En medio del aparente desmentido de la promesa una confianza inquebrantable

Publicado el 05/19/2025

Del conjunto de infortunios que tuvo que sobrellevar el Dr. Plinio, ninguno lo preocupó tanto como el de la insensibilidad con relación a las promesas de Nuestra Señora. Ahora bien, la
misma mano virginal de María que parecía distanciarse,
en realidad, lo sustentaba en la prueba y la aridez.

Plinio Corrêa de Oliveira

La probación era colosal. Al volver a estar consciente, más establemente, me vino a la mente toda la problemática de lo sucedido. Me hice dos preguntas, que no expuse a terceros por desconfiar que no me respondieran con veracidad. Primera: “¿Qué restaba físicamente de mí?” Segunda: “¿Cuál sería la razón del accidente?”

El Dr. Plinio en el cuarto de Doña Lucilia, durante su convalecencia

Análisis de mi estado general y del trauma físico

Me di cuenta de que mis dos manos estaban heridas seriamente, envueltas en fajas de vendas y mis brazos, sujetos por yesos. Por lo tanto, estaban rotos. La comida me la dispensaban los enfermeros directamente en la boca, como a los niños.

En una de mis piernas sentía algo muy extraño. No me lo contaron entonces, pero habían realizado una operación en esa pierna izquierda, para colocar un clavo de hierro que la atravesaba de lado a lado y me impedía el movimiento. Fui condenado a estar dos meses acostado en una cama, sin poder moverme, la cadera fracturada y el aviso de los médicos: esa inmovilidad podría causarme una neumonía.

Me acuerdo de un día en el que los reporteros querían tomar fotografías. Me sentía un gusano, acostado en la cama, todo malherido y escondiendo el infortunio, para no ser fotografiado.

El régimen de alimentación, severo. No me faltaba nada de lo que aborrecía. El trauma de un accidente físico es tremendo.

Había pasado algo muy grave. Comencé a prestar atención en el corazón y en los órganos de la caja torácica, me di cuenta de que estaban en perfecto orden y pensé: “Gravísimo no fue, si lo de la caja torácica funciona bien, por causa de piernas y brazos, nadie pierde la vida. Hay condiciones para continuar viviendo y eso es lo esencial”

El aliento se apartaba…

¿Cuál sería la causa de esa situación? No recordaba qué había sucedido, cómo fue el accidente y no pude preguntar. Cuando me recompuse, la primera preocupación que me asaltó, en el hospital y después en la casa, fue el apagamiento de las imágenes de Nuestra Señora de Genazzano y la Sagrada Imagen de Fátima.

Promesa, para mí, la de Genazzano. La gracia obtenida por Nuestra Señora bajo esta advocación, tenía imponderables que me daban a entender: si le sobreviene una probación muy grande, yo recibiría alguna señal que ese sufrimiento era enviado por Ella. ¿Ahora bien, donde está la tal señal de la Providencia? ¡Ninguna! Cero.

Con esto, aparecía la probación: “¿Cómo queda la protección de Nuestra Señora de Genazzano?” Ella, la protectora, la que arregla todo… y yo, en esta tragedia. Y aquella gracia, aliento contra las angustias durante varios años, como qué, se apartaba de mí…Lo que aparecía no eran señales de esperanza, sino de cólera.

Cuadro de Mater Boni Consilii colocado encima de la cómoda, ubicada frente a la cama del Dr. Plinio, en su apartamento

Pusieron en mi cuarto en el hospital la Sagrada Imagen de Fátima, que en esos momentos estaba en la ciudad de São Paulo. Era una muñeca de barro para mí, sin ninguna expresión. Los otros la miraban y se conmovían; ella a mí no me decía nada. Todo era negativo.

Comulgaba y rezaba, como era mi costumbre, sin embargo, las imágenes de Nuestra Señora no tenían ninguna comunicación conmigo. Entonces, hice el siguiente raciocinio: “Al final de cuentas, con Genazzano recibí una gracia, pero no por eso tengo el derecho de considerarla indiscutible”.

“Una de dos: fue una ilusión, pero no estoy convencido que lo haya sido, o entonces, prevariqué en algo y la promesa de Genazzano no se realizará. La señal es: el despedazamiento completo del Grupo por un lado y, por el otro, yo en este estado.”

El gran problema para mí era ese y, en consecuencia, el cumplimiento de mi vocación. Si me operaban o no, si quedaba cojo o manco, si me cortaban la pierna o no, si el brazo paralizado se enderezaría, eso, forzosamente me venía al espíritu, pero no era el gran problema para mí.

Discreta sonrisa de la Virgen de Fátima

Cierta vez, estaba acostado en mi cama, haciendo una oración en medio de una gran aridez, delante de un póster de Nuestra señora de Fátima. Dije a Nuestra Señora que, a pesar de la insensibilidad total y el entero silencio de Ella, le ofrecía lo que quisiera; pero le pedía, si era su voluntad, que remediase la situación y, sobre todo, que impidiese que se agravara.

El póster continuó exactamente como estaba, pero en un cierto momento de la oración, me pareció que Ella sonreía un poco y me decía: “Usted tendrá su periodo abreviado”. Fue mientras recitaba: “Si quoeris Cælum, anima, Mariæ nomen invoca”1 En esa simple poesía tan popular, bonita, la consonancia fue: “Si usted quiere paz, un Cielo para su alma, a pesar de todo, invoque el nombre de María”.

El Dr. Plinio en el cuarto de Doña Lucilia, durante su convalescencia

El Sr. João Clá estaba con alguien más, a un lado fuera del cuarto, observando, y me dijo que ambos notaron que algo estaba sucediendo conmigo. Él permaneció afuera, y el otro entró peguntando si había sucedido algo. De hecho, esa estampa me auxilió enormemente en el momento más crítico de mi probación.

Hechos que preanunciaban un supuesto castigo

Un bello día, conversando con alguien en mi casa, esa persona me comentaba que, en ese periodo, hubo varios hechos impresionantes con imágenes pertenecientes al Grupo: un cuadro de Nuestra Señora del Buen Consejo se desprendió y cayó de modo insólito en el Auditorio San Miguel, rompiéndose el vidrio con estallido; otro hecho análogo sucedió en otra Sede. En dos capillas de nuestra Sedes hubo incendios; en una de las Sedes, una imagen de Nuestra Señora quedó afectada.

Esa persona no conocía lo de mi aridez y sequedad por las cuales estaba pasando en relación con las imágenes, ya que no se lo había contado a nadie, y no se daba cuenta que, con su relato, más agravaba mis preocupaciones. Me preguntaba: “¿Qué habrá sucedido? ¿Será una maldición? Quién sabe si todo eso es un castigo y el culpable soy yo”. Me daba la impresión de cólera, y me causaba pavor y terror.

Cierta noche, sucedió un hecho aún más trágico.

Noches interminables de insomnio

Coloqué una cama en el cuarto de mi madre para dormir, debido al ruido en la calle, y a la cabecera estaba colgado un cuadro de Nuestra Señora de Genazzano. Uno de mis tormentos en esa situación era que no podía conciliar el sueño durante la noche y dormía durante el día.

En la noche, permanecía en la oscuridad, sin poder moverme ni llamar al enfermero, debido a que tenía los brazos inmovilizados. No podía maniobrar una campanita o encender una luz. Además, no quería que me vieran despierto, para no incomodar a nadie.

No podía ni lograba leer alguna cosa, con el choque de automóvil se me desequilibró la visión, y me quedó un cierto estrabismo que me dificultaba la lectura; los lentes no me servían, necesitaba un reajuste de lentes, pero no podía ir al optómetra… De manera que no podía hacer nada, únicamente dejar que el tiempo corriera en el tedio, en la inmovilidad, con las dos manos en cabestrillo, una pierna extendida. Eran noches en que oía tocar el cucú del reloj, anunciando la lenta ronda de las interminables horas danzando alrededor mío.

Perspectivas de un trágico y amenazante aviso

Durante una de esas noches de insomnio, de repente, escucho un fuerte ruido, y me doy cuenta de que, entre la pared y el espaldar de mi cama, estaba el cuadro de Nuestra Señora de Genazzano, se había caído estrepitosamente; se trataba del mismo cuadro que me había sonreído por ocasión de mi anterior enfermedad. Era tarde y no quise incomodar mi enfermero, que estaba descansando en un cuarto vecino al mío. Entonces, dejé pasar.

No tenía explicación para el hecho; en la calma de la noche no hubo el menor terremoto, ningún camión pasó por la calle de al lado, no sucedió absolutamente nada. Procuré recordar cómo estaba suspendido el cuadro en la pared; si estaba sujeto por un cordón, podría ser una casualidad, una coincidencia, pues el marco era muy pesado, ya que lo había hecho revestir el lado de atrás El Dr. Plinio en el cuarto de Doña Lucilia, durante su convalescencia 26 Arquivo Revista 27 de una lámina doble de madera, por razones prácticas, para evitar daños eventuales. Entonces, quién sabe si el cordón estaba gastado, quizás muy delgado, frágil, y se rompió.

Pero no, recordé que mi hermana, por ocasión de una reforma en la casa, había recomendado colocar alambre en todos los cuadros, por ser más resistentes que las cuerdas. Por eso, si el cuadro estaba colgado sobre alambre, no había razón para que se cayera, el peso no sería suficiente para romperlo. Por lo tanto, su ruptura sería un fenómeno inexplicable, una especie de milagro amenazador, funesto, una señal más de cólera de Dios, una clara manifestación del desagrado de la Virgen de Genazzano, que se expresaba de esta manera. Tuve la siguiente impresión: “Esto es un aviso. ¿Será un castigo? He desagradado en algo a Nuestra Señora, Ella me castiga por esa retracción y me avisa: tus actuales disposiciones no han de mejorar, serás arrasado, y no se cumplirá lo que esperas…”

No logré dormir, aquella duda en mi cabeza era una aflicción más y pensaba: “Es preciso aguantar esto con calma, para que no me haga mal a la salud, que debo conservar cueste lo que cueste, para seguir en la lucha: entonces, silencio.”

Esa noche la pasé, digamos, afligido, pero muy tranquilo, a pesar de todo lo que ya he comentado. Imposible imaginar, para una persona en las condiciones que yo estaba, el aguantar una noche de esas con calma. Las horas transcurrieron… Por fin amaneció y entraron con el desayuno, entonces aproveché para que vieran qué había sucedido.

– Mire un poco cómo se habrá roto el alambre, detrás de la imagen.

La persona fue a examinar y con cierto alivio, dijo:

– No tiene alambre, es un cordón.

– ¿Pero, cordón? ¿No tiene alambre?

– No.

 Y de hecho, me mostró el cordón plástico desgastado por el tiempo y roto por la acción del peso del cuadro. Verifiqué de todas maneras y era así, tal cual. ¡Qué alivio! Al menos esto me dio un poco de sosiego. No era un aviso trágico. Nuestra Señora había incluso permitido que la perspectiva de ese aviso cayera sobre mí, estando en aquellas condiciones terribles.

Durante esa misma noche, había raciocinado: “Ella es Madre de Misericordia y la oración del Memorare dice que sea quien sea la persona que le rece a Ella pidiendo un auxilio, por más desvalido que sea, será atendido. Ella ha de tener misericordia y no habrá olvidado la promesa que me hizo; ya es una gracia el recordar la promesa. Si Ella me da esta gracia de acordarme de la promesa es porque Ella no ha querido cancelarla. ¿Qué debo hacer, entonces, para servirla? Hacer lo posible por conservar mi vida y para eso, colaborar con la esperanza. Luego, continuaré confiando. En qué, no sé, pero manteniéndome sereno y con confianza, como si la gracia de Genazzano no hubiese sido desmentida”.

Aunque ya no tuviera una razón tan firme para creer en ella, quedaba un fragmento de razón, pero solo eso. Y por la mañana todavía pensé: “Y el régimen de Genazzano que continúa: es el apuro delante del cual uno se restriega y parece reventarse, pero después tiene una explicación.

El Dr. Plinio delante de la Sagrada Imagen de Fátima, en su apartamento. 9 de Abril de 1975

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1) Del latín: “Si quieres el Cielo, ¡oh alma!, invoca el nombre de María”.
Salmos Responsoriales del Nombre de María.

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