El verdadero honor y nuestra relación con el mundo angélico

Publicado el 09/30/2022

El hombre que siente su propio honor por amor de Dios adquiere un estado celestial en la tierra. Desde esta perspectiva, la búsqueda del verdadero honor es la meta y la brújula de la vida espiritual y la marca de la civilización del Reino de María.

Plinio Corrêa de Oliveira

El mundo de los Ángeles es el mundo del honor, y todo Ángel, colocado delante de cualquier criatura humana, es un vaso de honorificencia. 

El Reino de María será la civilización del honor

Dos razones colman de honor a cualquier Ángel. En primer lugar, es espíritu puro. Si comparamos la naturaleza de la materia como criatura con la del espíritu, no hay duda de que esta última es mucho más honrosa.

Otra razón es que, en virtud de su naturaleza espiritual, los Ángeles tuvieron una prueba muy rápida e inmediatamente entraron en un estado de bienaventuranza, lo que es honroso con relación al estado de prueba. El espíritu puro tiene una familiaridad, una intimidad con Dios, que está de sí, lleno de honor.

Aparición del Ángel de Portugal a los tres pastorcitos de Fátima, Jacinta, Francisco y Lucía. Loca do Cabeço, Portugal

El estado angélico es el estado del honor. Por lo tanto, el hombre que vive en el honor imita al Ángel y se acerca a él. Es por eso debemos amar las cosas principalmente en la medida en que nos den una participación del honor del orden angélico. Por lo tanto, hacer las cosas con espíritu de honor, es decir, en la medida en que introduzcan el honor.

Podemos llegar a un estado de vida espiritual en el que habitualmente veamos todo desde el punto de vista del honor. Eso sería vivir dentro del honor. Así, practicamos el primer mandamiento de la Ley de Dios de una manera viva y verdadera, porque por aspecto se nos ofrece una especie de flash1 continuo, incesante, discreto, en el que, por así decirlo, se vive dentro del honor como un pájaro en el aire. Hay en esto toda una escuela de vida espiritual a considerar.

Teniendo en cuenta las nociones de honor que tenemos, excluida la “herejía blanca”2, vemos al Ángel como un ser lleno de honor y a la jerarquía celestial como la jerarquía de los honores.

Desde esta perspectiva, la búsqueda del verdadero honor es la meta y la brújula de nuestra vida espiritual y la marca de la civilización que queremos constituir. El Reino de María será la civilización del honor o no será nada. El estado en el que el hombre siente su propio honor por el amor de Dios es un estado celestial en la tierra. Es bajo esta luz que debemos considerar todo lo que hacemos.

Una especie de licor o elíxir divino

A veces me preguntan sobre mi vida espiritual. La característica de mi vida espiritual es esta: ver a Dios, a Nuestra Señora, la vida y todo el universo bajo el lumen del honor. Donde mi verdadera felicidad de situación es estar considerando continuamente las cosas desde el punto de vista del honor, de tal manera que, examinando mis gustos personales, desde la raza de los perros hasta el estilo de la música, mi predilección vaya hacia donde el aspecto “honor” esté más destacado.

Así, se podría decir que paso todo el día a la búsqueda del honor; desde el despertar por la mañana hasta cerrar los ojos para dormir estoy buscando el honor. Al punto que, durante alguna enfermedad, tengo la preocupación de estar en la cama de forma natural —sin teatralidad, porque eso no es honor— en una posición natural con honor. Es posible que haya tenido posiciones desarregladas por efecto del dolor, así como un hombre que duerme; pero no recuerdo haber estado despreocupado por mantener en la cama una posición con honor.

¿Por qué? ¿Para afirmar mi superioridad sobre los demás? No. Es para poseer el honor como una especie de licor o elíxir divino, que debe estar en mi alma como la sangre está en mi cuerpo.

Los tres Arcángeles y la personificación del honor

Arcángeles San Miguel, San Gabriel y San Rafael

Volviendo a la consideración del mundo angélico, creo que, en la medida en que son altos dignatarios y realizan funciones extremadamente honrosas, los Ángeles son personificaciones del honor en aquellas funciones. De sus misiones llevadas a cabo con honor se deduce cómo son ellos.

San Miguel, por ejemplo, recuerda aquel dicho del mariscal Foch3: “Ma droite est pressée, ma gauche est menacée, mon arrière est coupé. ¿Qui fait-je? J’attaque.4 ¡Alta calidad del honor! ¿Por qué? Porque es el ataque visto en el apuro y en el holocausto completo. Este j’attaque significa: “Me lanzo el todo por el todo, aquí está mi vida. Pero me lanzo con clase, con ímpetu, con fuerza”. ¡Es una maravilla! Esa sería la honorabilidad de San Miguel.

En San Rafael, la honorabilidad está en la virtud de la prudencia en cuanto operativa, es decir, que lleva a elegir las metas buenas y los métodos apropiados para alcanzarlas. Posee todo el honor de un Consejo de Estado Mayor, un cónclave o un Consejo que existe para asesorar al Santo Padre. Esta función ejercida con la máxima nobleza y honorificencia encuentra su arquetipo en el Arcángel San Rafael.

San Pío X

Una figura humana de San Rafael sería, por ejemplo, San Pío X desmantelando el complot modernista contra la Iglesia, para que continuara con sus verdaderos objetivos. Este pontífice desempeñó exactamente el papel del pastor que supo discernir los métodos y aplicarlos. San Rafael es esto con honor.

No se puede confiar una misión más honorable que la de San Gabriel. Es, por excelencia, el missus a Deo5. Todo lo que es revelación de la verdad, la Religión, la Fe, el buen espíritu, así como el valor del símbolo, me conduce a atribuírselo a San Gabriel.

Para mí, dos santos representan a San Gabriel de una manera excelente: San Vicente Ferrer, llamado “Ángel del Apocalipsis”, que vino a anunciar el fin del mundo, predicando las glorias de Nuestra Señora, el esplendor de Religión, Fe, etc., y San Luis Grignion de Montfort, eminente “Gabrielito”, que proclama la verdadera devoción a Nuestra Señora.

Intercesores apropiados para eliminar los obstáculos opuestos al honor

Santo Tomás de Aquino

Consideremos ahora el tema por el siguiente aspecto: imaginemos un hombre correcto, serio, pero que no es una estrella, dando un curso de Filosofía Tomista, bueno para un cierto número de estudiantes. Es natural que este hombre recurra a la protección de Santo Tomás de Aquino.

Lo mejor de esta idea de recurrir al Doctor Angélico consiste en que este profesor, enseñando Filosofía tomista, repite una acción que Santo Tomás practicó en su vida, dilatando así, de alguna manera la actividad del Santo. Así que su acción es un desdoblamiento del propio Santo Tomás de Aquino. Por lo tanto, en esa clase está para sus alumnos, como si fuera otro Tomás de Aquino de menor estatura; hay una participación real de su acción en la del Doctor Angélico. Así que el pedido de interferencia de Santo Tomás no es para un hombre extrínseco a la acción que está practicando.

Para ver cómo son variadas las cosas, ¿a qué santo soy propenso a invocar para hacer bien esta conferencia? Evidentemente a los tres Arcángeles mas el Profeta Elías. Porque entiendo perfectamente que estoy desarrollando una acción para remover el grande y trágico peñasco que se opone a nuestro progreso en la vocación, que es el mundo actual, un mundo sin honor, mientras esté presente en las almas.

Así que pienso en las acciones grandiosas de San Elías haciendo mover cielos y tierra, le pido que tenga lástima de mí y me consiga una cierta participación de su poder para este paso que estoy deseando dar. Si realmente se compadece de mí, dándole a mi palabra una efectividad que no tiene, empujará a aquellos a quien estoy hablando como los elementos se movían a sus órdenes.

Amistad personal con ángeles y santos

San Vicente Ferrer exorcizando un energúmeno. Museo de Bellas Artes, Valencia, España

La gracia de discernir la situación y saber a qué santo invocar representa una flexibilidad del alma por la cual se siente la acción del Santo que nos invita a rezarle. Es algo muy bonito y delicado que le pasa a todo el mundo, no es un privilegio de unos pocos.

Por ejemplo, a veces sucede que vamos a una iglesia y encontramos, en una capilla lateral, a una mujer que podría compararse, más o menos, con un paño húmedo que se exprime hasta quedar seco; así parece también que el sufrimiento exprimió a esa pobre señora, cuya piel desgastada cubre un cuerpo quebrantado. Allí está, al costado de un altar, rezando a un santo cuya pequeña imagen está entre varias.

Algún cretino diría: “Superstición”. Y yo respondería: ¡Culto de dulía, el más áureo y magnífico! Porque de algún modo ese santo le hizo sentir, por gracias recibidas ante su imagen, que tendría un vínculo de alma con ella. Por lo tanto, más que la gracia obtenida por él se trata de una relación de amistad personal con ella. Tal vez este concepto de amistad personal con Ángeles y santos pueda parecer irreverente para alguien, pero para mí es el concepto por excelencia. El santo con el que nos hacemos amigos tiene relaciones personales con nosotros. Esta relación hasta con una pobre mujer ignorante, que vive en algún sótano, puede haber en la Santa Iglesia.

Me ha sucedido que, al pasar junto a una mujer así, siento lástima y quiero parar para hablar con ella, ayudarla con cualquier cosa; pero prefiero no hacerlo, pensando: “Si voy a ayudarla, la privaría de lo mejor, que es el auxilio que el santo le está dando, inmiscuyéndome en medio de ese arcoíris que va del santo a ella. Siempre y cuando no sienta que el santo me envía para ayudarla, puedo hasta rezar una jaculatoria por ella al santo, pero no me voy a entrometer en ese vínculo.”

Devoción a San Rafael

San Rafael Arcángel, Iglesia del Juramento. Córdoba, Argentina

Hay otro aspecto curioso para considerar: a veces la aridez en cierto tipo de devoción es la señal de que aquella devoción es para nosotros. Pero a veces esa señal se encuentra en una consolación. Por ejemplo, toda mi vida he tenido aridez con la devoción a San Rafael. Esa historia sobre Tobías, el Ángel que le saca el hígado a ese pez… Manipular el hígado del pez para sacarle un aceite, veo que es enormemente respetable, pero me extraña un poco ese tipo de operaciones. Enviar al diablo al infierno: ¡Oh, magnífico! Pero todo lo del pez, aunque lo venere mucho, mi alma no vuela por ese lado. Sin embargo, después de que comencé a hacer estas reflexiones sobre los Ángeles y entendí el papel de San Rafael, nació un gran deseo de relacionarme con él.

Cierto día, entrando en una iglesia donde suelo rezar de vez en cuando, noté que se acababa de colocar junto a un altar lateral una imagen muy fea de un Ángel que, por sus características, entendí que se trataba de San Rafael, pero pensé: “Esta es la imagen de un Ángel como no debería ser. No voy a mirarla, voy a rezar abstrayéndome de la imagen”.

Fresco milagroso de la Madre del Buen Consejo. Genazzano, Italia

Mientras rezaba mi Rosario, tuve un movimiento interior, similar al de la gracia de Mater Boni Consilii a Genazzano6, como diciéndome: “¡Réceme porque estaré a su lado y yo lo ayudaré!”

Desde entonces nunca volví a rezar un Rosario sin intercalar, después de cada docena, una jaculatoria a San Rafael para que me ayudara. Lo curioso es que ni una sola vez me di cuenta de la ayuda prometida. Sigo orando como los que acumulan jaculatorias para un hermoso día para dar el resultado deseado. Veo que esta protección está reservada para una determinada ocasión.

De hecho, es necesario comprender que en todo lo que estoy tratando sobre el honor, de los Ángeles y los Arcángeles, hay un momento en que esto debe tocar nuestras almas; y que la acción de estos espíritus celestiales esta predominantemente en esto, no podemos anticiparnos. Esto está muy de acuerdo con la verdadera vida espiritual.

Mi forma de sentir y pensar

Dr. Plinio en 1982

Conforme al curso común de las cosas, debemos terminar estas consideraciones diciendo: “Hagamos el propósito de rezar todos los días tal oración”. Apruebo mucho esto con entusiasmo, pero no es nuestro caso, porque sería anticiparnos a una cierta moción angélica. Yo, por ejemplo, comenzaría esto un poco rígido. Si quieren, acompañaría, pero no entraría toda mi alma en eso. Lo que hay en mi alma es esperar la moción angélica que vendrá en determinado momento, no sé cuál, pero vendrá. Esperar con la esperanza de que vendrá y volver los ojos en esa dirección.

San Gabriel Arcángel

Hay algo en mi forma de sentir y pensar que nunca he podido explicar bien, pero entra eminentemente en el modo de ser de San Gabriel y corresponde a lo que considero una excelencia, una magnificencia especial de la Iglesia Católica: es una suma seriedad, elevación, nobleza, acompañada de una bondad, una protección por donde las cosas muy altas y sublimes se presentan recubiertas de dulzura. Es propiamente la plenitud de su estado normal.

Revestidas también de fuerza, pero la fuerza se presenta ante un accidente, es decir, el adversario. Sin embargo, el estado normal es que estén recubiertas de dulzura, accesibilidad, afabilidad, protección; pero una protección dada con respeto y no con prepotencia. De tal manera que el mismo don viene goteando respeto por aquel que lo recibe.

Majestad y dulzura

Detalle de la Anunciación, Bartolomé Murillo

No conozco palabras o episodios en los que estos predicados coincidan tan bien como en el Anuncio del Ángel, porque, por un lado, no se podría comunicar un suceso más alto que la Encarnación del Verbo. Desde que el mundo es mundo, no ha habido comunicación comparable a esta.

Por otro lado, decirle a una persona que será la Madre del Verbo es de una dulzura increíble, mientras reviste a la persona de una dignidad, de una majestad incalculable.

Qué se podría decir más grandioso a alguien que lo siguiente: “Tú eres Hija de Dios Padre mucho más amada de lo que imaginas. Serás Esposa del Espíritu Santo y Madre del Verbo Encarnado”. ¡Es de una grandeza! Nadie ha anunciado nunca el ascenso de un papa o un emperador a su respectivo solio con palabras como estas. No hay igual. Sin embargo, se puede imaginar con qué dulzura todas esas palabras repercutieron en el alma de Nuestra Señora y la poseyeron.

Es indescriptible también y presenta tan magníficamente la armonía entre majestuosidad y dulzura, que en su defensa comprendo toda la tenacidad de la fuerza, porque si alguien se atreve a atacar esto, entonces la fuerza saca desde el amor a esto una plenitud y una capacidad de reacción y de resistencia total.

La matriz generadora de este combate es una mezcla de majestad y dulzura, que veo muy difícil que las personas comprendan, pero el timbre de San Gabriel fue ese. En última instancia, eso es lo que San Gabriel tiene que decirle al mundo. Es su clave, pero también debe ser la nuestra. Es el encuentro de la dulzura con la grandeza: una grandeza llena de dulzura, pero una dulzura que se sienta justo al lado de la grandeza. 

Extraído de conferencia del 19/12/1976

Notas

1) El Dr. Plinio llamaba ‘flash’ casi exclusivamente a ciertas gracias actuales de orden místico, repentinas y pasajeras  “Así como en el momento de sacar una fotografía sale una luz intensa y el objetivo [de la cámara] capta lo que sin esa luz no captaría, así también esta gracia actúa a la manera de un flash, haciendo que el objetivo de nuestra alma vea y grabe aquello que, normalmente, no vería ni grabaría”.

2) Expresión metafórica creada por el Dr. Plinio para designar la mentalidad sentimental que se manifiesta en la piedad, en la cultura, en el arte, etc. Las personas afectadas por ella se vuelven blandas, mediocres, poco propensas a la fortaleza, así como a todo lo que signifique esplendor.

3) Ferdinand Foch (*1851 – †1929). Militar católico francés que comandó los ejércitos de Francia e Inglaterra durante la Primera Guerra Mundial.

4) Mi derecha es presionada, mi izquierda es amenazada, mi retaguardia es golpeada. ¿Qué hago yo? Ataco.

5) Del latín: enviado por Dios.

6) Gracia recibida el 16 de diciembre de 1967, que consistió en la confirmación y certeza del total cumplimiento de la misión del Dr. Plinio y de la continuación de su obra. (Cf. CLÁ DIAS, João Scognamiglio, EP. O dom de sabedoria na mente, vida e obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Ciudad del Vaticano: Librería Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae. 2016, v. IV, p. 287-291).

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