La esclavitud de amor a Nuestra Señora es un acto de suprema libertad que debe suscitar en nosotros apetencia de todas las obediencias y ser fuente de inspiración de todas las gallardías, porque es sólo en la unión de pensamientos y vías con la Santísima Virgen que es posible alcanzar la plenitud de espíritu católico.
Plinio Corrêa de Oliveira
¿Qué viene a ser propiamente la Consagración a Nuestra Señora a título de esclavo? ¿Qué es lo que trae consigo, cuáles son sus elementos constitutivos y qué ideas deben poblar nuestro espíritu a ese respecto?
Verdadero significado de la esclavitud de amor
No hay mayor sujeción de una persona a otra que la esclavitud. En términos paganos, por lo tanto no católicos, en el derecho romano, el esclavo es un objeto inanimado, con el cual el “dueño” podría hacer lo que quisiese, inclusive quitarle la vida ¡Eso es contra el derecho natural, más aún, si se trata de un bautizado! Este es un ser vivo, redimido por la sangre de Nuestro Señor Jesucristo y consagrado por el Bautismo.
Sin embargo, aún entre los bautizados y tomando en consideración las limitaciones impuestas por el derecho natural, la esclavitud sigue siendo la mayor sujeción que una persona puede estar en relación con otra.
San Luis María Grignion de Montfort nos dice que la Consagración a Nuestra Señora, es a título de esclavo de amor. ¿Qué es esclavitud de amor? ¿Qué hace la palabra “amor” dentro de ella?
La palabra “amor” ha sido de tal manera profanada –inclusive en los libros de piedad, no en el sentido de corrupto, sino de sentimentalismo– que es necesaria una aclaración, para entender su significado en el contexto de la consagración.
En las Sagradas Escrituras, cuando Dios reprende al pueblo elegido por su falta de amor a Él, usa la siguiente fórmula: “Vuestros pensamientos no son los míos y vuestros caminos no son los míos” (cf. Is 55,8). Es decir, lo que piensas no es conforme a lo que Yo pienso y lo que haces no es conforme a lo que Yo quiero.
Entonces ¿qué es el amor? Lo contrario de eso. Es pensar, querer y hacer de un mismo modo que el amado. En último análisis, es lo siguiente: si poseemos una mentalidad enteramente ajustada a la ortodoxia católica, si tenemos la mentalidad de la Iglesia Católica, si queremos únicamente el triunfo de la Santa Iglesia y actuamos totalmente a favor de la Contra-Revolución, ese es el amor, en esta consagración.
Pensar, querer y hacer como Nuestra Señora
Ahora bien, antes que nada, la esclavitud a Nuestra Señora es una actitud de alma en que pensamos en todo como Ella piensa. ¿Y cuál es la mentalidad de Nuestra Señora? La Iglesia Católica nos la indica, una vez que Nuestra Señora y la Iglesia tienen una reversibilidad, en cierto sentido, completa.
En segundo lugar, querer todo cuanto Nuestra Señora quiere. Cuando queremos todo cuanto Ella quiere, nuestros horizontes se ven favorecidos por una amplitud mayor. Es verdad que Nuestra Señora desea la salvación de mi alma, pero no solamente esto. Ella también desea la salvación de todos los hombres, la gloria de la Iglesia y de su Hijo, ahora, sicut erat in principio, et nunc et semper! Ella no solo desea la gloria del pasado y la futura: Ella quiere la glorificación ahora, de su Hijo, de la Iglesia católica y de Ella misma. Nosotros también debemos querer la glorificación de Ella, ahora.
Si estoy enteramente unido a Nuestra Señora, no puedo limitar el horizonte de mi vida espiritual. Si quiero hacer de mi vida espiritual un neumático pinchado, que no vale nada, lo más eficaz es vivir de manera egoísta, preocupado únicamente con ella, limitando así mi horizonte espiritual: no sirve de nada, mi vida espiritual estará liquidada.
Una persona que se coloque en esa posición de esclavitud debe estar ratificando a cada momento su pensamiento para acertarlo con el de la Iglesia. Necesita expulsar de sí mismo la mentalidad revolucionaria, el espíritu mundano y tener solamente la mentalidad católica.
¿En qué sentido esto es un acto de esclavitud? Una persona quisiera hacer algo de determinada manera, pero termina haciendo lo que no quiere, porque quiere seguir la mentalidad de otra persona. Eso es un acto de verdadera sujeción, de verdadera humillación, la persona baja la cabeza y se somete a la autoridad que se ejerce sobre ella. Por cierto, es de las más internas y requintadas de las esclavitudes, donde el hombre sacrifica su idea propia, su propio modo de pensar, qué es el punto de partida de su operar y hacer.
Entonces se comprende verdaderamente que a esto se le llame esclavitud.
¿Esclavitud de amor?
¿Por qué se llama esclavitud de amor? Porque consiste en esa unión, que es uno de los elementos constitutivos del amor. Formalmente, la substancia de ella es un acto de amor, es por un acto de amor que nos esclavizamos a Ella. Eso es un modo de amar.
La voluntad. Con la voluntad, es más fácil percibir eso. Queremos a toda hora cosas que no deberíamos querer. Practicamos un acto de esclavitud queriendo lo que Ella quiere y no aquello que nosotros queremos. Exactamente, es lo propio del esclavo. Él no tiene voluntad propia. Le mandan a hacer alguna cosa que él no quiere, la ejecuta porque se lo mandaron.
Por lo tanto, se llama esclavitud de amor porque es hecha en unión y no por miedo de una amenaza, del uso de fuerza física en contra, ni opresión o aterrorizando, es realizada en uso de su libertad, como un acto libre. Podríamos hacer esto o aquello, a nuestra manera, pero preferimos por amor, hacerlo todo según Ella.
En este sentido, todo lo que hagamos en esta vida serán actos de esclavitud, porque Nuestra Señora quiere que hagamos las cosas a su modo. Queremos tal cosa y a nuestro modo, pero hacemos lo que Ella quiere y como quiere que lo hagamos. Es una acción de esclavo, hace lo que no quiere.

El Dr. Plinio durante una conferencia en 1991
Una vez más, vuelvo a decir: todo esto se hace para realizar aquel ideal, la unión de pensamientos y caminos con Nuestra Señora, es un acto de amor. Esto es idéntico al amor, es un acto de amor a Ella. Tenemos entonces configurada la idea: esclavitud de amor.
En qué consiste la verdadera libertad
Hay sin embargo algo paradójico, un título más para que se ame verdaderamente esa esclavitud: tibi servire regnare est – ser rey es servirte y ser vuestro esclavo. La más alta libertad del ser humano consiste en ser esclavo de Nuestra Señora.
¿En qué sentido la anterior afirmación es verdadera? Consideremos la doctrina de la Iglesia con respecto a la libertad de los hombres, o sea, la del libre albedrío.
Todo ser humano conoce los principios básicos de la moral. Pero, tomando en cuenta la debilidad de la inteligencia, necesita del apoyo de otro para encontrar la totalidad de las reglas de la moral. Además, debemos tener en cuenta que, en el supuesto que el hombre haya conocido todas las reglas del buen procedimiento, si no tiene el apoyo y el estímulo de alguien que lo controle y oriente, no será capaz de cumplir esas reglas morales que ha conocido.
Por lo tanto, si lo anterior lo aplicamos a la práctica de la Ley de Dios, a la práctica de las virtudes a la que estamos todos llamados, la relación de unos a otros está sujeta a esta dependencia, en cuanto al pensar y al actuar. La Doctrina Católica enseña que la libertad verdadera para el hombre, consiste en que, habiendo conocido el bien, lo practique. ¿Qué disminuye o elimina esa libertad?
La existencia en la persona de una apetencia desordenada que genera dificultades para hacer lo que la razón le indica y termina esclavizada, generalmente a un vicio.
Por tanto tenemos que la libertad no es únicamente, la facultad de escoger entre el bien y el mal indistintamente, es sobretodo escoger hacer el bien. Por ejemplo, una criatura ve a otra llorar, por hambre, porque no tiene que comer, mientras que a ella le sobra comida. Normalmente, esa primera criatura tomaría la decisión de compartir su comida con la otra criatura que llora de hambre. Su libertad en esa circunstancia consistirá en atender el movimiento de alma recto, que se ha despertado en su ser, en su naturaleza y, haciendo esto, ella será libre.
Otro ejemplo, una persona que se entera que va a ser declarada una Cruzada y tiene un primer movimiento de alma: ¡Vamos a Tierra Santa a defender el Santo Sepulcro de Cristo! La libertad de este hombre consiste efectivamente en ir a esa Cruzada, siendo fiel a ese movimiento noble de alma suscitado por la naturaleza y la gracia. Si surge el miedo y consiente en él, éste le coarta la libertad y disminuye la posibilidad de ir a la Guerra Santa; también en el caso de las criaturas, idéntico, si la que tiene decide no dar nada a la otra, algo ha viciado su libertad.
La Revolución propone y sumerge las almas, en el concepto opuesto al que enseña la doctrina de la Iglesia Católica.
Los ángeles del cielo no tienen ningún impulso hacia el mal, viven plenamente su libertad.
Nadie es más libre que Nuestra Señora. ¿En qué consiste su libertad? ¿La de quedar vacilando entre la pureza y la impureza? Como hipótesis, sería una blasfemia. Exactamente lo contrario, el impulso inocente a la pureza, en Ella alcanza su máxima plenitud, sin obstáculo ninguno, sin vacilación. Es esa es su libertad.
En último análisis, si la libertad fuese la posibilidad de pecar y pecáramos, según esto, Dios no sería libre, porque Él no puede pecar. Conclusión, la esencia de la libertad es la posibilidad de hacer lo que la razón indica desde sus elementos primarios, de noble, bueno, inocente, verdadero.
Otras cosas o lo que resta no es libertad.
Cuando Dios nos somete a prueba, en nada obstaculiza nuestra libertad…la perfecciona
Al Dios permitir que los ángeles, Adán y Eva y nosotros fuéramos tentados, no nos quitó la libertad, podíamos practicar el bien. Él permitió que hubiera obstrucciones y trabas a la libertad, para que, superando la prueba, se superase a sí misma, reafirmándose superando el obstáculo. Lo que Él quería era someter a una prueba su amor.
Más o menos como en una carrera de caballos con obstáculos, estos no están ahí para impedir que el caballo llegue a la meta, sino para enfrentar el obstáculo y superarlo, vencer el miedo y el riesgo de romperse una pata, llegando a la meta meritoriamente y poder considerar esto para el caballo un logro excelente.
Otro ejemplo sería el de alguien con una pierna que no le funciona bien. No es del todo paralítico, haciendo un esfuerzo, anda y llega donde quiere. Su mérito, al caminar con esas dificultades, será mayor en relación con el que camina sin ningún impedimento. Entonces, la libertad de andar de algún modo es cercenada, disminuida, por el defecto en la pierna, pero esa libertad es reafirmada victoriosamente al andar a pesar de la limitación.
Por lo tanto, la prueba no cercena la libertad: le coloca una traba con posibilidad de ser superada por la persona, por el uso superlativo de su propia libertad.
En la obediencia se encuentra la fina punta del ejercicio de la libertad
Primero, la libertad para mí consiste en que los buenos movimientos que brotan de mí, bien sea por la acción de la naturaleza o de la gracia, lleguen a su término final. Segundo, esos movimientos surgen siempre de acuerdo con los Mandamientos. Por lo tanto, cuando obedezco a esos Mandamientos, ejerzo mi libertad. En esta perspectiva, la plenitud de la libertad es idéntica a obedecer.
Me doy cuenta que soy concebido en el pecado original y que este afecta mi libertad. Conozco lo suficiente con respecto al bien como para darme cuenta que es más amplio de lo que puede abarcar mi mentalidad; veo, pero no es la totalidad, entonces veo y no veo. Por lo tanto, debo apoyarme en quién sí ve. Siendo así, mi libertad consistirá en procurar al que ve y pedirle que me lleve, me esclarezca para andar.
Tendré que conformar mi modo de ver al del que me explica, que me persuade, que considero que ve más que yo, debo seguirlo aún sin comprender, lo obedezco. En el fondo, estoy ejerciendo mi libertad, porque sigo el camino que además debo querer, una vez que ha de llevar a buen término los movimientos buenos que habían surgido en mi alma.
Hay otro modo de libertad: cuando varios quieren hacer una obra, está en la naturaleza de las cosas que haya uno que mande, porque de lo contrario la obra no se hace. Esto es así inclusive sin pecado original, la mayoría de los teólogos aceptan esto. Por lo tanto se piensa que si Adán y Eva no hubiesen pecado, habrían existido gobiernos, estados, naciones, una organización social incomparablemente superior a las existentes, siempre con una autoridad, que vea más o vea menos, pero necesaria para establecer un orden, razón suficiente para que yo haga lo que la autoridad mande. Por esto, la Doctrina Católica de manera continua ha enseñado que obedecer es la fina punta de la libertad. O sea, la dignidad del hombre no está en desobedecer como lo grita la Revolución, sino en obedecer a quien se debe obedecer.

El Dr. Plinio durante una conferencia en 1991
El Éremo es un “refugium libertatis”
Con lo anterior, es más fácil considerar el valor de la Regla de un éremo. Este no puede vivir sin Regla. Si un individuo entra, está aceptando un amparo como es la Regla para ejercer su libertad plenamente, para vencer la traba que las pasiones mala oponen al ejercicio de su libertad. Un éremo podría ser llamado refugium libertatis: un lugar donde las personas viven, entre otras cosas, para asegurar la libertad contra los movimientos desordenados que le impedirían de ser plenamente libre. Un eremita es más libre que un no eremita, el eremita que cumple una Regla es más libre que aquél que no cumple ninguna. Esta es la visión católica de las cosas.
Por eso, frases como esta: “Sor Fulana, al entrar al Convento de la Inmaculada Concepción, rompió los vínculos del siglo, se liberó de las cadenas del mundo y recibió la libertad de los hijos de Dios”, o esta otra: “Se liberaron de los grilletes del siglo y entraron en la libertad eterna del cielo”: expresan una verdad muy profunda, pues, de hecho, pecar en el cielo no es posible y por lo tanto la falsa libertad de pecar, desaparece. En el cielo, se goza la plena libertad y es la tierra un degredo [lugar de convalecencia para enfermos contagiosos], un “valle de lágrimas”, como se hace referencia en la Salve. Lo dicho, es lo más delicado y fino que encontramos dentro de la Doctrina Católica, como lo es la leche materna para el bebé.
Estas consideraciones nos llevan a comprender que al realizar una mala acción que nos impide llevar a buen término el movimiento natural bueno que habíamos tenido, el auténtico sentimiento de nuestra dignidad quede muy herido, porque hemos ido contra nuestra verdadera libertad. Por el contrario, nos sentimos muy reconfortados cuando actuamos en favor de nuestra libertad y llevamos hasta el final el buen movimiento natural que habíamos tenido.
Aquel dicho admirable de Santa Teresita del Niño Jesús: “Soy demasiado débil para no darlo todo”, equivale a decir: siento un tal peso de mis pasiones que, para conservar plenamente mi libertad, no puedo tener ningún grillete, me entrego totalmente a Dios, porque para mí, todo lo que no es Dios es un grillete; por encima de todo, mi deseo es guardar mi libertad permaneciendo en la verdad, pensando en ella y haciendo el bien. Es la única libertad posible, la única que existe, lo demás es otra cosa, pero no es libertad.
Cuando practicamos la virtud, y esto es un dato confirmado, si pasamos por una experiencia revolucionaria, que es el sentir que, al usar mi libertad, negándome a hacer el mal, estoy disminuyendo algo en mí, estoy cortando algo en mí, pues quería hacer algo y…no puedo, esta vivencia mala, es precisamente lo que deforma la mentalidad de la persona y disminuye la fuerza para practicar la virtud. La persona virtuosa debe tener conciencia de lo contrario: “Ahora es que estoy siendo libre, voy rumbo a alcanzar mi plenitud, porque me liberé de los grilletes que me sujetaban. Logré rechazar cosas que me apresaban y atormentaban”. Cuando me rehúso a esto o aquello y opto por la virtud, debo sentirme más glorificado, más dignificado, más plenamente bautizado, más plenamente hijo de Dios, porque procedí correctamente.

Oratorio de Nuestra Señora del Buen Consejo, en el Éremo de São Bento
Yo pasé la Semana Santa en el Éremo de São Bento. Se encontraban eremitas de otros dos éremos: de “Praesto Sum” y “Nuestra Señora de la Luz Profética”. En cierto momento entré en la biblioteca y observé eremitas de los diversos éremos, a pleno día, sentados: cada uno haciendo su lectura, atentos a lo que leían, tan calmados y tranquilos; como los conocía de antes y sabía del constante ajetreo que llevaban, la primera impresión que tuve fue: ¡Qué libertad! Ellos frecuentan estos espacios tan espirituales, sus almas tan desprendidas de todo, parece que revolotearan por esos lugares como si tuvieran alas. Esa es exactamente la realidad que debemos vivir, esa es la libertad de la cual debemos gozar.
Oposición entre el concepto católico de obediencia y el concepto mundano
Es bien verdad que lo anterior no es esa la única razón por la cual debemos obedecer a Dios. Debemos obedecerle, no solamente porque procediendo así encontraremos nuestra libertad. Él es infinitamente más que nosotros, Él tiene derecho sobre nosotros, nos manda y nuestra obediencia es un holocausto ofrecido por amor a Él. Esto es otro orden de ideas, sacro, indispensable, pero no voy a tratarlo ahora, porque respecto a eso no tenemos dificultad. Estoy tratando de un aspecto del problema de la libertad, en donde encontramos dificultades vivenciales creadas por la Revolución.
El concepto común y corriente en los ambientes mundanos es éste: toda ley, toda autoridad es una limitación para la libertad del hombre. Libres, serían aquellos que van trepando de tal manera, que consiguen irse liberando de las leyes y la autoridad, mandando en vez de ser mandados. Llega al ápice de la libertad quien consigue mandar en todos y nadie lo manda. Recibir un consejo es degradante, pues cada uno debe resolver todo por sí mismo. Recurrir al apoyo de otro para practicar la virtud, es considerado por los mundanos una humillación, porque la persona debe encontrar únicamente en sí los recursos necesarios para practicar la virtud. Aceptar hacer la voluntad de otro, que uno mande a otro, es colocar un hombre por encima del otro y constituye un acto degradante de la naturaleza humana.
La Iglesia Católica instituyó en la Edad Media la civilización de la obediencia, en la cual toda la escala social, de arriba abajo, era hecha de sumisiones entrelazadas, cuya misión era la de unos ayudar a los otros en la práctica plena de la libertad. La fórmula libertad- obediencia era medieval. La Revolución Francesa proclamó lo contrario: todos los hombres son completamente iguales y toda desigualdad importa en una superioridad y, por lo tanto, en la limitación de la libertad.
¿En qué se tornó la obediencia más pesada para nosotros de lo que lo era para el hombre medieval? Él tenía dificultad para obedecer, pero estaba seguro de que debía obedecer. Nosotros tenemos dificultad para obedecer y estamos seguros de que no debemos obedecer. Por eso la obediencia para nosotros es más pesada.
La Santa Iglesia elaboró la civilización de la obediencia en la Edad Media, pero con la idea de que la verdadera libertad está en la obediencia. La Revolución Francesa elaboró la civilización de la desobediencia, llevada por la idea de que la desobediencia es la verdadera libertad. Ahora bien, para nosotros la desobediencia es lo contrario de la libertad, es la sujeción a todos los impulsos que impiden el desarrollo de nuestro buen movimiento hasta su término normal. Este es el principio.
De ahí resultan dos consecuencias: una es que la obediencia, si es bien comprendida por el católico, debe hacerlo ufano y varonil, no con el cuello torcido y endeble. Segunda consecuencia: el hombre, cuanto más obedece, más se siente dignificado, desde que sea una obediencia que tenga propósito, que sea razonable, sapiencial. O sea, obedeciendo a las autoridades competentes, en los modos y en las formas adecuadas, él se dignifica.
Nosotros debemos ser sedientos de obedecer, fáciles, ágiles al obedecer. Y en aquello que yo veo que necesito del auxilio de otro, debo pedir con igual normalidad. Es el movimiento propio, adecuado, que corresponde al orden natural de las cosas. Es como la persona debe ser.
El alma católica es una mezcla maravillosa de humildad y altivez
Bien se comprende cómo puede haber en aquellas almas tan obedientes de la Edad media tanta altivez. Tomemos a un guerrero de aquellos que iban a la Guerra Santa, varón a más no poder. Si aquellos no fueron varones, entonces no habrá varones sobre la Tierra. Aquellos hombres, los nobles, sobre todo, cuando pequeños, eran llevados lejos de la casa de sus padres, mandados a servir en la casa de otro señor feudal como paje: servían comida, servían todo. Ellos, con otro señor feudal, aprendían a guerrear, a gobernar, aprendían toda aquella vida dura del señor feudal. Aprendían a mandar obedeciendo. Vean el concepto superior de libertad que hay en eso.

Jesús, indicando el camino a los cruzados – Iglesia de Santa Ségolène, Metz
Cuando habían madurado, la primera acción era un acto de vasallaje al señor feudal superior: era buscarlo, arrodillarse ante él, poner sus manos entre las manos del señor feudal superior, gesto que la Iglesia conservaba hasta hace poco tiempo y es señal de entrega de la libertad. Entonces, le prometía obediencia, se hacía su vasallo, encajando su destino en el del otro, para ir juntos a la realización de las proezas de la vida. Van a mandar o a obedecer la vida entera y para ellos eso era lo normal. ¡Qué hombres altivos, combativos, corajudos!
¡Qué alto sentido de dignidad! ¿Por qué? Porque se trataba de un concepto de dignidad que era un río que corría cristalino, transparente, magnífico, dentro del canal de la obediencia. Esa era la civilización medieval, la civilización de la obediencia.
De ahí también resultaba aquel hecho tan extraordinario narrado por Montalambert, de un árabe mahometano viajando por Europa y preso bajo palabra. Él podía viajar, pero no podía salir de los límites del reino. Era un hombre rico, mandaba a traer dinero y viajaba. Él vio aquellas catedrales y preguntó: “¿Quién construyó esta catedral?” Le mostraron a los hermanos legos. Él comentó: “Pero, ¿cómo hombres tan humildes pueden construir monumentos tan altivos?”

El Rey Jorge V y la Reina María con sus trajes de coronación
Justamente esa maravillosa mezcla de humildad y altivez es el alma católica, y es lo que me gustaría que mis hijos, sobre todo mis hijos eremitas, tuviesen. Eso expresa enteramente mi ideal.
En esa perspectiva, la esclavitud de amor a Nuestra Señora es un acto de suprema libertad, que nos debe dar apetencia de todas las obediencias y ser la fuente de inspiración de todas las altiveces, lo cual es justa y completamente lo contrario de la arrogancia, de la soberbia y de la cobardía de los revolucionarios.
Es mandar como un ángel manda. Él manda en nombre de Dios. Cuántos decretos de la Santa Sede comienzan invocando el nombre de Dios.
Jorge V5 reinó durante el tiempo de Hitler, Mussolini y Stalin. Era protestante, pero en este punto perpetuaba una tradición católica: todas las noches, cuando no tenía recepción en el palacio, las pasaba en una sala con la reina, en la intimidad. A cierta hora, entraba el secretario y prendía un gramófono que tocaba el God save the King.6 La reina se levantaba y se ponía en actitud de oración, y el rey se colocaba en una actitud de continencia hasta acabar el himno. Terminada la soirée, ellos iban a dormir.
André Malraux7 comenta lo siguiente: Ese hombre, al tomar una actitud de continencia ante un himno cuyo objeto es él mismo, reconoce que él no es sino un objeto secundario de ese himno y que hay una autoridad más alta que él, que pasa a través de él, de la cual él mismo es el sujeto. Ese acto supremo de obediencia de ese hombre a esa autoridad indica que, a pesar de ser un rey, cercado de un protocolo real más coruscante, más noble que el de Hitler o el de Mussolini, el verdadero humilde es él. Porque, cuando el individuo habla en nombre de la verdad y del bien, habla por obediencia. Solo el hablar por obediencia hace pasar por él toda la majestad de Dios y queda como un ángel irresistible.
La obediencia ayuda a solucionar el problema de los nervios y de la práctica de la pureza
Estoy seguro de que prepararán enormemente sus almas para la Consagración a Nuestra Señora, aquellos que le pidan a Ella que les dé esa comprensión y ese amor a la obediencia, vista como lo más genuino de la libertad y de la dignidad, y así se dispongan a ser piedras vivas de la civilización de la obediencia.

Consagración en la Iglesia de San Marcial – Museo de Angoulême, Francia
Porque, si la Edad Media fue la civilización de la obediencia, el Reino de María, que va a ser la Edad Media multiplicada por la Edad Media, tiene que ser aún mucho más la civilización de la obediencia.
Si tienen esa disposición de alma, encontrarán la solución, no digo automática, pero, por vía de repercusión, al menos parcela de la solución, para dos problemas que preocupan enormemente a varias personas, algunas de las cuales pueden tener la impresión de que son problemas sin solución. Uno es el problema de los nervios, otro es el de la pureza.
Como el hombre fue hecho para encajarse en una estructura de obediencia, fuera de esa estructura queda como un miembro fuera del organismo, un ciudadano de las “ciudades libres” de la Revolución, obligado a resolver solo todos sus problemas y decidir en su aislamiento su destino, cargando el peso de una falsa libertad que arrasa con los nervios de cualquiera.
Una vez, un líder monarquista francés recibió una acusación por lo siguiente: él había formado una especie de ministerio, no para gobernar a Francia, sino para ayudarlo a seguir la política de la Action Française, una especie de corte que correspondía a un ministerio.
Entonces comenzaron a burlarse de él, diciendo que jugaba al rey con los súbditos. Él dijo: “No, yo no juego al rey, yo juego al elector. ¿Ustedes piensan que yo soy rey? Todo elector es rey, ustedes convocan una elección para que el individuo se pronuncie con respecto a todos esos asuntos. Yo confieso que soy más burro que el común de los electores, porque no sé resolver esos asuntos sin especialistas. Los electores saben y yo no sé. Entonces constituí un cuerpo de especialistas para resolver, para ayudarme a ejercer la realeza que ustedes pusieron en manos de cualquier hombre menudo que anda por la calle”.
Por detrás de esa respuesta él puso en evidencia un hecho: el de que un hombre desvinculado de todo el mundo, totalmente independiente, carga un peso que nadie puede cargar. Es un pobrecillo. Eso contribuye mucho para la neuropatía progresiva de las generaciones. De donde aquella calma medieval y la gran agitación moderna.
En el mundo moderno, cada persona tiene que resolver sola todos los problemas de su propia vida, bajo pena de sentirse humillada delante de sí misma. Además, los otros no quieren resolver los problemas de la vida de ella, porque ella es un rival. ¿Quién quiere resolver el problema de otro? Deje que el otro se atasque, para ver si gana la carrera… Resultado: cada uno carga ese peso tremendo, el peso de su propio yo.
Por el contrario, en una civilización de la obediencia o en una vida toda ella jerárquica, de esa jerarquía altiva de la cual hablé, la confianza mutua encanta, los nervios se serenan, cada uno se encaja en el otro, la realidad queda completamente otra.
Por otro lado, el hombre habituado a obedecer tiene una paz de alma que disminuye los impulsos de la sensualidad. Quien no está habituado a obedecer no tiene esa paz de alma. Una prueba experimental de eso está en lo siguiente: los más disolutos son siempre los menos obedientes. Eso va desde las bancas del colegio hasta los prostíbulos de los hombres adultos.

El Dr. Plinio durante una conferencia en 1991
Tomen una procesión de los buenos tiempos, con un millón de católicos desfilando. Cincuenta hombres bastaban para mantener el orden. Si se va a ver, es el nivel de gente más casta de la población.
Se hace un baile de carnaval con dos mil personas presentes, necesitan por lo menos de unos ciento cincuenta policías armados. ¿Por qué? Porque está suelta la sensualidad. Es decir, cuanto más sensual, más desobediente. Luego, cuanto más obediente, menos sensual.
Para tener paz de alma, ser hijo de la civilización de la obediencia
Cuántos problemas se resolverían admirablemente si las personas se acercaran a Nuestra Señora y dijeran: “Madre mía, haced de mi alma una de esas almas flexibles a Vos e inflexibles en relación con satanás. Flexibles a Vos de manera que todo cuanto me manden, que esté en esta concepción de la obediencia, yo lo haga con la alegría y la dignidad de quien ejerce su libertad. Que todo cuanto quieran obligarme a hacer o a pensar contrario a esta línea y a este orden, yo reaccione con la indignación de quien defiende su propia libertad. ¡Y sobre todo que os defienda, oh Madre mía, porque sois mi libertad! Vuestro Hijo es el Camino, la Verdad y la Vida, y Vos sois para mí el camino hacia el Camino, la verdad que conduce a la Verdad, y la Madre que dio origen a Aquel que es la Vida”.
Esto dicho en el acto de Consagración como esclavo de Nuestra Señora prepara mucho el alma para la autenticidad de ese acto.
El otro día yo estaba leyendo una ficha que hablaba de la convocación de la Primera Cruzada hecha por el Bienaventurado Urbano II. El Papa comenzó por proclamar la paz de Dios y la guerra de Dios, al mismo tiempo. La paz de Dios dentro de la Cristiandad: prohibidas todas las guerras, prohibidas todas las rivalidades, las personas de los cruzados protegidas, todos los procesos judiciales entablados contra ellos, suspendidos. Las esposas, los hijos, los padres ancianos de los cruzados, los bienes de todos ellos, colocados bajo la protección especial de la Santa Sede. Era la paz de la Cristiandad para poder hacer la guerra fuera de la Cristiandad. Entonces, la paz de Dios junto con la guerra de Dios.
Cómo me gustaría, a los pies de Nuestra Señora, proclamar una Cruzada, con la paz de Dios, con la paz del Reino de María entre nosotros y la guerra de María fuera de nosotros. ¡Comenzando por la guerra contra el demonio y, a seguir, por la guerra contra todas las formas de Revolución, inclusive dentro de nosotros!
Cuando vemos los gisants [escultura funeraria] de la Edad Media, aquellos guerreros que yacen recostados, muchas veces al lado de la respectiva esposa y durmiendo… ¡Aquellas figuras tienen una paz, una tranquilidad! Están armados desde los pies hasta la cabeza. Son guerreros representados con su propia armadura, muchas veces sobre su propia sepultura. Su armadura y sus trazos hablan de guerra, pero los ojos cerrados hablan de paz. Son almas que poseían paz dentro de la guerra.
¡Cómo yo quisiera esa paz de Dios en las almas llamadas a trabar las guerras de Dios!
El modo en que conseguimos eso es siendo hijos de la civilización de la obediencia y, por lo tanto, de la civilización de la libertad.
(Extraído de conferencia del 26/4/1973)
_________________
1) Éremos: Casas de la obra del Dr. Plinio donde se llevaba una especial vida de recogimiento, a la manera monacal, comunitaria.
2) Éremo de Præsto Sum, situado en una espaciosa hacienda en el Barrio Santana, en São Paulo.
3) Éremo localizado en la ciudad de Curitiba.
4) Charles Forbes René de Tryon, conde de Montalambert (*1810 – †1870).
5) George Frederick Ernest Albert (*1865 – †1936). Rey del Reino Unido de 1910 a 1936.
6) Himno nacional británico que comienza con el saludo: “Dios salve al Rey”.
7) Escritor francés (*1901 – †1976).