Estoy cerca de cada uno…

Publicado el 01/15/2022

El tiempo pasaba y el misterio seguía sin ser desvelado. El párroco, sin embargo, no dejaba que decayera el ánimo de los aldeanos, que continuaban buscando sin éxito la imagen de su patrona.

Aquella mañana, la sorpresa y el alboroto reinaban en la parroquia:

—¡No escuché ni un ruido siquiera! —decía el párroco, pensativo.

—¡Y yo no he visto entrar a ningún extraño! —concluía el sacristán.

La imagen de la patrona había desaparecido de su nicho de la iglesia matriz. Punto de referencia de la piedad de los habitantes del lugar, era una verdadera obra de arte tallada en madera policromada, con poco más de tres palmos de altura. Tanto la Virgen como el Niño que llevaba en sus brazos tenían su frente ceñida con delicadas coronas de oro, cuajada de pequeños zafiros.

¿Cómo podía haber dejado de estar allí de la noche a la mañana? ¡Y en el templo no había huellas de ladrones! A medida que la trágica noticia se iba difundiendo, la gente se organizaba en grupos de oración y hacían promesas, rogándole a Dios que moviera a los supuestos criminales
a devolverles la maternal imagen de su Señora.

Al día siguiente, al no tener todavía noticia alguna de su paradero, el sacerdote decidió convocar a los fieles y proponerles un plan de acción. Reunió al pueblo en la iglesia y, tras la celebración de la Misa, subió al púlpito y dijo:

“¿Podemos quedarnos indiferentes?

—Todos sabemos que la imagen de María Santísima ha desaparecido sin dejar rastro. Acaso ¿Podemos quedarnos indiferentes? ¡No! Debemos actuar cuanto antes para
encontrarla”

Al oír estas palabras, los alumnos de la catequesis exultaron y se reunieron en torno al sacerdote para ponerse a su disposición.

El cura los dividió en grupos y les dio la bendición. Salieron a toda prisa a recorrer la localidad, atentos a todo lo que pasaba a su alrededor, y… nada.

Con similar entusiasmo los parroquianos adultos también se presentaron para colaborar. Pero obtuvieron el mismo resultado: no hallaron ningún vestigio.

El tiempo pasaba y el misterio seguía sin ser desvelado. El párroco, sin embargo, no dejaba que decayera el ánimo de los aldeanos, que continuaban buscando la imagen de su patrona, sin éxito.

En toda la población no se hablaba de otra cosa. Se rezaba el Rosario en las casas para pedir su retorno y todas las tardes se llenaba la iglesia para la Misa, después de la cual se cantaba la Salve ante el nicho vacío…

Un día, estando todavía en tan triste situación, unos niños andaban por la ladera de la montaña y Miguel, fervoroso monaguillo de 10 años, iba al frente de los demás animándoles:

—¡Hay que tener esperanza! Nosotros la encontraremos, incluso aunque tengamos que buscarla en el pico de los montes, en la profundidad de los valles o en medio de los animales del bosque.

—¡Eso mismo! —respondió José, el hermanito de Miguel, que ya con sus 8 años se destacaba por su espíritu aventurero.
Y concluyó:

—Creo que no está por aquí: ¡hemos pasado unas cien veces por este camino! Aún no hemos subido a la cima de la montaña… ¿Por qué no la escalamos hoy?

Los chicos se miraron unos a otros agradados con la propuesta y decidieron lanzarse a subirla tan pronto como acabaran la merienda. Se sentaron sobre unas piedras y unos troncos de árbol para comer, pero no sin antes rezar las oraciones de costumbre.

Atraído por una extensa hilera de hormigas que atravesaba el sendero, José se fue distanciando del grupo para descubrir el destino de aquella fila interminable. Miraba fijamente hacia el suelo, andando al lado de ellas y teniendo el cuidado de no pisar ninguna. De pronto sintió que alguien venía corriendo a su encuentro, pero no se dio la vuelta, pensando que sería alguno de sus compañeros. Sin embargo, cuando levantó la mirada se encontró con que era un niño de unos 3 años, cuya fisionomía le resultaba familiar… ¿Quién sería? Cuando le iba a preguntar su nombre, el pequeñín tomó la iniciativa de hablar primero y le dijo:

—José, ven conmigo y te enseñaré donde está mi madre.

Sin oponer resistencia, lo siguió hasta una elevación desde la cual se divisaba la aldea en plena actividad y pudo ver a los diferentes grupos de personas empeñados en la búsqueda. Pero percibió algo muy curioso: una mujer, con rasgos idénticos a la imagen que todos andaban buscando y vestida de la mismísima manera que ella, acompañaba a los aldeanos… sin que nadie se diera cuenta. Entonces le preguntó al niño:

—¿Por qué la gente no ve a esa linda señora que va detrás de ellos? ¿Quién es?

Al girarse en busca de una respuesta reconoció en el rostro de aquel muchachito la fisonomía del Niño Jesús. Y enseguida en-tendió quién era la Señora que acompañaba a los habitantes del pueblo.

—¡Es Ella! —gritó— ¡Y tú eres su Hijo! ¿Por qué no regresáis a la iglesia? ¿Quién ha sido el ladrón que nos robó a nuestra queridísima patrona?

—Pregúntaselo tú mismo —le dijo el Niño, señalando detrás de José,

“Hijo mío, mi imagen no fue robada. Yo la quité de allí porque quise”.

—¿Pero por qué? ¿Acaso os hemos ofendido en algo?

—No, al contrario. Al proceder así he querido poner a prueba la fidelidad de esa población, tan amada de mi corazón y enseñarle que estoy cerca de cada uno sus habitantes en los momentos en que más lejos parezco estar.

Sin poder contener su alegría, José se arrodilló y abrazó a la Santísima Virgen. Ella lo bendijo y le ordenó:  

—Ahora tienes que ir a la iglesia y contárselo al párroco.

Cogiendo al Niño Jesús en sus brazos, posó su mirada maternal sobre él y desapareció.

Tan exultante se sentía el muchacho que ni se acordó de ir a buscar a los demás chicos. Bajó corriendo la ladera y fue directamente a ha blar con el cura, quien lo oyó todo con atención y no dudó de esas palabras procedentes de labios inocentes, cuya piedad y rectitud conocía tan bien.

Poco después, las campanas de la parroquia sonaban convocando a los fieles a la Misa de la tarde. El nicho de la imagen aún continuaba vacío…

Al volverse hacia atrás, José vio a En la homilía, el sacerdote contó el milagroso encuentro de José y dejó en el aire la duda: ¿sería verdadera la narración del monaguillo? ¿Era posible creer en el mensaje de la Virgen que él transmitía?

Pero una explosión de alegría tomó cuenta de todos y se pusieron a aplaudir y a dar vivas a María Santí sima. La gracia les hacía sentir en su  la certeza de que la Madre de Dios jamás abandona a los que en Ella confían.

Al día siguiente bien temprano, las campanas se escucharon nuevamente en toda la aldea en un horario inusual. El que las tocaba era el propio sacerdote, porque al entrar en el templo para visitar al Santísimo Sacramento se había llevado una magnífica sorpresa: la añorada imagen de Nuestra Señora de la Victoria estaba allí, más hermosa y maternal que nunca. 

Tomado de la Revista Heraldos del Evangelio n°150; pp.48-49

 

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Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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