El verdadero significado de las palabras

Publicado el 09/09/2021

Para defendernos de la confusión de ideas y contenidos que parecen caracterizar nuestros días, es necesario compenetrarnos de la importancia de usar las palabras en su sentido propio, respetando el significado que poseen.

P. Bruno Esposito, OP

 


 

Ya en el siglo IV, en contraposición a los sofistas, Platón reflexionaba en su diálogo Teeteto acerca de la relación entre lo verdadero y lo falso y, por tanto, sobre la necesidad que el hombre tiene de reconocer la recta razón, a saber, la relación entre la palabra y el objeto, en consecuencia, el significado propio y verdadero de lapalabra.

Además, meditando sobre la confusión de las lenguas en Babel (cf. Gén 11, 1‑9) me convencí de que era necesario repensar en la confusión de ideas y contenidos que parecen denotar nuestros días, y he creído oportuno proponer y compartir a continuación algunos sencillos ejemplos como elementos de reflexión al respecto, con el objetivo de recuperarla importancia del uso de las palabras  en su sentido propio, respetando así su significado y, por consiguiente, la verdad de las cosas.

Una libertad mal concebida

En su obra What’s Wrong with the World,1 escribía con agudeza G. K. Chesterton: “La enorme herejía moderna consiste en alterar el alma humana para que se adapte a sus condiciones, en lugar de alterar las condiciones para que se adapten al alma humana”.2

Todo esto en nombre de una mal entendida libertad que nos convierte de peregrinos en esta tierra, que saben por dónde están caminando, en auténticos errantes, que no saben a dónde van.

En efecto, se confunde la libertad con la garantía de poder hacer en todo momento lo que se desee y, por otra parte, con la pretensión de que esto se reconozca como un derecho efectivo, sin darse cuenta de que no siempre lo que es posible para el hombre lo es para su propio bien y que al hacerlo así uno termina siendo, al final, un pobre esclavo (cf. 1 Cor 10, 23; 2 Pe 2, 19).

Nos embriagamos con una reducida libertad, como mero albedrío, ¡hasta perder la conciencia de quiénes somos! Al rechazar su condición de criatura, el hombre se condena a la confusión, a la incomunicabilidad y a vivir un perenne conflicto consigo mismo y con sus semejantes. Si no aceptamos que poseemos una naturaleza como un don de Dios dado con objetividad, estamos condenados a ser nada más que pobres errabundos.

La verdad se impone por sí misma

Le invito, pues, querido lector, a que reflexione por sí mismo, pero confrontando la realidad y buscando la verdad, evitando permanecer prisionero de un ciego subjetivismo que, fomentando un estéril egocentrismo, inexorablemente nos lleva al encuentro de una letal soledad.

De hecho, Santo Tomás nos advierte: “La verdad es de sí poderosa y resiste a todo ataque”.3 Luego, la verdad nunca debe ser impuesta, simplemente ¡porque se impone por sí misma! Pero, lamentablemente, el hombre de hoy con frecuencia se defiende de la verdad y no percibe que es la verdad la que lo defiende; no le interesa y prefiere apoyar las convicciones o intereses de su propio grupo, a menudo considerado como “manada”.

Bien y mal son realidades objetivas

Analicemos, por ejemplo, los conceptos de bien y mal. En la vida cotidiana estos términos son aparentemente claros para todos. En el actual clima de subjetivismo ético y el consiguiente relativismo, muchos están profundamente convencidos de que
no existen el bien o el mal objetivos, sino que es malo o bueno lo que cada cual “siente” como tal.

Dicho genérico “sentir”, a veces, es hasta confundido con una más confusa —si no distorsionada— idea de “conciencia” por la que el hombre es, finalmente, quien decide lo que está bien y lo que está mal. Por cierto, releyendo el libro del Génesis veremos que no hay nada nuevo bajo el sol, pues esa fue la tentación de nuestros primeros padres: ¡ser como Dios! (cf. Gén 3, 1-6).

Sin embargo, más allá de cualquier tentación, es importante reconocer que bien y mal son, ante todo, realidades objetivas; y su verificación es inmediata si observamos, incluso superficialmente, nuestra vida física y moral: la salud es un bien y la enfermedad es un mal, dar la vida es un bien y quitarla es un mal.

Pero aquí no intento detenerme en este aspecto, sino en otro que, en mi humilde opinión, muestra de manera elocuente cómo, de hecho, lo que es malo va casi a “barlovento” sobre nuestro modo de pensar y de actuar diario. Me refiero a que, generalmente, nos impresiona más lo negativo que lo positivo.

La fisiología precede a las patologías

Nos olvidamos a veces de un dato objetivo indiscutible: que el mal, ya sea físico o moral, es siempre una privación, una carencia. Bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu — el bien resulta de la perfecta integridad de la causa; pero el mal, de cualquier defecto singular: el bien exige la totalidad de los requisitos, la carencia de uno de ellos basta para comprometer el conjunto.

En cambio, desafortunadamente, nos sentimos inclinados más a acoger, evidenciar y subrayar primero las carencias —el mal— y descuidar lo que es positivo —el bien—, a la luz del cual solamente tiene sentido hablar de un mal. Llegando incluso a dejarnos
tomar por las “patologías” y terminar por olvidar que antes existe la “fisiología”.

De ahí la importancia de educarse para mirar en primer lugar el bien, privilegiar y darle más importancia a lo que es positivo (think positive, les gusta repetir a las estadounidenses). Una mirada dirigida desde esta perspectiva hacia lo exterior, inevitablemente, cambiará nuestra mentalidad, nuestro enfoque de la vida y de nuestra propia vida, así como la de los demás con los que entremos en contacto.

Vencer al mal con el bien

La Palabra de Dios nos invita constantemente, y casi nos reta, a recuperar la belleza de una existencia —don divino y no autocreación humana— que será vivida en plenitud únicamente “en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20), comprometida en “vencer al mal con el bien” (Rom 12, 21), y en procurarllenar nuestro pensamiento y nuestro corazón con lo que es “verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable” (Flp 4, 8).

Una última observación, ciertamente no de poca relevancia. Hacer el bien o el mal es algo importante y tiene sus consecuencias ante Dios: “El Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su Reino todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad, y los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga” (Mt 13, 41-43). ²}

1 Del inglés: “Lo que está mal en el mundo”.

2 CHESTERTON, Gilbert Keith. What’s Wrong with the World. 8.ª ed. London: Cassell, 1910, p. 109.

3 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma contra los gentiles. L. IV, c. 10, n.º 15.

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