano de la Rupe, De Dignitate Psalterii: “Afirma el Beato Alano que su Padre, Santo Domingo, le dijo un día en una revelación: ¡Hijo mío! tú predicas. Pero, para que no busques la alabanza humana sino la salvación de las almas, escucha lo que me sucedió en París. Debía predicar en la Iglesia mayor de Santa María y quería hacerlo ingeniosamente, no por jactancia, sino a causa de la nobleza y dignidad de los asistentes.
Mientras oraba, según mi costumbre, casi durante una hora, mediante la recitación de mi salterio (es decir, el Rosario) antes del Sermón tuve un éxtasis. Veía a mi amada Señora, la Virgen María, que ofreciéndome un libro me decía: «Por bueno que sea el sermón que vas a predicar, aquí traigo uno mejor!»”.
“Muy contento, tomé el libro, lo leí todo y, como María lo había dicho, encontré lo que debía predicar. Se lo agradecí de todo corazón. Llegada la hora del sermón, subí a la cátedra sagrada. Era la fiesta de San Juan, pero sólo dije del Apóstol que mereció ser escogido para guardián de la Reina del cielo. En seguida hablé así a mi auditorio:
«¡Señores e ilustres Maestros! Uds. están acostumbrados a oír sermones sabios y elegantes. Pero no quiero dirigirles doctas palabras de sabiduría humana, sino mostrarles el espíritu de Dios y su poder». Entonces, añade Cartagena, siguiendo al Beato Alano, Santo Domingo les explicó la salutación angélica mediante comparaciones y semejanzas muy sencillas”.
El Beato Alano –como dice el mismo Cartagena– relata muchas otras apariciones del Señor y de la Santísima Virgen a Santo Domingo para instarle y animarle más y más a predicar el Santo Rosario, a fin de combatir el pecado y convertir a los pecadores y herejes. Oigamos este pasaje:
“El Beato Alano refiere que la Santísima Virgen le reveló que Jesucristo, su Hijo, se había aparecido después de Ella a Santo Domingo y le había dicho: «Domingo me alegro de que no te apoyes en tu sabiduría y de que trabajes con humildad en la salvación de las almas sin preocuparte por complacer la vanidad humana. Muchos predicadores quieren desde el comienzo tronar contra los pecados más graves, olvidando que antes de dar un remedio penoso es necesario preparar al enfermo para que lo reciba y aproveche. Por ello, deben exhortar antes al auditorio al amor a la oración y, especialmente, a mi salterio angélico. Porque, si todos comienzan a rezarlo, no hay duda de que la clemencia divina será propicia con los que perseveran. Predica, pues, mi Rosario».
En otro lugar dice el Beato Alano: “Todos los predicadores hacen rezar a los cristianos la salutación angélica al comenzar sus sermones, para obtener la gracia divina. La razón de ello es una revelación de la Santísima Virgen a Santo Domingo: «Hijo mío –le dijo– no te sorprendas de no lograr éxito con tus predicaciones. Porque trabajas en una tierra que no ha sido regada por la lluvia. Recuerda que cuando Dios quiso renovar el mundo, envió primero la lluvia de la salutación angélica. Así se renovó el mundo. Exhorta, pues, a las gentes en tus sermones a rezar el Rosario y recogerás grandes frutos para las almas».
Hízolo así constantemente el Santo y obtuvo notable éxito con sus predicaciones. Puedes leer esto en el Libro de los milagros del Santo Rosario -escrito en italiano- y en el discurso 143 de Justino”.
Me he complacido en citarte palabra por palabra los pasajes de estos serios autores, en favor de los predicadores y personas eruditas que pudieran dudar de la maravillosa eficacia del Santo Rosario. Mientras los predicadores -siguiendo el ejemplo de Santo Domingo- enseñaron la devoción del Santo Rosario, florecían la piedad y el fervor en las órdenes religiosas que lo practicaban y en el mundo cristiano. Pero cuando se empezó a descuidar este regalo venido del cielo, sólo vemos pecados y desórdenes por todas partes.
Tomado del libro, El secreto admirable del Santo Rosario, pp. 29-33