Esclavos de María, humildes y puros, fuertes contra el demonio

Publicado el 06/28/2025

A la manera de una gota de rocío que parece contener
todo el sol cuando sobre ella incide un rayo de luz,
así es el alma humilde: se eleva a una altura y a una
armonía verdaderamente indecibles, se vuelve pura y
combativa, y se convierte en esclava de María Santísima
alabándola en el misterio de la Encarnación.

Plinio Corrêa de Oliveira

Anunciación – Museo de Ulm, Alemania

En su Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, San Luis María Grignion de Montfort comenta:

[Los esclavos de María] tendrán una devoción especial al gran misterio de la Encarnación del Verbo, que se celebra el 25 de marzo, que es el misterio propio de esta devoción, ya que ella fue inspirada por el Espíritu Santo, para honrar e imitar la inefable dependencia que Dios Hijo quiso tener de María, para gloria de Dios Padre y para nuestra salvación. Esta dependencia se manifiesta particularmente en este misterio en el que Jesucristo se hace cautivo y esclavo en el seno de la divina María, donde depende de Ella para todas las cosas.

A la izquierda, San José con el Niño – Basílica de San José y Nuestra Señora del Sagrado Corazón, Ciudad de México. A la derecha, Virgen de la Anunciación – Pinacoteca Antigua, Múnich

Durante su gestación, el Divino Niño dependía en todo de su Santa Madre

Nuestro Señor Jesucristo quiso ser Esclavo de Nuestra Señora porque, a partir del momento en que Ella aceptó la propuesta del Ángel de dar a luz al Mesías, el Espíritu Santo actuó en su interior, y fue concebido el Hombre- Dios. De manera que, inmediatamente después de la invitación, Ella se convirtió en la Madre de Dios.

Nuestro Señor Jesucristo pasó todas las etapas de su gestación en el santísimo y purísimo claustro de la Virgen María. Y continuamente el organismo de Ella estaba proveyendo lo necesario para el desarrollo del niño mil veces bendito, el Divino Niño que allí se estaba formando para la salvación de los hombres.

Así se ha dicho muy bien: Caro Christi, caro Mariæ.2 Porque en el matrimonio común los hijos son productos del padre y de la madre, pero en el matrimonio virginal de María, Nuestro Señor no era hijo natural de San José, quien poseía un derecho paterno sobre el fruto de las entrañas de su Esposa, pero no era el padre consanguíneo del Niño Jesús. Ella, sin embargo, era la Madre carnal de Él.

Excelsa santidad a la que fue elevada la Esposa del Espíritu Santo

Pero no podemos dejar de considerar que, siendo Nuestra Señora verdadera Madre de Dios, desde el momento en que el Espíritu Santo se convirtió en su Esposo, Él también tuvo derechos sobre su alma que se sobreponían a los de San José; y San José, a su vez, ardiente devoto del Divino Espíritu Santo y lleno de ese Espíritu, la ayudó, por así decirlo, a conocer lo que el Espíritu Santo quería para la plena ejecución de su voluntad.

Así pues, Nuestra Señora fue la Esposa del Divino Espíritu Santo a un título muy particular, que debemos reflexionar cuando consideramos el misterio de la Encarnación.

La Virgen María se convirtió en su Esposa y comenzó a recibir de Él orientaciones, directrices, actos de amor, consuelos, “flashes” –si podemos usar la palabra– de una sublimidad insondable, referentes al relacionamiento de Nuestro Señor con Ella, formando con el Padre Eterno una elevadísima relación, en la que Nuestra Señora era, de manera muy especial, Hija del Padre Eterno; a un título único, Madre del Verbo Encarnado; y Esposa del Divino Espíritu Santo. Todo esto vino para Ella en virtud de la Encarnación.

En el momento en que la Santísima Virgen concibió al Verbo encarnado, se produjo, por decirlo así, una promoción asombrosa, en la que Ella fue elevada enteramente a una condición superior a la de todos los Ángeles y Santos. Y tan superior que, si la santidad pudiese ser objeto de una operación matemática –Ella es algo puramente espiritual–, pero si sumáramos la santidad que hubo en todos los Santos desde el inicio de la Creación hasta el fin del mundo y la comparáramos con Nuestra Señora, Ella sería incomparablemente más santa que toda esa montaña santísima de los Santos de todos los tiempos que el Espíritu Santo fue suscitando en la Historia.

No tenemos idea de cuál fue y es la santidad de María. Moisés, cuando pidió ver a Dios, escuchó esta respuesta: “No puedes ver mi rostro, pues el hombre no me podría ver y seguir con vida” (Éx 33,20). A veces me pregunto: Si nos fuese dado ver a Nuestra Señora cara a cara en esta vida terrena, con todo su esplendor, ¿no moriríamos también?

Convivencia con Nuestra Señora, invitación a la Perfecta obediencia

Es verdad que la Virgen María se ha aparecido a varios santos. Sin embargo, Ella probablemente les oculta algo de su santidad para que no mueran, o les concede gracias muy especiales en ese momento, para que puedan soportar verla.

Santa Catalina Labouré, religiosa francesa del siglo pasado que divulgó la Medalla Milagrosa, relata las apariciones de la Madre de Dios así: ella estaba durmiendo y, al despertar, se le apareció un niño que comprendió que era el Divino Niño, quien le dijo que lo acompañara a la capilla, porque allí la esperaba su Madre. Ella rápidamente se arregló y se dirigió a la capilla.

Había muchas dependencias entre la capilla y la celda donde ella dormía, y a lo largo de todo el camino, todas las luces estaban encendidas como si fuera una gran fiesta.

Y, más aún, cuando llegó a la capilla, encontró a Nuestra Señora en el presbiterio, sentada en una silla de madera que aún hoy se puede besar, se puede venerar. La Santa se acercó a Ella y, según se dice, le habló con sus codos apoyados en las rodillas de Nuestra Señora.

¡Qué habrá quedado en su alma la vida entera a raíz de esta visión! La conclusión que saco de aquí es que Nuestra Señora, hablando a Santa Catalina Labouré, le comunicó una grandeza de espíritu y también una obediencia por la cual, cada vez que la Santa era magnificada en visiones sucesivas, se hacía más obediente.

¿Por qué razón? Porque ella iba comprendiendo cada vez más la inefable santidad de Nuestra Señora y, por tanto, la admiraba cada vez más. Y le quedaba más claro lo absurdo que sería desobedecer a la Madre de Dios y a ese universo de santidad que existe en su Inmaculado Corazón.

Aparición a Santa Catalina Labouré – Rue du Bac, París

La esencia del espíritu contrarrevolucionario

Y por eso, el crecimiento en la santidad, que aparentemente debería generar una especie de sentimiento de igualdad, suscitaba por el contrario una situación de inferioridad deliciosamente experimentada, vivida en la exclamación: “¡Qué paraíso es obedecer!” La esencia del espíritu contrarrevolucionario es ésta: admirar tanto el poder en el cual existe la autoridad para mandar en nombre de Dios; en venerar y adorar tanto a Dios que manda por medio de aquel poder, que cuanto más obedecemos, más se llena de gracias nuestra alma. Y al crecer en obediencia, se eleva a una altura y armonía verdaderamente indescriptible.

Si alguien quiere ser grande, intente ser pequeño. Y pida a Nuestra Señora la gracia de conocer, intuir y valorar la santidad de Ella, tanto como sea posible a la debilidad humana. Los que evalúen, crecerán enormemente en santidad y así crecerán en humildad, porque no hay santidad sin humildad. Y si crecen en humildad, cuanto más tuvieren que obedecer, más encantados quedarán.

Así, para el alma humilde que le gusta obedecer, admirar y hacerse pequeña, el ideal en esta Tierra es hacerse esclava de Nuestra Señora. Pero en el sentido de considerarse a sus pies, literalmente, como un “pequeño gusanillo y miserable pecador”, como dice San Luis Grignion. Porque el hombre comete pecados, aunque sean insignificantes y minúsculos, incluso cuando se trata de un gran Santo; y por eso, todo ser humano es un miserable pecador, un pequeño gusano de la tierra… Dios lo aplasta cuando quiere, le quita la vida cuando quiere, le da la salud o la enfermedad como le place. Estamos en la completa dependencia de Dios para todo cuanto Él quiera.

Nuestra Señora “La Blanca” Catedral de León, España

Pero ¡qué felicidad para nosotros pensar: es verdad, somos tan pequeños cerca de Él, que cuanto más reconocemos nuestra pequeñez, más nos unimos a Él y más nos coloca Él en su Sagrado Corazón!

Unión con la Santa Iglesia, militancia en el Cielo

Es amando cada vez más a Nuestro Señor Jesucristo en Nuestra Señora, amándolos a ambos en la Santa Iglesia, como nuestras almas van progresando y adquiriendo una dimensión de comprensión cada vez más profunda de cómo es la Iglesia.

De modo que en ciertos momentos tengamos la impresión de que nos hemos hecho uno con la Santa Iglesia; y que, surgiendo un problema, incluso antes de saber cómo ella lo resolvería, nosotros mismos lo adivinamos, por nuestra estrecha unión con ella, cuyo espíritu poseemos íntegramente.

Se entiende de esta manera que toda la unión con la Iglesia deba ser nuestro último y supremo ideal. Y lo que quiero tener presente ante todo es que, cuando muera, subiré para ser un miembro de la Iglesia gloriosa, pero gloriosa militantemente. Y que en el Cielo una de mis alegrías será luchar como luché en la Tierra.

Nosotros sabemos por la Teología, Cornelio a Lápide dice esto, que los demonios tienen algún conocimiento de lo que ocurre en el Cielo, pero un conocimiento lleno de odio, en el que no hay ni una pizca de admiración, sólo envidia o rebelión; y tienen odios especiales por ciertas cosas. Por ejemplo, ven en la vida celeste las almas que ellos quisieron perder y llevar al infierno y, viéndolas en aquella altísima felicidad junto al trono de Dios, ellos blasfeman e injurian. Y muchas veces los Bienaventurados les contestan y, al hacerlo, hieren su orgullo.

Y así hay una especie de continuidad de la militancia en el Cielo. Imaginemos cuando estamos cantando las glorias de Dios, de sus Ángeles y Santos por toda la eternidad y, de vez en cuando, en medio de nuestro cántico, podamos entrar en contienda contra el demonio, acción con la cual se llenan de alegría todos los ángeles que arrojaron a ese canalla al infierno. De manera que hay una asociación maravillosa de relaciones.

Pequeños y puros, como gotas de rocío  

Finalmente, en este día de la Anunciación, pensemos en las glorias de la Santísima Virgen María. Hija del Padre Eterno Ella fue siempre; se convirtió en Madre del Verbo y Esposa del Espíritu Santo con la Encarnación.

María se elevó con esto a alturas inimaginables, desde las cuales mira y sigue la vida de cada uno de nosotros. Y que Dios le conceda perdonar las imperfecciones que existen en todos nosotros; que no los mire, sino solo para ejercer su misericordia, y que sonría al Divino Espíritu Santo, que sonría a Jesucristo Nuestro Señor y Padre Eterno, y diga a la Santísima Trinidad: “Ved, tened piedad y compasión de ellos, ayudadlos a ser enteramente aquello para lo que fueron creados, y en este punto sean fieles como verdaderos esclavos, haciendo enteramente mi voluntad, que es la vuestra, Trinidad Santísima. Y haced que estos esclavos fidelísimos sujeten a mi imperio al demonio rebelde”.

El Dr. Plinio en 1995

He aquí las gracias que, en este 25 de marzo, a mi ver, debemos suplicar: rezar a Nuestra Señora para pedirle tal unión con la Santa Iglesia Católica, que seamos como Ella; no tanto cuanto Ella es, sino a la manera de Ella, como una gota de rocío que es como el sol, cuando sobre ella cae un rayo de sol.

La gota de rocío es linda, es pura, ella encanta; un rayo de sol que incide sobre ella la hace brillar entera. Pero ¿qué es la gota de rocío en relación con el Sol? La desproporción entre Nuestra Señora y cada uno de nosotros es mucho mayor que la que hay entre la gota de rocío y el Sol.

Pidamos que, a la manera de la gota de rocío, seamos humildes y pequeños, pero puros y fuertes, y que del entusiasmo de nuestra pureza y fuerza nazca un constante ataque contra los enemigos eternos de Dios. v

(Extraído de conferencia del 25/3/1995)

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1) Cf. SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. Traité de la vraie dévotion à la Sainte Vierge, n .243. In: OEuvres Complètes. Paris: Du Seuil, 1966, p. 650.

2) Del latín: “La Carne de Cristo es la carne de María”.

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Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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