Hna. Mary Teresa MacIsaac, EP
Si pudiéramos entrevistar a los Apóstoles y preguntarles qué les movió a dejarlo todo para seguir a Nuestro Señor Jesucristo, seguro que las respuestas serían muy diversas. Para uno habría sido la mirada bondadosa y penetrante del Maestro; para otro, el imperio que expresaba su voz diciendo simplemente: «Sígueme» (Jn 1, 43; Lc 5, 27); para un tercero, como Natanael, su discernimiento manifiestamente divino declarando: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1, 48); para otro más, una actitud enérgica al reprender a los fariseos.
A partir de lo que nos contaran, muy probablemente concluiríamos que el primer y principal factor de atracción en Jesús no era su doctrina, sino su ejemplo vivo, sus gestos, sus disposiciones, todo lo que constituía su carácter.
En efecto, es una felicidad inmensa encontrar un modelo a seguir, una persona por la que dejarse guiar, ¡un maestro! Todo hombre está en constante búsqueda de arquetipos, pues el instinto de imitación forma parte de la psicología humana, como afirma Mons. Luis Civardi: «El ejemplo hace sensible la verdad, la cual, en cierto modo, se encarna en la persona y en los hechos».
Esta felicidad, Mons. João la tuvo cuando conoció al Dr. Plinio, como hemos visto en artículos precedentes, y de ella hizo partícipes a sus propios discípulos e hijos espirituales. Por medio de estas líneas, deseamos ahora sacar a luz otra faceta de quien es la raíz de todo lo que hoy constituye el carisma, la mentalidad y las costumbres de los Heraldos del Evangelio: cómo supo convertir en hechos el ideal contemplado en el Dr. Plinio, y plasmar su sabiduría en personas, en estilos de vida, en realidades tangibles.
Desde joven, insaciable sed de hacer el bien
Al igual que San Juan Bosco, Mons. João se sintió llamado desde siempre a guiar a los jóvenes por el camino de la virtud y de la moral. Vimos cómo ya en su más tierna infancia experimentó abundantemente de qué maldades es capaz el ser humano, perdiendo así toda ilusión con el mundo, y lo mucho que deseaba formar un grupo de muchachos que buscaran revertir la decadencia de nuestra sociedad.
Tras su primer encuentro con el Dr. Plinio, se lanzó de cuerpo y alma al servicio de la causa católica en las filas del movimiento que éste fundó, y no mucho después se mudó a una de las casas de la entidad, situada en la calle Aureliano Coutihno, de São Paulo. Un miembro del Grupo que residió allí en ese período recuerda: «Desde el comienzo Mons. João ya poseía la misma bondad que constatamos más tarde; quería ayudar a todos, deseaba el bien de todos. En aquellos primeros tiempos teníamos que preparar el periódico catolicismo para enviarlo por correo a los suscriptores, y Mons. João participaba en este trabajo, siempre alegre, cantando mientras doblábamos los periódicos. Era el alma de la sede2 de la [calle] Aureliano»
Mons. João
supo convertir
en hechos
el ideal
contemplado
en el
Dr. Plinio,
y plasmar su
sabiduría en
personas, en
estilos de vida,
en realidades
tangibles
Monseñor João impartiendo reuniones de formación a diversos grupos a lo largo de los años
En las fotos de arriba, exposiciones realizadas desde los años 1980 hasta 2009
El verdadero
maestro es
aquel que se
revela como
ejemplo vivo de
lo que enseña;
sabe ser pastor
y oveja, sin
exigirles nunca
a los demás lo
que antes no
se ha exigido
a sí mismo
Su amor por la Iglesia Católica y su piedad eran tan vivos que parecían «contagiar» a los demás, como declaró otro de sus coetáneos: «Una mañana, cuando fui a la catedral de la Sé, de São Paulo, para comulgar, al llegar a la puerta de la capilla del Santísimo oí que el acólito ya había tocado la campanilla y había iniciado el Confiteor. Era éste tan profundo, tan contrito, tan claro que me emocioné. Inmediatamente me dirigí a la mesa de la comunión: era el Sr. João Clá el que estaba acolitando a D. Silvio de Moraes Matos, por entonces párroco de la catedral. Estoy tan agradecido por esa experiencia que no he dejado de rezar al menos un Confiteor cuando entro allí, en recuerdo de aquella ocasión».
Varios otros que lo conocieron en aquella época son unánimes al describir la pureza y vivacidad de su fisonomía, su decisión e ímpetu en la acción, y la concordia y comunicatividad que siempre mostraba al interactuar con el Dr. Plinio. Todas estas cualidades, manifestadas con tanta sencillez por un novato, brillaban como una antorcha, que poco a poco incendió los corazones de los demás y cambió la cara del Grupo
Enseñando con el ejemplo
Así pues, al Dr. Plinio se le abrían las puertas para la tan deseada institucionalización de su obra. Ardientemente había esperado que sus seguidores se entusiasmaran con el carácter militante del católico y abrazaran una vida reglada. Poco éxito había obtenido antes de la llegada de Mons. João. De hecho, sólo a partir de las «Itaqueras» que él había organizado es cuando ese anhelo del fundador comenzó a echar raíces, como hemos visto en el artículo anterior.
En el año de 1969, el Dr. Plinio le pidió a Mons. João que se mudara al Éremo de São Bento, antiguo monasterio benedictino adquirido recientemente por la TFP. Esperaba darle un nuevo impulso a esta institución, constituyendo un núcleo que viviera bajo un régimen casi monacal, regido por un ordo consuetudinis —orden o regla de costumbres—, acrecentado por la disciplina de las «Itaqueras».
En los primeros años del éremo hubo grandes equívocos por parte de sus miembros en relación con el ideal que el Dr. Plinio deseaba realizar allí: unos pocos anhelaban únicamente una reedición —mal concebida— de la Orden de Cluny; peor aún, muchos no querían abandonar su propia rutina y abrazar la que había sido establecida. La experiencia no tardó en desvanecerse. Monseñor João recordaba muchas ocasiones en las que él, solo, cantaba el oficio parvo de Nuestra Señora en la capilla y hacía los cortejos del ceremonial de la casa, mientras tales actos eran abandonados con negligencia por la mayoría de los que deberían ser, en todo, sus hermanos.
Finalmente, tras arduos esfuerzos y muchos años de lucha, logró formar un grupo de eremitas fervorosos, estableciendo el éremo sobre bases sólidas tal y como había sido el deseo inicial de su padre espiritual. En 1988, encontrándose en São Bento, el Dr. Plinio exclamó: «¡Durante cuántos años hemos procurado realizar lo que aquí está presente! ¡Luchamos en todos los sentidos, sin que fuera posible conseguir lo que veo aquí con enorme gusto! Y ustedes saben muy bien hasta qué punto João ha sido mi instrumento bendito para la realización de todo esto».
He aquí al verdadero maestro: aquel que se revela como ejemplo vivo de lo que enseña. Sabe ser pastor y oveja, maestro y discípulo, dando y recibiendo continuamente, porque —nos lo enseñó Mons. João— para ser un buen formador, lo más importante es, primero, formarse, y no exigirles nunca a los demás lo que antes no se ha exigido a sí mismo.
¿Cómo formar a las nuevas generaciones?
Con el paso de los años, Mons. João comprendió que no podía corregir a los jóvenes que ingresaban en la obra del Dr. Plinio con el mismo rigor que antiguamente. Los novatos no lo miraban ya como un igual, sino que, por la diferencia de edad, experiencia y fidelidad, lo consideraban con el respeto y la admiración debidos a un «hermano mayor».
Al ver cómo las nuevas generaciones carecían de una educación sólida, incluso en los ámbitos cultural, moral y religioso, decidió desarrollar un intenso programa de formación. Enseñó a los llamados enjolras4 a organizar su propia rutina, dando siempre prioridad a lo más importante —la vida interior—, y luego a lo más urgente, es decir, las obligaciones cotidianas.
El método de formación empleado, extraído de su padre y fundador, destacaba por las conversaciones o breves reuniones en las que relataba algún episodio que le había sucedido al Dr. Plinio, y del que sacaba una lección para la vida de sus oyentes. Transmitía los hechos con tanta admiración y entusiasmo que un joven eremita afirmó recientemente: «Hasta hoy vivo del recuerdo de aquellas reuniones. Su amor por el Dr. Plinio era tal que nos arrebataba».
Monseñor João percibió cómo los enjolras tenían el alma muy abierta a las gracias que el Dr. Plinio denominaba flashes. Cual velas de barco al capricho del viento, se dejaban elevar, sin poner obstáculos, por la maravilla que les causaban las verdades sobrenaturales presentadas de manera fulgurante. Sin embargo, advirtió un riesgo en esta actitud: la superficialidad. Entonces, a medida que los jóvenes ascendían llevados por las «alas» de la gracia sensible, trataba de «construir» bajo sus pies un «andamio» con los principios de la doctrina católica. Así pues, cuando llegara el período de aridez y de prueba, no caerían desde la altura a la que habían sido alzados.
Para ello, a lo largo de la década de 1980 y principios de los 90, les fue transmitiendo metódicamente los más importantes asuntos teológicos, espirituales e históricos, constituyendo de esa forma, con robustez, las bases del Curso Santo Tomás de Aquino. En este sentido, además del sólido e inédito armazón doctrinario recibido de su padre y fundador, le fue de enorme auxilio la profundización teológica lograda en los frecuentes contactos con lumbreras de la escuela tomista del siglo xx, como los sacerdotes dominicos Victorino Rodríguez y Rodríguez, Antonio Royo Marín, Fernando Castaño, Esteban Gómez, Arturo Alonso Lobo, Raimondo Spiazzi y Armando Bandera.
«Estos muchachos son más felices que yo»
Monseñor João era un formador completo, que exigía perfección en todos los actos y demandaba siempre disciplina, pero sabía compensar la rigidez con elementos de distensión, con un equilibrio propio a quien sigue al divino Maestro: «La atmósfera de la Iglesia Católica está toda hecha de la unión de estos dos elementos que a la Revolución le gusta separar: la autoridad que se impone, guía, corrige y, según el caso, es severa; y, por otro parte, la bondad que sabe proteger, perdonar, acoger, entender, que anima y acerca a sí».
Ese don, al alcance de pocos, fue rápidamente discernido por el propio Dr. Plinio en su discípulo fiel: «Estas cualidades de un general son las que he visto en mi João y apreciado sobremanera. El Éremo de São Bento y el Éremo de Præsto Sum7 son dos sinfonías permanentes de almas que él va regulando, va ajustando. A veces noto que dio un leve apretón, que alguien se sintió molesto con algo; yo finjo que no lo he visto, pongo una fisonomía alegre, pero dándome cuenta de que un hijo mío “ha sangrado” un poquito; y le doy gracias a la Virgen. Qué bueno
Al ver cómo
las nuevas
generaciones
carecían de
una educación
sólida en
los ámbitos
cultural,
moral y
religioso,
Mons. João
desarrolló
un intenso
programa de
formación
Escenas de clases y ceremonias de graduación de las tres instituciones de enseñanza superior fundadas
gracias al incentivo de Mons. João: el Instituto Teológico Santo Tomás de Aquino (ITTA),
el Instituto Filosófico Aristotélico-Tomista (IFAT) y el Instituto Filosófico-Teológico Santa Escolástica (IFTE)
Outro
relevante
aspecto na
formação
dada por
Mons. João
consiste
nos estudos
acadêmicos,
cuja
importância
enquanto
instrumento
de apostolado
ele enfatizou
inúmeras vezes
que haya manos tan buenas y peritas para hacer “sangrar”».
El Dr. Plinio, que en su juventud había sufrido mucha soledad porque no había nadie que lo acompañará, manifestaba su contento con la formación impartida a los enjolras: «A veces pienso: “Estos muchachos son más felices que yo; cuando dieron sus primeros pasos, tenían un João Clá que yo no tuve…».
Guiando a las almas tras la partida del Dr. Plinio
Con la partida del Dr. Plinio hacia la eternidad, la relación de Mons. João con los que hasta entonces lo tenían como hermano cambió de perspectiva. Si antes se le permitía cierta intransigencia como ejecutor de los designios del fundador y enemigo implacable del mal espíritu, de ahí en adelante era necesario mostrar más comprensión y bondad hacia todos.
En esta época fue cuando fundó la rama femenina de la obra, en un lance inédito para él, ya que siempre había trabajado sólo con varones. A las aspirantes las formó en la misma escuela de perfección y disciplina establecida para los chicos, pero su sentido psicológico y su discernimiento le ayudaron a percibir rápidamente las diferencias de mentalidad existentes en el hombre y en la mujer, y a adaptarse sabiamente.
Les exigía que fueran fuertes, a pesar de su natural fragilidad, y siempre trataba de ayudarlas a olvidarse de sí mismas a través de actos de generosidad y admiraciones constantes. Ponía mucho empeño en que aprendieran a guiarse por la razón y no por meras impresiones. También les explicaba que en el hombre destacan la fuerza, la determinación, el empuje, mientras que la mujer representa el lado más delicado, más afectivo, más atento y, por lo tanto, en ella los símbolos resaltan más. Así, después de unos años de dedicada e intensa formación, concibió un hábito para ellas similar al de sus hermanos de ideal, observando que esta prenda destacaría más en la mujer que en el hombre.
Posteriormente reveló que, tras el fallecimiento del Dr. Plinio, comenzó a tener un discernimiento más claro sobre las necesidades de cada uno de sus hijos espirituales. E indicó el alcance de este don con un ejemplo: «Estoy dando una reunión y, de repente, mis ojos se fijan en alguien fortuitamente; y veo: “Éste está en crisis”, o bien: “Ése ha recibido una gracia y está cambiado”. Percibo que es un aviso suyo, del Dr. Plinio: “Ayuda a ése, tira de aquel, aprieta este otro”».
Énfasis en los estudios
Otro aspecto relevante en la formación impartida por Mons. João son los estudios académicos, cuya importancia como instrumento de apostolado enfatizó numerosas veces, como en esta homilía: «Darlo todo significa estudiar, es decir, prepararse, aprender, para después ser más útil a la causa, ser más útil a la Iglesia. Necesito dedicarme más al aprendizaje, entonces debo querer tener una verdadera reserva de conocimientos, para predicar mejor, para hacer más apostolado, para llevar a un mayor número de personas a Dios, nuestro Señor».
Dando continuidad a la labor emprendida en vida del Dr. Plinio, promovió cursos sobre doctrina católica, con clases de Moral, de Catecismo detallado, de Historia General y Eclesiástica, de Filosofía y de Latín, además de una serie de reuniones dedicadas a comentar los más variados libros de espiritualidad. Llegó a la particularidad de proporcionarles, él mismo, a todos biblias y catecismos. Transmitía siempre las materias con muchos ejemplos, nunca desligadas de la vida concreta, constituyendo así las bases del sólido Plan de Formación de los Heraldos del Evangelio.
Gracias al empeño de Mons. João a lo largo de tantos años, se multiplicaron entre los heraldos los doctores y maestros, graduados en universidades pontificias, y fueron fundados el Instituto Filosófico Aristotélico-Tomista, afiliado a la Universidad Pontificia Salesiana de Roma, el Instituto Teológico Santo Tomás de Aquino, afiliado a la Pontificia Universidad Bolivariana de Medellín, y el Instituto Filosófico-Teológico Santa Escolástica, de Ciencias Religiosas.
«El pueblo que me he formado contará mis alabanzas»
«Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis» (Jn 13, 15), les recomendó el Señor a sus discípulos. Desde la eternidad, Mons. João hace hoy ese mismo llamamiento a sus hijos espirituales, como San Pablo: «Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo» (1 Cor 11, 1). Junto al Sapiencial e Inmaculado Corazón de María, se alegra con el más mínimo progreso de cada uno, pero espera que todos sus hijos lo den
Monseñor João tras recibir el título de doctor
en Derecho Canónico por la Universidad Pontificia
de Santo Tomás de Aquino, Roma, en 2009
todo, así como él se entregó por completo y dedicó su vida entera para formar espiritual y moralmente las piedras vivas con que la Santísima Virgen construirá su Reino en la tierra. El ejemplo de nuestro fundador, sus esfuerzos por alcanzar la perfección, sus altísimas metas y su incansable celo por el progreso individual y colectivo crearon fundamentos sólidos para la obra y un legado de arquetipos en todos los campos. Un heraldo del Evangelio nunca dudará de qué hacer o cómo proceder en determinada situación, porque en cualquier dirección que mire encontrará las huellas de su padre, su palabra, su resolución, su sangre. Y podrá cumplir respecto de él lo que el Señor esperaba de la nación elegida: «El pueblo que me he formado contará mis alabanzas» (Is 43, 21).
Um arauto
do Evangelho
nunca
duvidará sobre
como proceder
em situação
alguma pois,
em qualquer
direção
que olhar,
encontrará
as pegadas
de seu pai