
En el Reino de María debe realizarse la descripción famosa de San Agustín, respecto a la nación católica. Dijo él: Imaginen una nación en la que el rey y el pueblo, los generales y los soldados, los profesores y alumnos, esposos y esposas, padres e hijos, todos ellos viven en estado de gracia y en el cumplimiento del amor a Dios; ese país sube de esa manera a lo más alto de su gloria.
¿Para que eso suceda, será que van a desaparecer las características de los diversos pueblos, y todos se fundirán por tener la misma Fe? Absolutamente no. Por el contrario, las características se acentuarán, constituyendo entre todas las naciones católicas un concierto con armonías de una belleza sublime.
Si viésemos el mundo así, diríamos: ¿“Pero esto es el Cielo o la Tierra”? Este “sueño” lo vivieron tantos pueblos en la Edad Media. La Cristiandad era la familia de las naciones cristianas católicas, en la cual se cumplía la Ley de Dios. San Pío X dijo eso en una de sus encíclicas: Si Europa estaba arriba de todas las naciones del mundo, por causa del esplendor de su civilización cultural, artística y material, era debido a la Fe Católica.
En conclusión: preocupémonos, sobre todo, en que todas las naciones sean enteramente católicas, y entonces se aplicará la promesa de Nuestro Señor Jesucristo: “Buscad el Reino de Dios y su justicia – es decir, la virtud que en él se practica – y todas las cosas os serán dadas por añadidura” (Mt 6, 33).
Si deseamos que nuestros países sean grandes, queramos antes que nada que la Iglesia Católica sea glorificada, que todas las naciones practiquen la Ley de Dios y tengan el espíritu de la Santa Iglesia; el resto nos será dado por añadidura y tendremos el Reino de María.
(Extraído de conferencia del Dr. Plinio del 4/9/1986 )