Escindiendo la historia de arriba abajo

Publicado el 04/15/2022

En una piadosa imagen de Nuestro Señor flagelado, llama mucho la atención la sublimidad de la mirada, en la cual trasparece el sufrimiento intenso del Divino Salvador, que medita con profundidad al respecto del significado trascendente, metafísico, sobrenatural de todos los dolores por los cuales pasa. El Redentor divide la Historia entre los que son de Él y los que son contra Él.

Plinio Corrêa de Oliveira

Tengo la intención de comentar una imagen de Nuestro Señor Jesucristo flagelado. Decir de esa imagen que es bonita es muy poco, porque más que eso es profundamente impresionante, y de molde a despertar mucha piedad. Y es en cuanto tal que deseo hacer de ella objeto de nuestras consideraciones.

 

Significado trascendente, metafísico, sobrenatural de los dolores

A primera vista, cuando me presentaron fotos de esa imagen, me chocaron porque las heridas del cuerpo sagrado de Nuestro Señor Jesucristo están presentadas con tal realismo y de modo tan brutal, que el instinto de conservación del hombre clama con aquello, tiene la tendencia a huir y hallar que no es arte representar un horror de aquellos de modo tan horripilante.

Ese es un primer impulso que debe ser dominado porque es una ingratitud. Tal sería que, habiendo Nuestro Señor Jesucristo sufrido todo lo que padeció por nosotros, no queramos ni siquiera mirar su Cuerpo llagado porque eso nos puede desagradar.

Como un primer impulso se comprende, pues es una reacción casi física. Sin embargo, habría ingratitud en consentir en ese impulso. ¡Además de la ingratitud es una falta de respeto sin nombre!

Se comprende, entonces, que el escultor haya llegado a esculpir de modo tan terriblemente realista esa imagen, la cual me pareció que es una escultura española, con aquel realismo propio de las imágenes sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, y que debería datar de fines del siglo XVIII, más probablemente del siglo XIX.

Después supe que ella se encuentra en Canadá. Consideremos, en las siguientes fotos, algunos aspectos de esa imagen. Algunas cosas me agradan extraordinariamente en esa figura.

La primera de ellas que me llama más la atención es la mirada profundamente pensativa, meditativa.

He visto incontables crucifijos en que Nuestro Señor parece abismado – por cierto, santamente – en la consideración de su propio dolor, y donde el artista procura atraer la atención para los sufrimientos del Divino Crucificado a fin de provocar compasión. En esos crucifijos la propia mirada del Redentor, muy legítimamente, parece que pregunta: “¿Por lo menos, en este dolor, tú no tienes pena de Mí?”

Sin embargo, aquí yo interpreto la mirada de otra manera. Es bien verdad que el dolor está presente. Es la mirada de una persona que sufre intensamente, pero por encima del dolor, se nota que hay una reflexión profunda, consternada de quién piensa profundamente respecto de lo que le está aconteciendo, del significado trascendente, metafísico sobrenatural de todos los dolores por los cuales está pasando, y que constituye propiamente una meditación.

Nuestro Señor en cuanto piedra de escándalo

Es una meditación sobre su propia Pasión, como Él gustaría que nosotros la hiciésemos y que, según interpreto mirando la faz sagrada, parte del más alto punto de consideración en que una mente se pueda colocar.

Pero es, al mismo tiempo, una reflexión que va hasta lo más concreto, palpable, menudo, lo más distante de la trascendencia, y que une todo en una vista en común, en una consideración global no sólo de lo que hacen contra Él, mas también de lo que realizan por Él.

De manera que están contemplados no apenas los hombres vivos en esa ocasión, sino todos los que a lo largo de los Sin embargo, hay una altanería en su posición por la cual, por más que esté aliquebrado, no está arqueado.

Por el contrario, el tronco sagrado está erecto en un posición que se podría llamar de noble. La propia cabeza no está caída sin garbo, ni erguida de manera arrogante, sino puesta con una naturalidad digna sobre el cuello, y elevada como un hombre que está entregado a sus más altos pensamientos.

Noten la posición lindísima de los dos brazos. Se diría que se trata de un personaje en un acto de mucho protocolo, de mucha etiqueta. En las cortes, muchas veces el modo correcto de colocar los brazos delante de un rey o de una reina es ese. Así está Él.

En el cuerpo herido por la flagelación vemos partes de la carne sagrada entumecidas, algunas fueron golpeadas, otras arrancadas. Aunque esté rodeado por gente que se ríe de Él,  Jesús no mira a esas personas, sino que las trasciende. Él está infinitamente encima de todo eso, entregado a sus reflexiones, a su oración. De tal manera que se podría colocar, entre los muchos títulos que esa imagen merecería, la frase: “Iesus autem orabat”, como también “Iesus autem tacebat1 .

Tres aspectos de la divina mirada

 

Observen como el manto de la irrisión, a pesar de todo, cae compuesto, con la parte derecha medio volteada para atrás, indicando por esos discretos indicios la belleza y la fuerza moral que no lo abandonaron ni siquiera en las situaciones más terribles.

Creo que este semblante es la última expresión de lo conmovedor. Es Cristo en cuanto pensando, reflexionando, orando durante su Pasión. Juzgo discernir en esa mirada tres aspectos. Primero, mucho dolor físico que se expresa ahí, seguido de mucha angustia delante del sufrimiento que viene. Es alguien que está en pleno tormento y siente el tormento que aún viene. Por los tanto, se encuentra en el auge del horror, en que Él aún no sufrió todo, y la muerte que lo librará está lejos. Él ya sufrió tanto que perdió toda la fuerza para resistir; sin embargo, aún tiene que aguantar enormemente.

No obstante, Jesús está pensando también en algo que lo angustia enormemente pero que es magnífico: Nuestra Señora y el dolor que Ella está sufriendo.

Nuestro Señor sufrió todo eso por los ruegos de María

Virgen de los Dolores – Iglesia de San Francisco, Baena, España

Cuando una persona piensa, acostumbra frecuentemente a formar un surco precisamente en ese lugar de la frente donde, en la imagen, sobresale un latigazo profundo. La meditación del verdadero hombre de Dios está muchas veces acompañada de dolor, de tristeza, de amargura, hace sangrar el alma, si no el cuerpo, que envejece, encanece, se consume, mas se eleva y santifica.

Consideren en el Cuerpo Divino la tumefacción del brazo izquierdo: ni tiene el contorno común de un brazo,-mas está todo él bailando en torno de los huesos. Y esos brazos aún van a cargar la Cruz, esas manos aún serán clavadas en la madera, hasta que Él muera. Esta es la inmensidad de tormentos que lo aguarda después de haber sufrido todo eso.

Allí vemos amarradas las manos sagradas del Omnipotente. Es bonito que el escultor las haya mpresentado enteramente abiertas: no hay contracción nerviosa, pero están como las manos de un rey listas para ser besadas. Es el Rey del dolor.

Por nosotros, que somos esclavos de la Santísima Virgen, esa imagen debe ser considerada de dentro de los ojos de San
Luis María Grignion de Montfort. Debemos entender que si Nuestro Señor Jesucristo sufrió todo eso fue por los ruegos de María; si esa sangre es aplicable a nosotros, se debe a los ruegos de Nuestra Señora; si nuestra presencia no le causa horror a Él, sino que por el contrario, es aceptada con misericordia, es por los ruegos de María.

Es con Ella, por Ella y en Ella que podemos presentarnos a Nuestro Señor Jesucristo. María Santísima es el camino necesario, por la voluntad de Dios, para que nos aproximemos de su Divino Hijo y que seamos, no digo dignos, sino por lo menos de algún modo proporcionados para mirar esa figura, y que pidamos por nosotros y por la Iglesia.

Consideraciones sobre el escultor de la imagen

Ahora, una palabra sobre el escultor. A mi ver, ese hombre hizo una cosa extraordinaria en el siguiente sentido: muchas veces vemos en una obra de arte la expresión del alma del artista que la produjo. Esa es una cualidad, pues indica el modo por el cual la persona reflejó lo que aquel tema le producía en el espíritu. No obstante, mucho más bonito es cuando el artista de tal manera se deja identificar con el tema, que la expresión de su alma no aparece, y sí solamente el tema. En esa escultura no se siente el artista, sino apenas Nuestro Señor Jesucristo.

El artista de tal manera vivió, por así decir, el dolor de Nuestro Señor que él lo representa y desaparece. No se percibe cuál era el estado de su alma, a no ser en la extrema inteligencia, propiedad, finura y, sobre todo, en la extrema piedad con que él presenta la materia; por lo demás, él está ausente. Eso, a mi ver, es el auge del mérito dentro de la obra de arte.

Extraído de conferencia del 10/2/1976

Notas:
1) Del latín: Jesús, sin embargo, oraba. Jesús, sin embargo, callaba.
 

 

 

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