En la encrucijada entre la cordialidad y la combatividad

Publicado el 07/12/2022

En su primerísima infancia, el Dr. Plinio tenía el alma en extremo delicada, afectiva y amiga de la paz. En cierto momento, se le planteó una alternativa: o su delicadeza es completaba con una gran combatividad, o no defendería aquello que le entusiasmaba. ¿Sería capaz de sacrificar sus afectividades primaverales?

Plinio Corrêa de Oliveira

El punto de partida del asunto a ser tratado es el siguiente: ¿Se debe tener fortaleza o bondad con las personas, y a qué reglas de la Moral se relacionan? La Moral indica las circunstancias y las situaciones en las que ora la fortaleza, ora la bondad son necesarias y se imponen como imperativo moral.

Si todos recurriésemos al Espíritu Santo, el pecado de Revolución1 pesaría mucho menos sobre las personas

Esas reglas son universales, no varían. Pero hay otro conjunto de circunstancias que pesan mucho en la fijación de la conducta y se relacionan al modo en el que la Providencia quiere dirigir las almas. A unas, la Providencia, por un misterioso y especial destino, quiere hacerles el bien por medio de la bondad, y a otras, siendo exigente con ellas. Debemos tener el discernimiento necesario para darnos cuenta cuando es el caso de una cosa o de la otra

En el mundo contemporáneo, los espíritus son movidos por el principio de que toda desigualdad es una injusticia y corresponde a un trato de una cierta crueldad y dureza de alma, porque la desigualdad hace sufrir a quien es inferior. Ahora bien, hacer sufrir es una falta de clemencia, de bondad; por lo tanto, se debe ser favorable a la igualdad, porque es el orden de las cosas en el que nadie sufre los pesares de la desigualdad. Por causa de esto, metafísicamente hablando, la igualdad es un bien y la desigualdad es un mal.

Hay muchas personas que tienen una noción confusa de esto y no son capaces de formular este error como lo estoy diciendo, pues la idea no está explicita, y la persona nunca consiguió o no quiso expresarlo en palabras, pero lo tiene en la cabeza. Sin embargo, quien piensa así es inducido a tomar una posición igualitaria delante de las cosas y entra en el caudal de la Revolución.

Si esas personas hubiesen visto esto claramente, ¿Habrían resistido a la Revolución? ¿Serían contrarrevolucionarias? En este caso, ¿No se podría decir que la gracia no las ayudó y ellas cayeron en el pozo de la Revolución sin la ayuda del Espíritu Santo y, por lo tanto, sin culpa? Es una pregunta odiosa, pero que puede surgir

La respuesta sólo puede ser negativa. El Espíritu Santo ayuda a todos los que recurren a Él, esta es una promesa de Nuestro Señor; luego, esa cantidad enorme de personas no llego a ver bien porque no quiso, no se esmeró, no le dio importancia al problema, tuvo deseos de ceder a la opinión de los otros, pues, de lo contrario, habría visto. Por ese motivo, el pecado de Revolución pesa muy fuertemente sobre un número colosal de personas.

Ahora bien, ¿cómo se explica que se nos acerque un joven, a veces muy joven, y le decimos estas verdades y él las acepta de buen grado, contento? Y lo más curioso es que antes de tomar contacto con nosotros no lo aceptaría. Más aún, adhiere tanto que prácticamente acaba dedicando toda su vida a la defensa de esos principios. ¿Qué sucedió para que tan pocos piensen así, y tantos otros no?

Una gracia especial, a la medida de la correspondencia

Debemos, pues, concluir que, pensando así, recibimos una gracia especial, a la cual en alguna medida correspondemos, y que nos lleva a hacer un acto de fe, de coraje y una renuncia muy grande que la Providencia nos pide. Por causa de esto, Ella también quiere tratar nuestras almas de un modo especial.

Entonces, para las personas que tanto luchan contra el espíritu revolucionario, y por tanto, aguantan un peso muy grande, es comprensible que les sea reservada una bondad igualmente grande y especial.

Sin embargo, aquellos que se colocan como enemigos de la Iglesia y de la Civilización Cristiana, están en la posición opuesta. Son almas endurecidas, que no tienen ninguna reverencia, son capaces de todos los ultrajes y de todas las indecencias. Son personas que deben ser tratadas del modo opuesto. Por lo tanto, mientras debemos hacer todo lo posible para ser padre y madre de unos, debemos ser leones con los otros. Es natural.

Si estoy tratando con una persona que me considera como a un padre, debo tratarlo como a un hijo. Pero si alguien está buscando cualquier ocasión para ridiculizarme, y no sólo a mi persona, sino también burlarse de la fe, de la Doctrina Católica, de la Iglesia, perseguir a Nuestro Señor Jesucristo, tengo la obligación de mostrarle a ese individuo y a terceros cuál es la fuerza de alma que puede dar la fe.

De donde el principio que adoptamos: debemos ser corderos para los de dentro y leones para los de fuera.

La fuerza simbolizada por el león es majestuosa y proviene de la grandeza. Efectivamente, de la grandeza en cuanto mostrándose en su superioridad emana una cierta fuerza inherente a la majestad y que aplasta, derriba, contunde al adversario, lo que el león de nuestro estandarte expresa muy bien en la dignidad de aquel gesto de coraje magnífico.

El primer estandarte de la TFP

Por otra parte, cabe aquí un paréntesis para contar el origen de ese león y de ese estandarte. En Villa Formosa, barrio de la zona este de São Paulo, había un convento de dominicas que eran muy amigas nuestras. A veces, íbamos allí los domingos. Había una madre que era francófona – no me acuerdo bien si era francesa, canadiense o belga, pero hablaba francés – y tenía mucha habilidad para dibujar. En esa época, éramos seis o siete los restantes del Grupo del Legionario, pero teniendo la convicción de que nuestro grupo un día crecería y necesitaría un símbolo, pensé: “Voy a buscar un emblema mientras el Grupo es pequeño, porque cuando sea grande ya no tendré tempo”. Entonces les consulté a los demás. Ellos concordaron, y fuimos a pedirle a esa madre que dibujara un león con las características que le indicáramos. Lo dibujó, y me gustó bastante porque la madre captó muy bien el movimiento de las patas del león. Le dijimos, entonces, que lo mandaríamos bordar. Ella misma bordó nuestro primer estandarte.

Con el paso del tiempo, fui indicando cambios teniendo en vista hacer nuestro león elancé2 de manera que le confiriese ese aspecto de fuerza majestuosa que faltaba en el original.

Observen cómo está bien firme sobre sus patas traseras en una actitud erguida, con la cabeza alta, mirando de frente, como quien no teme la mirada de nadie. Ese león da a entender que su fuerza no es la de un aventurero, de un bravucón, sino la de quien tiene el derecho de mandar.

En el fondo de la idea de majestad está el derecho y la superioridad intrínseca que confiere cierta fuerza propia a quien siente que tiene la razón. En todo esto, la noción de bien se encuentra muy remarcada.

Tácticas para todas las circunstancias

Consideremos otro animal, también muy fuerte, el cual, sin embargo, no da la impresión de tener el derecho de mandar: el tigre. Tiene el “derecho” de ser admirado – hay tigres bonitos – pero no posee el derecho de ser obedecido. Si alguien afirmara que el tigre es el rey de la selva, no diría la verdad. Porque no es por su naturaleza un dominador. Capta las situaciones y da un salto cuando se presenta la oportunidad. Es, por lo tanto, un explorador de oportunidades, un aventurero que sabe aprovechar la ocasión, no es un gobernador. Y, como tiene fuerza, se impone, pero no con la fuerza del derecho y sí con la del músculo.

El tigre es un “grand seigneur” que impone admiración y miedo, pero no obediencia. La agilidad del tigre está, antes de todo, en la percepción. Tiene noticia de los peligros y de los movimientos de la presa. Y la agilidad de la sorpresa.

En efecto, una de las más elevadas formas de agilidad es saber sorprender.

Así, la Providencia le dio a cada animal su proceso de defensa y ataque especial. Vean cómo los animalitos muy pequeños tienen facilidad de huir. La desproporción de fuerza entre el tigre y el hombre es mucho menor que la que existe entre el hombre y una mosca. Pero la mosca huye. Para el hombre, coger a una mosca, ¡qué trabajo!

Hay animales pequeños que encuentran en la propia pequeñez su defensa. Una pulga: es tan pequeña que difícilmente la vemos. De repente salta, pero no sabemos dónde cayó. Son las defensas de los pequeñitos.

La serpiente, por ejemplo, se arrastra por el suelo, y, como nadie mira con atención hacia el suelo, tiene más condiciones de cogernos por sorpresa, más aún cuando se esconde en medio de las hierbas y pasa un hombre. Es una de las reinas de la agilidad. Pero si falla en el ataque está liquidada.

En los animales hay una especie de equilibrio que la Providencia dispuso entre la capacidad de atacar y la de defenderse, que es colosal. A su modo, no se equivocan, sus instintos se desarrollan correctamente y siempre actúan de acuerdo con la ley inherente a su naturaleza, aunque no estén dotados de inteligencia.

Quien se equivoca somos nosotros. De manera que, de un general, de un abogado, se puede decir que adoptó una táctica equivocada. No se puede decir lo mismo de un león, de un tigre ni de una pulga. Es aquella misma táctica la que sirve para todas las criaturas.

El poder limitado del ser humano

Eso es debido a que fuimos concebidos en pecado original y ellos no. El resultado es que en nosotros existe el error. Para nosotros es una lección y una humillación tremenda. Por ejemplo, sólo el pensar en la dificultad de capturar una pulga… Según el lugar donde se esconda, no hay insecticida que la alcance. Es decir, quedamos pequeños en comparación con una pulga.

Pero lo mismo sucede con ciertas bellezas de la naturaleza. ¡Qué deseos tenemos de coger una mariposa azul y plateada que vuela cerca de nosotros! Sin embargo, se marcha y no tenemos dominio sobre ella.

Para mí, las aves más bellas son las guacamayas y los pavos reales. A veces sucede que estamos admirando al pavo real y cierra la cola. No podemos mandarle que la abra, aunque estemos con deseo de verla. A su vez, la guacamaya es de una belleza maravillosa, una joya. Sus plumas siempre son lindísimas, bellísimas. Pero es el único animal que conozco que tiene un cuerpo bello y la cara horrible, con la carne de la que está formada, y aquella especie de ojeras, y los ojos imbéciles dentro; un pico bonito hecho para agredir, pero colgando de una cabeza débil sobre un cuello incapaz de la agresión. En el Paraíso, si hubiese guacamayas, tengo la impresión de que no serían así, sino que se asemejarían a pequeñas águilas, volando espléndidamente.

Todo eso nos lleva a considerar lo que perdimos con el pecado original, y cómo es limitado nuestro poder. Sin embargo, nos convida a volvernos amorosamente para Nuestra Señora, con la esperanza de ir al Cielo, porque en el Paraíso Celestial nuestra situación será mucho mejor que la de Adán en el Paraíso Terrestre.

En esta Tierra, es muy difícil que haya criaturas que conjuguen capacidades aparentemente opuestas. Por ejemplo, para que un ser majestuoso pueda ser ágil, es fácil que pierda algo de su majestad; como también un ente ágil fácilmente perdería algo de su agilidad al intentar ser majestuoso. No son cualidades contradictorias, pero con facilidad se entrechocan.

Hubo quien tuviese todas las cualidades en el más alto grado y de la más perfecta armonía: Nuestro Señor Jesucristo; y debajo de Él, Nuestra Señora. Sin embargo, la Providencia tiene un modo peculiar de dirigir cada alma, en vista a la realización de su misión.

En un pequeño hotel de San Vicente

Tarjeta postal de la playa de San Vicente

En la primerísima infancia, tenía el alma extremamente delicada, afectiva y, por tanto, en sumo grado amiga de la paz, del orden y de las cosas que van bien y no se chocan entre sí. Las peleas me causaban un verdadero horror, como episodios que no deberían suceder.

Me acuerdo que mi madre me contaba un caso sucedido en una ocasión en la que ella fue a pasar una temporada en San Vicente con nosotros y se hospedó en una pensión de un alemán llamado Herr Kinquer. Era un establecimiento muy bueno, bien cuidado, cerca del mar, para que mi hermana y yo respiráramos el aire marítimo, que es muy saludable. Pero Herr Kinquer, dotado de una serie de cualidades como hotelero, no tenía la virtud de la templanza, especialmente cuando estaba en presencia de una botella y, de vez en cuando, se entregaba a borracheras feroces.

Mi padre estaba en São Paulo, las comunicaciones interurbanas eran muy difíciles en aquel tiempo. Todo era más atrasado que hoy en día, no pudiendo volver a São Paulo a fin de huir del borracho, mi madre quedó sumamente preocupada, esperando que mi padre llegara en breve para decidir qué hacer. Un día, cayó una lluvia horrible y ella me perdió un poco de vista. En cierto momento, comenzó a buscarme por toda la casa y no me encontraba. Naturalmente su aflicción aumentó mucho y ella, al encontrarse con Herr Kinquer, le preguntó dónde estaba yo, pero él dio una respuesta pastosa, ambigua. Entonces Doña Lucilia fue hasta la terraza, enfrente de la casa, y me vio abajo, sentado en el medio del jardín, con la lluvia cayendo a torrentes sobre mí y diciendo:

Esto es una injusticia, que no merecía.

Yo tenía unos dos años, más o menos, y repetía en voz alta esta frase, sin que nadie me oyese.

Evidentemente, ella fue corriendo, me cogió y me llevó dentro de la casa, colmándome de cariños. Hasta el fin de la vida ella contaba emocionada ese contraste entre mi inocencia y el castigo inmerecido que yo había sufrido.

Tenía una predisposición para mantener las cosas como me parecía que deberían ser, pero con mucha paz.

No hice ningún insulto contra Kinker, no estaba irritado, protestaba en paz. Pero si es injusto, es injusto.

Destinado por la Providencia a sufrir los más duros embates

En cierto sentido, esas son matrices3 que Nuestra Señora puso en mi alma. En otras personas Ella colocará matrices diferentes. Depende de cómo quiera orientar y formar a cada alma.

Esa disposición de mi alma, sin embargo, estaba destinada por la Providencia a sufrir los embates más duros en lo que yo tenía de bueno. En mis sesenta años de vida la Revolución no hizo otra cosa sino contundir todo el tiempo los lados buenos de mi alma.

Como no podría dejar de ser, se planteó en mí una alternativa: “O esa delicadeza se completa con una gran combatividad, o seré rechazado, liquidado, porque no supe luchar contra los enemigos de Dios. Todo lo maravilloso, todo lo grandioso que amas, toda la jerarquía que tanto te entusiasma, tuvieron en ti un mal defensor, un admirador vacío y sin valor, digno de ser rechazado, porque no fue capaz de sacrificarse. ¡Ahora vamos a ver, sacrifícate!” No era un sacrificio cualquiera, sino un holocausto, una vida llena de dolor. “¿Tú, aguantas o no aguantas esa vida toda hecha de dolor? ¡Entonces, adelante!”

Noten, por tanto, que no es una contradicción, sino una antítesis, dos posiciones en extremo contrarias. Me acuerdo, que, viéndome en la contingencia de tener que ser combativo, me preguntaba qué haría de mis primeras cordialidades, de mis primeras afectividades. ¿Todo eso estaría liquidado? La respuesta para mí mismo fue: “¡No! No renuncio a esto. Consérvalo en el fondo de tu alma para cuando algún día tengas que tratar a personas que lo merezcan. Pero por ahora, ¡si vives en medio de jaguares, aprende a ser jaguar con los jaguares, aprende a luchar! Y por lo tanto ¡Fuerza!”

Más tarde, comprendí que la hora de la bondad había llegado, cuando empecé a darme cuenta de las nuevas generaciones que se me acercaban. Al hacerles alguna reprensión como yo hacía con las personas de mi edad, al contrario de intentar revelarse – para lo que ya estaba armado –, lloraban. Entonces me llevé una sorpresa. ¿¡Qué asunto es este?! Bien, entonces comenzó otra canción…”.

Extraído de conferencia del 15/09/1988

Notas

 

1) Por Revolución el Dr. Plinio entendía el movimiento que desde hace cinco siglos viene demoliendo a la cristiandad y cuyos momentos de apogeo fueron las grandes cuatro crisis del Occidente cristiano: el protestantismo, la Revolución francesa, el comunismo y la rebelión anarquista de la Sorbona en 1968. Sus agentes impulsores son el orgullo y la sensualidad. De la exacerbación de esas dos pasiones resulta la tendencia a abolir toda legítima desigualdad y todo freno moral. A su vez, denominaba a la reacción contraria a ese movimiento de subversión como Contra-Revolución. Estas tesis están expuestas en su ensayo Revolución y Contra-Revolución (cf. CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Revolução e Contra-Revolução. 5.ª ed. São Paulo: Retornarei, 2002), publicado por primera vez en la revista mensual de cultura Catolicismo en abril de 1959.

2) Del francés, esbelto, estilizado.

3) Matrices’, en el sentido de esquemas iniciales en el espíritu, que luego darían en diversos desarrollos.

 

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