Ella aplastó la cabeza de la antigua serpiente

Publicado el 12/08/2021

Sin duda, los ataques contra la Iglesia jamás cesarán. Pero la Virgen, por su parte, no dejará de sustentarnos en las pruebas, por muy duras que sean.

Aunque conviene que los hijos imiten todas las virtudes de esta Santísima Madre, no obstante, deseamos que los fieles se apliquen preferiblemen-
te en las principales, que son como los nervios y las articulaciones de la vida cristiana, es decir, la fe, la esperanza y la caridad para con Dios y el próximo.

La vida de María, en todas sus etapas, lleva la radiante impronta de esas virtudes, pero alcanzaron su más alto grado de esplendor en el momento en que Ella se encontraba ante su Hijo agonizante. Jesús está clavado en la cruz, y le reprochan, maldiciéndole, porque se tiene por Hijo de Dios (cf. Jn 19, 7).

María, con una inquebrantable constancia, reconoce y adora en Él la divinidad. Lo entierra después de su muerte, pero sin dudar por un instante de su Resurrección. Su ardiente caridad para con Dios la hacen que se convierta en partícipe de los tormentos de Jesucristo y compañera de su Pasión; y con Él, como olvidada de su propio dolor, implora el perdón para sus verdugos, aunque éstos obstinadamente griten: “¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” (Mt 27, 25).

Los enemigos de la religión comienzan negando la primera caída

Pero, para que no parezca que hemos perdido de vista Nuestro asunto, que es el misterio de la Inmaculada Concepción, ¡qué grandes y eficaces ayudas encontramos en ésta para conservar aquellas mismas virtudes y practicarlas como conviene!

De hecho, ¿de qué principios parten los enemigos de la religión para sembrar tantos y tan graves errores que la fe de muchos fieles empieza a vacilar? Comienzan negando la primera caída del hombre y su decadencia. Afirman que son fábulas el pecado original y todos los males derivados de él, o sea, las fuentes de la humanidad corrompidas, corrompiendo a su vez a toda la raza humana; en consecuencia, que es una fábula el mal introducido por los hombres y la implícita necesidad de un Redentor. Dados estos principios, se comprende fácilmente que no ya haya lugar para Cristo, ni para la Iglesia, ni para la gracia, ni para nada que vaya más allá de la naturaleza; en una palabra, todo el edificio de la fe se derrumba.

Ahora bien, si los pueblos creen y profesan que la Virgen María fue preservada desde el instante de su concepción de toda mancha, entonces es necesario que admitan el pecado original, la rehabilitación de la humanidad, obrada por Jesucristo, el Evangelio, la Iglesia y, finalmente, la ley del sufrimiento; y gracias a esto, todo lo que en el mundo existe de racionalismo y de materialismo es erradicado y destruido, y le queda a la sabiduría cristiana la gloria de haber conservado y defendido la verdad.

Ella sola ha exterminado las herejías en el mundo entero

Por otra parte, es una perversidad común a los enemigos de la fe, sobre todo en nuestra época, afirmar y proclamar que hay que repudiar todo respeto y toda obediencia a la autoridad de la Iglesia e incluso cualquier poder humano, pensando que así les será más fácil acabar después con la fe. Este es el origen del anarquismo, la más dañina y perniciosa doctrina que pueda haber para toda clase de orden, natural o sobrenatural.

Pero semejante plaga, igualmente fatal para la sociedad y para el nombre cristiano, encuentra su propia ruina en el dogma de la Inmaculada Concepción de María; por la obligación que nos impone de reconocer a la Iglesia un poder al cual no sólo debe plegarse la voluntad, sino también la inteligencia. Pues es por el efecto de una sumisión de este tipo que el pueblo cristiano le dirige esta alabanza a la Virgen: “Eres toda hermosa, ¡oh María! La mancha del pecado original no existe en ti” (Gradual de la Misa de la Inmaculada Concepción). Con esto se justifica una vez más lo que afirma la Iglesia de Ella, que, sola, ha exterminado las herejías en el mundo entero.

Necesitamos ser engendrados para la eterna bienaventuranza

Y si la fe, como dice el Apóstol, no es otra cosa que el “fundamento de lo que se espera” (Heb 11, 1), todos estarán de acuerdo en reconocer que si la Inmaculada Concepción de María refuerza nuestra fe, por la misma razón reaviva nuestra esperanza. Principalmente porque si la Virgen ha estado exenta de la mancha original lo ha sido porque debía ser la Madre de Cristo: ahora bien, fue la Madre de Cristo para que nuestras almas puedan revivir la esperanza.

Dejando ahora a un lado la caridad para con Dios, ¿quién no encontrará en la contemplación de la Virgen inmaculada un estímulo para observar religiosamente el precepto de Jesucristo, el cual Él hizo suyo por antonomasia, es decir, que nos amemos unos a otros, como Él nos amó?

“Un gran signo”, con estas palabras comienza el apóstol San Juan la descripción de una visión divina: “Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrllas sobre su cabeza” (Ap 12, 1). Todos saben que esa mujer simboliza a la Virgen María, la cual, permaneciendo íntegra, engendró a nuestra Cabeza.

Y el apóstol continúa: “está encinta, y grita con dolores de parto y con el tormento de dar a luz” (12, 2).

Por lo tanto, San Juan veía a la Santísima Madre de Dios gozando ya de la eterna bienaventuranza y, sin embargo, atormentada por un misterioso parto. ¿Qué parto? El nuestro ciertamente; de nosotros que, retenidos todavía en este exilio, necesitamos ser engendrados al perfecto amor de Dios y a la eterna felicidad.

En cuanto a los dolores del parto, significan el ardor y el amor con los que María vela sobre nosotros desde lo alto del Cielo y trabaja, con infatigables oraciones, para completar el número de los elegidos

Los ataques contra la Iglesia jamás cesarán

Es Nuestro deseo que todos los fieles se apliquen en adquirir esa virtud de la caridad y especialmente aprovechen para ello las fiestas extraordinarias que se celebrarán en honor de la Inmaculada Concepciónde María.

¡Con cuánto odio, con cuánto frenesí se ataca hoy día a Jesucristo y a la religión que Él ha fundado! Por consiguiente, ¡qué peligro para muchos; peligro real e inminente de dejarse arrastrar por el error y perder la fe! De modo que “el que se crea seguro, cuídese de no caer” (1 Cor 10, 12).

Y, al mismo tiempo, que todos dirijan a Dios, por la intercesión de la Virgen, humildes e insistentes oraciones para que reconduzca al camino de la verdad a los que han tenido la desgracia de alejarse de él. Pues sabemos por experiencia que la oración que brota de la caridad y se apoya en la intercesión de María no ha sido nunca vana.

Sin duda, los ataques contra la Iglesia jamás cesarán: “tiene que haber divisiones entre vosotros para que se vea quiénes resisten a la prueba” (1 Cor 11, 19). Pero la Virgen, por su parte, no dejará de sustentarnos en las pruebas, por muy duras que sean, y de continuar la lucha que comenzó en el momento de su concepción, de manera que todos los días podamos repetir: “Hoy ha sido aplastada por Ella la cabeza de la antigua serpiente” (Oficio de la Inmaculada Concepción). […]

Ponemos fin a esta carta expresando de nuevo la gran esperanza que llevamos en el corazón: que, por medio de las gracias extraordinarias de este Jubileo, concedido por nosotros bajo los auspicios de la Virgen Inmaculada, muchos de los que miserablemente se han separado de Jesucristo, regresarán a Él, y que florecerá, en el pueblo cristiano, el amor a las virtudes y a la piedad. 

San Pío X. Fragmentos de la Encíclica Ad diem illum lætissimum, 2/2/1904

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