“Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra”.
María Santísima es verdaderamente Madre de una bondad inconmensurable. Su desvelo hacia nosotros excede todo amor conocido, pues no sólo es tierno, ardiente, generoso e incluso heroico, sino que parece ir más allá de todos los límites.
Como vimos, incluso cuando en Fátima se refirió a los castigos reservados al mundo impenitente, la Madre de Dios revistió sus amo- nestaciones de una profunda tristeza, demostrando, asimismo, por su modo de expresarse, una gran pena de los “pobres pecadores”.
A pesar de esa saludable advertencia, la Virgen está siempre dispuesta a alcanzarnos de su Divino Hijo el perdón. La condición es que utilicemos los medios que nos indicó: el aumento de la devoción a Ella, la oración y la penitencia.
No ha de extrañar el carácter condicional de esta promesa de perdón, venida de una Madre tan bondadosa y misericordiosa. Pues, una vez que alguien está amenazado de castigo a causa de sus peca- dos, el modo de eximirse es dejando de cometerlos.
Para salvar las almas “de los pobres pecadores, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón” — decía la Santísima Virgen en la aparición del 13 de julio de 1917, al tratar de la parte central de su mensaje. Sin embargo, no fue ésta la única ocasión en la que la Madre de Dios hizo referencia a la importancia de esa devoción. La mencionó otras veces en sus mensajes, y tal insistencia no puede dejar de ser considerada seriamente.
Quien se tome de un sincero y verdadero amor por esta buena Madre, purísima e inigualable, y ponga en práctica la devoción a su Inmaculado Corazón, será favorecido por su constante amparo. Por mayores que hayan sido los pecados cometidos, la Virgen intercederá por el fiel devoto junto a su Divino Hijo, obteniéndole todas las gracias de enmienda de vida y perseverancia en el buen camino.
La devoción al Inmaculado Corazón de María es, por lo tanto, uno de los principales remedios para la crisis contemporánea.