El vicio de la impureza es tiránico, pero uno es responsable de haberlo contraído, pero puede también vencerse a sí mismo y corregirse. No tiene excusa el decir: ¡Es mi temperamento! ¡Yo soy así!
Padre Georges Hoornaert, SJ.
9.° principio
Hay diversidad de actos. Algunos son propiamente actos de lujuria ; otras no lo son, si no en circunstancias determinadas.
Son esencialmente culpables los actos que por su misma naturaleza directamente son una grave provocación al vicio.
Otros actos no son intrínsecamente malos, sino que se vuelven reprobables en ciertas condiciones, de manera que el mismo acto será bueno o reprensible según las circunstancias.
Así, ¿tal mirada es pecado mortal?
Habrá que distinguir: ¿ha sido de cerca o de lejos?, ¿de paso o con insistencia?, ¿por pura curiosidad o con dañada intención?
Una determinada conversación, ¿es pecado grave?
El que participa de ella o la escucha ¿es un niño?, ¿un hombre casado?, ¿un viejo a quien ya pocas cosas impresionan?, ¿una persona más o menos inmunizada por un hábito, culpable o no?
Los besos ¿son pecado mortal?
Pueden estar autorizados por el uso o por las relaciones de familia.
Pueden enredarse con excesos sentimentales o galanteos.
Pueden a veces constituir una manifestación gravemente pasional.
Es preciso, por lo tanto, ver las circunstancias. Generalmente, la que más influye es la duración. Muchas acciones momentáneas (siempre en el supuesto de intención recta) serán honestas, mientras que esas mismas, cuando se prolongan largo tiempo, serán graves.
El que tenga oídos para oír, que entienda.
* * *
Hay también una graduación de los estímulos excitantes.
En el grado inferior, la palabra. La simple relación de una cosa impresiona menos que la cosa misma.
En segundo lugar: la imagen, más evocadora que la palabra, ya que exhibe las formas.
En quinto lugar: el tacto,
Tal es la gradación normal, aunque puede tener excepciones en circunstancias particulares.
10.° principio
Algunos defienden que el pecado impuro es algo normal, aduciendo que el hombre pierde su libertad cuando la tentación es irresistible, como sino tuviésemos ninguna responsabilidad. Pero la seducción no es fatalidad, el hombre no es un ser pasivo, puede reaccionar, si quiere, y resistir.
El hombre ha domado los animales…
Ha sometido la tierra en barbecho y la ha obligado a que dé cosechas.
Ha fundido los metales más duros y los ha sometido y dado forma como ha querido.
Puede también vencerse a sí mismo y corregirse. No tiene excusa el decir: ¡Es mi temperamento! ¡Yo soy así! ¿Por qué no decir a la vista de un erial infértil: ¡Es su temperamento! ¡Él es así! O a vista de una fiera que se lanza a devorarte: ¡Es su temperamento! ¡Es así el animal!
Tú eres así: pero a ti te toca cambiar y mejorar.
Y ello es posible; la experiencia lo demuestra.
El Cristianismo ha logrado dominar los vicios más despóticos y pertinaces: las costumbres inmorales del paganismo, tal como la embriaguez, la sed de venganzas crueles, la esclavitud, los duelos… ¿Por qué no habría de triunfar de la impureza?
Cierto que la pasión de la lujuria es vehemente y tremendamente seductora.
El asalto arrollador de la concupiscencia puede ser evidentemente un factor atenuante de nuestra responsabilidad, pero no una justificación de la caída.
El temor no puede tampoco forzar nuestra libertad. Nadie ha experimentado tanto el temor y el miedo como los mártires a la vista de los tormentos que les esperaban. Y, sin embargo, los dos concilios de Nicea y de Ancira declararon que el cristiano que abjura su fe ante el horror de los suplicios es un apóstata, menos culpable por supuesto que el que renegara de Cristo sin semejantes presiones, pero al fin y al cabo, culpable también.
El vicio de la impureza es tiránico, pero uno es responsable de haberlo contraído. El hombre, que es el hijo de sus obras, es el padre de sus vicios.
La ignorancia podría ser una excusa. No se puede querer lo que no se conoce, y nada hay tan contrario al consentimiento como el error. Cuando hay ignorancia, el problema no es tanto el de no ceder, sino el de no conocer.
El ambiente moral en que vive el hombre puede ser tremendamente corruptor y depravado. Pero el ambiente solicita al hombre; no le fuerza del todo.
Dios puede haber permitido que nazcamos y vivamos en un ambiente hostil y depravado, y entonces nos da las gracias suficientes para superarlo; o bien, nosotros mismos nos hemos expuesto voluntariamente a él, y por lo tanto, somos responsables del peligro que corremos.
El ambiente puede influir poderosamente en el sujeto para bien o para mal, pero el hombre siempre puede reaccionar ante él, porque es libre. Si todo dependiera del ambiente, ¿cómo explicar que jóvenes educados en los ambientes más diversos se asemejen, y en cambio, que dos hermanos educados en el mismo ambiente familiar lleven caminos tan divergentes?
El hombre, aun en el ambiente más depravado, oye siempre la voz de su conciencia.
En una palabra: en la lucha por la castidad, puede haber muchos causas que disminuyen la libertad humana, pero generalmente no la suprimen del todo