En Santo Tomás, pensamiento y santidad, teología y oración, raciocinio y mística, estudio y amor a Dios están profundamente entrelazados. Por eso se convirtió en el sabio más santo que haya tenido la Iglesia.
Padre Juan Carlos Casté
Cuando oímos hablar de Santo Tomás de Aquino, enseguida pensamos en el teólogo que marcó el pensamiento católico para siempre. Nos impresiona la profundidad de sus raciocinios, la amplitud de los temas sobre los que él trataba y, principalmente, su monumental capacidad para armonizar fe y razón, teología y filosofía, hasta ahora nunca superada.
Sin embargo, ante nuestro espíritu se nos presenta una pregunta: ¿tan sólo fue un intelectual brillante? Porque en ciertos ambientes, cuando se estudia su obra, se pone de relieve únicamente su originalidad y la claridad de sus razonamientos, dejando a un lado todo lo referente a la heroica práctica de la virtud.
Ahora bien, considerar solamente los aspectos intelectuales de Santo Tomás disminuye en gran medida la figura de esta lumbrera. Ante todo fue un gran santo, y no nos parece nada arriesgado afirmar que su teología, su filosofía y su magistral forma de enseñar eran fruto de algo superior a la mera lucidez del raciocinio y de la dedicación al estudio. Pensamiento y santidad, ciencia y oración, lógica y mística, estudio y amor a Dios están profundamente entrelazados en ese insigne dominico. Si no hubiera alcanzado las más altas cumbres de la santidad y de la vida interior, su capacidad intelectual no habría brillado de un modo tan intenso.
Por eso trataremos de presentar en estas líneas algunas nociones elementales de su vida, a manera de flashes, que iluminan como antorcha resplandeciente la íntima unión entre teología y santidad, característica de esa alma tan grande.
Llamado para la Orden de Predicadores
El nacimiento de Santo Tomás ocurrió en Roccasecca, cerca de Nápoles, en los lejanos años de 1224 o 1225. Siendo aún muy pequeño, fue a vivir con los benedictinos de Montecasino y su familia esperaba que, por el prestigio del noble linaje de los Aquino, llegara a ser el superior de esa célebre abadía. Los caminos de Dios, no obstante, eran otros…
Después de pasar algunos años con los benedictinos, Tomás se trasladó a Nápoles, donde frecuentará la universidad que había fundado Federico II. Entonces fue cuando la vocación brilló en su alma por primera vez. “Tomás quedó cautivado por el ideal de la Orden que Santo Domingo había fundado pocos años antes”, y tomó la resolución de pertenecer a ella.
Fray Giovanni de San Giuliano, un dominico de esa ciudad italiana, se hizo amigo del joven Tomás y, en tres ocasiones, lo vio en sueños con la cara brillante como un sol, despidiendo rayos que lo iluminaban todo a su alrededor, empezando por el propio fray Giovanni. El mensaje era claro: el “sol de Aquino” debía entrar en la Orden de Predicadores.
Revestido ya del hábito dominico, fray Tomás tuvo que enfrentar la férrea oposición de su familia que, escandalizada de verlo formando parte de una Orden mendicante, llegó a usar la violencia para intentar disuadirlo. Al cabo de un tiempo, no obstante, entendieron que sus esfuerzos en sentido contrario eran inútiles y lo dejaron volar libremente por los cielos de la oración y de la sacra doctrina.
El estudio como medio para alcanzar la santidad
Al principio fue enviado a París, pero no tardaría en dirigirse a Colonia para cursar el studium generale de la Orden, donde conoció al gran maestro en cuya escuela se formó: San Alberto Magno.
San Alberto Magno y Santo Tomás
La sintonía entre ambos fue inmediata. Cuentan que durante las clases, al escuchar las maravillas que enseñaba San Alberto, Tomás se alegraba de haber encontrado lo que buscaba y “empezó a ser extraordinariamente silencioso, asiduo en el estudio y devoto en la oración”.
El dedicado alumno pasó a unir la vida espiritual con un intenso amor al trabajo intelectual. Estudiar tenía un carácter refinadamente religioso y formaba parte del núcleo de su vocación “como miembro de una Orden a la cual Santo Domingo, al fundarla, había designado el estudio como uno de los medios específicos para lograr los objetivos de la vida religiosa”.
Tomás consideraba el estudio de la sagrada teología como algo importantísimo para la vida contemplativa y el apostolado. Más tarde, en la Suma Teológica declararía que el estudio ilumina la realidad divina y preserva de los errores en los que suelen caer los que desconocen las Escrituras. Y también decía que el estudio de las letras es necesario para la predicación y para ejercer otros ministerios semejantes. Por último, señalaba que sirve como medio de penitencia y purificación, ya que preserva al alma de pensamientos lascivos, mortifica la carne por el esfuerzo que exige, hace prevalecer el amor a la sabiduría sobre los bienes terrenales, evitando la codicia de las riquezas, y es garantía de obediencia para quien se dedica a él en virtud de su profesión religiosa.
A parte de eso, el estudio debe estar ordenado a la ciencia, que debe ser gobernada por la caridad, pues ésta lleva al apostolado y a la salvación de las almas. Para Tomás el estudio era la forma de alcanzar la santidad dentro de la vía indicada por San Hilario: “Considero como el principal deber de mi vida para con Dios esforzarme para que mi lengua y todos mis sentidos hablen de Él”.
Profesor en la Universidad de París
Por recomendación de San Alberto Magno, Santo Tomás fue propuesto como profesor de la Universidad de París, el mayor centro de estudios de la Europa medieval y, por lo tanto, del mundo de entonces.
Santo Tomás enseñando
Tenía tan sólo 23 años y obtuvo un éxito admirable. Los alumnos acudían en mas a sus clases. Enseñaba temas nuevos, planteaba cuestiones teológicas para debatirlas con los estudiantes, explicaba de forma clarísima y original los problemas de la teología, de la filosofía y del saber en general.
Era evidente que una nueva luz resplandecía en el universo de la ciencia divina.
En la audiencia general dedicada a él, Benedicto XVI cuenta que “uno de sus ex alumnos declaró que era tan grande la multitud de estudiantes que seguía los cursos de Tomás, que a duras penas cabían en las aulas; y añadía, con una anotación personal, que ‘escucharlo era para él una felicidad profunda’ ”.
¿A qué se debía esa atracción? “La fascinación que causaba el joven profesor se debía no sólo a su ciencia y a su método, sino también a aquello que de honesto, de noble, de limpio emanaba de su personalidad. […]
Tomás traía con su presencia y con su palabra un aliento de verdadera pureza: muchos decían de santidad. Pureza y santidad que se traducían en la sabiduría divina y humana que hacían de él un maestro de la doctrina y de la vida”.
Vida mística e intelectual
Entre sus costumbres, estaba la de visitar al Santísimo Sacramento antes de ir a dar clases. Su vida mística era tan intensa que fray Reginaldo de Piperno, el compañero con quien habitualmente iba —pues según la Orden de Predicadores nunca podían estar sin la compañía de algún hermano—, en ocasiones tenía que indicarle incluso los alimentos, porque no era raro encontrar al santo en prolongados arrobamientos celestiales.
Cierta vez, en amistosa conversación con sus alumnos, comentó, sin pizca de vanidad, que siempre lo comprendía todo de cualquier obra que estudiaba, transcendiéndola, pero que usaba ese don para ser heraldo de la gloria y de la gracia del Señor.
Su prodigiosa memoria le ayudaba a ello, puesto que cuando leía un libro se acordaba completamente de todo su contenido.
Cuando el Papa Urbano IV le pidió que reuniera en un solo volumen los comentarios de los Santos Padres sobre los Evangelios, Tomás buscó libros en archivos y bibliotecas de varios conventos; tan vivos quedaban en su memoria mientras los leíque, más tarde, al ir componiendo su trabajo —la Catena Aurea in Evangelia— parecía que tuviera ante sus ojos los textos consultados previamente.
Un hecho significativo de ese connubio entre estudio y contemplación es el episodio narrado por la mayoría de sus biógrafos. Siendo profesor en París, un día salió con los estudiantes a dar un paseo por los alrededores de la ciudad.
Cuando hicieron una parada para descansar un poco, uno de sus jóvenes alumnos le dijo:
—Maestro, ¡qué bella ciudad es París!
—Cierto, es hermosa —le responde Tomás.
—¡Ah, si fuese suya!
—¿Y qué haría con ella?
—Podría vendérsela al rey de Francia y con el dinero que obtuviera podría edificar el convento que necesitamos los dominicos…
Tomás le contestó:
—A decir verdad, preferiría tener el comentario de San Juan Crisóstomo al Evangelio de Mateo… La ciudad y las obligaciones que trae consigo serían un estorbo para el estudio y la contemplación.
También es conocido el episodio que sucedió en el palacio del glorioso San Luis IX. Tomás gozaba de la amistad del rey de Francia y, estando en París, el monarca le invitó a comer, junto con el prior de los dominicos.
En pleno almuerzo, el santo se quedó absorto en sus cogitaciones. De repente, golpeó la mesa y exclamó:
—Ergo conclusum est contra Manichæos!
Había encontrado el argumento que necesitaba para concluir una demostración contra los errores de los maniqueos. Entonces el prior le tiró de la capa para hacerlo volver en sí diciéndole:
—Compórtese, maestro, que estamos a la mesa con el rey de Francia…
“Pero el rey, con noble cortesía, le ordenó a un criado que le trajera al maestro lo necesario para que escribiera enseguida todo lo que había pensado y descubierto”.
La obra ápice de su ciencia sagrada
Las obras de Santo Tomás son numerosísimas, profundas y riquísimas. Sería imposible enumerarlas aquí. No obstante, merece un especial destaque la Suma Teológica, quizá el ápice de su ciencia sagrada. La escribió principalmente para sus novicios en estudio, como registro de clase.
En ese monumento teológico resplandece su gran lucidez en la armonía entre fe y razón. Existen bastantes comentaristas de la Suma Teológica, pero ninguno de ellos ha superado a su autor en claridad. En su obra, Tomás estudia la naturaleza divina, explora su inmensidad, sus atributos y los expone en un estilo de transparencia maravillosa.
En la primera parte, se eleva a la más alta cúspide de la sacra doctrina y entra en el tema, entre todos augusto, de la Santísima Trinidad y de la distinción entre las Personas divinas.
Trata la cuestión de los ángeles y nos muestra la belleza del mundo angélico y sus jerarquías. Sobre el hombre, resume la Creación y nos descubre ese pequeño universo con una delicadeza y profundidad que podríamos llamar divinas.
La segunda parte está consagrada a la moral: los actos humanos, las condiciones que los modifican, las pasiones, los hábitos, las virtudes, los vicios y los pecados. También nos habla de la ley natural, de la ley humana y de la Ley divina, y se extiende sobre el gran tema de la gracia, fuente de la justificación.
El Doctor Angélico consagra la tercera parte a la Encarnación del Verbo y a los sacramentos. Estudia el Bautismo y la Confirmación, y llega al auge cuando habla de la Eucaristía. Su exposición es una auténtica obra maestra. Empieza a trabajar sobre la Penitencia y su mano se detuvo, porque la muerte interrumpe su labor. Uno podría preguntarse: ¿por qué? Es un misterio…
Devoción a la Sagrada Eucaristía y a la Virgen María
En el Santísimo Sacramento estaba el manantial de su sabiduría. “Mientras celebraba, el santo doctor experimentaba con frecuencia tales arrobamientos que su rostro quedaba bañado en lágrimas; entonces era cuando su alma recogía con abundancia las luces y las gracias de las que este augusto sacramento es la fuente”.
Los famosos himnos compuestos por él son fruto de su profunda y fervorosa piedad eucarística. Entre los más conocidos se encuentran O sacrum convivium, que canta el banquete sagrado de la Eucaristía, en el cual nos es dado la prenda de la vida futura; Pange lingua, que resume el misterio de la fe en una doctrina profunda y concisa, hasta el punto de haber sido elegido por la Iglesia para el rito de la adoración eucarística; Sacris solemniis, que desarrolla con acentos casi líricos el relato de la Última Cena; Lauda Sion, en el que fe, amor y teología se dan la mano.
Este gran teólogo también le tributaba un tierno amor a la Santísima Virgen María, a quien le debía, decía él, todo lo que había recibido de Dios.
Según cuenta fray Reginaldo, el propio santo le confesó que “unos días antes de su muerte, esta amable Soberana se le había aparecido y le había dado plena seguridad sobre su vida, su doctrina y su perseverancia final”.
Ocaso de la vida de este gran santo
El 6 de diciembre de 1273, fiesta de San Nicolás, se encontraba en Nápoles celebrando una Misa y en ésta el santo doctor tuvo una revelación que lo transformó completamente. Por aquellos tiempos estaba elaborando el Tratado de la Penitencia, incluido en la tercera parte de la Suma. Entonces rompió su pluma y no pudo escribir ni dictar nada más. Fray Reginaldo le ponderó que lo que escribía era importantísimo para la gloria de Dios y para la cristiandad. Pero Santo Tomás no cambió de decisión.
Más tarde le explicaría el motivo: “Reginaldo, hijo mío, te voy a contar un secreto; pero te suplico, en nombre de Dios todopoderoso, por tu fidelidad a nuestra Orden y el afecto que me tienes, que no se lo reveles a nadie, mientras yo viva. El término de mis trabajos ha llegado; todo lo que he escrito y enseñado me parece una brizna de paja después de lo que he visto y lo que me ha sido desvelado.
En adelante, espero de la bondad de Dios que el final de mi vida siga muy unido al de mis trabajos”.
Sus superiores, pensando que estaría muy cansado —hoy diríamos, estresado— lo mandaron a que visitara a su hermana, la condesa de Sanseverino, a quien quería mucho.
Tomás obedeció, pero apenas si llegó a hablarle a su hermana cuando, muy sorprendida, le preguntaba a fray Reginaldo qué es lo que le había pasado a su hermano, porque parecía otra persona.
Papa Gregorio X
Por esa época, el Papa Gregorio X convocó un concilio generalen la ciudad de Lyon, cuyo objetivo principal era el regreso de la Iglesia greco-oriental al seno del catolicismo. Uno de los primeros en ser llamados por el Papa fue Santo Tomás de Aquino, porque “era considerado uno de los hombres más sabios y más santos del mundo”.
Y corría el rumor en todos los ambientes eclesiásticos de que el Pontífice quería crearlo cardenal.
La fecha del inicio del concilio había sido fijada para el 1 de mayo de 1274. De camino a Lyon, bajo el más riguroso invierno, acompañado del fiel Reginaldo, visitó a su sobrina, la condesa de Ceccano, y allí perdió enteramente el apetito. Los médicos de esta señora lo atendieron, pero no lograron que se sintiera mejor. Sin embargo, decidió retomar el viaje.
Abadía de Fossanova
Al llegar a la abadía cisterciense de Fossanova, se dirigió primero a la capilla para adorar al Santísimo Sacramento, y le pareció que la mano del Señor posaba sobre él: “Reginaldo, hijo mío, aquí es el lugar de mi descanso”. Los que lo oyeron empezaron a llorar y Santo Tomás ya no abandonó el lecho.
Encamado, los cistercienses aún le pidieron que comentara el Cantar de los Cantares, pero les respondió que no podía, pues no tenía el espíritu de San Bernardo. Finalmente accedió ante la insistencia de sus anfitriones.
Al percibir que su hora se acercaba, solicitó la confesión general y la sagrada comunión. El abad, rodeado de sus religiosos, entró en el cuarto de Tomás y éste rogó que lo extendieran en el suelo para recibir al Señor en una posición más humilde e hizo un acto de fe en la Eucaristía. A la mañana siguiente pidió la Unción de los Enfermos y todos los presentes dieron testimonio de que su rostro se iluminaba con una suave alegría.
En una paz enorme, murió el 7 de marzo de 1274. Un monje que estaba en ese momento rezando en la capilla “fue tomado por un misterioso adormecimiento, y vio en sueños una estrella de admirable brillo que se elevaba de la abadía al Cielo” .
“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una
mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos.
Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas.
Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.