
San Lucas en su Evangelio nos traza un cuadro de misericordia, de perdón de los pecados, de salvación universal. Artista de la pluma, fue también, según una tradición antigua, artista del lienzo y del pincel. A él se le atribuyen algunas imágenes de María que se conservan principalmente en Bolonia y Roma.
Con sencillez impresionante da entrada el tercer evangelio a una escena donde lo huma o va poco a poco cediendo paso a lo divino.
Era el día de la resurrección de Cristo y, buscando salida a las fuertes y encontradas emociones de toda aquella jornada, «dos de los discípulos de Cristo se dirigían aquel mismo día a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén ciento sesenta estadios» (Lc 24,23).

Caravaggio. Cena en Emaús
Junto al nombre de Cleofás, uno de «los dos», sólo una alusión que deja en la penumbra al compañero. Silencio «intencionado», sin duda, sobre el nombre del «otro» discípulo, que por lo mismo habría que identificar con el propio San Lucas, autor del relato. Así lo creyó San Gregorio Magno, apoyado, por lo demás, en el testimonio de «algunos» estudiosos de entonces (PL 75,517), y así después de él lo aceptó un grupo de autores antiguos y modernos. Cuestión al parecer sin importancia, pero que la tiene en el fondo.
En Antioquía probablemente hacia el año 40 el futuro evangelista e historiador se encuentra por vez primera con el gran apóstol-escritor: desde entonces Lucas es al lado de Pablo un incansable misionero, sembrador del mensaje de Cristo entre los gentiles. Con Pablo le vemos partir primero a Filipos de Macedonia, más tarde a Jerusalén y por fin a Roma (Hch 16,20-21.27-28). Fiel al misionero de las gentes, su maestro, no le abandona en las amargas horas de su primera cautividad. A su lado, como uno de «sus auxiliares», mientras Pablo desde su prisión romana escribe su densa carta a los colosenses y su delicado billete a Filemón, está «Lucas el médico, el muy querido» (Col 4,14; Flm 24).
Como escribe San Juan Crisóstomo, «incansable en el trabajo, ansioso de saber y sufrido, Lucas no acertaba a separarse de Pablo» (PG 62,656). Sólo la muerte le podrá separar de su maestro: con él había misionado hasta entonces y, misionero incansable, seguirá por los campos de Acaya y Bitinia, Dalmacia y Macedonia, Galia, Italia y Egipto, hasta morir, mártir como el maestro, en Beocia o Bitinia, y reposar definitivamente en Constantinopla.
Predicador incansable al lado de Pablo, Lucas siguió también como escritor las huellas del maestro: la tradición en bloque le atribuye la composición del tercer evangelio, cuyo contenido, por otra parte, responde tan de lleno a las cualidades del griego Lucas, del «compañero» y del «médico querido» de Pablo. Fruto de años, la redacción del evangelio de Lucas debió de recibir el empujón definitivo durante las largas horas de cariñosa vigilia junto al prisionero Pablo, y, ya antes de la muerte del apóstol, pudo correr de mano en mano, primero entre los cristianos de Roma y más tarde entre los de Acaya, Egipto, Macedonia…
Lucas, griego y gentil de origen, «hace gracia de su evangelio a los gentiles», como observa Orígenes (PG 20,581). Antiguos hermanos en el paganismo y hermanos nuevos en la fe cristiana, como a hermanos les trata. Conoce sus errores, y busca instruirles en cuanto la religión judía conserva de esencial y permanente, pero sin exigencias inútiles de lo transitorio, ha vivido su ambiente, y señala con acierto sus vacíos y sus plagas morales: cae en la cuenta de sus naturales prevenciones y susceptibilidades de raza, cultura… y con delicadeza va ladeando escenas que pudieran herirles, o recalcando las que habrían de halagarles.
El antiguo médico de los cuerpos, que en su estilo y en los detalles de sus narraciones evangélicas refleja tantas veces la técnica de su antigua profesión, desemboca finalmente en el misionero y evangelista-médico de las almas. Su psicología profesional, psicología de misericordia ante el enfermo y desgraciado, se robustece y espiritualiza ante el pecador-enfermo del alma.
El paso era lógico, y Lucas, que, como los otros evangelistas, ha sabido transmitir la actividad de Cristo en la tierra como médico divino de los cuerpos, mejor que ninguno ha logrado vibrar al unísono con la misericordia de Cristo ante las miserias del alma.
Lucas recoge cuidadosamente las palabras con que Zacarías anuncia su próxima llegada y le proclama campeón de «misericordia y perdón de los pecados por el amor entrañable de nuestro Dios» (Lc 1,72; 77,78).
Trabajado por la misericordia y compasión, el médico de antes y el misionero-médico de más tarde sigue incansable en su evangelio las huellas del Cristo médico compasivo de las almas enfermas.

Van Dyck. Cristo y la mujer adúltera
De su corazón y de sus labios recoge el perdón sin condiciones: de la «mujer pecadora» (Lc 7,36-50), la llamada tajante de Zaqueo, «el publicano y hombre pecador» (Lc 19,1-10); la respuesta al ataque farisaico, «ése acoge a los pecadores y come con ellos», en las tres parábolas de la misericordia: la de la oveja descarriada y otra vez vuelta al redil en brazos del pastor, la de la dracma perdida y encontrada de nuevo tras búsqueda trabajosa, la del hijo pródigo y de nuevo en la casa paterna entre los brazos del padre, siempre en espera. Cantor de la misericordia de Cristo y del gozo en el cielo ante el pecador a quien el médico divino cura (Lc 15).

Crucifijo que pende sobre el altar de la capilla principal de la casa de los Heraldos del Evangelio, Quito, Pichincha, Ecuador
Como a Médico compasivo Lucas le sigue paso a paso hasta el Calvario, para poder consignar en su evangelio los últimos latidos de un corazón que desde la cruz perdona-cura: «Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen […] Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,34-43). Es la herencia de misericordia-perdón que Cristo deja a los suyos antes de separarse definitivamente de ellos (Lc 24,47).
Gracias principalmente a él conocemos en parte la historia de la Iglesia en sus primeros esfuerzos y en sus primeras realizaciones de expansión por Oriente y Occidente. Pablo y los suyos entran con ello en la órbita misionera de salvación universal trazada por Cristo y oficialmente sancionada por Pedro con la admisión en la Iglesia del centurión Cornelio y los gentiles. Lucas, una vez más evangelista de alma misionera, transmite el hecho y la declaración oficial del Príncipe de los Apóstoles: «A la verdad entiendo ahora que no es Dios aceptador de personas, sino que en toda nación le es acepto el que le teme y obra justicia». En marcha incontenible la evangelización del mundo gentil, los apóstoles y fieles israelitas «glorificaron a Dios, porque también a los gentiles había concedido la penitencia para alcanzar la vida» (Hch 11).

Salus Populi Romani (en español: Protectora del Pueblo Romano),más conocida como Nuestra señora de las Nieves es el nombre que se le da en el siglo XIX al icono bizantino de la Virgen y el Niño, que la tradición atribuye a San Lucas y actualmente es venerada en la Basílica de Santa María la Mayor en la ciudad de Roma, Italia
Cuadro de misericordia, de perdón de pecados, de salvación universal. Lucas es una de sus figuras en activo y el autor de su trazado. Artista de la pluma, fue también, según una tradición antigua, artista del lienzo y del pincel. A él se le atribuyen algunas imágenes de María que se conservan principalmente en Bolonia y Roma. Ciertamente ofrece en su evangelio como una galería de cuadros maestros de la Virgen: a su pluma se deben los cuadros de la Anunciación y de la Visitación de María, del nacimiento y de la circuncisión de Jesús en los brazos maternos, de la Purificación de la Madre y de la Presentación del Hijo en el Templo, de Jesús entre los doctores y en diálogo con María.
Espíritu de artista mariano que Lucas vuelca por última vez en aquella pincelada final del día de la Ascensión: «Los apóstoles perseveraron unánimemente en la oración juntamente con las mujeres y con María, la Madre de Jesús, y con sus hermanos» (Hch 1,19). Junto a la imagen de Jesús, el Salvador y médico compasivo, la imagen de María, la Madre de misericordia.
Tomado del libro, Año Cristiano X. Octubre. Biblioteca de autores cristianos. B.A.C, Madrid 2006; pp. 475-482