Esta es la primera causa de las confesiones mal hechas

Publicado el 02/19/2022

Así como el lobo agarra a las ovejas por la garganta para que no griten, y las carga y las devora, de la misma manera hace el demonio con ciertas almas; las agarra por la garganta con el fin de que no confiesen los pecados, arrastrándolas miserablemente para el infierno.

Padre Luis Chiavarino

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Discípulo— Dígame, Padre; ¿Cuál será el primer por qué de tantas confesiones mal hechas?

Maestro— Los “porqués”pueden ser diversos, pero sin duda el principal es el “miedo”, o sea, la maldita vergüenza por la cual el demonio cierra la boca de muchos haciéndolos callar o confesar mal ciertos pecados o el número de éstos. ¿Sabes cómo es que el demonio actúa cuando quiere inducir a alguien al pecado? Cerca al infeliz de mil maneras y le va sugiriendo:

“—Pues bien, comete este pecado con total libertad… Al final, tampoco es tan grave. Dios es tan bueno… Él no quiere castigarte… Después, con una confesión Dios te perdona y está todo arreglado…”

Y así el demonio acaba triunfando repitiendo este mismo pensamiento de mañana, tarde y noche acaba, haciendo cometer o repetir los mismos pecados.

Luego, cuando el pobre, corroído por el remordimiento decide confesarse, el demonio cambia de táctica. Nuevamente trata de impedir que Dios tome cuenta de esa alma diciendo:

— “¿Cómo te atreves a confesar ese pecado? El confesor quedará sorprendido, perderá los estribos y lo tomará muy mal y hasta es probable que te niegue la absolución”. Pues bien, no temas, confiésate después… Hay tiempo de sobra… Siempre hay tiempo para eso.

Maestro— Y así, la mayoría de veces, el demonio cierra la boca de quien estaría resuelto a hablar e induce a esto pobres infelices a callarse y cometer sacrilegios.

Discípulo— ¿Es realmente así la táctica que utiliza el demonio?

Maestro— ¡Así es! Él mismo lo confesó a San Antonino, Obispo de Florencia, pues un día, habiendo visto al demonio junto al confesionariole preguntó

¿Qué estás haciendo aquí?

Estoy esperando para hacer la restitución, respondió el demonio.

¿Cuál restitución? Habla claro o sino pobre de ti.

Vengo a restituir a los pecadores la vergüenza y el miedo que les robé cuando hice que cometieran los pecados.

Discípulo— Si no me engaño, parece que leí que Don Bosco también vio al demonio en circunstancias similares.

San Juan Bosco confesando

Maestro— ¡Justamente así fue! Escucha cómo fue: Cierta noche, estaba el santo confesando en el coro de la Iglesia de San Francisco de Sales en Turín. Era grande el número de jóvenes allí reunidos, esperando que les llegara su turno. Por el confesionario pasaron diez, pasaron veinte y llega finalmente un joven, el cual habiendo hecho una parte de su confesión paró de repente.

Continúa, le dice Don Bosco, que por inspiración divina leía las conciencias de sus hijos. — Continúa con el resto.

No hay más nada, Padre, nada más.

Don Bosco le dice:

Hijo mío, no temas, el confesor no va a regañarte, no va a castigarte, siempre te perdonará pues todo lo perdona en nombre de Dios; ten coraje… confiésate bien.

¡No tengo nada más de que confesarme! ¡Nada más!

¿Hijo mío, pero por qué quieres darle gusto al demonio haciendo una confesión sacrílega… causar tristeza a Jesús y hacerlo llorar?

¡Padre, le aseguro que no tengo nada más que decir!

Don Bosco viendo el peligro que el infeliz joven corre, inspirado por Dios, abandona la inútil lucha y dice:

¡Entonces mira quien está atrás tuyo!

El joven se da media vuelta de repente, y echándose al cuello de Don Bosco da un grito agudo y exclama:

¡Sí Padre, yo tengo también este otro pecado!…

Y le cuenta el pecado que no osaba confesar… Los compañeros que estaban en la Iglesia oyeron el grito; tan pronto salieron, rodearon al joven, y curiosos querían saber que era lo que había sucedido. El joven a pesar de estar todavía un tanto asustado les dice:

¡Si ustedes supieran… Yo había cometido una falta que no me atrevía a confesar. Don Bosco leyó mi corazón… y vi al demonio que bajo la figura de un gorila de ojos de fuego con garras afiladas, estaba listo para agarrarme!

Discípulo— Don Bosco era un santo. ¡Padre, qué suerte confesarse con un santo, ¿Verdad que sí?!

Todos los confesores representan a Jesús y Jesús siempre es santo

Maestro— ¡Todos los confesores representan a Jesucristo y Jesucristo es siempre santo; Él todo lo sabe, todo lo ve, se apiada de todos y lo perdona todo!

Discípulo— ¿Pero aun así, el demonio busca engañar y traicionar en las confesiones?

MaestroJustamente así lo hace en todas las ocasiones. Así como el lobo agarra a las ovejas por la garganta para que no griten, y las carga y las devora, de la misma manera hace el demonio con ciertas almas; las agarra por la garganta con el fin de que no confiesen los pecados, arrastrándolas miserablemente para el infierno.

Discípulo— ¡Qué bellaco tan malvado! ¿Pero, acaso habrá alguien que después de haber sido engañado una vez, se deje llevar por ese impostor?

Maestro— ¡Lamentablemente son muchísimos! ¡Ay de quien comienza a seguir este camino! Son generalmente los que cometen pecados contra la pureza los que avanzan por este camino. Generalmente no tienen dificultad en confesar los pecados contra la fe, los pecados de blasfemia o de profanación de los días festivos, o los pecados de desobediencia, de venganza e inclusive los de robo; pero cuando se trata de declarar los pecados de impureza o tener que decir ciertas circunstancias concernientes a estos pecados, o aun cuando se trata de decir el número considerable de estas faltas, entonces ahí surge una maldita vergüenza que cierra sacrílegamente la boca del penitente.

La buena y la mala confesión

Además, la confesión sacrílega generalmente no viene sola. Después de una vienen otras y así, estas almas infelices continúan durante años y años, añadiendo además otras tantas comuniones sacrílegas. Y no es raro que suceda que los que comienzan a esconder pecados graves desde las primeras confesiones, llegan a una avanzada edad sin nunca hacer una buena confesión y sin nunca reparar el desorden de sus almas.

Es increíble cómo el miedo y la vergüenza son comunes principalmente entre los jóvenes. De ahí viene el hábito de continuar callando los pecados para no sufrir la humillación y el sacrificio de confesarlos. San Leonardo de Porto Mauricio afirma haber tenido a sus pies, personas que incluso en peligro de muerte no pudieron vencer la vergüenza que les cerraba la boca. San Alfonso María de Ligorio recomienda a los sacerdotes que hablen frecuentemente en sus sermones calurosamente y con insistencia, sobre este peligro de la vergüenza que hace callar e insiste para que hagan ver al pueblo cómo las confesiones mal hechas arruinan las almas, porque esa plaga de las confesiones sacrílegas reina por toda parte, principalmente en los pueblos. Y como es común que los hechos y ejemplos impresionen al pueblo, se sugiere a los sacerdotes que cuenten muchos ejemplos de almas que se perdieron por causa de pecados no confesados.

Discípulo— ¡Padre, cuéntenos algunos!

Maestro— ¡Con mucho gusto!

Se cuenta que una niña de siete años tuvo la infelicidad de cometer ciertos actos impuros. Avergonzada, no se atrevió a confesarlos. Habiendo enfermando gravemente, llamó al confesor, recibió el Viático, la Extremaunción y murió. Su madre, hermanas, amigas y todo el mundo se lamentaban por su pérdida, pero era para ellas un alivio creer que estaba salvada. Sin embargo, tres días después del entierro, cuando el sacerdote se acercaba al altar para celebrar la Santa Misa en sufragio por su alma, sintió que lo agarraban por el brazo y una voz triste y lastimosa le decía bien bajito:

¡Padre, no rece por mí porque estoy condenada! Condenada por ciertos pecados que oculté en la confesión a los siete años.

Maestro— Y también quiero contarte este otro ejemplo:

Otra niña de 13 años por ocasión de la Pascua había comulgado junto con sus compañeras: pero sucedió que tan pronto recibió la santa partícula, tuvo un estremecimiento, retorciéndose y cayendo por tierra.

Los presentes acudieron asustados y llevándose a la niña para una casa vecina. Terminada la Misa, el Padre se apresura a ir la cabecera de la cama de la niña que continúa delirando.

Llamándola por el nombre, el Padre le dice:

¡Ten coraje, confíale todo a ese Jesús a quien recibiste en la Comunión!

¿A Jesús?… ¿A Jesús? ¡Oh no! Yo lo recibí mal, yo cometí un sacrilegio al ocultar ciertos pecados en la confesión.

Y poco después muere delante de los presentes, que quedaron conmovidos y cuestionados.

Maestro— ¿Qué me dices de estos ejemplos?

DiscípuloDigo que son terribles y con ellos es bastante para demostrar cómo es grande el mal de las confesiones mal hechas.

Maestro— Por este motivo, no te extrañes de la insistencia nuestra sobre la sinceridad que es necesaria para las confesiones. Yo, que hasta hoy y por gracia de Dios, desde los primeros años de sacerdocio tuve la suerte de comenzar a catequizar y a predicar para jóvenes y adultos, nunca perdí el hábito de hablar frecuentemente sobre la necesidad de la confesión sincera y puedo decir que nunca me arrepentí de haberme ejercitado en esta obra tan consoladora y que tanto fruto trae a las almas.

¡Oh! A cuántos jóvenes y adultos consolé, reconducí por el buen camino; a cuántos salvé en los Ejercicios Espirituales, en las misiones y aun en las simples charlas y conferencias.

Discípulo— Tiene razón, Padre; de hecho, ningún sermón es oído de tanta buena gana como aquellos que tratan sobre la confesión.

Tomado del libro, Confesaos bien. Diálogos, anécdotas y ejemplos, 4ª Edición; pp. 10-13

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