Emperatriz muy querida por el pueblo brasileño

Publicado el 11/17/2022

Esposa de Don Pedro II, hija del Rey de las Dos Sicilias, la Emperatriz Teresa Cristina pertenecía a la Casa de Borbón y descendía, por lo tanto, de Luis XIV. El Emperador le causó muchos disgustos, haciendo que su vida fuese de grandes sufrimientos, que soportó con mucha dignidad. Tenía el aire de madre de todos los brasileños; muy bondadosa, condescendiente, afable, era verdaderamente querida por el pueblo.

Plinio Corrêa de Oliveira

Durante un gran período de la Historia de Occidente, que podríamos situar más o menos desde la caída de Napoleón en 1815 hasta 1835, se formó la idea de que la pureza era una virtud adecuada para la mujer, pero superflua y hasta contradictoria para el hombre, lo que es verdadero en relación a la mujer y enteramente falso en lo que respecta al hombre.

La Emperatriz Teresa Cristina, símbolo de la dama sufridora

Retrato de Teresa Cristina das Duas Sicílias, por Victor Meirelles, 1864. © Wikimedia Commons

Esa perniciosa concepción hacía que la mujer aguantase todo el peso de la situación dentro de casa y fuese en general una víctima de la infidelidad conyugal del marido, el cual en su vida de soltero ya era deshonesto.

Conocí a una señora de una buena familia antigua, a quien una vez la hija recién casada le dijo:

¡Madre, imagínese qué horror! Desconfío que mi marido me está siendo infiel…

La señora, ya sexagenaria, afirmó con una voz pausada:

Mire, no busque porque encuentra. Es mejor que haga como yo: nunca buscar, por eso me sentí feliz con su padre.

Era un horror. Quien soportaba esa carga era siempre la buena señora de familia, siendo la sufridora de la casa, símbolo de la seriedad, de la virtud y de la Fe dentro del hogar. A causa de esto era venerada por los hijos como una especie de mártir y respetada por el marido, a pesar de que ese respeto fuese incoherente, porque si la respetase verdaderamente no cometería adulterio.

Hasta cierto punto eso caracterizaba incluso a las señoras de importantes familias ricas, que disponían de una prestigiosa situación social.

La Emperatriz Doña Teresa Cristina representaba el símbolo de la dama sufridora según el modelo de esos tiempos, pues, si bien Don Pedro II no fuese propiamente un marido mujeriego derrochador –como lo había sido Don Pedro I– tuvo sus infidelidades.

Perteneciente a la Casa de Borbón, ella descendía de Luis XIV, de quien uno de los descendientes fue Rey de España. De esa rama Borbón española se desprendió por sucesión hereditaria otra que pasó a reinar en las Dos Sicilias.

Ese reino existente en el sur de Italia recibió este nombre a causa de la isla de Sicilia, o sea, Sicilia insular, y el territorio continental correspondiente a la parte baja de la “bota italiana” que también se llamaba Sicilia, denominación oriunda del pueblo denominado sículos, un antiguo pueblo que habitaba allí. Así, la tierra de los sículos se llamaba Sicilia.

Matrimonio por procuración

Emperador Pedro II

Don Pedro II estaba buscando un matrimonio y mandó a un noble de su corte a hacer un viaje por Europa para escoger una princesa que correspondiese a las conveniencias políticas, antes que nada, pero también de dote, y genealógicas que suponía un matrimonio de ese cariz.

Como la técnica fotográfica aún no estaba suficientemente desarrollada, el enviado imperial salía con las instrucciones sobre cuál debía ser el tipo humano que debería tener la futura Emperatriz para satisfacer las aspiraciones legítimas del monarca; y cuando encontrara una princesa que correspondiese a esas aspiraciones, debería mandar pintar un retrato de ella y enviarlo por valija diplomática para que el Emperador tuviera conocimiento y decidiera sobre el matrimonio.

Las negociaciones no fueron breves. El mandatario imperial estuvo rodando por las cortes europeas sin mucho éxito, lo que se comprende porque el recuerdo dejado por Don Pedro I como marido no era nada bueno; además, Brasil era el fin del mundo. Una princesa necesitaba tener coraje para venir a vivir aquí, casada por toda la vida con un Emperador cuya psicología y mentalidad desconocía.

Por fin, Don Pedro II recibió una miniatura linda que le agradó completamente, retratando a la Princesa María Teresa de Borbón-Sicilia, y concordó en realizar el casamiento por poderes, que se celebró en Nápoles, bella capital de las Dos Sicilias.

Poco tiempo después, desembarcaba en Brasil Doña Teresa Cristina. Avisado con la necesaria antelación de la llegada del navío, Don Pedro II fue a recibirla a bordo. Según el protocolo, al encontrarse con el Emperador, la Princesa debería arrodillarse, y él a su vez, debía cogerla por la mano, y no permitir que se arrodillara, después besar sus manos, darle el brazo y descender a tierra, donde recibirían las manifestaciones populares.

El brasileño quiere ver en su Jefe de Estado principalmente a un padre

Emperadores del Brasil en sus primeros años de matrimonio

Sin embargo, cuando la vio aproximarse caminando con su séquito, desde el otro lado de la cubierta del navío, tuvo una sorpresa, porque reconoció que era la persona de la miniatura, pero no tenía ni de lejos la belleza ahí retratada. Además, era pronunciadamente coja. Don Pedro II quedó tan perturbado que se olvidó de impedir que la Princesa se arrodillara. Al final, se dio cuenta de que era un hecho consumado, la levantó, le dio el brazo y descendieron del navío.

Aquello constituyó un choque que colmó la existencia de Don Pedro II. Su vida matrimonial fue triste, nada que ver con aquella de la atmósfera romántica, un tanto estúpida, de aquel tiempo: de dos tortolitos que se encuentran y pasan la vida felices.

También en lo que se refiere a la prole, los esposos fueron desgraciados. Tuvieron cuatro hijos, dos niñas y dos niños, pero estos murieron en la infancia, quedando solamente las dos hijas. Ese velo de tristeza que cubrió su vida nupcial, Don Pedro II pareció sobrellevarlo con mucha dignidad durante toda su existencia.

La Emperatriz también padecía, y tenía todo el aspecto de una dama digna, sin ilusiones de adornarse y parecer bonita; era una señora de casa con una gran dignidad moral; una muy buena persona que hacía buena pareja con él a ojos del pueblo brasileño, porque Brasil quería ver en su monarca, por encima de todo, a un padre. En el espíritu del brasileño el concepto patriarcal de poder es muy anclado, muy fuerte y profundo. Del Plata al Amazonas, del mar a las cordilleras1 lo que el brasileño quiere ver en su Jefe de Estado es principalmente un padre.

 

Don Pedro II se adaptó muy bien a esa función paterna. De hecho era un patriarca con su barba blanca. Doña Teresa Cristina tenía todo el aire de madre: muy bondadosa, condescendiente, afable; era verdaderamente querida por el pueblo brasileño.

Las personas cercanas a ellos se daban cuenta de ese desajuste, esa perturbación entre los dos, y eso la favorecía aún más a ella, porque sentían lástima y gustaban de ella de modo especial.

Don Pedro II era liberal con sus enemigos y despótico con sus amigos

Como los monarcas liberales estaban de moda en su tiempo, Don Pedro II era liberal y le daba a la oposición política mucha libertad. Pero no era esa su política en lo que se refiere a aquellos que eran los aliados naturales del trono. En efecto, él era liberal con sus enemigos y despótico con sus amigos.

Cito dos ejemplos concretos.

Cuando era bien joven, hizo un viaje por Europa y estuvo con Pío IX, antes de éste ser hecho prisionero en el Vaticano por las tropas de Garibaldi. Habiendo sido recibido en audiencia por el Sumo Pontífice, en una visita extraoficial, Don Pedro II dijo:

Yo, como jefe del Imperio católico de mayor extensión territorial del mundo, debo aconsejar a Vuestra Santidad a abrir las puertas de Roma y dejar que sea anexionada. Renuncie a su poder temporal.

Retrato deL Papa Pío IX

Pío IX respondió:

Mire, si quiere hablemos de otra cosa, pero de asuntos de la Iglesia quien entiende soy yo.

Más tarde, Don Pedro II volvió a Italia, esta vez en carácter oficial y ya casado con la Emperatriz Teresa Cristina. Los acontecimientos habían sucedido y el Piamonte, que era uno de los Estados en los que se dividía Italia, conquistó y anexionó toda la península itálica para formar un solo reino, llamado Reino de Italia, y había anexionado los Estados de los cuales el Papa era Rey. De manera que el Pontífice quedó en el Vaticano como prisionero.

El Reino de las Dos Sicilias también había sido anexionado y la familia de la Emperatriz Teresa Cristina tuvo que huir de Italia. Siendo, pues, un viaje oficial, Doña Teresa Cristina tendría que tomar contacto con la corte del rey usurpador del reino de su padre, participar de banquetes y bailes en la corte con los que habían arruinado a su propia familia.

Periódicos republicanos de Italia se regodearon a respecto de la Emperatriz

Sucedió algo aún peor. Durante la presencia de Don Pedro II en Italia, hubo la inauguración de la sesión legislativa y la apertura de los trabajos de la Cámara y del Senado, después de las vacaciones de fin de año. Esta era una ceremonia muy pomposa en las monarquías, y en el Reino de Italia se hizo también con solemnidad.

El Emperador compareció a esa apertura y obligó a su esposa a acompañarlo, dando así apoyo político. La Emperatriz pasó todo el tiempo tratando de ocultar las lágrimas de compasión y de tristeza que corrían por su rostro, pensando en la situación de su padre.

Al día siguiente, los periódicos anticlericales de Italia, sabiendo que la Emperatriz era muy católica y viendo que ella representaba una causa opuesta a la suya, la maltrataron, burlándose por ser coja, hija de un rey destronado, por haber comparecido a esa sesión, no porque supiese perdonar las ofensas, sino por haber sido obligada por su marido. En fin, deleitándose en su desgracia. Don Pedro II fingió no notar nada.

Este hecho se comentó en Brasil porque los periódicos dieron voz a la tensa situación, lo que aumentó la compasión del pueblo por la Emperatriz.

Al marchar al exilio, después de la proclamación de la República en 1889, la Emperatriz Teresa Cristina fue rodeada de conmiseración y de respeto general, tanto más cuanto se notó cómo estaba ella profundamente triste con la desgracia del marido, y le perdonaba, y participaba enteramente de ese infortunio.

En mi ambiente doméstico la emperatriz era profundamente venerada. Inclusive y naturalmente por mi madre. En mi infancia, desde que pude conocer y comprender todos estos hechos, fui familiarizado por estas narraciones. No se hablaba de la infidelidad conyugal de Don Pedro, de la que mamá solo vino a saber después, ya entrada en edad –antes ella juzgaba al Emperador como un modelo de fidelidad– pero sí hablaba en cuanto a otras actitudes censurables, como por ejemplo, su frialdad en relación con la Emperatriz.

Un baile en la Quinta da Boa Vista

Retrato de los Emperadores del Brasil

Doña Lucilia me contó el siguiente hecho ocurrido en la visita que el Emperador hizo a Pirasununga. Don Pedro II bajó del tren y se dirigió a la casa de mi abuelo para recibir los homenajes propios. Después, fue a una finca, famosa por la jabuticabas que producía, y se puso a tomar esas frutas por las cuales tenía un entusiasmo único.

Mientras tanto, había dejado a la Emperatriz en el tren. Como tenía cierta dificultad de locomoción, no podía acompañarlo y se quedó en el vagón del tren. Al notar que Doña Teresa Cristina no había descendido, las señoras le preguntaron por ella al Emperador, quien respondió:

¡Ah! Se quedó en el vagón…

Entonces, algunas señoras, entre ellas mi abuela, fueron deprisa a hacer compañía y entretener a la Emperatriz. Ésta las recibió con mucha bondad, fingiendo no haber notado el desaire por lo sucedido.

Mi madre también solía contar otro episodio de la Emperatriz, el cual no pertenece a la Historia porque sólo circulaba en mi familia.

En un baile en la Quinta da Boa Vista, un bisabuelo mío, que era diputado, compareció y, pasando por una sala, notó que la Emperatriz estaba con un número muy reducido de personas a su alrededor, mientras se danzaba en la sala contigua. Mi bisabuelo se aproximó a ella, le besó la mano y se saludaron, y la emperatriz le convidó a sentarse. Comenzada la conversación, las señoras que allí estaban se dirigieron al salón principal para también danzar, porque ya había una compañía para la Emperatriz.

Él dijo que la notaba muy triste y le preguntó el motivo. Esa es una típica relación brasileña entre una emperatriz y un súbdito. La Reina de Inglaterra no haría una confidencia como esa, pero en Brasil las cosas son así.

Doña Teresa Cristina se lamentó de su situación, por notar que, si estuviese presente en el salón de baile, le impediría al Emperador danzar, porque tendría que quedarse a su lado todo el tiempo, pues, siendo ella coja, él no conseguiría bailar.

Mi bisabuelo le dijo a la Emperatriz que había analizado su modo de cojear, y que tenía la impresión de que había un medio de que ella se equilibrara y bailara. Y añadió:

Si Vuestra Majestad quiere, apóyese en mi brazo y vamos a tomar la posición de danza para ensayar un poco.

Ella acordó, ensayó con él algunas veces, y viendo que salía bien; dijo:

¿Qué tal si entramos en el salón danzando los dos?

Entraron, y el hecho causó sensación en la corte.

¿Eso se contaba en mi familia? ¿Habrá un poco de exageración, de leyenda en eso? No tengo certeza. Mi madre narraba lo que había oído. Pero mi bisabuelo murió dejando a los hijos muy pequeños. ¿Hasta qué punto hay fuentes seguras? No hay certeza.

Sin embargo, el hecho me parece perfectamente probable y muy gracioso, interesante: la pobre Emperatriz de salud enfermiza, claudicante, tener ese día de alegría al entrar danzando en la sala, dando una sorpresa al Emperador y a toda la corte, y causando sensación en los medios sociales de la pequeña Río de entonces.

Extraído de conferencia del 21/12/1985

1) Letra del Himno Nacional Brasileño

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