Eucaristía: el testamento de Dios

Publicado el 06/19/2022

¡La promesa de Dios hecho hombre está cumplida! A partir de este momento, donde quiera que esté un pedazo de pan, una copa de vino y un ministro del Señor pronunciando las palabras de Jesús con fe, El se hará presente entre sus hijos para confortarlos en la lucha por la vida.

El Divino Maestro, a su paso entre los hombres, dedicó tres años para predicar el Reino y sembrar en los corazones la semilla de la Vida Eterna.

¡Tres años es muy poco tiempo para cambiar la faz de la Tierra! Por eso, antes de terminar su convivencia con nosotros, nos hizo una misteriosa promesa: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28,20). Y así lo hizo…

Cuando el redentor del mundo vio llegada la hora de entregarse como manso cordero para lavar con su sangre los pecados de la humanidad, quiso cenar, por última vez con sus amigos más íntimos: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer” (Lc 22, 15). Cuando los vio a todos reunidos quiso despedirse de sus apóstoles con un testamento vivo: Su ejemplo.

Jesús lava los pies a sus apóstoles

Se ató una toalla a la cintura y poniéndose de rodillas delante de sus doce escogidos, los obligó a dejarse lavar los pies por El. De nada sirvieron las protestas de Pedro: “Si no te lavo los pies, no tendrás parte conmigo” (Jn 13,8). Uno a uno, sin excepción del traidor, les lavó los pies empolvados por el camino. “Si Yo, siendo vuestro maestro y Señor os he lavado los pies, también vosotros os habéis de lavar los pies unos a otros” (Jn 13, 14).

Antes de salir al huerto para dejarse prender por el traidor, les recordó: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). Testamento de dulce amor, de humildad completa y entrega total para la salvación de las almas.

Pero aún faltaba la parte más importante del Testamento de Jesús: ¡Su permanencia real y perpetua entre los hombres!

Tomó Jesús el pan y después de bendecirlo, lo partió, dio gracias, y, dándoselo a sus discípulos dijo: Tomad y comed: Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía”. Y así mismo, después de haber cenado, tomando el cáliz, y dando gracias, se los dio diciendo: “Tomad y bebed todos de él porque ésta es mi sangre. Este cáliz es la Nueva Alianza que será derramada por vosotros para el perdón de los pecados. Haced esto en memoria mía” (Mt. 26, 26-28).

¡La promesa de Dios hecho hombre está cumplida! A partir de este momento, donde quiera que esté un pedazo de pan, una copa de vino y un ministro del Señor pronunciando las palabras de Jesús con fe, El se hará presente entre sus hijos para confortarlos en la lucha por la vida.

Explicando lo imposible

El Divino Maestro, con paciencia celestial, quiso explicar a sus doce apóstoles el sublime misterio Eucarístico que llevaba en su corazón.

La misión no era nada fácil: Todos los judíos esperaban desde siglos atrás al Mesías prometido; ansiaban un nuevo David tan poderoso cuanto devoto, un Mesías que restaurara el esplendor del Reino de Israel derrotando a los pueblos vecinos.

Jesús reunía todas las condiciones para realizar lo que tanto anhelaban; con los dones que el Cielo le otorgó, acabaría gobernando un reino terrenal con abundantes recompensas personales….

Los que seguían a Jesús soñaban constantemente con el alto cargo público que tendrían cuando su Maestro llegara al poder…. Con frecuencia, discutían quién estaría a la derecha y quién a la izquierda del trono real.

¿Cómo hacerles comprender la sublime grandeza de un reino espiritual? ¿De qué manera les podría explicar que en su Reino, El estaría realmente presente en el pan y en el vino, en todos los sagrarios de la tierra? Habría que explicárselos poco a poco; y así lo hizo.

El agua se hizo vino

Bodas de Caná, pintura de Giotto

Un día de fiesta, Jesús y su Madre Santísima fueron invitados a una boda en Caná de Galilea.

Pronto el corazón maternal de María percibió la terrible vergüenza que acabaría con la alegría de los recién casados: ¡El vino se acabó!

Con dulce amor de madre, antes de que nadie se lo pidiera, corrió a los pies de su divino Hijo y le dijo: “No tienen vino”. Jesús le respondió: “Mujer todavía no ha llegado mi hora” , pero su Madre dijo a los sirvientes: “hagan lo que El les diga” (Jn 2, 3-5).

El maestresala y los servidores vieron atónitos, con sus propios ojos, cómo la transparente agua, en un instante, adquirió un color rojo intenso, superando en sabor a los mejores vinos. Al probarlo, los comensales preguntaron asombrados de qué viña había venido…. a todos llegó el eco de tan magnífico milagro: ¡Al dar su bendición Jesús cambió la sustancia de agua en vino! Sus primeros apóstoles pudieron comprobar que el Maestro dominaba, por completo su creación.

La multiplicación del pan

Durante los tres años de la vida pública de Jesús, verdaderas multitudes, hambrientas de Dios, lo seguían donde quiera que fuera; pueblos enteros seguían a su Buen Pastor y pasaban horas contemplando, con serena alegría, la bondad de aquel hombre misterioso, que predicaba con celestial sabiduría, al mismo tiempo que curaba a todos los que llegaban hasta El.

Faltaba poco para que el sol se ocultara cuando cayeron en cuenta que el día estaba por acabarse. ¿Qué hacer? ¿Devolverlos hambrientos a su casa? Imposible, no alcanzarían a llegar; ¿mandar comprar comida para todos? Imposible, sólo los hombres eran 5000. La situación era realmente alarmante.

En ese momento, Jesús les dijo a sus apóstoles: ¿Cuántos panes tenéis? Ellos respondieron: “Hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces; pero, ¿Qué es eso para tantos?”. “Los mandó entonces sentarse en grupos de cien y de cincuenta. Tomó los cinco panes y los dos peces, los bendijo, y los entregó a sus discípulos para que los distribuyeran” (Mc 6, 36-42).

¡Se realizó el milagro! : Comieron todos abundantemente, hasta saciarse, y de las sobras se recogieron 12 cestas llenas…

Si con cinco panes y dos peces, más de 30.000 personas comieron hasta saciarse, ¡El Redentor podrá saciar al mundo entero dando de comer su propio cuerpo!

Caminando sobre las aguas

Jesús caminando sobre las aguas. Dibujo de Gustave Doré

Terminando ese día, Jesús mandó a sus apóstoles que se embarcaran en el Mar de Galilea mientras El buscaba la soledad de los montes para rezar.

Pasada ya la media noche, mientras los apóstoles navegaban en medio del lago, vieron, a la luz de las estrellas, un bulto misterioso que avanzaba hacia ellos. A las voces de alerta, siguieron los suspiros de espanto….

Al acercarse un poco más, se escuchó un grito: “! Es el Maestro!”. Pedro, sin pensarlo un instante, saltó al agua y comenzó a caminar mirando a Jesús. Al ver el fuerte viento, sintió miedo y comenzando a hundirse, gritó: “¡Señor, salvadme!”. Al instante, Jesús le tendió la mano y le agarró diciéndole: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?” (Mt 14, 30-31).

Así como Jesús pudo caminar sobre las aguas, ¡podrá esconderse tras las apariencias del pan y del vino para unirse a los hombres!

Dios hecho hombre tiene el poder para cambiar la sustancia del agua en vino; tiene poder para multiplicar al infinito el pan y los peces y tiene completo dominio sobre su propio cuerpo, al grado de caminar sobre las aguas.

¿Por qué no podrá, entonces, dársenos como alimento, verdadera carne, sangre y divinidad bajo las apariencias de pan y de vino? ¡Maravillas del poder de un Dios que está dispuesto a dar su vida por amor a los hombres!

¿Quién puede entender a Dios?

Al día siguiente de haber realizado la milagrosa multiplicación de los panes y los peces, y después de haber caminado sobre las aguas, partió Jesús con sus discípulos hacia Cafarnaúm, donde los designios divinos habían preparado un paso más en el plan de salvación de los hombres: por primera vez, en su vida pública, profetizaría el misterio Eucarístico.

Entrando en la sinagoga de la ciudad y estando rodeado por una muchedumbre, entre los que se encontraban los fariseos, sus apóstoles y sus discípulos, sorprendió a todos diciendo:

Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá eternamente; y el pan que yo le daré, es mi propia carne para la vida del mundo.” Jesús les dijo: “En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros.”

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré en el último día.”

Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.” “El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mi y yo en él” (Jn. 6, 51-56).

Ninguno de los presentes entendió lo que el Maestro decía. Aún estaban maravillados por los milagros del día anterior, pero no habían entendido los secretos que encerraban.

Demasiados cortos de fe, la mayoría de los discípulos abandonaron a Jesús.

Este tesoro sublime estaba reservado a los hijos que tuvieran un alma sencilla, una fe sólida y que entendieran el amor divino.

El maná espiritual de los tiempos futuros

Moisés y su hermano Aarón ante el Faraón de Egipto

Ya, en el Antiguo Testamento Dios nos mostró, en sus desvelos paternales, una prefigura de la Eucaristía.

Cuando el pueblo hebreo sufría la cruel esclavitud de Egipto, el Señor escuchó sus oraciones, enviándoles a Moisés como representante suyo para amparar a su pueblo que estaba a punto de sucumbir.

Desató diez plagas terribles hasta lograr ablandar la crueldad del Faraón. Al comenzar la peregrinación del pueblo elegido por el desierto, rumbo a la Tierra Prometida, el celo paterno de Dios se manifestó constantemente de una manera completamente milagrosa…

Durante el día, se hacía nube para protegerlos del terrible sol del desierto; más tarde, se hacía una columna de fuego para ampararlos contra el frío de la noche; cuando tenían sed, Moisés golpeaba una roca con su cayado y al punto brotaba agua…

En ese caminar de 40 años por el tórrido desierto, Dios mostraba su bondad de una manera especial: cada mañana, los hebreos encontraban los campos aledaños llenos de una misteriosa escarcha blanca. Al salir a ver de qué se trataba, se encontraban con una especie de harina de sabor; el pueblo salía de sus tiendas y “cosechaban” todo lo que querían hasta quedar saciados.

A esa misteriosa escarcha, que llovió del cielo todos los días durante 40 años, la llamaron “maná”; pero se daba una peculiaridad, los hebreos no podían guardar el maná de un día para otro; si lo hacían, el maná se llenaba de gusanos.

Dios quería que su pueblo viviera con plena confianza en El. En la Antigua Alianza, el Señor hizo bajar del Cielo diariamente, durante 40 años, alimento suficiente para saciar a 1.500.000 personas… Una bella prefigura de lo que sería nuestro alimento, en la Nueva Alianza, durante nuestro peregrinar por este valle de lágrimas.

Jesús vino a perfeccionar y completar la antigua ley; por eso dijo: “Yo soy el Pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el Pan que ha bajado del cielo para que quien lo coma no muera” (Jn 6, 48-50).

El templo de Jerusalén fue construido para glorificar a Dios, en agradecimiento por su pacto con los hombres.

Arca de la Alianza

En el centro del templo se encontraba el Arca de la Alianza que Dios había mandado construir a Moisés, la cual estaba protegida por dos arcángeles y constituía el centro de todo el culto del Antiguo Testamento.

En el Arca, se encontraba el Santo de los Santos y una vez al año, Dios hablaba allí con el sumo sacerdote, marcándole el rumbo que su pueblo elegido debía seguir.

El báculo de Aarón, las tablas de la ley y el maná del desierto, contenidos en el Arca de la Alianza, constituían una triple alianza de Dios con los hombres:

El poder del señor, el báculo; sus mandamientos, en las tablas y su misericordia, en el maná.

Esto constituye una bellísima prefigura de la nueva alianza…. La fuerza del Señor está en la Iglesia; los mandamientos de Dios no han cambiado, pero sí el “Nuevo Maná” y el nuevo sagrario.

El Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad de Jesús es el nuevo Santo de los Santos, desde donde Dios habla a todos sus hijos conquistados para el cielo por su pasión y muerte. El misterio eucarístico se realiza en el sacrificio de la Misa hasta nuestros días.

La celebración de la Eucaristía, comenzando por el cenáculo y por el Jueves Santo, tiene una larga historia propia, larga cuanto la historia de la Iglesia. En el curso de esta historia los elementos secundarios han sufrido ciertos cambios; no obstante, ha permanecido inmutada la esencia del “Mysterium” , instituido por el Redentor del mundo, durante la última cena (Juan Pablo II, Carta “Dominicae Cenae” del 24 de Febrero de 1980).

Así como Jesús, al ordenar a los Apóstoles que hicieran esto en memoria suya, quiso que por lo mismo se renovase perpetuamente. Y la Iglesia naciente lo cumplió fielmente, perseverando en la doctrina de los Apóstoles y reuniéndose para celebrar el Sacrificio Eucarístico: “Todos ellos perseveraban – atestigua cuidadosamente San Lucas – en la doctrina de los apóstoles y en la comunión de la fracción del pan y en la oración” (Hch. 2, 42). Y era tan grande el fervor que los fieles recibían de esto, que podía decirse de ellos: La muchedumbre de los creyentes era un solo corazón y un alma sola.

Y el apóstol Pablo, que nos transmitió con toda fidelidad lo que el Señor le había enseñado, habla claramente del Sacrificio Eucarístico, cuando demuestra que los cristianos no pueden tomar parte en los sacrificios de los paganos, precisamente porque se han hecho participantes de la mesa del Señor. La Iglesia, enseñada por el Señor y por los Apóstoles ha ofrecido siempre esta nueva oblación del Nuevo Testamento.

Misa de exequias en las catacumbas romanas

San Agustín atestigua que esta costumbre de ofrecer el sacrificio de nuestra redención también por los difuntos estaba vigente en la Iglesia romana, y al mismo tiempo hace notar que aquella costumbre, como transmitida por los Padres, se guarda en toda la Iglesia. Y así a través de los siglos es que llegamos a la celebración de la Misa actual, pasando por una larga evolución, pero siempre manteniendo inalterable su esencia.

Tomado del libro La Sagrada Eucaristía, Cap. 1; pp.10-17

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