EN EL CENTENARIO, ¿UNA MEDALLA?

Publicado el 08/30/2024

En el Centenario, ¿una medalla?
INTRODUCCIÓN

Debido al creciente interés de muchos devotos, causado por la difusión de esta medalla en las consagraciones a la Virgen María, reproducimos a continuación la explicación de su origen y significado.Fue difundida a partir de 2017, centenario de las apariciones de Nuestra Señora en Fátima.

Todos estaban en el auge de la alegría. Cánticos festivos, voces exultantes y risas contagiantes se oían por doquier. Todo transcurría con la perfección propia de las fiestas bien preparadas, y no era para menos, pues se celebraba un nuevo matrimonio.

Sin embargo… en estas nupcias realizadas en “Caná de Galilea” (Jn 2, 1-11), no todos estaban despreocupados. El maestresala había sido informado que el vino empezaba a faltar. Una mezcla de temor, angustia y desaliento le invadió, pues era imposible tomar cualquier providencia a esas horas de la noche. La celebración estaba a punto de fracasar. Sí, sin duda alguna, así hubiese sido si no fuese por un precioso detalle: “estaba allí la Madre de Jesús” (Jn 2,1).

Sin que nadie le avisara, María Santísima se llenó de compasión, asumiendo como propias las perplejidades e infortunios de aquellos hombres. Y con su admirable “Dulzura Omnipotente” le dice a su Hijo: “No tienen vino” (Jn 2-3). Ante la misteriosa respuesta que brota de los labios de Nuestro Señor, “Todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2-4), Nuestra Señora no retrocede; escuchándole más el corazón que la voz, obtiene de su Divino Hijo que realice “el primer milagro” (Jn 2.11), señalando a los sirvientes una única condición: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5).

 

Las Bodas de Caná – Museo de la Catedral de Plasencia (España) representado en las otras dos piedras azules menores.

Al dirigirse a la Santísima Virgen, ¿qué título empleó Nuestro Señor?: ¿Reina? ¿Señora? ¿Madre? No. Él se dirige a Aquella que Dios escogió para engendrar a su Hijo Eterno con una simple invocación: “¡Mujer!” (Jn 2,4).

Nos encontramos conmemorando el centenario de las apariciones de Nuestra Señora en Fátima, fecha llena de significado, pues nos hace recordar su promesa que, con certeza, veremos realizar: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!”. En este aniversario de los cien años de las revelaciones en Cova de Iría, surgió una duda filial en el corazón de los Heraldos del Evangelio: ¿Cómo celebrar debidamente un acontecimiento tan central en la Historia? ¿Cómo glorificar, con acierto, a Aquella que hace cien años se dignó visitarnos? ¿Como Reina? ¿Como Madre? ¿Como Señora? La respuesta la
encontramos en los labios adorables del Hijo de Dios: La exaltaremos como “¡La Mujer!”. Es el gran título, lleno de significado, que puede resumir todas las verdades que la iconografía mariana ha procurado representar de Nuestra Señora a lo largo de
los siglos.

Nuestra Señora del Apocalipsis – (Casa Rosa Mística de los Heraldos del Evangelio)

Llamarla de “Mujer” es considerarla como “Señora”, una vez que María Santísima es la verdadera “Mujer” que subyuga y aplasta “la serpiente antigua” (Ap 12,9; cfr. Gn 3,14-15); es también invocarla como Madre, pues fue llamándola así que Nuestro Señor Jesucristo le entregó la humanidad, representada en San Juan, en lo alto de la cruz: “¡Mujer, aquí tienes a tu hijo!” (Jn 19,26); y es, finalmente, glorificarla como Reina, pues Nuestra Señora es la “Mujer vestida de sol, la luna a sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas” (Ap 12,1).

Y fue esta misma Mujer quien, hace exactamente un siglo, se dignó visitarnos como Madre; esta misma Mujer que, en cuanto Señora, exigió conversión y penitencia, repitiendo a los hombres el consejo que les diera a los servidores de Caná: “Haced lo que Él os diga”; y esta misma Mujer ha prometido su victoria de Reina, al profetizar el triunfo de su Inmaculado Corazón.

Ella apareció cuando la humanidad “no tenía más vino”. ¿Qué vino? El único que verdaderamente puede “alegrar el corazón del hombre” (SI 103,15), el vino de la virtud y del amor a Dios. En Fátima, Nuestra Señora llamó a los hombres a un cambio de vida anunciándoles, maternalmente, que la justicia divina se derramaría sobre la humanidad ingrata y pecadora. No pasó mucho tiempo para que la Segunda Guerra Mundial atemorizara a todos los pueblos y naciones de la Tierra… Y, ¿qué sucedió con la conversión?

La ciudad de Colonia, Alemania, después de un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial – National Archives and Records Administration, College Park (Estados Unidos)

¡Han transcurrido ya cien años desde que fueron manifestados los Mensajes de la Señora de Luz, pero el mundo continúa en tinieblas! Es el centenario de los avisos de aquella Madre y Señora que nos pidió arrepentimiento y conversión, pero damos cada vez más las espaldas a Dios. Hace un siglo que la Reina del Cielo prometió triunfar, sin embargo, sentimos que a nuestros días pueden ser aplicadas las misteriosas palabras del Apocalipsis: “La Mujer huyó al desierto” (Ap 12,6), pues en nuestras calles y plazas, ¡el vicio impera con ufanía y escarnece a la virtud!

¡A pesar de todo esto, nosotros tenemos Fe! Una Fe tal, que no nos permite el desánimo frente a las dificultades que vivimos, pues sabemos que al demonio “le queda poco tiempo” (Ap 12,12), una vez que el Triunfo del Inmaculado Corazón de María está próximo. ¡Cuando “falta el vino”, es el momento de la intervención de Jesús, por los ruegos de María Santísima!

Para representar estas verdades, los Heraldos del Evangelio, decidieron acuñar la “MEDALLA DEL CENTENARIO”.

Inspirada en la Medalla Milagrosa, ella no pretende sustituir a ninguna otra, sino que tiene por finalidad marcar, en el fondo de las almas, las realidades que las conmemoraciones de los cien años de la Señora de Fátima nos traen a la memoria.

Explicación de los símbolos contenidos en la Medalla del Centenario

Comencemos la explicación por los diversos detalles de la imagen de la Santísima Virgen.

FRENTE

De arriba hacia abajo, los símbolos son:

NUESTRA SEÑORA CON UNA CORONA INCRUSTADA DE PIEDRAS PRECIOSAS

La corona es de oro purísimo con piedras preciosas en sus cinco florones principales, cuyos colores, de izquierda a derecha para quien contempla la medalla, son: piedras azules, en la primer, tercer y quinto florón; piedra roja en el segundo; y lila en el cuarto.

La gran piedra azul está en el centro por ser el color que más representa a Nuestra Señora, según la tradición de la piedad católica. La piedra roja nos recuerda los dolores de la Santísima Virgen durante la Pasión de su Hijo, pues una de sus mayores glorias es haber permanecido, sin desfallecer, a los pies de la cruz del Señor. La gema lila representa al mismo tiempo, la misericordia y la justicia de la más perfecta y delicada de las madres. Y, no podía faltar en su corona el afecto de los hijos que a Ella se consagran, Las Bodas de Caná – Museo de la Catedral de Plasencia (España) representado en las otras dos piedras azules menores.

EL VELO Y EL VESTIDO

La inmaculada pureza de María Santísima

está simbolizada en la albura de su velo y vestido.

MANTO

El manto azul, con detalles dorados, nos recuerda que Nuestra Señora es la Reina y Soberana de toda la Creación.

EL GLOBO EN LAS MANOS DE NUESTRA SEÑORA

El globo, que sostiene en sus manos, es azul oscuro y representa toda la obra de la Creación y el perfecto orden que Dios colocó en el Universo. La Cruz Dorada que lo corona, representa el Reinado de Nuestro Señor Jesucristo. El globo, entretanto, se encuentra en las manos de Nuestra Señora, simbolizando que es a través de su Madre que Dios establecerá un mundo nuevo, el cual San Luis María Grignion de Montfort designa como el Reino de María.1 Ella es la Reina de la Historia y todo lo gobierna con su poder y bondad.

LOS ANILLOS Y RAYOS QUE SALEN DE LAS MANOS

Los anillos con piedras preciosas representan la variedad de gracias dispensadas por Nuestra Señora. Tienen los siguientes colores: rojo (rubí); verde (esmeralda); azul (topacio); azul (zafiro); púrpura (amatista); dorado (citrino); rosado (turmalina); diamante; perla; jaspe.

En la mano derecha: el rubí simboliza la caridad ardiente; el diamante, la fortaleza virginal; el citrino, la noble virtud de la Fe; la verde esmeralda, la esperanza; y el azul zafiro, la obediencia a la Divina Voluntad.

En la mano izquierda: el amor materno es representado por el azul topacio; el espíritu de sacrificio y mortificación, por la amatista; la blanca perla recuerda su inmaculada pureza; el jaspe simboliza la templanza y el rosado de la turmalina, la humildad y sencillez que hacen a la Santísima Virgen agradable a Dios.

De los anillos plateados en la mano izquierda salen rayos del mismo color, que representan las gracias dispensadas por Nuestra Señora como preparación para su Reinado, en el cual distribuirá gracias inimaginables, simbolizadas por los anillos y rayos dorados – mayores y más numerosos que los plateados – que salen de su mano derecha.

CINTURÓN DORADO

La virginidad fecunda está representada en el cinturón dorado de la Virgen Madre de Dios.

LA SERPIENTE APLASTADA

Pongo perpetua enemistad entre ti y la Mujer, entre tu linaje y el suyo; ella te aplastará la cabeza” (Gn 3,15). Así se encuentra, en esta medalla, simbolizando el triunfo de la Santísima Virgen sobre el Dragón infernal, “la serpiente antigua, llamada Diablo y Satanás” (Ap 12,9).

LA LUNA DEBAJO DE LOS PIES

Pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas” (1Ts 5,5). La luna aquí representa el mal que ejerce su imperio durante las tinieblas de la noche, cuando ya no se puede ver el Sol. Entretanto, durante el tiempo que el mal dominaba el mundo, la Santísima Virgen apareció, prometiendo su Triunfo y transformándonos a los que “en otro tiempo éramos tinieblas, pero ahora en cambio somos luz en el Señor” (cfr. Ef 5,8). La luna de color azul simboliza que, de aquellos antiguos servidores del imperio de las tinieblas, Ella escogió a los hijos de su Sublime Reinado, con la condición de que sigan el consejo del Divino Maestro: “Mientras tenéis la luz, creed en la luz para que seáis hijos de la luz” (Jn 12,36). También es clara la alusión al Apocalipsis que habla de “una Mujer, con la luna a sus pies” (cfr. Ap 12,1).

EL GLOBO BAJO LOS PIES

El globo de color arena representa al mundo manchado por el pecado, el lugar donde “el príncipe de este mundo” (Jn 16,11) estableció su dominio. Pero Aquella que aparece en el Cielo como “una gran señal” (Ap 12,1) vence el “poder de la muerte” (Hb 2,14), gracias a su Hijo, el “Cordero Inmolado” (Ap 5,12), cuya sangre es el precio de su victoria.

EL SOL A LA IZQUIERDA

El Sol naciente nos visitará desde lo alto” (Lc 1,78), Nuestro Señor Jesucristo, que se hizo carne en el seno purísimo de María. Nuestra Señora vendrá para establecer su reino “vestida de sol” (Ap 12,1), es decir, con el poder y el esplendor que recibe de su Hijo. Bien podríamos aplicar a Ella las palabras del Profeta: “¿Quién podrá resistir el día de su venida?” (Ml 3,2). Nadie, pues al ser precipitado al abismo el dragón, será establecida la Salvación y el Reino de Nuestro Dios (cfr. Ap 12,10).

LA FRASE ESCRITA Y EL AÑO

¿Usquequo Domina sperabimus adventum Regni Mariae? 2017”, que traducido quiere decir: “¿Hasta cuándo esperaremos, Señora, la venida del Reino de María? 2017”. Esta frase resume nuestro ardiente y filial anhelo de que, en este centenario – 1917 a 2017 -, el tiempo de espera se acabe y el Reino de María sea, por fin, implantado.

REVERSO

Iniciemos la explicación de los diversos símbolos que están al reverso de la medalla, los cuales representan ¡el Triunfo del Inmaculado Corazón de María!

EL CORAZÓN DE JESÚS (CORONADO DE ESPINAS)

Está debajo de todo, pues el Corazón de Jesús es la base del Reino de María: “demos gracias a Dios, que nos da la victoria por Nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor 15,57). Victoria ésta que Él conquistó con su sangre, derramada con aquella obediencia por la cual compró nuestra justicia (cfr. Rm 5,19). La corona de espinas recuerda a Aquel que “se humilló a sí mismo”, pero al cual “Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre” (Flp 2,8-9). Sin embargo, su muerte fue el precio de la Victoria de la Santísima Virgen (cfr. Is 53, 11-12), cuyo triunfo está representado en la corona de oro que más adelante explicaremos.

EL CORAZÓN DE MARÍA (TRASPASADO)

Misteriosas fueron aquellas palabras del venerable Simeón, dirigidas a la Madre de Dios: “Y a tu misma alma la traspasará una espada” (Lc 2,35). Símbolo de los dolores de la Santísima Virgen en relación a los sufrimientos de su Divino Hijo, así como también de las ingratitudes de la humanidad en relación al maternal llamado que Ella nos hizo en Fátima.

EL CORAZÓN DE CADA FIEL (DEL CUAL SALEN GOTAS DE SANGRE)

Alegraos, porque así como participáis en los padecimientos de Cristo, así también os llenaréis de gozo en la revelación de su gloria” (1 Pe 4,13). Para entrar en el Reino de María, es necesario pasar por la “gran tribulación” y “lavar las túnicas y blanquearlas con la Sangre del Cordero” (cfr. Ap 7-14), sufriendo, junto a Nuestro Señor Jesucristo y María Santísima, el dolor por los pecados de los hombres. Esto es lo que representa el corazón herido, con gotas de sangre: nuestro sufrimiento unido al de Jesús y María.

CRUZ Y ESPADA

El Reino de María Santísima no se realiza a través de conquistas humanas sino en medio al dolor y la lucha. Mientras estemos en esta tierra tenemos que cargar nuestra cruz (cfr. Lc 9,23), sin jamás desfallecer en los combates del espíritu. Por ello debemos estar armados con “la palabra de Dios, que es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo” (Hb 4, 12; cfr. Ef 6,17). Pues nuestra lucha “no es contra la sangre o la carne, sino contra los principados, las potestades, las dominaciones de este mundo de tinieblas” (Ef 6,12). Cargando la Cruz y la Espada venceremos en el presente y perseveraremos en el futuro.

LA “M” CORONADA

Finalmente, la M con “una corona de doce estrellas” (Ap 12,1) expresa la esperanza en la venida de este Reino de Nuestra Señora, por el cual nuestra alma suspira ansiosamente. ¿Cómo se establecerá? ¿Cuándo? ¿Por cuánto tiempo? A nosotros no nos cabe saber la respuesta, pues esto “está en las manos de Dios” (Sb 3,1).

Lo cierto es que, en su bondad maternal, al Triunfo prometido por María Santísima bien se le podría aplicar aquellas palabras del Apóstol: “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni vino a la mente del hombre” lo que María ha preparado para los que la aman (cfr. 1 Cor 2,9).

Que esta Medalla del Centenario sirva para aumentar nuestra esperanza y fortalecernos en la prueba, para que seamos dignos de escuchar de los labios de la Madre de Dios, palabras semejantes a las proferidas por su Divino Hijo: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo” (Mt 25,34).


1- Cf. SÃO LUÍS MARIA GRIGNION DE MONFORT. Traité de la vraie dévotion à la Sainte Vierge, n.50. In: OEuvres Complètes. Paris: Du Seuil, 1966, p.516; n.217, p.634-635.

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